domingo, 30 de abril de 2017

Robada es una novela sobre un rapto y el desierto australiano.

UNA CARTA A MI CAPTOR

Se trata de una novela en forma epistolar salida de la pluma de la escritora inglesa  Lucy Christopher. Al principio, me llamó la atención que la titulara Robada en lugar de raptada. En inglés existen dos palabras para referirse al secuestro: kidnap y abduction. No sé cuál será la diferencia legal entre ambas, porque debe de existir, pero es claro que en esta novela no se trata de un secuestro porque el hombre que rapta a Gema no solicita ningún rescate, ni la maltrata ni la viola, sino que sólo quiere conservarla para admirarla precisamente como una gema; quizá también con la esperanza de que ella se enamore de él.

De hecho, según lo aclara Ty, el secuestrador, había conocido a Gema en Londres cuando ella, una adolescente de trece años, salía de la escuela y le pareció lo más bello que había contemplado. En ese momento tomó la decisión de robarla y guardarla sólo para él. Tres años después, se le presentó la ocasión en el aeropuerto de Bangkok cuando ella viajaba con sus padres para llegar a Viet Nam. Se separa de ellos para ir a comprar un café y ese es el momento que aprovecha Ty para abordarla. Con el pretexto de que le invita el café, ella espera en la mesa y él rápidamente desliza en la taza un narcótico. Para asegurarse de que ella no va a reaccionar, sigue dándole chocolates que también tienen un narcótico con lo que logra su objetivo. La conduce a otra parte del aeropuerto, la obliga a cambiar de ropa para que no haya indicios del secuestro y toman un avión que los lleva a Australia. Una vez allí, Ty la conduce a una cabaña de madera que ha construido con sus propias manos en un remoto lugar en el desierto australiano.

Cuando despierta Gema, sus piernas están atadas a las patas de la cama, lo que le impide moverse. Cuando interroga dónde está, la respuesta es algo así como en un sitio donde nadie podrá encontrarte. En ese lugar no hay teléfono ni ninguna oficina cerca de manera que no tiene posibilidad de escapar. Están absolutamente solos en medio del desierto. Lentamente, ella empieza a aceptar su situación, aunque una vez trata de escapar en el automóvil pero éste se atasca en la arena y ahí la encuentra Ty ya deshidratada y en malas condiciones de salud. Ella se proponía llegar hasta la mina que mencionaba Ty pero en el desierto no hay carretera ni letreros, de manera que sólo da vueltas en círculo sin avanzar en la dirección correcta.

Ty ha construido la cabaña con todo lo necesario para vivir, así como ha hecho arreglos para tener electricidad a través del sol. El agua no les falta pero es escasa. Tiene además una cabaña donde conserva  una colección de serpientes, alacranes y plantas venenosas que le sirven, según le informa a Gema, para preparar antídotos.

Casi frente a la cabaña hay dos enormes piedras, a las que llaman las Separadas, unidas por un estrecho sendero. A Gema le encanta mirarlas y forjar historias con dichas piedras. Ahí precisamente se le presentará la ocasión, al ser mordida por una serpiente cuando va descalza, que le salvará la vida y la regresará al mundo del que Ty la había separado.


Como los antídotos preparados por Ty no surten el efecto deseado, éste se ve obligado a llevarla a la mina y solicitar que la transporten a un hospital en un helicóptero porque su estado es grave y puede morir. Después de una larga estancia en el hospital en donde se dan cuenta de que sufre del  Síndrome de Estocolmo (es decir, afecto por el secuestrador), y de largas terapias para readaptarse a la sociedad, ella decide escribir su historia, en forma de carta, es decir esta novela, dirigida a Ty para liberar su espíritu del mes y medio que había vivido en la cabaña con él y sin tener contacto con ningún otro ser humano.  Él, por supuesto, es apresado por la policía y suponemos que  condenado a largos años en la cárcel.

Si bien la historia de Gema y Ty atrapa al lector, hay que destacar el importante papel que juega el desierto australiano en la novela. Hay largos párrafos dedicados a describir el atardecer, las plantas que crecen a duras penas entre la arena, los colores que ésta toma según la hora del día y con los cambios de temperatura.

De hecho, esta novela no narra un secuestro real, es producto de la imaginación de la autora que, además de dedicarle el relato a su madre y a Simon, se lo dedica al “desierto que la inspiró”. Si bien nació en Inglaterra, ha pasado gran parte de su vida en Australia y empezó a pensar en esta novela cuando estudiaba su doctorado. De hecho, concluye su relato con las siguientes palabras:

Por último, quiero reconocer y agradecer a la propia tierra, en especial a los dueños tradicionales del Gran Desierto Arenoso y, sobre todo, al pueblo Walmajarri. Los desiertos australianos son espirituales, hermosos e inspiradores, y se encuentran entre los ecosistemas más frágiles del mundo. Como dice Ty, es una tierra que necesita amor y necesita que la salven.  




Un conmovedor cuento sobre el amor maternal.

EL POTRILLO

Amigos lectores, hoy comparto con ustedes este cuento sencillo, pero, al mismo tiempo, conmovedor. Fue escrito por un autor ruso poco conocido, Mijail Shalojov (1905-1984) que obtuvo el Premio Nobel en 1965. Fue incluido en la antología “Sepan cuantos…”, núm. 342, al lado de autores tan destacados como Dostoievski y Tolstoi, aunque sin información biográfica respecto de su autor.  

Según el internet, Sholojov fue una figura importante dentro de la “nomenclatura” literaria soviética, quizá por eso no hay más datos sobre su vida. Se menciona que no era de origen cosaco, aunque en su obra sí hay una reivindicación de los cosacos. Es autor de la novela El Don apacible, que cubre el período 1928-1940 y de la colección de relatos Cuentos del Don, publicado en 1926. Hacia la fecha en que se publica el libro, el  Don era el río más largo  de  Europa cuando el Volga unía sus aguas a las suyas.

El relato inicia de la siguiente manera:

En pleno día, junto a un montón de estiércol cubierto de moscas esmeralda, cabeza adelante, con las patitas delanteras extendidas, salió del vientre materno y vio frente a sí la tenue nubecilla grisácea de la explosión de una granada rompedora: el aullido ululante arrojó su cuerpecito húmedo a las patas de la madre. El primer sentimiento que experimentó aquí en la tierra fue el espanto.

El dueño de la yegua rucia (se insiste mucho en el vocablo rucia, que significa color pardo tierra para dar a entender que no se trata de una yegua fina) era Trofim,  quien disgustado por el nacimiento de la cría,  increpa a la yegua: -Vaya…, con que ¿has parido? Sí que has escogido un buen momento.

 Trofim se enfurece porque junto con sus compañeros cosacos se encuentra en medio de una guerra y necesita que su cabalgadura  esté en plena condición física para correr, lo que la yegua no puede hacer porque no quiere separarse de su potrillo y tiene que alimentarlo. Entonces, Trofim decide que lo mejor será matar al potrillo y así se lo dice a la yegua, pero ésta parpadea y mira burlona a su amo.

Todo el grupo está a favor de deshacerse del potrillo y así se lo dicen a Trofim que a veces parece que va a matarlo pero siempre las cosas le salen mal. Por ejemplo, una mañana se encamina a donde se encuentran los animales con la intención de deshacerse del caballito de juguete que presumía una linda cola,  pero no puede. Cuando un compañero le pregunta qué pasó,  responde: Se debe haber estropeado el percutor…. No pica el pistón. El compañero le insta que lo deja revisar el arma y luego concluye: Pero si aquí no hay cartucho. Entonces, concluye ¡Al diablo con él! Que viva con su madre…  Temporalmente, afirma y concluye que el potrillo debe mamar, que el comandante también mamó y lo mismo hicieron Trofim y su compañero. Ya después, cuando pase la guerra, lo utilizarán para arar.

En otra ocasión, cuando Trofim quiere cabalgar de prisa para unirse a sus compañeros, la yegua resiste toda la presión y no se mueve hasta que el potrillo los alcanza. Furioso, Trofim dispara, pero no alcanza su blanco porque la puntería le falla y no logra matar al potrillo, por lo que éste sólo se aleja un poco más del grupo.

La presencia del caballito de juguete, como algunos lo llaman, no permite que los hombres se concentren,  por lo que el jefe del escuadrón insiste en que Trofim debe acabar con el potrillo. Arguye: Siembra el pánico en el combate. Lo miro y me tiembla la mano…no puedo dar sablazos. Y todo es por su pinta casera, en la guerra eso no debe ser…

Cuando el escuadrón llega frente al viejo monasterio, ahí aparece el majestuoso río Don  que ”apretado contra la montaña, se precipita con loco ímpetu. En el recodo, el agua se riza en remolinos y las olas verdes de grandes crestas empujan a golpes las moles de yeso arrojadas junto al agua por el derrumbe primaveral”. El escuadrón se ve obligado a cruzar ahí porque los cosacos han ocupado las zonas donde las aguas son más mansas. Desesperado, Trofim busca entre caballos y hombres que nadan desesperadamente en las aguas turbulentas la cabeza de su yegua y, al fin, la encuentra muy atrás del grupo que nadaba cerca del jefe de sección Nechepurenko y, mirando con cuidado, encontró también al potrillo que nadaba con sus escasas fuerzas. Luego, el viento lleva hasta él un “relincho de llamada”: ¡ii-i-ho-ho-ho”.

En ese momento, Trofim sintió como “una cuchillada en el corazón” y recordó todo lo que había vivido en esos cinco años de lucha, lejos de su hogar y de sus hijos. También observó cómo la yegua nadaba furiosamente hacia el remolino en busca de su potrillo que cada vez se alejaba más del grupo. El animalito relinchaba con sus escasas fuerzas y la yegua trataba de darle alcance. De pronto, ni los soldados ni los cosacos dispararon: todos contemplaban al potrillo que nadaba desesperadamente. Trofim entonces toma una arriesgada decisión: nadar para salvar al potrillo. Logra detenerlo con su brazo y lo sostiene mientras nada hacia la orilla.

Con escasas fuerzas, Trofim  lo lleva hasta el suelo firme, lo deposita ahí y se acuesta para reponer sus fuerzas. La yegua está cerca de él y se pone a lamer al potrillo. Entonces, Trofim se endereza para  caminar y se oye un disparo. Trofim cae a dos pasos del animalillo  y muere con los labios amoratados  pensando en que en cinco años no había besado a sus hijos y ahora sus labios sonreían y espumeaban sangre.  

Escrito en 1926. Sholójov narra la guerra en que ocurre la historia y en la que los cosacos son los malos, pero en realidad la intención principal del autor es hablar sobre el amor materno y su devoción hacia el hijo. La yegua nada para estar cerca del potrillo aunque la corriente los arrastre a los dos y mueran; por su parte, Trofim recuerda en ese preciso instante a su mujer y sus hijos que no había visto en cinco años y su corazón ya no siente el impulso de matar al potrillo sino permitir que su querida yegua rucia viva al lado de su potrillo.






GUAU ¡Qué feos son los alacranes? Y pensar que alguien se los come.

EL ALACRANARIO DE DURANGO



El actual Museo de la Ciudad de Durango, que antes fue la Presidencia Municipal, se aloja en un bello edificio conocido como el Palacio Escárzaga, en la esquina de la calle Victoria y la avenida 20 de Noviembre, en pleno centro de la ciudad. En el segundo piso se encuentra el alacranario, que no tengo intención de visitar, pero que atrae a muchos turistas que prefieren entrar a este lugar que admirar en las otras salas las fotografías y los cuadros que narran la fundación de esta ciudad.

En el estado de Durango siempre ha habido muchos alacranes y mucha gente, niños, hombres y mujeres, morían por un piquete de alacrán. Cuando a principios del siglo veinte los doctores Carlos León de la Peña e Isauro Venzor descubrieron un suero antialacrán que empezó a utilizarse en el Hospital Civil con lo que se redujo el número de fallecidos. Todavía recientemente en un noticiario informaron que un helicóptero traía a una niña de un pueblo que había sido picada por un alacrán y que se encontraba muy grave. No dijeron nada más, así que supongo que se salvó.

El corrido de Durango empieza con los siguientes versos: “Yo soy de la tierra de los alacranes, yo soy de Durango palabra de honor…” y hay mucha gente que dice no tenerles miedo. Por ejemplo, hace unos años una guía de turistas organizaba en ese tiempo unas caminatas por el Cerro de los Remedios (antes de que hubiera tantas casas) para admirar a los alacranes que al anochecer descendían por los muros iluminándolos con una linterna para captar una magnífica vista del animal. Por supuesto, si llovía los alacranes permanecían en su guarida.

Existe una leyenda, que posiblemente fue verdad, respecto de una celda de la antigua penitenciaría del  estado (ya desaparecida) donde existía la “celda de la muerte”. Se llamaba así porque el preso que era encerrado en ese lugar a la mañana siguiente amanecía muerto. Un día encerraron a Juan quien solicitó  que se le entregaran velas y cerillos suficientes. Además, llevaba su sombrero. A medianoche oyó un ruidito especial y pudo darse cuenta de que por el muro descendía  un enorme alacrán. Esperó que llegara hasta el suelo y lo atrapó con el sombrero. Al día siguiente, el guardia no podía creer que estuviera vivo. El alacrán medía 30 centímetros, según dicen, y fue enviado al Museo de Historia Natural de la Ciudad de México. Yo lo vi ahí y no me pareció tan grande, aunque sí muy imponente.

El alacrán de Durango, perteneciente a la rama Centruroides suffusus, es el segundo alacrán más venenoso de México después del Centruroides noxius de la familia Bathidae. Quizá éste sea el que habita en los estados de Guerrero y Nayarit aunque el  más famoso es el de nuestro estado.

En la actualidad y casi imitando a los chinos, digo yo, se pueden degustar tacos de alacrán en un restaurante en el Paseo Constitución. En otro sitio, suelen llevar el plato con la carne asada adornada en la parte superior por un alacrán. Quienes se han atrevido a comerlos dicen que no saben a nada especial y, ya fritos, adquieren otro sabor.

En el programa de televisión Master Chef Junior un día los chicos tuvieron que cocinar alacranes, chapulines y gusanos de maguey. Lo hicieron y pasaron la prueba, pero creo que sólo el niño procedente del estado de Guerrero había comido tacos de chapulín. Antes de la llegada de los españoles los indígenas solían comer este tipo de insectos, que eran muy apreciados, y en algunos restaurantes de la Ciudad de México y de Oaxaca pueden ordenarse estos platillos. Hace años, cuando el  famoso restaurante Loredo en la Ciudad de México tenía escamoles lo anunciaba en los periódicos para que los comensales que gustaban de este platillo pudieran ir a degustarlos.   


Escamoles = náhuatl azcatl, hormiga, y molli, guiso. Larvas de la hormiga Limetopun apiculatum. Se lavan muy bien para quitar cualquier hormiga que pudiera haberse quedado, se fríen y se preparan al gusto. 

domingo, 2 de abril de 2017

Siempre es una aventura leer a Umberto Eco y aprender cosas nuevas

UMBERTO ECO Y SU PERIÓDICO NÚMERO CERO


Ignoro si se trata de la última novela del formidable escritor italiano porque en el volumen no se indica nada al respecto. Lo que sí puedo afirmar es que se trata de una novela totalmente diferente de las anteriores, mucho más breve, eso sí, pero igualmente llena de referencias a otros autores, por ejemplo, a Herman Melville, a Edgar Allan Poe, a Conan Doyle y a su personaje Sherlock Holmes, a Robert Musil y su larguísimo libro El hombre sin atributos, entre muchos otros que sería largo enumerar, pero que nos da idea de que Eco no sólo conocía la literatura italiana de siglos pasados sino la de otros países.

Narrada en primera persona por un escritor que ha tenido múltiples ocupaciones  en su vida, que se considera un perdedor, y que llega a Milán, donde acontece la narración porque ha sido invitado a formar parte del grupo de escritores que publicarán un periódico, afirma en forma contundente, como lo haría el mismo Eco, que  Los perdedores, como los autodidactas, tienen siempre conocimientos más vastos que los ganadores. Si quienes ganar tienes que saber una cosa sola y no perder tiempo en sabértelas todas; el placer de la erudición está reservado a los perdedores. Cuanto más sabe uno, es que peor le han ido las cosas.  

El narrador, llamado Colonna, asiste a la entrevista pactada con Simei, quien  tiene la encomienda de escribir un periódico bautizado como Domani, que nunca saldrá de las prensas. Para tal fin, Simei ha reunido a seis redactores, cuatro hombres y dos mujeres, que cumplirán con su tarea preparando las páginas del diario con las noticias del día anterior o de un año antes. ¿Por qué? Porque, según Simei, los lectores del diario, gente bien intencionada, serán como “como los espectadores de [las] cadenas de televisión [que] tienen una edad media (digo edad mental) de doce años”.

El miércoles 8 de abril los periodistas se reúnen y la propuesta de Simei es escribir “el periódico del 18 de febrero de este año”. Les indica el tema, les da las instrucciones y todos ponen manos a la obra. Corresponde a Colonna ilustrar a sus compañeros de trabajo respecto de la forma de proceder a la redacción:

Sencillísimo –dije-. Fíjense en los grandes periódicos anglosajones. Si hablan, qué sé yo, de un incendio o de un accidente de coche no pueden decir, evidentemente, qué piensan ellos. Y entonces introducen en la noticia, entre comillas, las declaraciones de un testigo, un hombre de la calle, un representante de la opinión pública. Una vez colocadas las comillas, esas afirmaciones se convierten en hechos, es decir, es un hecho que fulano ha expresado esa opinión.

En opinión de Simei, “No son las noticias las que hacen el periódico sino el periódico el que hace las noticias”. Entonces procede a decir a cada uno de los redactores qué sección deben escribir. A Maia, que después tendrá un breve romance con Colonna, le corresponden los obituarios y los horóscopos que, por supuesto, copiará de periódicos o revistas antiguos y dándoles un toque de actualidad, así aparecerán en el periódico.

Bragadoccio, otro de los reporteros a quien no le gusta su nombre porque en inglés significa fanfarrón, bravucón o jactancioso, también se vuelve muy amigo de Colonna y de las conversaciones entre estos dos personajes saldrá la parte más interesante de la novela.

Bragadoccio narra a Colonna una historia llena de aventuras y de misterio que no es posible comprobar, porque sugiere que, al término de la segunda guerra mundial y antes de que los ejércitos aliados entraran en Italia, el verdadero Mussolini desapareció y fue sustituido por un doble que era prácticamente igual al Duce. Es a éste a quien fusilan y el verdadero Mussolini busca distintos refugios, incluso llega a pedir asilo al Vaticano cuya actitud, que según la novela, había sido poco clara durante la guerra porque  nunca se declaró partidario de los aliados. Pero también introduce la idea de que si se fusiló al verdadero Duce, entonces en el momento de enterrarlo utilizan a un doble, y entierran a Mussolini en un lugar seguro para que su cuerpo no sea profanado.

Esta historia recuerda lo ocurrido con Eva Perón en la novela Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, quien narra que, a su muerte, se fabricaron dos muñecas iguales que fueron guardadas en distintos lugares mientras el verdadero cuerpo de Evita fue enviado a Italia bajo un nombre supuesto. Muchos años después, fue devuelto a Argentina. Se tomaron estas precauciones porque como Evita era venerada por los descamisados, se temía que su cuerpo fuera profanado o, incluso, que le cortaran dedos o manos como reliquia.

Hacia el final de la novela vemos que el periódico nunca ve a luz y que Simei tiene que huir. A los reporteros se les entrega una compensación de dos meses de sueldo y Colonna y Maia huyen a refugiarse en la isla de San Giulio donde estarán a salvo.

En mi opinión, los capítulos más interesantes son los que tienen que ver con Mussolini. Sin embargo, como nunca he leído su historia no podría decir si son verdad o mentira. Lo que sí revelan es el talento de Eco para urdir esa trama que desemboca en un final inesperado para el lector cuando se entera de que el periódico nunca aparecerá.


A lo largo de la novela, Eco expresa sus puntos de vista sobre el periodismo y sus lectores salpicados, aquí y allá, con comentarios sobre la semiótica, la disciplina a la que Eco dedicó tantos años de su vida. Es una novela divertida, pero increíble; sin embargo, es útil para alertar al lector sobre la credibilidad de las noticias publicadas en periódicos y revistas. 

Cuentos de la asociación mexicana Tirant lo Blanc

TIRANT LO BLANC


La Asociación de Escritores Tirant lo Blanc, que se reúne en la Ciudad de México en el Orfeo Catalá de México, en la calle de Marsella, en la Colonia Roma, publica de tiempo en tiempo unos pequeños libros en los que participan todos los miembros y que deben, en ese momento, escribir sobre un tema común. En este caso se llama Tiempo y salió recientemente de las prensas. Me llegó a las manos porque mi amiga nacida en Durango, la poeta  Emma Rueda, me ha hecho el favor de enviármelo.

Hay varios que nos presentan una visión muy personal del tiempo, incluso el de Emma que se relaciona con una famosa joyería, La Esmeralda, que data de los tiempos de Porfirio Díaz. Sin embargo, deseo compartir con ustedes tres relatos de Blanca Mart, agrupados bajo el título La máquina del tiempo del científico loco.

YO.
La hippie aprovechó un descuido del científico loco y entró en la máquina del tiempo. Pulsó algún botón que no debía tocar y salió a una inmensa estepa.
A lo lejos, pequeños caballos, fuertes y veloces, se acercaban; los jinetes de extrañas vestiduras se inclinaban sobre los cuellos tensos. Pronto llegaron al lugar donde la joven les contemplaba fascinada.

Al llegar frente a ella el jefe levantó la mano y los jinetes detuvieron las monturas en seco.
La hippie levantó los dedos en su saludo tradicional.
_Amor y paz –dijo-, mientras las flores de sus cabellos brillaban en la tarde esteparia.
_Lo de la paz no te lo puedo prometer. Empecemos por lo del amor, contestó el jefe de la horda.
E inclinándose, con rápido gesto, la subió a su caballo.
Rápidos como el viento, Atila y sus jinetes se perdieron en el horizonte. Pero esta vez, allá donde pasaron, crecieron flores.

II.
La hippie aprovechó un descuido del científico loco y entró en la máquina del tiempo. Pulsó algún botón que no debía y salió a un jardín; sobre una mesa había una preciosa manzana roja y jugado la puso en su cabeza en el centro de la guirnalda de flores.
Un dulce viejecito la contemplaba en silencio.
-¿Cómo te llamas? _ preguntó.
María –dijo ella-. ¿Y usted?
El dulce anciano tomó una escopeta abierta que descansaba sobre sus piernas.
-Burroughs, querida; William, para servirte
Y apuntó a la manzana.

III.
El sabio aprovechó un descuido del científico loco y entró en la máquina del tiempo. Quería conocer a Arquímedes y decir Eureka. Como era sabio, pulsó el botón que debía y apareció en una amplia casa en Siracusa.
Allí estaba el matemático en pleno baño, pensando mientras se bañaba, calibrando, calculando. De pronto, gritó ¡Eureka! Y salió corriendo. Albert estudió precipitadamente sus papeles y pleno de ciencia pulsó el duplicador que se había traído de su tiempo. De nuevo, acertó y regresó al siglo veinte.

Pero no sabía en qué fecha ni en qué lugar estaba. ¿Qué era aquello? ¿Unos estudios de cine? Una puerta se abrió y una hermosísima mujer apareció frente a él canturreando una seductora canción, moviendo levente su larga y rizada cabellera. Completaba su vestido negro de noche con unos largos guantes.

Le miró con curiosidad.
-¿Quién eres?
-Me llamo Einstein.
 Ella se acercó mucho y le sonrió.
 Yo. Gilda, en el filme, ya sabes…
 El susurró: Eureka. Pulsó el botón casi sin darse cuenta y apareció en su propio laboratorio.
 -Eureka, repitió, el cabello electrocutado, de punta.
 ¡Menudo viaje en el tiempo!
Por desdicha, al gran sabio se le olvidaron las matemáticas.
Son cosas que ocurren si uno entra en una máquina del tiempo.
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P.S. La mujer del vestido negro y  cabello rizado es Rita Hayworth, en el filme Gilda, que la hizo famosa.

William Burroughs (1914-1962)

Destacado novelista de la generación beat. Cuando vivió en la Ciudad de México, en un apartamento de la calle Monterrey número 122, en la Col. Roma, quiso probar su puntería y apuntó a la manzana que había colocado en la cabeza de su esposa. Falló y la mató.

Arquímedes (¿287-212?)

Prinicipio de Arquímedes: todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje hacia arriba igual al peso del fluido desalojado.  


Recuerdo de la última vez que vi a Irene Arias con vida

EN RECUERDO DE IRENE ARIAS


La última tarde que la vi con vida estaba muy bien, le habían puesto un pijama de bonitos colores, se había maquillado y estaba más lúcida que otras veces. Como siempre, conversamos sobre lo que a ella le interesaba, es decir, lo que ocurría en la ciudad en cuanto a los eventos culturales. Le mostré un libro con ilustraciones de Gauguin que disfrutó mucho y tomamos café con galletas. Al despedirme, cuando ya estaba yo en la puerta, me gritó: ¡María Rosa! Me detuve, volteé a verla y me dijo con una voz contundente: “Te quiero mucho”. Le respondí, “Y yo a ti”. Quizá presentía que no volveríamos a vernos.

Nació en Mazatlán en 1936 y, en su infancia, vivió unos cuantos años en esta ciudad. Asistió al colegio Sor Juana Inés de la Cruz, donde yo también era alumna, pero estábamos en distinto grado. Luego, la familia regresó a Mazatlán y, de ahí, se mudaron a la Ciudad de México. Allí Irene estudió pintura en La Esmeralda y llegó a ser una alta ejecutiva de American Express. Nunca la vi allá y nuestra amistad surgió cuando tanto ella como yo regresamos a Durango. Ella, en 1992 y yo en 1995 cuando una mañana que fui al Hotel Casablanca la encontré tomando café. A partir de entonces, nos reunimos casi diariamente de 12:00 a 13:00 y, al final de su vida, cuando todavía se atrevía a salir, de cinco a seis de la tarde. Después, la visité semanalmente en su casa, aunque luego espacié un poco mis visitas.

Recuerdo ahora tres ocasiones en que nos pusimos de acuerdo para viajar a la Ciudad de México. Ella se hospedaba en casa de su hermana Leticia y yo en el departamento de una amiga en la Colonia Nápoles. Dedicábamos toda la mañana a recorrer con calma uno o dos museos en el centro de la ciudad. Luego, comíamos juntas y, a las 5:00 p.m., ella tomaba un taxi para regresar a Ciudad Satélite.

 En una ocasión compartimos el desayuno con  la poeta Thelma Nava, que fue esposa de Efraín Huerta, su hija Raquel y otras mujeres dedicadas a la literatura. Dos ellas, cuyos nombres se me escapan ahora, colaboraban en la revista FEM, que meses después desapareció. La recuerdo especialmente porque en esa revista me publicaron mi primer cuento: “El miedo”.

Una mañana pasamos largo rato en el Museo Rufino Tamayo cuando se montó una exposición sobre Jorge Luis Borges. No había casi fotografías sino borradores de múltiples textos cuando todavía podía ver y escritos con una letrita minúscula casi imposible de descifrar. También admiramos las togas que usó en las distintas ocasiones en que varias universidades le confirieron el grado de Doctor Honoris Causa.

En otra ocasión, esta vez en Bellas Artes, admiramos una exposición retrospectiva de la obra de Diego Rivera. Luego, para reponer energías y continuar la visita con más ánimo, bajamos  tomar un café en la cafetería del Palacio de Bellas Artes. En esos momentos pasaba por ahí Enrique Diemecke, en ese entonces, director de la Orquesta Sinfónica de Bellas Artes y se detuvo a saludarnos.

En una ocasión al salir del Museo de Arte Moderno, me dijo Irene: ¿Por qué no comemos en el Hotel Niko? Le contesté: no traigo dinero suficiente. Repuso: no importa, yo pago la cuenta y tú pones la propina. Así lo hicimos, disfrutamos de un platillo exótico (Irene tenía que seguir una dieta muy estricta) y, al salir, casi a las 5 de la tarde, nos despedimos.

Planeamos después realizar un viaje a Europa para visitar especialmente Viena, Praga y Budapest, ciudades que no conocíamos, pero por distintas razones fuimos posponiendo la fecha y luego ella enfermó como consecuencia de una fractura de cadera que la recluyó en su casa y fue minando su ya delicada salud. Por mi parte, empecé con problemas de circulación en las pantorrillas y ya no era recomendable pasar tantas horas en el avión. Sin embargo, me queda el recuerdo de las horas pasadas planeando qué visitaríamos y qué nos interesaba en particular.

Irene amaba la pintura abstracta aunque de vez en cuando practicaba la pintura figurativa. Tuvo tres grandes exposiciones en la ciudad de Durango, expuso en Nueva York, en la Ciudad de México y en otros lugares. También pintó algunos retratos y un bodegón. Insistía en que había pintado un mural para el restaurante del Hotel Casablanca, pero nunca lo vi. 


Tras una larga enfermedad que le impidió incluso pintar, Irene partió el 9 de marzo de este año para reunirse con su amada hermana Olga. Descanse en paz.


Comentarios al libro de Sandra Fryd sobre los últimos años de Nellie

NELLIE CAMPOBELLO Y SU INFORTUNADO FINAL


Tal es la historia que presenta el libro La danza de la muerte, de la escritora regiomontana Sandra Frid, dividido en dos partes. La primera, compuesta por 31 capítulos narra la desventura de Nellie en los últimos años de su vida. La segunda presenta los pormenores legales para encontrar a la escritora nacida en Villa Ocampo (cuando ella vino al mundo ese lugar se llamaba Las Bocas del Río Florido) y finalmente el hallazgo de su tumba en el estado de Hidalgo.

Hacia el final de su vida Nellie vivía sola (su hermana Gloria ya había fallecido) en una amplia casa en la Colonia Tabacalera en las proximidades del Monumento a la Revolución, en la Ciudad de México.  La acompañaba una empleada doméstica. Un día tocó a su puerta su sobrina María Cristina Belmont, quien que le pidió asilo porque había tenido problemas en su vida y estaba mal. Nellie aceptó y la sobrina empezó a tomar posesión de la casa y de la vida de Nellie. Poco después, se le unió su marido, Claudio Fuentes Figueroa, quien seguramente fue el que urdió el plan para despojar a Nellie de todas sus pertenencias. 

Ya instalados en la casa de Nellie,  fueron apoderándose de todas las cosas valiosas que poseía, monedas, relojes, joyas y, además, los telones que le había pintado José Clemente Orozco  para su ballet La Coronela. No sólo eso, sino que fueron debilitándola al no darle alimentos adecuados y sedándola hasta convertirla en una sombra. Cuando alguien llamaba por teléfono o tocaba a la puerta para indagar sobre la escritora y bailarina, siempre contestaban que estaba dormida. Por supuesto, habían despedido a la empleada doméstica.

A medida que Sandra Frid va narrando la biografía de Nellie intercala también trozos de su libro Cartucho o de Las manos de mamá o de algunos de los poemas que le dedicó a su hermana Gloria, lo que vuelve la narración más interesante para el lector. Por ejemplo, este texto donde recuerda a su padre:

Entre aquellos hombres combatió Jesús Felipe Moya, el que encabezó a unos revolucionarios que portaban camisetas coloradas, por casualidad o por gusto, pero que se distinguieron al grado de que todo el pueblo señalaba a los camisetas coloradas, que casi formaban un escuadrón, Jesús Felipe Moya, enemigo acérrimo de Pascual Orozco, simpatizador y amigo del jefe de la Revolución mexicana, señor Madero, nacido en las rancherías de Durango…

Hubo un momento en que Nellie pudo haber sido rescatada. En 1985 el Lic. Emilio Gálvez, antiguo amigo de Nellie, inició un proceso para enjuiciar a los secuestradores. Sin embargo, por extraño que parezca, como lo escribe Sandra Fryd en su libro, “la subprocuradora A de Procedimientos Penales de la Procuradoría  General de la Républica, Margarita Guerra,  declaró que “con mucho dolor había dejado en libertad a Claudio Fuentes y a su señora por falta de elementos”.  Esa decisión dejó indefensa a Nellie que quedó bajo el control absoluto de sus captores. A partir de ese momento, no se supo nada más de ella  hasta que, a finales de 1998, el Licenciado Emilio Gálvez recibió una llamada desde Progreso de Obregón, en el estado de Hidalgo, informándole que habían encontrado un acta de defunción a nombre de Francisca Moya Luna, nombre con el que Nellie había sido bautizada y que muchos años después cambió por el de Nellie Campobello ya que su madre, al quedar viuda, contrajo matrimonio con un señor apellidado Campbell. Fue así cómo se localizó una humilde tumba en el cementerio de ese pueblo.

Nellie Campobello (Villa Ocampo, Dgo., 1900- Progreso de Obregón 1986)  es la única mujer escritora considerada dentro de lo que se ha llamado la Literatura de la Revolución por su libro Cartucho.  Ha sido revalorada ya que al principio algunos críticos consideraron que se trataba de un libro para niños. Hoy, es muy apreciada por las estudiosas de la literatura escrita por mujeres, la fragmentación del texto; es decir, la novela está compuesta por numerosas historias que aparentemente  no tienen secuencia entre sí, pero que, en realidad, todas están unidas por el movimiento revolucionario y, en este caso, también por la figura de Pancho Villa, a quien Nellie admiraba muchísimo. Escribió también un hermoso libro dedicado a su madre titulado Las manos de mamá, además de un poemario llamado ¡Yo!

Cuando Nellie vino a este mundo Villa Ocampo no se llamaba así, sino Las bocas del Río Florido. Fue después de la Revolución que se cambió su nombre. Según tengo entendido el poderoso río era el Conchos, que en el verano engrosaba su caudal con las lluvias. Nellie le dedicó el poema del cual copio unos versos  a continuación y que lleva por título “Río Florido”.

Majestuoso en tu silencio
Sigues dándonos el trigo,
Los duraznos,
El maíz, la tierra que nos retiene
En mitad de Villa Ocampo.
                     
Río Florido, padre mío,
Del estanque de los Luna
-aquellos señores Luna
De los cabellos de plata…


Recuerdos de una semana santa en ese bello lugar

HUAYACOCOTLA, VERACRUZ


Ahora que la Semana Santa está próxima, mis pensamientos retroceden muchos años y se trasladan precisamente a este pueblito que, cuando lo visité, era realmente un pueblo, pero hoy, con las comunicaciones y demás, quizá haya crecido mucho. Eso me ocurrió cuando fui por primera vez a Cuetzalan, en Puebla, una maravilla de pueblito en mi primera visita; en la segunda, todo había cambiado. ¡Había hasta una discoteca! Se hizo famoso a raíz de una telenovela que TELEVISA filmó en ese lugar y había perdido su encanto de lugar apartado, misterioso, de difícil acceso, cubierto por la neblina y silencioso porque la gente se recluía en su casa temprano.

Pero, regreso a Huayacocotla. Aquella Semana Santa yo todavía pertenecía al Club de Montañismo Citlaltépetl y fuimos de excursión a ese lugar. No tenía problemas con las piernas y gozaba de buena salud.  Como en todas las excursiones, había siempre una de alta dificultad para los expertos que contaban incluso con las botas para alta montaña  y otra de mediana dificultad para quienes no nos sentíamos tan capaces de resistir caminatas tan largas. Además, mis botas eran de media montaña.  Salimos de la Ciudad de México el miércoles por la mañana, antes de las 7:a.m. y no recuerdo a qué hora llegamos. Me acompañaba una amiga más joven que yo y con más energía, pero no me dejaba sola.

Una vez que comimos, iniciamos el descenso a una profunda barranca plena de hermosa vegetación. En general, creo que nadie tuvo problema con el descenso. El ascenso fue diferente. Empezamos a subir cuando el sol amenazaba con ocultarse y estábamos muy abajo. Todos llevábamos linterna y silbato (era reglamentario) para pedir auxilio en caso necesario.

Me uní al primer grupo que ascendía, pero eran jóvenes y con mucha energía;  pronto me dejaron atrás, lo que estaba prohibido por el reglamento del club que exigía que siempre debía verse la espalda del compañero que subía y que el que ascendía detrás de uno debería tener a la vista al compañero que iba adelante. No ocurrió así; pronto se adelantaron y dejé de verlos, pero continué ascendiendo sin miedo. Súbitamente, cayó la noche,  todo se obscureció y la naturaleza se tornó misteriosa. Seguí confiando en que iba por el camino correcto,  sin pensar en serpientes y otros animales nocturnos convencida de que no pasaría la noche perdida en la barranca. De pronto, hubo una bifurcación en el sendero y no sabía  si ir a la izquierda o a la derecha. Estaba tranquila porque sabía que había compañeros que venían más abajo y que pronto me alcanzarían. Sin embargo, los que ya habían completado el ascenso se preocuparon de que no venía tras ellos y  regresaron para encontrarme. Así, no quedé librada a mi suerte.  Tuvimos otros paseos muy agradables, pero lo que recuerdo con tristeza son los chillidos de los cerdos que iban a morir para preparar carnitas para el domingo.

Los organizadores de las excursiones siempre tenían en cuenta que había gente a quien le gustaba acampar en tanto que otros preferían dormir bajo techo y en una cama. Así fue esta vez. Nosotras escogimos una habitación en la casa de huéspedes que nos brindaba más comodidades aunque no tenía regadera. Optamos por bañarnos en el patio usando el traje de baño y con el auxilio de una manguera. Todas estas pequeñas complicaciones no nos molestaban porque eran parte integral de la aventura y de estar lejos de la Ciudad de México.

El pueblo de Huayacocotla está ubicado en la sierra norte de Veracruz, en la Huasteca Baja. Se localiza a 2,140 metros sobre el nivel del mar.  El nombre se compone de la palabra Hueye, que significa grande, y Ocotl, un árbol cuya resina arde con facilidad. Aquí, en Durango, durante muchos años se utilizó el ocote para encender fogatas o chimeneas y ahora recuerdo que en la novela Fuego en la cumbre, del escritor durangueño Ladislao López Negrete, el pueblo donde ocurre la historia se llama Ocotal.

Debido a la cercanía, los antiguos habitantes estaban emparentados con los mayas y de ellos adoptaron ciertos hábitos. La construcción del templo de Huayacocotla,  que no tuvimos oportunidad de visitar, y cuya arquitectura está considerada como única en la zona, fue iniciada por el monje agustino Fray Alonso de Borja.

Participé en muchas excursiones organizadas por el Club Citlaltépetl mientras no tuve complicaciones con las piernas o los pies porque cada persona debe ser absolutamente responsable de sí misma. En Huayacocotla, los excursionistas que optaron por la de mayor dificultad enfrentaron varios problemas porque  una de las participantes (extranjera y que presumía de su excelente condición física) se accidentó y tuvieron que cargarla entre todos para subir la barranca. Llegaron a la medianoche cuando ya íbamos a pedirle a la policía que nos auxiliara para encontrarlos.

La Semana Santa en Durango ha sido muy diferente para mí y recuerdo con alegría aquellas maravillosas excursiones en las que participé con entusiasmo y todavía siento un poco la emoción como si fuera a levantarme antes de las 6:00 a.m. para estar en el sitio acordado antes de las 7:00 a.m.