sábado, 30 de abril de 2016

EPISTOLARIO SEMO 22 FEB. 1958

                                               EPISTOLARIO SEMO No. 27

Cape Girardeau, Mo., 2 de febrero de 1958

Mi querida mamá:

La semana pasada no recibí ninguna carta tuya,  pero me imagino que es cosa del correo pues con las tormentas de nieve ha habido muchos trastornos en las carreteras, aviones y ferrocarriles. Ojalá que todos hayan estado bien como yo, a Dios gracias.

Fíjate que al venirme de casa de Mickey dejé olvidado mi sombrero y después me lo mandaron, pero como no lo había necesitado no había abierto la bolsa hasta hoy y cuál no sería mi sorpresa al encontrarme con una carta tuya, la última, que llegó después de haberme venido yo. No sabes el gusto que me dio leerla pues aunque muy retrasada es carta tuya.

Imagínate que estos últimos días ha estado nevando bastante fuerte; en San Luis la nieve subió hasta treinta o más centímetros y todo se paralizó. Las carreteras se cerraron, los vuelos se suspendieron,  escuelas, oficinas, comercios, etc. Todo se cerró pues no había quien pudiera salir de su casa. Aquí, en Cape, ha seguido nevando pero la nieve no ha subido mucho, si acaso seis o siete centímetros.

Ayer, por la mañana, cuando iba de visita a casa de Mrs. Bollack, se me olvidó por completo que cuando está nevado debe uno caminar con mucho cuidado, así que de pronto me resbalé y, allá voy, tan larga como soy, quedé tendida en la banqueta. Unos chiquillos, que estaban jugando allí cerca,  me vieron y se soltaron riendo, así que yo en lugar de enojarme también me reí.

Los viejos tales del seguro me escribieron diciéndome que no podían devolverme el dinero que yo había gastado porque ya estaba enferma desde antes de venirme. Me dio tanto coraje que les iba a poner una conferencia para decirles que eran unos estúpidos, pero me arrepentí y nomás les escribí una carta y los puse verdes como el perico. Si creen que me van a hacer tonta nomás porque sí, están muy equivocados y voy a pelear ese dinero hasta que me lo reembolsen pues no es justo. Si es necesario, le voy a pedir al doctor que me curó que les escriba diciéndoles que no es cierto que estaba enferma. Si piensan que porque soy extranjera van a hacer conmigo lo que les dé la gana, se van a llevar un gran chasco pues si no me devuelven mi dinero les voy a escribir a los directores del Instituto y les voy a decir qué clase de compañía  de seguros tienen, además de ponerlos pintos y moros. Cada vez que me acuerdo me da más rabia.

Ayer, en la noche, fui al cine a ver “Sayonara”, con Marlon Brando y una actriz japonesa muy linda. Está muy bonita y enternecedora.  Me gustó mucho. No sé si ya la exhibirían en Durango, pero, si no, no se la pierdan.

A principios del mes próximo tenemos cuatro días de vacaciones y nadie me ha invitado a pasarlos en su casa, así que creo que le voy a escribir a Rusty preguntándole si puedo ir a la suya.

Mamá, no dejes de escribirme. Saludos a todos, Un abrazo de 

Mi aventura con las alcachofas

DE CÓMO CONOCÍ A LAS ALCACHOFAS

Hace unos días estuve en Querétaro en la rumbosa boda de un sobrino. En el menú de la cena, como segundo tiempo, se leía: Veloute de alcachofas frescas con manzanas estofadas y piñón. Primero, nos llevaron un plato hondo vacío,  en cuyo  fondo había unos trocitos que seguramente eran queso o piñón. Luego, nos sirvieron una exquisita sopa de alcachofas que me gustó muchísimo y que, para mí, hubiera sido suficiente para la cena. Me pareció una delicia del paraíso.

Días más tarde, en la Ciudad de México, me invitó a comer una amiga.  Después de la sopa, ¿saben qué había? Alcachofas. Son unas verduras en las que uno tiene que arrancar hoja por hoja, mojar cada una en la vinagreta y paladear la parte inferior hasta llegar al corazón, que es delicioso.  En algunos restaurantes rellenan  cada hoja con queso, jamón o algún otro condimento, así el comensal no se muere de hambre ni se aburre.

Estas coincidencias trajeron  a mi memoria cómo conocí a las alcachofas pues en los años cincuenta o sesenta del siglo veinte en Durango no había ni alcachofas, ni kiwis, ni plátano macho y, mucho menos, quesadillas o sopa  de flor de calabaza y ni para qué hablar de quesadillas de huitlacoche, el cual se usaba para alimento del ganado. En la Ciudad de México aprendí a apreciar estos sabores y los extraño porque, confieso, que rara vez preparo sopa de flor de calabaza porque hay que ir a comprarla al mercado y queda lejos. He inventado otra sopa para sustituirla, pero no es lo mismo.

Las alcachofas y yo nos hicimos amigas en el restaurante del Hotel Victoria, en Taxco, a comienzos de la década de los sesenta. Una amiga y yo habíamos viajado hasta Acapulco para pasar allá unos días. Antes de regresar a Durango, hicimos una parada en esa ciudad. A la hora de la comida nos dirigimos al restaurante y el primer plato fue una alcachofa. Sabiamente, mi amiga declinó y esperó hasta el platillo siguiente.

 En cambio, yo decidí probar a ver qué era. No sabía cómo se comía así que miré alrededor pero el restaurante estaba vacío. Tampoco me animé a preguntarle qué hacer al mesero. Entonces, armada de tenedor y cuchillo traté de cortarla en pedazos, pero resistió. El mesero me miraba atónito pero no decía nada.  En ese momento, entraron unos comensales al restaurante y empezaron a comer sus alcachofas.


Rápidamente, imité su ejemplo y al fin llegué al corazón de mi ya destrozada alcachofa.  

Guillermo Bravo, muralista y pintor de caballete

GUILLERMO BRAVO, MURALISTA

En diciembre de 2015 el Instituto de Cultura del Estado publicó un  hermoso libro titulado Guillermo Bravo. El muralismo en Durango, que también recoge varias de sus obras de caballete. Los murales de los que da cuenta el volumen impreso en papel de excelente calidad y estupendamente ilustrado con bellas fotografías tomadas por Rocío Guillén, son los siguientes: “Desarrollo industrial” (1961), en la Casa de la Juventud. En seguida, “Ofertorio” (1965), realizado en el antiguo bar del Hotel Casablanca, que continúa cerrado excepto en ocasiones especiales. En seguida mencionaremos la “Alegoría del desarrollo del México modernista” (1979) pintado en el cubo de la escalera del segundo patio del antiguo Palacio de Gobierno, hoy convertido en el Museo Francisco Villa.  Mencionaremos ahora el titulado “La justicia, el falso profeta y el abogado del diablo” (1979) que se puede visitar, mediante autorización especial, en la Facultad de Derecho de la Universidad Juárez del Estado de Durango, Por último, se incluyen fotografías del  titulado “Testimonio de una provincia universal” (1996-1997),  realizado en el cubo de la escalera del actual Hotel San Jorge, ubicado en la calle Constitución, y en el que colaboró el pintor Ricardo Fernández.

Debo decir que mis preferidos son el titulado “Alegoría del desarrollo modernista de México” que muestra el poder de los trenes construidos durante la administración del general Porfirio Díaz, además de un estupendo caballo y unos jinetes que nos recuerdan la revolución. El colorido es espléndido, en especial el manejo del azul en sus diversas tonalidades, color de algún manera preferido por Guillermo Bravo, en sus pinturas de caballete. El otro es el bautizado como “Testimonio de una provincia universal” porque presenta una imagen de la ciudad de Durango durante el período colonial, así como de sus actividades.  

Para redondear este texto y para recordar a Guillermo Bravo, que fue mi amigo y un hombre honesto, digno y leal, quiero reproducir aquí un texto que leí en una ceremonia organizada para conmemorar el aniversario de su fallecimiento ocurrido el 16 de diciembre de 2004 y que titulé “Viaje al pasado de la mano de Guillermo Bravo”.

 Hoy hace cinco años que te adelantaste en el camino,  y esta noche estamos aquí reunidos tu esposa Caro, tus hijos, tus amigos, tus colaboradores en el Museo de Arte Ángel Zárraga, donde fuiste director, para hablar de ti, recordarte y brindar por tu salud deseando que, estés donde estés, tengas paz, tranquilidad y la serenidad que acompaña a la muerte cuando se ha cumplido con la vida a cabalidad.

Te propongo esta noche que hagamos un viaje al pasado, al estilo de Alejo Carpentier en su famoso cuento “Viaje a la semilla”. Empezaré, entonces, por recordar quizá la última vez que conversé contigo, lo cual no impide que nos hayamos saludado en la calle algún día. Tal vez fue en la cena a la que Caro y tú nos invitaron a un grupo selecto de amigos, como dijiste, aquéllos con quienes querías compartir el pan y la sal. Esa noche, en tu casa, estuvimos, entre otros, Chalío y Alba Salas, Rubén Castrellón y yo. Recuerdo que le pediste a Chalío que interpretara en su guitarra algunas melodías (una de ellas de su autoría) por las que sentías predilección. La reunión terminó temprano, antes de la medianoche.

Durante los años cuando fuiste director del Museo, intercambiábamos  con frecuencia algunas palabras puesto que tú debías saludar a todos los asistentes y asegurarte de que todo estuviera en orden. Tengo muy presente que en esas ocasiones –y en muchas otras- me expresaste tu estimación y tu interés por que yo ocupara algún cargo donde pudiera  –según creías, encontrar el cauce para desarrollar mi creatividad y ser más útil para Durango. Te preocupabas, además, por que alguien me escoltara hasta mi coche puesto que yo iba sola.

Yéndonos más atrás, acude a mi memoria una comida que se ofrecía a José Luis Cuevas en el Museo de la Ferrería (que todavía era museo y lucía su bella fuente) un sábado o domingo. Tú llegaste, acompañado de Rubén Castrellón, creo, sumamente indignado porque se habían presentado en el aeropuerto para darle la bienvenida y se encontraron con la sorpresa de que Cuevas salía ya del brazo de Pilar Rincón, que había logrado entrar hasta la pista so pretexto de que el  pintor estaba un poco enfermo y que su hija Jimena –con quien había tomado un curso- le había recomendado que lo ayudara en todo lo necesario.

Ahora daremos un salto más atrás, a la tarde-noche cuando se inauguró el hermoso mural que adorna y enaltece el cubo de la escalera –tu especialidad- del Hotel San Jorge. Creo que fue Héctor Palencia quien leyó un texto explicativo, pero tus palabras fueron más elocuentes. Ahí se aprecia la historia de la ciudad de Durango durante los años de la colonia, la Casa de Moneda, el Camino Real de Tierra Adentro,  el santo patrono, San Jorge,  enfrentando al dragón, todo con una idea del caminar por los senderos de Durango y, por qué no, de la vida misma. Resalta entre los colores tan bien manejados por ti, el azul que, en mi opinión, añade un toque muy personal  a toda tu obra; por ejemplo, los cuadros que decoran los muros del restaurante del Hotel Casablanca.

Otro salto nos lleva a otro cubo de escalera: esta vez en el segundo patio del Palacio de Gobierno. Aquí el tema es la revolución. Dominan en el mural dos elementos fundamentales para el movimiento armado: el caballo y el tren. Vemos al caballo como en la invitación para esta noche, vigoroso, enérgico y en pleno movimiento, con las patas en el aire, en veloz carrera y, por supuesto, el color azul.

Recuerdo también dos proyectos en que colaboré contigo. El primero fue a principios de 1996 (en mi segundo regreso a Durango) para el Día de la Enfermera. Tú habías organizado una exposición de pintura con obras de enfermeras y me invitaste a decir unas palabras  la noche de la inauguración. Antes, vimos los numerosos cuadros para que yo tomara notas. El otro fue a finales de 1990 cuando el  Consejo para la Preservación del Patrimonio Arquitectónico y Cultural de Durango (COPPAC), entonces presidido por el arquitecto Luis Rivera Damm, festejaba el décimo aniversario de su fundación. En esa ocasión fui yo quien concibió  la idea de curar una exposición de la plástica femenina en Durango.  A ti te correspondió la selección de los cuadros y las esculturas. Hubo piezas de cerámica, algunas miniaturas en plata y obras en yeso.  Tú y yo, Guillermo, les dimos “valor agregado” a esas obras (si utilizamos términos económicos) o hicimos una “lectura” diferente (según la semiótica) al descolgarlos de los muros familiares y exponerlos como obras de arte.

Ahora se me confunden los tiempos. Yo vivo en el Distrito Federal y tú vas a presentar una exposición de tu obra en el Polyforum Cultural Siqueiros. Ahí estuve, orgullosa de tu éxito y de que me tomaras en cuenta para invitarme. Creo que hubo una exposición posterior, en el mismo sitio, y con el mismo éxito.

Todavía más atrás, en un año anterior, recuerdo un domingo cuando Caro y tú, recién casados, vivían en Cuernavaca. Tú colaborabas en esos días en el taller de Siqueiros. Ocupaban un departamento en una planta alta, me parece, y hasta allí llegué yo ese día para saludar a los amigos y compartir la comida. Por la tarde, regresé al Distrito Federal en el autobús. Recuerdo también que en una colonia de Cuernavaca, cuyo nombre se me escapa, hay un jardín y un mural de Siqueiros. Lo visité con frecuencia, en mis caminatas por la zona, cuando pasaba los fines de semana con unos amigos que entonces vivían allá. Me detenía unos minutos ante el mural y pensaba en Caro y en ti, como también en el cuento “El jardín de los senderos que se  bifurcan”, de Jorge Luis Borges, y cómo, de bifurcación en bifurcación, la vida nos conduce por distintos senderos de los que imaginábamos.

El tiempo me lleva ahora a nuestros días de juventud en Durango. Caro y tú eran novios, y creo que fue  entonces cuando mi sendero se cruzó con el suyo. En el Instituto Juárez había visto de lejos a tu hermano Roberto, pero a ti no. Quizá estudiabas en el Distrito Federal por entonces. ¿Te acuerdas de aquella perrita pequinesa que tenía Caro y que no nos dejaba movernos y mucho menos salir porque estaba presta a morder?  ¿Te acuerdas de cómo le tenía miedo Sara, esa gran amiga de entonces, pintora, pianista y que tomaba clases de ballet con Oloño junto con Margarita Irazoqui.  Creo que hasta la retrató con las zapatillas de punta.

Hemos llegado así a la semilla, a aquellos días cuando la vida nos reunió dándonos la oportunidad de cultivar la amistad. Hoy hace cinco años. Guillermo, te adelantaste en el camino. Te fuiste sin el premio al creador emérito que no te fue concedido por reglamentos burocráticos más difíciles  de romper que, en nuestros días, el matrimonio religioso. Te fuiste sin haber sido director de la Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías de la Universidad Juárez del Estado de Durango. Tampoco recibiste la medalla Colosio al mérito ciudadano. No obstante, tu obra permanece para dar fe de tu compromiso con Durango.

Ni falta que te hacen esos galardones para ser recordado, para ocupar un sitio destacado en la historia de la pintura en Durango. ¡Y mira si los merecías! Ahí están tus murales, tus obras de caballete, tu digna tarea al frente del  Museo. Te confieso que dije que no me convencía tu cuadro sobre Silvestre Revueltas.  Apresurada, como muchas veces, comenté que le habías dado demasiada fuerza a las piernas y no la suficiente a la cabeza. Silvestre tenía una grande, y más voluminosa por el abundante pelo rizado, y el violín me pareció pequeño. Más tarde recordé las palabras de Enrique Salas refiriéndose a una estatua de Famara que no sé adónde se envió, que representaba a un violinista con los pies juntos. Imposible que un violinista se pare así,  afirmó Enrique, no tendría el equilibrio suficiente para acometer con fuerza los allegro con brio. De ahí que hayas plasmado a Silvestre con esas piernas vigorosas, ahora lo entiendo.

En este “Viaje a la semilla” han vuelto a mi memoria anécdotas y episodios que suponía perfectamente guardados en el cajón de los recuerdos.  “El pasado se hace presente en cualquier momento”, escribió Milan Kundera. ¡Cuánta verdad encierran estas palabras! En el cuento de Carpentier, una casa señorial es demolida piedra por piedra para finalmente llegar al momento en que sólo existía el predio, es decir, el inicio de la conquista de Cuba por los españoles. Lo que he intentado esta noche es trazar el mapa de tu trayectoria hasta donde me es posible porque ignoro los detalles de tu infancia y adolescencia, así como de tus inicios como pintor, pero ésta fue la forma que me pareció idónea para hablar del amigo que se fue.

En realidad, no te has ido del todo porque, como dice Benedetti, en su poema “Los inmortales”, el cuerpo se acabó pero

Quedan no obstante indicios generosos
Arrabales o esencias
Provincias de entusiasmo
Árbol al que miraron ojos que ya no existen
Y hace gala de aquel vistazo tutelar
Como si se tratara de su  hoja más verde

Senderos que los idos transitaron o abrieron
Asumen en la tarde una libre tristeza
Algo así como sauces o memorias
Por donde ellos pasaron o amaron o riñeron
Riñen aman o pasan futuros inmortales
Ésos que un día perderán la piel
Los brazos los riñones las mejillas el sexo

Y sin embargo sobrevivirán.

sábado, 16 de abril de 2016

Comentarios sobre El señor de los cielos

EL SEÑOR DE LOS CIELOS (3ª, parte)

Hace como dos mes que se transmite por el Canal 10, de Televisa, en Durango, a la medianoche, la tercera parte de esta serie cuyas dos primeras partes, a pesar de su gran violencia, tuvieron mucho éxito. Creo que esta tercera no es tan buena ni tan interesante, pero contiene algunos aspectos diferentes  que vale la pena comentar.

Los protagonistas son, como en las anteriores, Aurelio Casillas (Rafael Amaya), Leonor Ballesteros (Carmen Villalobos), el Chema Venegas (Mauricio Ochman), Mónica Robles (Fernanda Castillo), Rutila, (Carmen Aub) y el hijo de Chacorta, Víctor Casillas (Miguel Melo) quien es obligado por Aurelio a unirse a su grupo cuando él aspiraba a ser un ganadero en Sinaloa.  Aparecen en ese orden en el elenco y luego vienen los invitados especiales y algunos que también participaron  en el capítulo anterior, por ejemplo, el Tijeras (el colombiano Tommy Vázquez). Desapareció Chacorta (Raúl Méndez) que fue muerto y cuya cabeza es entregada en una caja a Aurelio, que está en la cárcel,  al inicio del primer capítulo.

Ahora los capos están si no en decadencia, sí pasando por un período difícil. Por ejemplo, Casillas logra salir de la cárcel mediante un trato que hace con Tim Rawlins (que es muy guapo, pero que no tiene tipo de norteamericano), representante de la CIA en México. El Chema Venegas ofreció a unos árabes ayudarles a pasar uranio a  los Estados Unidos, lo que facilitó que las autoridades descubrieran la ubicación de todos sus túneles por lo que no puede fácilmente ni conseguir merca (como llaman a la cocaína) ni introducirla al país vecino.  Aparece un capo muy distinguido, apodado don Fello (Leonardo Daniel), que vive y controla Michoacán, pero que aparenta ser un ranchero serio y que colabora para resolver los problemas del pueblo. La novedad ahora es que Aurelio desea dedicarse al lavado de dinero y encargar a su sobrino Víctor el negocio de la coca.

Las que sí tienen ahora un papel predominante son las mujeres. Rutila ya no es una inquieta adolescente, sino una mujer que, además, tuvo un hijo de su relación con el Chema Venegas. Mónica Robles, quien en el capítulo anterior cuando estaba en Colombia junto con Aurelio, queda embarazada, ya tiene ahora su bebé, pero no puede cuidarlo por prudencia y lo deja en manos de la madre de Aurelio,  doña Alba, (interpretada por Lisa Owen, espléndida actriz que actualmente  aparece en el papel de la virreina Leonor de  Mancera en la breve serie sobre la vida de Sor Juana Inés de la Cruz que se transmite por el Canal Once), quien también se encarga de cuidar al hijo de Rutila y a sus otros dos nietos.

Rutila les propone a Mónica y a Julieta, una antigua amiga de los días de escuela en Sinaloa, participar en el proyecto de fabricar drogas sintéticas sin invitar, por supuesto, a ningún hombre, excepto al empleado que contratan para que las fabrique, lo que sí   es una novedad  en la historia pero que va acorde con el papel que en los últimos años han desempeñado las mujeres en el mundo de las drogas. Recordemos el gran éxito de La reina del Sur, espléndidamente interpretada por Kate del Castillo, como jefa de una organización en el sur de España y también su actuación como Anastasia en una serie (para mi gusto, fallida, pero llena de violencia) titulada Dueños del paraíso.

Otra novedad es que los representantes de la DEA y de la CIA compiten entre sí para ver quién obtiene la chamba de trabajar en México en colaboración con el nuevo presidente, Mondragón, que tomará las riendas del país. También es importante señalar que se muestra con toda claridad cómo un grupo de miembros de la Marina, encabezados por uno que denominan Marcado, desertan y se unen a su jefe para atacar a Casillas y al Chema Venegas y apropiarse del mercado de las drogas.


Aurelio está enfermo del corazón, pero es seguro que sobrevivirá. Veremos cómo se desenvuelve el negocio de Rutila y de Mónica y quizá surjan otros conflictos que se anuncian, pero que todavía no estallan.  

Carta No. 24 desde Cape Girardeau

EPISTOLARIO SEMO 24

Cape Girardeau, Mo., 22 de enero de 1958.

Mi querida mamá:

Me dio mucho gusto recibir tu cartita y la de Eduardo también. Imagínate que estos últimos días hemos tenido un tiempo terrible; ha hecho un frío tremendo y un viento horrible. Yo creía que lo peor del invierno ya había pasado, pero no es así. Parece que todo se debe a una tremenda onda fría que azotó los estados del norte de los Estados Unidos y a nosotros nada más nos tocaron las consecuencias.

 Ayer hizo un día fatal; como a eso de las 4:00 p.m. empezó a nevar bastante fuerte y a las cinco todo estaba blanco, blanco, cubierto de nieve. Siguió nevando toda la noche y hoy se veía precioso. Las calles estaban tan resbalosas que los carros patinaban y era imposible controlarlos. Era muy divertido observarlos, pero es muy peligroso porque de pronto un carro patinaba y resbalaba cayendo sobre el que estaba detrás de él. Nosotras creíamos que no íbamos a tener clases hoy pues había tanta nieve cubriendo las escaleras y las colinas estaban tan resbaladizas que era imposible caminar; pero pronto trajeron hombres a palear la nieve y tierra para regarla sobre la nieve para que pudiéramos subir las colinas e ir a clases. A pesar de la tierra y de todas las precauciones que tomamos hubo algunos que se caían por lo resbaladizo del pavimento y quedaban en unas posturas muy graciosas. Yo tenía que dar un speech en Perryville ayer, pero como era probable que cerraran la carretera por mal tiempo, Mrs. Estes no me quiso llevar y  a mí me encantó la idea pues no tenía ganas de ir y, además, tenía mucho que estudiar.

Te mando un tema que tuve que escribir para English Composition. No saqué muy buena calificación pues tuve un error en la gramática, pero le gustó bastante al profesor. Está escrito casi todo en slang  porque así tenía que ser y te aseguro que me costó mucho trabajo pues yo no sé mucho slang. Cuando oigo expresiones, a veces las entiendo y a veces, no, pero nunca me arriesgo a usarlas pues no estoy segura de ellas. Janet Burke, una de mis mejores amigas aquí en el dormitorio, me ayudó bastante; yo lo escribí en inglés común y corriente y ella me ayudó a intercalar el slang. Si quieres enseñárselo a mi tío Carlos o a mi tío Germán, pero éste sí quiero que me lo guardes pues lo quiero conservar como un recuerdo del colegio.

El domingo pasado invité a Sonia a comer aquí en el dormitorio conmigo y parece que se divirtió bastante. Las muchachas aquí se quejan bastante de la comida, pero a mí me parece que nos dan bastante bien, más ahora que en los primeros meses. Probablemente se debe a que ahora estoy más acostumbrada a la comida americana y a los horarios porque antes siempre me daba mucha hambre después de que terminábamos de comer. Lo que más he extrañado es la leche y las tortillas, pero más la primera. Nada más nos dan leche en el lunch y eso no todos los días, así que yo siempre anhelaba tomar toda la leche que se me apeteciera, y probablemente lo haga cuando regrese, Ahora lo que bebo es cantidad de café.

El sábado pasado Sonia y yo comimos en casa de Margaret Branan, Ella no es una muchacha de la mejor sociedad, pero sí bastante instruida y monísima. Nos ha tratado muy bien y nos invita a su casa con mucha frecuencia a ver la televisión porque aquí, en el dormitorio, sólo podemos verla hasta las ocho, y los buenos programas son de esa hora en adelante. En febrero vamos a ir  comer en casa de Margaret otra vez, pero entonces nos vamos a vestir todas elegantes y a tomar fotografías.

El domingo pasado Sonia, Eddy Chang, Laney Tallant, Kosako y yo comimos juntos y nos divertimos cantidad. Nosotros preparamos la comida siguiendo las instrucciones de Eddy, pues eran platillos chinos. Luego fuimos a visitar a los señores Bollack y a ver la televisión.

La lavadora me hizo una gracia hoy. Puse mis sábanas y toallas a lavar y no me las exprimió, así que tuve que hacerlo a mano. Ya es la segunda vez que me sucede esto y creo que ya las voy a dar a lavar fuera pues me cobran $0.35 centavos y me las entregan planchadas, así que me ahorro las dificultades.

De clases, como de costumbre, muy ocupada, pero creo que no voy a sacar tan malas calificaciones, excepto en Taquigrafía. Tengo que leer varias novelas en francés y aparte unas en inglés, así que casi todo mi tiempo libre lo dedico a eso.

Saludos a todos y a Eduardo dile que le voy  contestar otro día.


Recibe un abrazo de tu hija que no te olvida    

Memorias del Dr. Gabriel Guerrero Ibarra, escritor de los 450 autores.

MEMORIAS DE MIS DÍAS EN NOMBRE DE DIOS, DGO.:
 DR. GABRIEL GUERRERO IBARRA

Localizada a cincuenta kilómetros de la ciudad de Durango, la Villa de Nombre de Dios (y, conocida a veces, sólo como la Villa) a mediados del siglo veinte era un pueblo alejado de la capital por la falta de medios de comunicación. Tenía vida propia, tiendas, casas antiguas que eran el orgullo de sus propietarios y era famosa por las gorditas. Los domingos recibía muchos visitantes procedentes de la capital del estado que iban a disfrutar de los parajes a las orillas de los ríos Tunal y de la Villa cuyas aguas entonces no estaban contaminadas y fluían alegres y cantarinas todo el tiempo porque todavía no existía la presa Guadalupe Victoria. En este poblado se estableció el Dr. Gabriel Guerrero Ibarra para cumplir con su servicio social antes de recibir su título de médico cirujano.  Producto de esa experiencia es el libro Relatos intrascendentes recientemente publicado por el Instituto de Cultura del Estado dentro de la colección Autores del 450.

A su llegada al pueblo, Guerrero Ibarra se muestra maravillado por el paisaje: ¡“Campiñas verdes! El gran Valle de Nombre de Dios se abrió como una cuchillada en el paisaje; pacía el ganado tranquilo sobre el rico pasto, se dormían todos los matices del verde sobre la sabana inmensa”. Más adelante, se dará cuenta de que esta belleza no remedia la suciedad, la miseria, la pobreza de los habitantes. Después de atender un parto difícil cuando no logra salvar a la criatura, reflexiona sobre el abandono en que viven los pueblos: “Hubiera querido decirle allí, que  en toda la Patria los niños de su edad se mueren a millones. Que la muerte no se la debía a la enfermedad sino a la ignorancia y al hambre”.

En su primera noche en Nombre de Dios, Guerrero Ibarra exclama: “Otros podrán verle lo bello, descubrir todo lo ameno, menos el lodazal, y yo estaba allí para aliviar con mis manos aquella carne miserable y ruda”. Y así le acontece aquella noche porque van a buscarlo para que atienda el parto de una infeliz mujer tirada en el suelo. Guerrero Ibarra escribe: “Llegué apenas a tiempo; volví el cordón umbilical a su sitio salvando de la asfixia al hombre que venía. En maniobras extenuantes para la enferma y para mí pasé gran parte de la noche”.  Líneas más abajo exclama: “¡Entrañas de mi pueblo! ¡Si mis manos pudieran cambiarte los destinos…!”

El libro está integrado por veinte textos que más que memorias parecen cuentos; por ejemplo, el capítulo IV  recuerda mucho el relato  “No oyes ladrar los perros”, de Juan Rulfo, que fue publicado muchos años después. La historia ocurre en la noche, en la soledad, lejos del pueblo y son dos personajes, uno viejo y otro joven con un desenlace que dista de ser feliz:

  La boca de la mina abandonada se abría como una antesala del Infierno. 
 Abajo, a trescientos metros de profundidad corrían las anchas vetas de oro.
 Allí  dormían como el pueblo su sueño de cuatrocientos años.
 Bajo la luna, dos siluetas avanzaban medrosamente. Llevaban sendos costales vacíos en las manos.

El estado de Durango es famoso en el país por la abundancia de los alacranes. Hay quienes se dedican a criarlos para luego, ya muertos, incorporarlos a objetos de artesanía: un reloj de pared, una charola, una taza, un cenicero. Otros toman la forma del alacrán para convertirlo en dulces típicos que los turistas y los paisanos compran con mucho gusto. Incluso, hoy día se anuncia que en un restaurante de la calle Constitución se preparan carnes que van adornadas con uno o dos alacranes.

Guerrero Ibarra narra en un texto que en medio de la noche fueron a buscarlo para que salvara a un hombre que completamente embriagado, buscó  refugio de la lluvia en una cueva donde abundaban los alacranes. ¿Cuántos deben de haberle picado? No lo sabía el doctor, pero habían sido muchos porque el hombre se debatía entre la vida y la muerte. Sin embargo, triunfó la vida y los conocimientos del médico y esa experiencia la recuerda así: “Fue la peor lucha de mi vida, pero ¡amaneció! El guiñapo aquel dormía tranquilamente”.

Podríamos decir que los textos están impregnados de poesía; por ejemplo, cuando habla del agua: “El pueblo acostumbraba lavarse con lluvia en las mañanas…Era el agua tan clara que logró al fin lavarme el corazón”.  En varios momentos queda fascinado por la belleza y la inocencia de las mujeres jóvenes a las que contempla con ansia. Veamos este ejemplo: “Pasó como un chorro de luz deslumbrando mis ojos”. Cuando llega el momento de volver a la ciudad, Guerrero Ibarra reflexiona: “El hombre de la ciudad dejó el sitio que había usurpado al oso de mis sierras…”

Hasta ahora, conocemos en Durango las memorias de su servicio social de  tres médicos.  El Dr. Salvador Castaños tituló su libro Memorias de un médico rural donde narra su experiencia en Guatimapé (antes llamado Patos por el gran número de aves migratorias que pasaban el invierno en la laguna de Santiaguillo. Fue en el municipio de Canelas, en la Sierra, de muy difícil acceso en los días cuando el Dr. Jaime Quiñones cumplió con su servicio social; las memorias de esa experiencia se titula Los abrazos no hacen ruido. El tercero, del que nos ocupamos en este texto, es el Dr. Gabriel Guerrero Ibarra quien, además de su carrera como médico,  escribió poesía; Óscar Jiménez Luna, autor del estudio preliminar, nos informa que sus poemas fueron reunidos en 1997 en un volumen titulado Retorno y otros poemas. Además, escribió guiones y argumentos para el cine.