lunes, 12 de diciembre de 2016

Adaptándome al nuevo refrigerador con buenas noticias

DOS ADIOSES, UNA BIENVENIDA

Mi nuevo refrigerador, que ya cumplió tres meses en la cocina, vino a llenar el hueco dejado por el otro que se marchó. No lo llena totalmente porque éste es alto y esbelto (casi parece un atleta griego) y me complica la vida porque el cajón para la verdura está en la parte inferior (como ocurre con los demás modelos, porque estuve revisándolos antes de decidirme por éste) y cada día me cuesta más trabajo agacharme para sacar la verdura. Creo que tendré que sentarme en una silla para facilitar las cosas.  No me gustaba mucho que fuera color gris, pero es el que está de moda y, finalmente, no desentona demasiado con los muebles de la cocina que son  estilo rústico mexicano.

Aun cuando me habían dicho que era ahorrador de corriente eléctrica, a su llegada yo desconfiaba de que esto fuera verdad. Una vez que pasaron las 24 horas exigidas para conectarlo, empezó a funcionar con fuerza, como si fuera el atleta griego con el que lo comparé. Esto me asustó mucho y les confieso, amigos lectores, que durante una semana viví casi en la obscuridad porque me daba miedo que se incrementara mucho mi recibo de luz.

Luego, tuve muchos problemas para saber cuál era la temperatura ideal. El instructivo recomendaba que fuera a la mitad del control pero a mí me parecía exagerado porque estaba casi vacío. Entonces, empecé a mover el control hacia abajo y, de todas maneras, el refrigerador seguía arrancando con frecuencia. Finalmente, coloqué el control donde debía ser y decidí esperar a ver qué sucedía.

Una tía, en la Ciudad de México, tiene el refrigerador tan frío que casi parece un congelador. Además, tiene un termómetro dentro del refrigerador para asegurarse de que realmente ésa es la temperatura deseada. Claro, su refrigerador está siempre muy lleno en tanto que el mío se ve bastante vacío.

Un buen día llegó el recibo de luz y, efectivamente, la cantidad a pagar  HABÍA DESCENDIDO CASI EL CINCUENTA POR CIENTO. No podía creerlo. Hablé con el refri como si fuera un ser animado y le di las gracias. Como el recibo de luz llega cada dos meses, espero que el siguiente sea otra agradable sorpresa.

Ahora que ya somos amigos vivo con mayor tranquilidad. A veces, cuando entro a la cocina después de un buen rato de haber salido, arranca el refrigerador y en ocasiones me he puesto a pensar que suena como el ronroneo de un  gato  que me estuviera saludando.

Nicolás, el chico que me ayuda con mis dificultades con la computadora y quien sube las ilustraciones, sugirió que debía retirar algunos de los adornos que estaban en el otro refrigerador, y sólo escogió los que le parecieron más de acuerdo con el color gris. Y, realmente se ve muy elegante.
Ahora recuerdo el primer refrigerador que hubo en la casa de Independencia cuando vivíamos ahí. Era un General Electric, blanco y grande. Mis hermanos y yo lo mirábamos con admiración pues era un aparato sorprendente. Salió de la Casa Gavilán, la tienda de mi abuelo materno, y ocupó un lugar preferente en el comedor porque en la cocina no había espacio.  Por supuesto, la recomendación para nosotros, los hijos, era: “no lo abran porque se puede descomponer”. Así que lo mirábamos con respeto y no lo tocábamos.

En aquellos días, cuando los refrigeradores no eran un aparato común en las casas, había unos pequeños donde se metía una barra de hielo y así se conservaban mejor los alimentos. Como la mayoría de las personas compraba diariamente los alimentos perecederos, en realidad no nos hacía demasiada falta.


Por lo pronto, espero que mi refrigerador gris, marca Mabe, me acompañe durante muchos años gozando de buena salud y que no me vea obligada a decir “adiós” o “bienvenido” a ningún aparato eléctrico                              


                                           

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