martes, 10 de diciembre de 2013

Relato navideño

NAVIDAD EN EL CAMPO

Hace dos años pasé el mes de diciembre en un pequeño rancho en Ben Franklin, al noreste de Dallas, Texas, propiedad de una amiga mía y de su esposo. Lynne trabajó en esta ciudad hace cincuenta años cuando apenas se iniciaba el Colegio Americano. Y entonces comenzó también nuestra amistad.  Sonriendo, recuerda que durante el invierno salían de los salones para disfrutar del calor del sol.  Ahora, en cambio, a pesar de estar lejos de la ciudad, disfrutan de todas las comodidades, incluyendo, por supuesto, la calefacción central.

Hacía mucho tiempo que no entraba en contacto con la naturaleza y estos días en el campo me brindaron la oportunidad de reflexionar sobre la madre naturaleza. Lo primero que noté fue el silencio. No tienen televisión; un aparato de radio nos informaba por las mañanas de los sucesos locales y, sobre todo, del pronóstico del tiempo.  Ben Franklin es una comunidad aislada; antes no era posible encontrarla en los mapas; para situarla era necesario decir: “se encuentra entre Paris y Commerce”. Hoy, especialmente con los GPS, rápidamente se localiza el sitio y la forma de llegar hasta allá.

El silencio, pues,  domina el ambiente. Una carretera divide a este rancho (sin nombre) del de sus vecinos y permite la circulación de vehículos hacia el norte y hacia el sur. Apenas se ven por ahí unos cuatro o cinco durante el día. Poco antes de las seis de la tarde, cae la noche y el silencio se torna más profundo. Entonces, el momento es propicio para reflexionar sobre la vida, el movimiento, la naturaleza, la amistad, el espíritu. Hace unos veinte años (la primera vez que fui) todavía se podía admirar el cielo estrellado. La oscuridad era profunda y nada turbaba la paz que, con el frío, se tornaba  más intensa. Hoy, las luces de las ciudades vecinas manchan el firmamento y apenas si se distingue una estrella.

Si bien el cambio de color del follaje no es tan marcado como, por ejemplo, en los estados de Massachusetts y Rhode Island, donde la explosión del rojo y del amarillo deslumbra incluso a quienes lo viven año tras año,  en este rincón de Texas sí pueden observarse algunas transformaciones: hay árboles que conservan su verdor, aunque un poco más pálido. Otros mezclan el amarillo con el rojo y algunos destellos de verde. Otros más se quedan desnudos.

Sorprendente resultó para mí la posibilidad de observar a los pájaros desde la puerta de cristales de mi cuarto. Afuera, donde se derramaba un poco de maíz para alimentarlos, los pájaros azules, rojos, café con rojo, cafés y negros (esos black birds of Texas, como los llamó Borges en un poema) convivían mientras se alimentaban vorazmente.  Se veían gordos; en realidad, su  plumaje esponjado los protegía  del frío.  Al principio, el simple hecho de correr la cortina propiciaba que, espantados, levantaran el vuelo. Días después, se acostumbraron a este leve ruido y ya no huían despavoridos. Cuando el meteorológico anunciaba un descenso en la temperatura,  los pájaros picoteaban con mayor frenesí, como aumentando su energía  para soportar incluso la nieve. Por su parte, los colibríes bailaban alrededor de los bebederos colocados en sitios más protegidos del viento y del frío.  

Las traviesas ardillas gozaban subiendo y bajando de los árboles y buscando nueces entre las hojas caídas. Luego, brincaban de un lado a otro y teníamos la impresión de que montaban un espectáculo para nuestra diversión. En dos ocasiones, al circular en la noche por la carretera desierta, nos sorprendieron los venados que corrían siguiendo la carretera.  Nos miraron con sus grandes ojos asustados y desaparecieron en un santiamén.
   
Me tocó escuchar de labios de los propietarios de los ranchos historias de los cerdos salvajes, mucho más grandes que los comunes y armados de dos temibles colmillos con los que se defienden y atacan si, al disparar, el tiro no logró herir al animal en un lugar vulnerable. Grande fue mi sorpresa que en todos los ranchos por donde pasamos había burros que convivían con los caballos. No sé quién afirmó  que son muy buenos para conservar la armonía y la calidad del pasto, de manera que ahora están ahí, cafés o beige, sin que nadie piense en que son inútiles.

En el desfile de Navidad de la ciudad de Paris, que empezó con toda puntualidad a las 6:00 p.m., tuve la oportunidad de admirar a unos extraordinarios caballos percherones. Dos carretas llenas de felices estudiantes pasaron tiradas por estos animales, color palomino, en tanto que otra, de mayor tamaño, era arrastrada por un formidable percherón color negro, al cual habían acicalado para la gran fiesta. Su pelaje relumbraba con maravillosos reflejos. La carreta hizo un alto precisamente donde yo me encontraba, casi convertida en una estatua de hielo, y tuve que contener el impulso de acariciarlo.  

La Navidad en Ben Franklin fue un agasajo  para la vista. Como  en el norte de nuestro país, sufrieron una fuerte sequía, pero durante mi estancia llovió tres días seguidos. ¡Cómo deseaba yo que esas nubes continuaran su camino hasta acá! No fue así. El campo se ve verde porque los propietarios siembran trigo para alimento del ganado y la tierra no tiene una apariencia resquebrajada. La fiesta de la Navidad,  los alegres villancicos, el despliegue en la decoración de las fachadas, el invierno que enfría el ambiente y transforma la naturaleza, las tardes dedicadas a la lectura o a una vieja película, fueron una grata experiencia.









jueves, 7 de noviembre de 2013

Gorriones madrugadores

VISITAS INESPERADAS

En febrero pasado, a pesar del intenso frío, como a las 8:00 a.m., me despertó un ruido inesperado que provenía de la cocina.  Me dirigí hacia allá y  vi a una pajarita de color rojo con café (pensé que era hembra por su tamaño) que picoteaba con insistencia en el cristal de la ventana. Su compañero  simplemente se había posado en un barrote de la herrería y aguardaba a que ella se cansara de admirarse en los vidrios espejo.  Los observé uno o dos minutos; luego,  levantaron el vuelo. Una hora más tarde la pajarita estaba de regreso picoteando sin fatigarse. Esta visita se repitió muchas  mañanas y parecía que esperaba a que yo llegara a la cocina para levantar el vuelo. Aun si yo me movía sigilosamente, la pajarita era capaz de percibir mi presencia.

Para mi sorpresa, ahora que el otoño nos ha anunciado su llegada con un ligero viento frío y con las hojas secas que empiezan a tapizar los jardines,  acaba de repetirse la visita. Esta semana los dos pajarillos (¿O serían sus descendientes?) vinieron de nuevo a alegrarme la mañana. La pajarita repitió su conducta anterior picoteando con entusiasmo. El pajarillo observaba a su compañera mientras miraba con atención el jardín. Luego, se alejaron volando.  

Consultando la Guía de Aves de Durango, escrita por Walter C. Bishop Guajardo y Betty Grace Howard de Santiesteban, encontré una foto de un pájaro semejante a los  que me visitan. Se trata de un “gorrión común o casero” Agrega que la hembra por lo general es de color “café rayado con partes interiores blancas rayadas de café”.  Su canto  es tenue muy melodioso.  Es posible observar a estas aves con mayor frecuencia durante los meses de primavera en adelante en los llanos, parques y  huertas de Durango, alimentándose de semillas y fruta.

Hace tres años pasé la Navidad en una granja en Ben Franklin, Texas, y tuve la oportunidad de observar a unos pájaros totalmente rojos que llegaban como a las 7:30 de la mañana a mi ventana porque afuera mi amiga les ponía su alimento. Una mañana,  cuando el servicio  meteorológico anunció un  descenso en la temperatura acompañado de fuertes vientos, los pájaros aparecieron con su plumaje esponjado, como si se hubieran puesto su abrigo de invierno, y se alimentaron frenéticamente, quizá preparándose para soportar el frío resguardados en sus nidos en los árboles.

Es posible que antes de que los cazadores depredaran la Sierra Madre Occidental pensando que los venados y los pájaros eran inextinguibles se pudiera observar a los pájaros azules o rojos o a los venados asustados con sus grandes ojos, con mayor facilidad. Hoy, muchos están extintos y debemos contribuir a cambiar la mentalidad de aquellos que creen que los pájaros disecados sirven sólo para adornar sus estudios o estancias.


Las visitas matinales de estos pajarillos me alegran el inicio del día. En lugar de quejarse del frío, como hacemos los seres humanos, parece que ellos lo disfrutaran y quisieran contagiarnos a todos  su alborozo.


Pajaritos felices 

Pajaritos en descanso


Atardecer en Durango

BELLEZAS DEL CIELO OTOÑAL

Durante el mes de octubre de 2013, la naturaleza nos regaló un espectáculo bellísimo que sólo ella puede ofrecer. Como a las 7:30 p.m., el cielo se tornó rosa y ese color se extendió por todas partes, incluso al interior de mi casa. Salí rápidamente y me senté en una banca del jardín para apreciar el espectáculo que duraría unos dos o tres minutos porque el sol se había ocultado ya tras las montañas. Durango es famoso por su cielo azul y sus celajes rosa y lila. Sin embargo, lo que nos obsequió esa tarde, poco antes de que el sol desapareciera, fue algo inusitado, inolvidable.

Este viernes, 18 de octubre, la luna brilla en el firmamento en  toda su redondez y su luminosidad logra que el jardín se convierta en un espacio que se antoja mágico. Pienso que ni Neil Armstrong, el astronauta que posó sus pies en la superficie lunar, pudo admirarla como nosotros esta noche.


 El invierno ya toca a la puerta y el otoño nos dice adiós haciendo que el firmamento nos alegre el corazón. 

martes, 24 de septiembre de 2013

Entrevista a Rosario Bracho, hermana de Andrea

TRAS LAS HUELLLAS DE ANDREA PALMA

Hacia finales de 1996 decidí entrevistar  a mi tía Rosario Bracho Pérez Gavilán,  la menor de los doce hijos (de los cuales sobrevivieron once) que formaban la numerosa familia de Julio Bracho Zuloaga y Luz Pérez Gavilán Guerrero enumerándolos en el orden en que ella los mencionó aquella tarde: Luz, Julio, Jesús, Guadalupe (Andrea Palma), Refugio, Rosa (monja), Toribio (jesuita y misionero), Miguel, Felipe,  José y Rosario.  Julio Bracho Zuloaga era propietario  de la hacienda La Ochoa (de la que hoy sólo se conserva la capilla) en el municipio de Poanas, así como de una fábrica de hilados y tejidos que también producía mantas. En los primeros años del siglo veinte, dicha hacienda pertenecía a “Ignacio, Refugio, Carlos, Julio y María Bracho Zuloaga (hijos de Toribio, quien a su vez la heredó de su padre Rafael Bracho Sáenz de Ontiveros)  quienes formaron la Sociedad Bracho Hermanos para trabajarla”.[1]
 Al iniciarse la revolución, Julio Bracho Zuloaga fue elegido  jefe de la Defensa Social en Durango, lo que lo obligó a emigrar, junto con su familia,  a la Ciudad de México.  Lo que quedó de La Ochoa después del  reparto  de tierras se dividió entre Julio y Jesús (así lo afirmó mi tía Chayo aquella tarde), quienes deben de haber extendido un amplio poder notarial a su hermana  para viajar a Durango, en los años cincuenta del siglo pasado, para ocuparse de “un asunto de tierras”, como ella decía sin añadir detalles. Se hospedaba en casa de mi abuela Josefina y fue así como la conocí. Finalmente, cuando se concluyeron las negociaciones respecto de los terrenos,  dejó de venir a Durango.
Años después mi madre y yo disfrutamos muchísimo  de su compañía en el Distrito Federal. Tenía tres hijos y,  para  ayudar a la economía familiar, se dedicaba a coser hermosas cortinas de brocado  y otras telas suntuosas que después adornaban elegantes  residencias de la Colonia del Valle, de la Cuauhtémoc o de las Lomas de Chapultepec.  Además de ser prima hermana de mi madre,  fue también  una gran amiga.  Los  domingos solían comer juntas y después ir al teatro a disfrutar de una comedia o de una opereta;  por entonces, era común que Enrique Alonso o Manolo Fábregas  montaran obras divertidas y también se ponían en escenas operetas como  La viuda  alegre (de Franz Lehar) ,  donde se lucía Cristina Ortega, o El murciélago (de Johann Strauss), con Ernestina  Garfias. Era una mujer muy bella y distinguida, sin duda más hermosa que su hermana Andrea  e, incluso (según mi opinión),  que Rosa, quien profesó con las Madres de la Cruz y de quien se dice que estuvo enamorado el poeta Antonio Gaxiola Delgadillo (1890-1917), muerto a los 27 años durante la Revolución.  Conocí a mi tía Rosa en Durango cuando fue enviada al convento local. A pesar de los rigores conventuales y de los serios  problemas de  la columna vertebral que por entonces padecía,  conservaba la belleza de la juventud y sus rasgos aristocráticos sonriendo  con los labios y los  ojos luminosos.
 En aquellas comidas nunca  hablábamos de sus famosos  hermanos: Julio (1909-1978), director de cine, Jesús (1910), camarógrafo, y Andrea Palma (1903-1987), actriz. Comentábamos los sucesos y las preocupaciones de la vida cotidiana. Pero aquella tarde cuando la visité en su departamento de las calles de Río Hudson, en la Colonia Cuauhtémoc, mi objetivo era precisamente conversar acerca  de Andrea (1903-1987). A Julio nunca lo conocí; a Jesús, lo vi  en una ocasión y a Andrea la saludé, junto con mi madre, al terminar dos obras de teatro cuando fuimos  a su camerino y ella, con  gran cordialidad,  nos abrazó a las dos.
  Mi tía Chayo estaba muy enferma, casi ciega, de manera que sus recuerdos fluían sin orden alguno en la cronología. A veces, guardaba silencio, seguramente ensimismada en memorias familiares y en sus días de adolescencia cuando la familia, reunida, compartía penas  y alegrías. Se rehusó a que grabara la conversación.  Los datos que me dio no coinciden plenamente con el relato que  Andrea hacía de  sus inicios en el cine. Sin embargo, no hay que extrañarse, porque,  en última instancia, como afirma el escritor argentino Tomás Eloy Martínez en su novela Santa Evita (2008), “cada quien construye el mito del cuerpo como quiere”. [2]  Por una parte,  cuando las personas hablan de su propia vida, omiten datos, agregan otros,  todo ello con el propósito de crear su propia leyenda  o inventar la historia como les gustaría que  hubiera sucedido.  Por la otra,  mi tía Chayo  hacía hincapié en las relaciones familiares, en la reacción de sus parientes frente al  papel que Andrea interpretó en La mujer del puerto (1933). El padre ya había fallecido, la madre consideró que se trataba de “la tragedia de su vida” y los hermanos, más tolerantes, apoyaron la carrera cinematográfica de Andrea. No obstante,  mi tía Rosario  afirmaba que la carrera de su hermana había repercutido sobre  su propia vida limitando su libertad por el estricto control ejercido sobre ella por su madre Luz. Aquí recuerdo que, en el caso de Ramón Novarro y según su biógrafo Andre Soares, en su libro Beyond Paradise. The Life of Ramon Novarro (2002) , su madre  siempre se condolió del éxito alcanzado por Novarro como actor lamentando que no hubiera continuado con sus estudios musicales ya que mientras residieron en Durango ofrecieron conciertos de piano tocando a dúo y lo mismo hicieron en las tertulias familiares en sus primeros años en Los Angeles.  
A su arribo a la capital del país, durante aquellos días difíciles, doña Luz Pérez Gavilán de Bracho,  auxiliada por sus hijas,  contribuía al sostenimiento de la familia elaborando  pasteles y dulces  que entregaban para su venta en la Dulcería Celaya, en las calles de 5 de Mayo, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.  Andrea,  aficionada a la sombrerería y con dotes para la costura, abrió la “Casa  Andrea”, donde confeccionaba elegantes sombreros en los estilos acostumbrados para asistir al hipódromo o al frontón que eran muy demandados  por las señoras de sociedad. Al terminar la jornada,  acompañada de su prima Teresa,  frecuentaba el  teatro de Gómez de la Vega donde una noche sustituyó a una actriz enferma dado que sabía bien el papel. Tal fue el inicio de lo que sería una brillante carrera cinematográfica.  El apellido Palma  le fue sugerido por su gran amigo, el pintor Adolfo Best Maugard (1897-1965) que también incursionó en el cine cuando el director ruso Serguei  Eisenstein filmó en nuestro país.  
 En busca de mejores horizontes,  Andrea  cerró la casa de sombreros  para viajar a Los Ángeles, California,  con el fin de entrevistarse con su primo Ramón Novarro, entrevista frustrada por la celosa madre del actor, según recordaba mi tía Chayo.   Sin amedrentarse por el  frío recibimiento de su tía, consiguió alojamiento con su prima Teresa Bracho y empleo en una fábrica de sombreros a donde la famosa actriz Marlene Dietrich, siempre difícil de complacer,  acudía en busca de nuevos diseños.   Quiso la suerte que fuera  Andrea quien la atendiera  confeccionándole novedosos  sombreros y tocados que la dejaron muy complacida.  Como consecuencia de la admiración que despertó en ella la actriz alemana o como un homenaje sin palabras,  cuando personificó a Rosario, la protagonista de La mujer del puerto,  imitó algunas de  sus poses y ademanes al grado que Luz Alba (seudónimo de Cube Bonifant) afirma: “No se comprende por qué se empeña tanto en imitar a Marlene Dietrich. Andrea Palma no necesita hacerlo”.  
Siguiendo su costumbre, Andrea y Teresa iban al cine o al teatro al finalizar las diarias tareas.   Una noche, al salir del cine, conoció a Arcady Boytler. Días después recibió una llamada telefónica del famoso director invitándola a protagonizar la película antes mencionada, en el rol que escandalizaría a su familia. El responsable de la fotografía  fue Alex Phillips, especialista en close-up. Una vez concluida la filmación,  al ver las pruebas,  Andrea se preguntaba: “¿De dónde me habrá sacado ese  hombre la belleza que no tengo?”, a lo que el fotógrafo respondió: “La calavera, la calavera vale millones”. Presumida, en esa misma entrevista, agregó: “Claro que después salí más bonita en una película con Figueroa, pero él aprendió de Alex”.  [3]
Andrea prefería el teatro al cine, y no es ninguna sorpresa. Heredó esa afición de su familia y quizá también de su corta vida en la hacienda. En esa época, era común que las personas que vivían en un rancho o en un lugar apartado escribieran y representaran sus propias obras de teatro invitando a los vecinos. Así  lo relata Elena Garro en un pasaje de  su novela Los recuerdos del porvenir (1977),  donde la protagonista, Isabel Moncada, y sus hermanos, que viven en Puebla, escribían pequeñas obras de teatro que luego representaban para sus padres armando la escenografía con sábanas, manteles y lo que encontraran en la casa.
En distintas ocasiones, los Bracho, Guerrero, Cincúnegui, Gómez Palacio y otras personas de la sociedad durangueña escenificaban  zarzuelas o comedias con propósitos benéficos. Por ejemplo, el día 22 de febrero de 1896 en el periódico El Estandarte, de la ciudad de Durango,  apareció una reseña  comentando  la puesta en escena de la zarzuela  La fille de Madame Argot, de Lecoq, en el Teatro Coliseo, por integrantes de las  familias mencionadas. Los fondos recaudados se destinarían al Asilo de Huérfanas que los Pérez Gavilán sostenían desde 1890.  Relata que de los palcos superiores arrojaron unos versos  dedicados  a la señorita Concepción Guerrero, que interpretó  “espléndidamente un difícil papel donde lució su afinada voz”, calificando, además, a la señora Leonor P.G. de Samaniego (madre de Ramón Novarro), de “bella y virtuosa”. Los primeros versos de ese poema dicen:
¿Por qué mágica fuerza, irresistible,
Has venido hoy a la teatral escena,
Tú, siempre tan modesta y apacible?
Te trajo tu virtud, porque eres buena.
Andrea llegó al Distrito Federal cuando tenía diez años. Concluida su tarea escolar, siempre encontraba tiempo para escribir obras de teatro que representaba  en su casa para deleite de su padre que la premiaba con generosos aplausos. Seguramente recordaba las piezas que montaba la familia en Durango antes de su partida hacia la capital del país. Su carrera cinematográfica se inició más tarde pues antes se impuso la necesidad económica de salir adelante, lo que  la llevó a la  sombrerería.  No obstante su afición por  escribir argumentos teatrales, creemos que no dejó  ninguna obra escrita o publicada.  A lo largo de su carrera, según recordaba mi tía Chayo,  interpretó papeles de mujer fatal y madre abnegada, pero también encarnó a Sor Juana Inés de la Cruz en 1935 en una película que, en opinión de Andrea, resultó “mediocre”. No obstante, afirmaba: “puse mis cinco sentidos en ella y me veía estupenda de monja”. [4]
En La mujer del puerto,  inspirado en  la novela Le port, de Guy de Maupassant (1850-1893), la actriz dio vida a  Rosario, apelativo de moda en esos años y, en este caso, polémico porque a pesar de su connotación religiosa, Rosario se ve envuelta no sólo en la prostitución sino en una relación incestuosa al enamorarse del marinero Alberto Venegas (Domingo Soler), quien resulta ser su hermano. En el ámbito literario,  Rosario se llamaba la mujer de quien se enamora el general Aguirre en la novela La sombra del caudillo (1929), de Martín Luis Guzmán, y que, en opinión de Axkaná González, uno de los personajes más importantes de la obra, caería en la prostitución una vez que Aguirre la abandonara. Andrea filmó,  además, la película  El Rosario (1943), que la dejó muy satisfecha. Estaba convencida de que su personaje era “precioso, muy sentimental y abnegado”, amén de que cuando se estrenó  en el Palacio Chino, “no se oía ni el vuelo de una mosca, la gente estaba conmovida y se sentía un respeto enorme”.[5]  En otras palabras, en esos días  el sustantivo rosario servía para referirse a un rezo, como nombre propio -ya para una prostituta, ya para una mujer abnegada-, o para hablar de una  cadena de desventuras.    
En la escena más recordada y bien lograda desde el punto de vista cinematográfico de la citada película, se aprecia a Andrea Palma ataviada con un vestido negro de manga larga, con la espalda descubierta y un chal rematado en  flecos que se le resbalaba de los hombros. “El traje era precioso”, decía Andrea, “el escote en la espalda le daba un toque tremendo”. El chal lo tomó prestado de su  madre -¡oh, contradicción!- y concluía: “¡Fíjese qué error! Un personaje con dicho vestuario no era real, no podía ser. Sin embargo, existió”. [6]  
Interpretó nuevamente a una prostituta en Ave sin rumbo (1937) y, en cierta manera, en Distinto amanecer (1943)  donde encarna a Julieta, una fichera obligada a trabajar en un cabaret por razones económicas, en tanto que Pedro Armendáriz da vida a Octavio, un honesto líder sindical perseguido por haber descubierto a un gobernador corrupto. Desde nuestro punto de vista, hay dos  escenas memorables en esta película; la primera es cuando Julieta y Octavio bailan al ritmo de “Cada noche un amor”, interpretada por Ana María González, escena  calificada por el crítico de cine Diez Martínez como “Una de mis escenas románticas favoritas del cine mexicano”,  y muy  difícil de filmar, según algunos, porque ambos actores rivalizaban por atraer la atención de la cámara.  En la segunda, al final de la película,  Julieta le entrega a Octavio los documentos comprometedores que lo habían puesto en peligro y lo ve alejarse en el tren mientras ella permanece en el andén (no lo acompaña porque debe cuidar de Juanito, su hermano menor). Esta escena recuerda  a la interpretada por Humphrey Bogart (Rick) e Ingrid Bergman (Ilse) en otra película histórica:  Casablanca (1942). Aquí  Ilse abandona a Rick y viaja en avión con su marido Lazlo (Paul Henreid), un personaje crucial en la guerra  contra los nazis en la segunda guerra mundial,  a quien Rick  entrega unos documentos secretos.  Es decir,  al igual que Rosario, Ilse antepone el deber al amor y ve cómo Rick se queda en tierra a medida que el avión despega.   
La filmografía de la actriz nacida en Durango es considerable. Como películas importantes en su carrera destacaríamos Bel ami (1946), Tarzán y los monos (1948), Aventurera (1949) y  Ensayo de un crimen (1955), y  Miércoles de ceniza (1958).  Filmó,  asimismo, dos películas en Hollywood: The Last Rendez-vous (1936), con Pepe Crespo, y La Inmaculada (1939), que le pareció “horrible”. Sus experiencias en California la dejaron muy descontenta por lo que opinaba que aun cuando había figurado como primera actriz, prefería actuar  en su país.
En uno de sus viajes a España conoció al actor Enrique Díaz Indiano, con quien contrajo matrimonio, aunque no tuvieron hijos. A su muerte, la actriz continuó viviendo sola en su departamento hasta que consideró necesario instalarse en la Casa del Actor buscando  la compañía de personas afines con quienes compartir experiencias y recuerdos. Allí falleció el 11 de noviembre de 1987. Andrea consideraba que la suya había sido una vida dichosa porque había disfrutado del  teatro, del cine  y del amor: “Yo no hubiera sido totalmente feliz sólo con amor, por más que me adoraran y que adorara; y tampoco me hubiera sentido enteramente dichosa en el teatro y el cine si no hubiera tenido el amor que tuve. Me he realizado completamente. Y todavía muerta y hasta calavera, quiero estar en un foro”. [7]  
El recuerdo de mi tía Chayo me asaltó de pronto a principios de este año cuando tropecé, sin buscarlo, con las notas que había tomado en aquella entrevista y que permanecían olvidadas en el archivero. Empecé entonces a sumergirme en la vida no sólo de Andrea, sino de los Bracho en general y comprendí mejor las siguientes palabras que Tomás Eloy Martínez escribe a propósito de su interés por contar la vida de Eva Perón: “las almas también aspiran a que alguien las escriba. Quieren ser narradas, tatuadas en las rocas  de la eternidad. Un alma que no ha sido escrita es como si jamás hubiera existido. Contra la fugacidad, la letra. Contra la muerte, el relato”.[8]




[1] Miguel F. Vallebueno Garcinava, Haciendas de Durango, Durango, México, Gobierno del Estado Durango, Secretaría de Turismo, UJED, 1997, p. 89.
[2] Tomás Eloy Martínez, Santa Evita, México, Alfaguara, 2008, p. 64.
[3] Ibidem, p. 6.
[4] Idem
[5] Idem
[6] Ibidem, p. 4
[7] Ibidem, p. 8.
[8] T. E. Martínez, op. cit., p. 220. 

Andrea Palma

La mujer del puerto


martes, 10 de septiembre de 2013

Experiencias en Dgo.

AVENTURAS A MI REGRESO A DURANGO


En 1995, a  mi regreso a la ciudad de Durango después de una ausencia de casi treinta años, compré una casita modesta en el Fraccionamiento Camino Real, en ese entonces todavía muy apartada del centro y donde abundaban los lotes baldíos.

Una noche, al volver del centro en mi coche  por el Boulevard Domingo Arrieta (así bautizado  en recuerdo de un general durangueño de la revolución de 1910) me topé nada menos que con ¡un toro! El pobre animal salió despavorido de algún corral del barrio de Tierra Blanca, a la altura de la calle de Ocampo, y atontado por las luces y el movimiento de los coches por el transitadísimo boulevard, no sabía qué hacer. Yo tampoco. Afortunadamente, yo venía a buena velocidad y, ante las vacilaciones del toro, yo también empecé a vacilar. Finalmente, se hizo a un lado, me miró como preguntándome dónde estaba, me dejó pasar y continué mi camino. Más decente que muchos automovilistas, se orilló a la derecha con toda cortesía.

Por supuesto, si cuento esta anécdota en otro lugar y quizá en el propio Durango, la gente se va a reír y a poner cara de incrédula, pero es rigurosamente cierta. Creo que tanto Antonin Artaud y André Breton también se deben estar riendo en sus tumbas pensando que su movimiento surrealista tiene todavía muchos adeptos y que valió la pena el viaje y la estancia en nuestro país.

Unos meses antes ocurrió otro incidente. Una mañana, al correr las cortinas, me encontré con una ¡cabeza de caballo! Me asusté, creí que todavía estaba dormida y que tenía  una pesadilla o un sueño con asociación espontánea. No era así, estaba perfectamente despierta y el caballo estaba desayunando con mi pasto y relamiéndose los belfos. Un rato después, apareció el dueño y se lo llevó.

El suceso se repitió una vez más, con ¡dos caballos! Entonces, le dije al propietario que si volvía a ocurrir me quedaría con sus animales. Además, es fácil imaginar cómo quedó el pasto después del almuerzo. Primero, me enfurecí, pero mi vecina, con mucha lógica y sentido del humor, decidió que los caballos habían contribuido con su granito de arena para el embellecimiento del pasto que estaba muy venido a menos. Esto se llama ver la vida de manera positiva.

Para completar el capítulo sobre el surrealismo, debo confesar que era   poseedora de una preciosa puerta de herrería que no tenía  BARDA. ¿Qué tal? La idea se me ocurrió para proteger el coche y que los ladrones no pudieran empujarlo y llevárselo. Alguien pensará quizás  que podrían llevarse la puerta. Pues no, porque está anclada con concreto y el coche no puede salir por ningún costado ya que sería necesario que lo elevaran  por encima de los automóviles de los vecinos. Así, ya podía dormir tranquila. Como es obvio, el plan era  construir la barda en cuanto fuera posible (léase, tuviera suficiente dinero), Por lo pronto, pensé en tomarle una fotografía para inmortalizarla, propósito que nunca cumplí.

Las peripecias con los animales continuaron durante el invierno. Las primeras en llegar, dispuestas a quedarse, fueron las abejas. Fue necesario librar un combate frontal, con asesoría de los bomberos,  ayuda del personal especializado de la SARH, insecticidas comprados en el supermercado, asistencia de un fumigador profesional y la eficiente labor de un albañil para  acabar con ellas o, por lo menos, invitarlas a buscar otro sitio para su panal.

Luego, aparecieron las avispas. Las acciones se repitieron en igual orden, también con resultado positivo. Ahora, como me sugiere Paco Durán, sólo me falta ocuparme de las nubes para seguir las huellas de Aristófanes. El propio Durán, con gran sentido del humor, ha señalado que ante estos hechos de la realidad cotidiana en Durango, uno piensa que podrían haber sido inventados por Kafka, a quien se podría considerar aquí como “uno más de los regionalistas”.

Se me ocurre todavía otra aventura. Hace unas semanas el jardinero podó un árbol con eficiente sierra eléctrica. Las ramas eran fuertes y grandes, pero cayeron como viruta al ser segadas. Me dijo que su compadre tenía una camioneta para recoger ramas, hojas y demás. Por la tarde vi llegar ¡dos carretas tiradas por dos flacos caballos!


¿Surrealismo? ¿Realismo mágico? ¿Superposición de tiempos, como señaló Alejo Carpentier en su novela Los pasos perdidos? No lo sé. Lo que sí sé es que la realidad, en muchos casos, supera a la literatura.


martes, 27 de agosto de 2013

Comentarios sobre la novela

EL ÚLTIMO TANGO DE SALVADOR ALLENDE

Hace unos días leí una novela publicada en 2012 que me encantó: El último tango de Salvador Allende, escrita por Roberto Ampuero, escritor chileno y actual embajador de Chile en nuestro país. El texto narra los últimos días del gobierno del Doctor en 1973,  aunque no es la anécdota  principal. El autor advierte al principio que el “libro es una novela, y como tal habrá que leerla”.

El leit motiv de la novela  tiene que ver con el encargo que le hace Victoria, su hija moribunda, a David, un antiguo agente de la  CIA  que vivió en Santiago junto con su familia  durante varios años antes del golpe militar y que ayudó a desestabilizar el gobierno de Allende.  Victoria le pide a su padre, viudo, regresar a Chile y entregar la mitad de sus cenizas y un cuaderno contenidos en un pequeño cofre escondido  en el sótano de su casa a un chileno llamado Héctor Aníbal. Cumplir esta promesa obligará a David  no sólo a viajar a Santiago, sino a otros lugares en Chile e, incluso, a  Europa.

La novela está estructurada en dos líneas y narrada en primera persona. La primera tiene que ver con el cumplimiento del encargo de Victoria; la segunda es la traducción del cuaderno encontrado en el cofre, escrito a lápiz, con mala caligrafía y que David traduce con la esperanza de que le ayude en su encomienda. Cada capítulo viene precedido de un epígrafe: los relacionados con la encomienda de Victoria y con los años en que David y su familia vivieron en Santiago son  de versos tomados de melodías populares en los años setenta: Los capítulos que narran los problemas enfrentados por el Doctor y sus esfuerzos por sacar adelante a su gobierno y a su país, además de relatar datos personales de quien escribe el cuaderno y de su relación con el Doctor, van precedidos de  estrofas de tangos. Todos los epígrafes se relacionan  claramente con los acontecimientos narrados en el capítulo que anteceden.

En una entrevista televisiva, Ampuero mencionó que la inspiración para esta novela  le llegó cuando recorrió la calle Tomás Moro y llegó al número 200, antigua residencia de Salvador Allende. Todavía está en pie, dice el escritor, es una finca con muchos árboles en una calle tranquila, pero que corre el riesgo de ser demolida pronto. Allende no murió ahí, como todos sabemos, sino en el palacio de La Moneda, sede del gobierno, aunque también con habitaciones para el presidente y su familia.

Resulta curioso el paralelismo entre Tomás Moro, el santo que da nombre a la calle  y el doctor y presidente de Chile, Salvador Allende.  El primero, nacido en Londres en 1478 y fallecido en la misma ciudad en 1535, tuvo una brillante carrera. Fue un ardiente defensor de la libertad de culto y de opinión. Entró en conflicto con Enrique VIII porque se opuso al divorcio del soberano de su esposa  Catalina de Aragón para contraer matrimonio con Ana Bolena. Al rehusarse a asistir a la coronación de esta última, fue condenado a muerte. Por su parte, Salvador Allende defendió su forma de pensar y el régimen de gobierno que deseaba tener. Sus problemas se agravaron por la intervención de la CIA y la oposición de la clase empresarial hasta que se llegó al golpe de estado encabezado por el general Augusto Pinochet, en quien confiaba plenamente.

Estos hechos obligan al lector a recordar lo ocurrido con Francisco I. Madero, a principios del siglo veinte en México, que desoyó los consejos de su hermano Gustavo. Éste le había expresado  que desconfiaba del general Victoriano Huerta,  a quien Madero consideraba un soldado leal y de toda su confianza. Y fue   precisamente Huerta, apodado después El chacal, quien aprehendió a Madero y a Pino Suárez y dio la orden para que los ejecutaran, hecho que dio principio a la Revolución Mexicana. 


Ampuero entrega a sus lectores  una novela interesante que no está recargada de datos históricos y políticos. El recorrido por la vida nocturna de Valparaíso donde se escucha el tango es  interesante. Es casi una novela de misterio porque David, el padre de Victoria, debe seguir el hilo que le marca el destino y los pocos datos que va recabando para encontrar a Héctor Aníbal y cumplir la promesa hecha a Victoria.   Además, Ampuero salpica aquí y allá platillos propios de su país como comer, de entrada, locos en salsa verde y de plato fuerte, corvina grillé o congrio al vapor (recordemos, de paso, que Neruda escribió una oda al congrio) o, a media tarde, arrollado fresco en pan amasado calentito, acompañado de café. Como aperitivo, pisco sour, por supuesto.  Quizá convenga, amable lector. concluir con esta sentencia de la novela: “La vida está hecha de recuerdos, no de lo que acontece día a día ni de lo que uno sueña o añora”.

En casa

martes, 13 de agosto de 2013

como un cuento

HISTORIA DE UN CIEMPIÉS

Hace unos días la ciudad de Durango se vio invadida por una plaga de gusanos. Cuando encontré el  primero en un patio de mi casa y me di cuenta de que tenía muchas patitas, pensé que quizá era un ciempiés recién nacido. De todos modos, lo mandé al paraíso de los ciempiés, como suelo decir. Al día siguiente, aparecieron más en el jardín y en el otro patio, así como también llegó un aviso de la administración sugiriendo que fumigáramos nuestro jardín. Todo esto me hizo recordar mi encuentro con un ciempiés hace diez años, cuando me mudé a esta casa, el fraccionamiento era casi campo y la ciudad no nos había alcanzado.

Una noche, encontré un  pequeño animal que nunca había visto antes y que se esforzaba por subir los escalones de entrada a mi casa. Parecía  un ciempiés,  medía unos diez centímetros y tenía numerosas patitas. Nunca antes había visto uno. Quise seguir la doctrina budista que recomienda no dar muerte a ningún animal vivo (en Durango no sería posible actuar así en relación con los alacranes porque la mortandad sería enorme. Por ejemplo, este año se contabilizan ya más de tres mil personas picadas por este arácnido), así que lo recogí cuidadosamente  con el recogedor de basura. Luego, caminé hasta la entrada del fraccionamiento y lo solté entre las hierbas. Le recomendé, como si pudiera escucharme y hacerme caso, que no volviera a las cercanías de mi casa.

No era extraño encontrar culebras, lagartijas, arañas en los lotes baldíos cuando hacía mucho calor y la hierba había crecido o cuando se iniciaba alguna construcción que los privaba de su hábitat. En esos días, había muy pocas casas habitadas en el fraccionamiento. La mía fue la numero catorce y era la única en la mitad izquierda del fraccionamiento, así que se volvía imprescindible acostumbrarse a estas sorpresas. Por fortuna, en esta área de la ciudad no es común encontrar alacranes aunque siempre existía la posibilidad de que alguno viniera escondido en el material de construcción como ocurre en el cuento “Muerte por alacrán”, de la escritora uruguaya Armonía Somers.


Una noche, cuando ya me había olvidado del ciempiés y rogaba no encontrarme con una culebra, lo  vi de nuevo. Había crecido y medía ya entre veinticinco y treinta centímetros. De nuevo, intentaba subir los escalones de la casa. Lo aparté con un palo, entré en la casa y tomé un insecticida. Sin compasión, lo rocié abundantemente. Se negaba a morir. Entonces, lo empujé con el palo hacia el centro de la calle y ahí lo dejé. Todavía pataleaba con algunas de sus patas. Ignoro si lo aplastó algún vehículo o si  se fue hacia el parque y, luego, al paraíso de los ciempiés. 

volver a encontrar a una amiga

AMISTAD RECOBRADA


En una de sus novelas  el escritor checo Milan Kundera afirmó -palabras más, palabras menos- que “el pasado se vuelve presente en cualquier momento”. Y eso, una vez más, lector amigo, me acaba de ocurrir.  

Para el 450 aniversario de la fundación de  Durango, el gobierno invitó a  las federaciones de duranguenses residentes en varias ciudades de  los Estados Unidos –Dallas, Los Angeles, Chicago, San Antonio, entre otras- a visitar nuestro rincón del mundo. Entre las personas que integraban la delegación de Los Angeles vinieron Ludivina  Ramos y su hija. En una reunión, ella  quedó sentada al lado de mi prima Inés y le preguntó por mí; mencionó que nos habíamos  conocido en la Villa de Nombre de Dios cuando éramos niñas y que le gustaría saludarme. Inés se ofreció a darme su teléfono. El pasado, pues, se volvió presente. Los años se atropellaron en mi mente recordando los veranos disfrutados en la hermosa casona de mi abuelo paterno (ya demolida) y, sobre todo,  a Ludivina -alta, delgada, sonriente-  más amiga de mi prima Yolanda que mía.

Un batallón de chiquillos integrado por mis hermanos Carlos y Eduardo, mis primas Martha, Enriqueta  y  Teresa, Lupita Ramos, Estela Andrade, Yoli, Ludivina   y yo corremos presurosos hacia el río de la Villa, de mansas aguas coloradas por la tierra que acarrea. Bajamos por el camino que lleva al viejo puente para cruzar a la otra orilla donde encontramos un manantial de aguas transparentes y a la traicionera hiedra trepada en los troncos de los frondosos sabinos. Felices, nos despojamos de la ropa y los zapatos para meternos en las frías aguas.

Cuando finalmente Ludivina  y yo nos reunimos, me contó que se había casado varios años después de que dejamos de vernos y que tiempo después había emigrado  a Los Angeles, como ha ocurrido con muchos otros durangueños. Antes, cuando todavía nos veíamos en la Villa, nos entristecimos mucho cuando perdimos la compañía de Estela y Leonor Verdugo que una mañana de verano se fueron a Ciudad Juárez con sus padres y de las que no sabemos nada. Ahora, ella    ha comprado una casa en la Colonia Obrera donde pasa tres meses cada año. Piensa que tenemos  un lejano parentesco, y yo recuerdo con tristeza que mi papá rara vez nos hablaba de sus familiares en La Parrilla y Villa Unión. 

¡Qué  emoción¡ Acaban de inaugurar el puente Melones, sobre el río Tunal, para facilitar la llegada a Nombre de Dios y la carretera hacia la Ciudad de México, Ahora disponemos de otro lugar para los días de campo aunque para llegar hasta allá necesitamos que Panchito nos transporte en la vieja camioneta pick-up. Mi papá pensaba que era peligroso porque, en temporada de lluvias, el río aumentaba de nivel con suma rapidez. Algunas tardes nadamos casi al atardecer, cuando mi papá se desocupa y puede acompañarnos. Mi mamá se exalta  cuando Carlos, Eduardo y yo nos alejamos demasiado dejándonos llevar por las aguas del río que es nuestro amigo.


Ahora Ludivina intenta recuperar algunos recuerdos de aquellos años y de su vida tanto en la Villa como en Durango. Por eso,  ha adquirido esa  casa en la Colonia Obrera (también llamada Silvestre Dorador). Quiere desandar esos más de cincuenta años que han transcurrido desde la última vez que nos vimos. Por ejemplo, el 7  de agosto se fue a la Villa para participar en los festejos en honor de san Cayetano en un sitio llamado Las Lumbreras y que desconozco. Hablamos de las antiguas amigas; varias se nos han adelantado ya.  Hacemos planes para reunirnos el verano próximo cuando regrese. Quizá sentiremos de nuevo que tenemos trece años y una vida por delante. 

Río Tunal cerca de El Saltito, Dgo.

sábado, 3 de agosto de 2013

Encuentro de escritores julio 2013

LASSE SÖDERBERG, LO INCONSTANTE

Si bien el evento culminante del  Encuentro de  Escritores de Durango, que tuvo lugar del 10 al 13 de julio de 2013, era la entrega de un reconocimiento especial al Dr. Enrique Mijares Verdín, dramaturgo, novelista y  artista plástico, galardonado con el premio Tirso de Molina por su pieza teatral Enfermos de esperanza, creo que el escritor que más se destacó por su presencia en las sesiones y por sus intervenciones fue el poeta sueco Lasso Söderberg, un hombre alto, de pelo blanco, ojos azules y una cordial sonrisa, además de un gran sentido lúdico.

Participó  en la sesión inaugural acompañado de la poeta colombiana Ángela García, traductora de Soderberg,  el cubano Julio Travieso y el novelista  mexicano Hernán Lara Zavala. Travieso leyó un largo texto proveniente de su novela Yo soy el enviado; Lara Zavala, un cuento ambientado en Yucatán, García tres o cuatro poemas -recuerdo especialmente el titulado “Estadística”-  y Söderberg, que cautivó al auditorio, precisamente con el texto “El esqueleto”, tomado de su libro  Lo inconstante (2012), que a continuación transcribo;

Está en mí, lo sé, aunque él no diga nada. Pero cuando me siento, se inclina también cómodamente hacia atrás.  Cuando corro, se precipita conmigo. Como una sombra interna imita cada uno de mis ademanes. Nunca me abandona y no puedo vivir sin él.
Ciego y demacrado bajo la piel, este servidor de librea me da su apoyo, silenciosamente, pero con una mueca sarcástica que sólo muestra después de la muerte. Es entonces cuando llega su hora, liberado de mí, arpa grotesca en la que toca, con dedos fríos, un agua subterránea.

Tuvo después otra intervención en la que hizo gala de su sentido lúdico, suavizando la formalidad de la poesía, que hizo reír a los asistentes. Se trataba de un poema donde al poeta se le destroza el corazón: “Por eso con alfiler en mano/fijo a mi solapa/este corazón recortado/para que todos lo vean”. Antes de leer esta última estrofa de su poema “Corazón de papel”, sacó  del bolsillo interior de su saco un corazón de cartoncillo rojo y  fue rompiéndolo con lentitud.  En otro momento, para convencer a los asistentes de que no haría trampa al declamar un poema en sueco, pidió que se le vendaran  los ojos. Al concluir la lectura, mientras sonreía como un chico travieso, lo  despojaron de la venda.
Hay otro poema en el que vale la pena detenerse. Se titula “Fusilamiento mexicano”, y está escrito en estrofas de dos versos. Dice así:


Pronto morderá la hierba
O, más bien el polvo.
El último cigarro
Todavía estaba allí humeando.
Se quitó el sombrero
Como se hace por respeto a la muerte,
Estiró la espalda y decidió,
Cuando el oficial levantó el sable,
Grabar en la memoria la voz de mando
Por el resto de su

Ángela García,  su pareja colombiana, de largo  y rizado pelo negro, aprendió sueco para entender  mejor la poesía de Söderberg y poder recrearla en español. Durante el encuentro, Söderberg, vestido con ropa cómoda, llega puntualmente, ocupa su silla, abre  su libreta y toma notas. Por su parte, Ángela escucha con atención las numerosas lecturas. Al despedirse, ambos recibieron  una calurosa ovación.

   
Ángela, Lasse y José Ángel Leyva

Lasse Söderberg

lunes, 15 de julio de 2013

LA GRAN CIUDAD


De nuevo, la gran Ciudad de México me atrapó. ¡Qué inmensidad!  Casi sentí la emoción que deben de haber experimentado Hernán Cortés y sus soldados al avistar Tenochtitlán. Es  una urbe casi horizontal porque los rascacielos no dominan el paisaje. Las luces se encienden poco a poco y los pasajeros del avión intentamos divisar a través de las ventanillas la grandiosidad de la hermosa capital de nuestro país. 

¿Por qué me cautiva la Ciudad de México? Por las oportunidades que me ofreció y que transformaron mi vida. Llegué allí en octubre de 1963 y, en unos cuantos días, conseguí un empleo como secretaria trilingüe en el edificio San Rafael, ubicado en la esquina de López e Independencia, casi el corazón de la ciudad. De ahí, pasé a otra empresa, la Compañía Mexicana de Comercio Exterior (ya desaparecida) que me brindó la posibilidad de cumplir un sueño: visitar Europa. Después, la aventura se presentó mediante un anuncio del Banco Interamericano de Desarrollo en un periódico para trabajar –siempre como secretaria- en la ciudad de Washington, D. C. De ahí, viajé a Puerto Rico, a Canadá y a Sudamérica.

De regreso en el  Distrito Federal, cumplí otro sueño: estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM,  y tener un título profesional. Esta decisión y el grado que obtuve como Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas le dieron una vuelta de tuerca –recordando a Henry James- a mi vida.
 
La Ciudad de México brinda muchas oportunidades, si uno sabe buscarlas y está dispuesto a pagar el alto precio que exigen. Estudio, trabajo, cultura, el alto costo de la vida, contacto con el mundo allende las fronteras de nuestro país. Por supuesto, tiene sus puntos débiles: el tráfico enloquecedor, la multitud en el metro y en el metrobús, el miedo al asalto, las distancias que separan un punto de otro en la enorme ciudad. Pero hay quien llega y pasa por alto estas desventajas.


Llevo a la Ciudad de México en el corazón y, es casi, como dijo una amiga, mi paraíso perdido. Como dice el poeta griego Kavafis refiriéndose a Alejandría: ”Esta ciudad siempre te perseguirá. /…/ Siempre acabarás en esta ciudad. No esperes nada de otros sitios/no hay barco para ti, no hay camino”.
LA MISTERIOSA FALTRIQUERA 


Se trata, nos informa el diccionario, en el caso de las mujeres, de “un bolsillo que se ata a la cintura y que se lleva colgando debajo del vestido” (yo más bien pienso que debe de  haber sido debajo de un saco o disimulado por un chal). En el caso de los hombres, “es un bolso del pantalón” (seguramente disimulado). Otra acepción  nos indica que era “un cubillo o palco de los teatros antiguos”. En la actualidad, es una palabra obsoleta y sólo se tropieza uno con ella en textos ambientados a finales del siglo diecinueve o principios del veinte.

Deriva de la palabra mozárabe hatrikáyra (lugar para bagatelas). Como sabemos,  en la evolución de la lengua española, en muchos casos, la h h derivó en f  y, luego, volvió a la h. Veamos algunos ejemplos: fabulare, fablar, hablar; fervente, hirviente; fermoso, hermoso; fundo, fondo u hondo.  Se conserva en un poema lírico anónimo que reza: “Quién te pudiera traer/pueblo de los verdiales/metido en la faltriquera/como un pliego de papel”. Es decir, en un lugar íntimo, muy cerca del corazón.

Quizá las damas elegantes que consideraban la faltriquera como elemento indispensable de su atuendo llevaban en su interior  un perfumado pañuelo, una carta de amor, unos dulces exquisitos. Acaso los señores la usaban para el rapé o puros de finísima calidad, unos dulces de regaliz para evitar el mal aliento o también un pañuelo.

¿Por qué los dulces de almendra se llaman “huevitos de faltriquera”? Sólo puedo ofrecerles, amigos lectores, algunas suposiciones. Por ejemplo, delicados dulces  propios de las grandes ocasiones, por ejemplo, la Navidad o tal vez en la celebración de la fiesta de Corpus Christi. Por su delicioso sabor se guardaban en una bolsita especial, la faltriquera. Como ésta iba oculta, no era necesario compartirlos con nadie y quedaban reservados sólo para el propio paladar.La  misteriosa faltriquera






EL PUENTE BALUARTE


Lejos está ya aquella mañana cuando la primavera se anunciaba tímidamente y un entusiasta grupo de amigos nos disponíamos a recorrer los kilómetros necesarios para conocer el puente Baluarte, localizado entre  los municipios de Pueblo Nuevo, en el estado de Durango, y Concordia, en Sinaloa. Esta formidable obra de ingeniería acortará las horas requeridas para viajar al puerto de Mazatlán y simplificará el camino: ya no habrá necesidad de transitar por las peligrosas cumbres de El Espinazo del Diablo.

Según la información oficial, el puente atirantado  Baluarte es el más  alto del mundo.  Supera por 120 metros al Viaducto de Millau, en Francia. Tiene una longitud de 1,124 metros, un vano atirantado de 520 metros y una altura sobre el Río Baluarte de hasta 402.57 metros. El inicio de su construcción fue el 21 de febrero de 2008 y fue inaugurado el 5 de enero de 2012, aunque todavía no es posible cruzarlo de Durango a Sinaloa.

Para su construcción, fue necesario primero abrir varios caminos hacia abajo de las montañas para transportar la maquinaria, el equipo pesado, y todos los materiales. Además, se construyó un pequeño pueblo para que lo habitaran los trabajadores durante la semana. Del lado de Durango, se abrieron veinticinco (eso me han dicho) túneles que permitieran descender hasta el sitio donde se iniciaría la construcción del puente. Estos cortes en la montaña dieron origen a unas formaciones rocosas de gran belleza, aunque también hay el riesgo de que pueda desprenderse alguna roca.

Aquella mañana, al llegar a más o menos  siete kilómetros del puente, nos encontramos con la sorpresa de que era imposible acceder  en automóvil porque el túnel ante el cual fue forzoso detenernos estaba obstruido por maquinaria pesada y materiales. Dijeron que la caminata requeriría de alrededor de 40 minutos (yo necesité de hora y media). Sin arredrarnos, emprendimos  la marcha. En el descenso nos encontramos con otros caminantes aventureros que se negaban a regresar a Durango sin conocer el puente que constantemente aparece en los anuncios televisivos.  

La aventura nos hizo sentir jóvenes otra vez. El puente, los túneles y las formaciones rocosas  bien valieron la pena. 

miércoles, 22 de mayo de 2013


JUEGOS DEL DESTINO

Hace unos días leí un párrafo en la novela Plegarias nocturnas, del escritor colombiano Santiago Gamboa (que ahora vive en Nueva Delhi) que narra lo ocurrido a su personaje Andrés Felipe, asesor del gobierno y coludido con el narcotráfico, cuando visita a su anfitrión en su finca escondida en la selva colombiana.  Después de una cena exquisita llega don Fermín y le pregunta si lo atendieron bien.  Andrés Felipe responde: “ni en casa de mi abuela me atendían así”, a lo que don Fermín replica: “Tampoco exagere porque yo alcancé a conocer la casa de su abuela, a lo mejor usted no lo sabe pero mi mamá fue una de sus empleadas”. Por supuesto, Andrés Felipe se ruboriza y un silencio pesado y ominoso cae sobre los comensales. Yo viví una experiencia semejante.

Hace unos días, en mi Taller de lectura, en el Palacio de los Gurza, se presentó un hombre mayor, canoso, de ojos azules y sin parte del antebrazo izquierdo.  Se acercó a mí cuando yo intentaba darle la bienvenida y me dijo: “Yo la conozco a usted desde que era chiquita. Mi abuela era la encargada de preparar el arroz cuando había comida familiar en casa de su abuela”. Sentí que enrojecía desde la punta del pelo y le pregunté: “¿Doña Aleja?” Y me contestó: “Sí”. “Entonces”, continué yo, “usted es hijo de Carmela, que tenía los ojos azules y planchaba tan bonito”. “Así es”, repuso Pedro.

Le dije entonces que Doña Aleja había trabajado para mi mamá en los días de la limpieza primaveral y que era un personaje que aparecía en mi libro Perfiles al viento, que ya estaba agotado pero que yo le haría una fotocopia.

Pedro se incorporó al Taller y nos ha sorprendido a todos con sus conocimientos y su actitud. Es una permanente lección de vida. 

miércoles, 17 de abril de 2013

UNA NUEVA AVENTURA

Amigos: Inicio hoy esta nueva aventura: escribir en un blog. Me encanta la idea porque hay pequeñas observaciones que me gusta hacer al final del día y ésta será una manera diferente de llevar un diario. Ojalá me acompañen y me retroalimenten con sus comentarios y su lectura. Gracias. Hasta pronto.