jueves, 29 de diciembre de 2016

Ha sido difícil quedarme sin coche , a veces tengo la sensación de no tener piernas

APRENDER A VIVIR CON UNAS PIERNAS SIN RUEDAS

Por supuesto, ya lo adivinaron: me refiero a que ya no tengo coche y aunque me había organizado lo mejor posible antes de tomar la decisión de venderlo, en realidad en la vida cotidiana sí lo necesito, empezando porque vivo en un fraccionamiento cerrado (que me brinda mucha seguridad) pero para llegar a la salida necesito caminar casi cuatro cuadras. No son muchas, es cierto, pero también es cierto que mis piernas de carne y hueso ya no me permiten subir a un camión, como se llama aquí a los autobuses del transporte público. Ahora tengo problemas de circulación periférica y las rodillas no responden como solían hacerlo.

Durante unos meses, después de mi llegada a San Antonio en enero de 1991, viví una experiencia semejante. No quise adquirir un carro de inmediato porque no conocía ni el tráfico ni el reglamento de tránsito, así que no quise exponerme a un problema.  Pero persistía la sensación de que había perdido mis piernas al deshacerme de mi Datsun y vendérselo a mi hermano. ¿Por qué no lo llevé? Se preguntaran ustedes. En primer lugar, me dijeron que no me permitirían entrar con él y, en seguida, carecía de aire acondicionado, lo que es indispensable en los calurosos veranos de Texas.

Para resolver mi transporte del departamento donde vivía, lejos del centro de San Antonio, caminaba dos cuadras; ahí me recogían unos compañeros que vivían por el rumbo y me llevaban hasta la Universidad. En la noche, cuando teníamos clase de 6:00 a 9:00 p.m. también me regresaban.  Después de unos dos o tres meses de este tipo de arreglo que en ocasiones me hacía sentir que vivía como en una cárcel porque sólo conocía mi departamento y sus alrededores y la supercarretera número 410, decidí experimentar otra forma de transporte.

Decidí tomar el autobús que hacía una parada exactamente afuera del conjunto de departamentos. Son sumamente puntuales, así que si el letrero dice que pasará a las 8:00 a.m., así es. El chofer era un afroamericano amable que les sonreía a todos los pasajeros. El autobús llegaba hasta la Biblioteca, lo que me implicaba caminar unas cuantas cuadras, pero llegaba puntual a la escuela caminando de prisa. Al regresar, decidí hacer lo mismo para conocer un poco el centro de San Antonio y las calles. Sólo aceptaba irme con los compañeros cuando salía de la clase a las 9:00 p.m. De esta manera, me familiaricé con las calles y sus nombres y desapareció la sensación de encontrarme en una cárcel. En una ocasión, no tomé el autobús y al día siguiente el chofer me comentó: “We missed you yesterday. Your seat was empty”, lo que me hizo sonreír y explicarle lo que había ocurrido el día anterior.

Luego, decidí comprar un mapa de San Antonio y estudiarlo por las noches para saber dónde se encontraban algunos sitios y no perderme si iba en el coche. Después, para presentar el examen de manejo y no arriesgarme a que me reprobaran, conseguí el manual de tránsito y me dediqué a estudiarlo. Por último, me llevó a hacer un recorrido por las calles donde suelen examinar a los solicitantes y así me familiaricé con el rumbo.  Un día presenté al examen de conocimiento y me fue muy bien. Sólo fallé en una pregunta, así que me felicitaron y salí muy airosa. Al día siguiente me presenté con el coche lista para el examen práctico y me aprobaron de inmediato, a diferencia de algunas compañeras que lo habían tomado el examen dos o tres veces sin aprobarlo por no seguir al pie de la letra las reglas de tránsito y permitirse algunas libertades como suele ocurrir, lamentablemente, en México.

La sensación de no tener piernas con ruedas desapareció cuando adquirí de una compañera que regresaba a nuestro país un pequeño Toyota Corolla, con aire acondicionado y calefacción, que funcionó perfectamente los casi tres años que viví en San Antonio. Quise traerlo a México, por lo menos temporalmente hasta comprar otro coche en el país, pero el consulado me negó el permiso, así que se lo vendí muy barato a una compañera que enseñaba inglés a los paisanos. 


Ahora las circunstancias son diferentes. Tengo otra edad y mis condiciones de salud no son las ideales para manejar sin contar que el tráfico en Durango es terrible y pocas personas respetan cabalmente las reglas de tránsito. Por tanto, creo que no me queda otra solución que aprender a vivir con piernas sin ruedas. 

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