martes, 22 de diciembre de 2015

Continúo con mi epistolario de 1957

EPISTOLARIO SEMO 15

Cape Girardeau, Mo., 24 de octubre de 1957

Muy queridos papás:

Mamá, me dio mucho gusto saber que ya volvió Margarita pues así ya podrás descansar un poco más.  De lo que me preguntas de los vestidos, pues no me acuerdo exactamente cuáles dejé, pero el de falla color ladrillo y el azul no los quiero vender. Tengo un amarillo que dejé con la señora Rosita, en Monterrey, uno salmón y uno viejo azul con solferino y el suéter amarillo; ésos sí los puedes vender, pero los otros no porque me quedan muy a gusto para andar en la casa y barrer.

Qué bueno sería que Dios nos diera la lotería o la situación se compusiera mucho para que pudieras venir pues te encantaría conocer Cape y tantas señoras amables y a todos los profesores. El domingo pasado fui a pasear con los señores Bollack, son bastante ricos pues basta con mirar los diamantes de la señora para saberlo. Hace veinte años el señor Bollack iba a poner una empacadora en Durango, pero siempre no cuajó el negocio. En febrero del año próximo van a ir a Panamá de vacaciones, de allí van a ir a México y puede ser que vayan a Durango. Si van, te van a hablar por teléfono para que así ya sepas quiénes son si algún día recibes una llamada de gente que no conoces.

De la comida no te puedo decir exactamente qué comemos porque varía bastante, pero es muy buena. Sólo el desayuno no cambia y es más o menos así: jugo de toronja o tomate y, luego, cereal, algunas veces corn flakes,  rice Krispies, avena y uno que yo no conocía. Además, café con crema y luego lo que sigue:

Lunes: biscuits, tocino frito y gravy.
Martes: donas y pan tostado con mantequilla.
Miércoles: French toast. Es una rebanada de pan bimbo mojada en una salsa especial de huevo y frita, parecido a los hot cakes. Se sirve con mantequilla y miel Caro. Delicioso.
Jueves: huevos revueltos y pan tostado.
Viernes: sweet rolls y pan tostado. Son unos panecillos con betún.
Sábado: hot cakes.
Domingo: huevos estrellados.

El desayuno es así cada semana.

El lunch cambia un poco; montones de papas, algunas veces hot dogs y todos los sábados, hamburguesas. Los viernes generalmente es ensalada de atún porque como hay muchas católicas, es una lata hacer dos comidas. Frijoles, ejotes, espinacas, etc. Y leche. De postre, algunas veces es un pedazo de pastel de café,  gelatina, plátanos, frutas de lata, etc.

La comida es rica, especialmente miércoles y domingos. Los miércoles porque tenemos que vestirnos elegantes y generalmente es un buen trozo de carne, puré de papa, gravy, chícharos, ensalada y pan. De postre, helado o pie a la mode. Los domingos es pollo o jamón, ensaladas, legumbres y papas (no abandonamos las papas) y helado. Los demás días es más o menos lo mismo: carne, papas, ensalada y, de postre, frutas de lata o short cake cada dos semanas. Todos los jueves, para el lunch, tenemos macarrón con picadillo, como lo prepara Carmelita, y es rico; algunas veces tenemos arroz con leche, pero no me gusta como lo preparan aquí. Como ahora ya está haciendo frío, nos dan sopa caliente dos veces a la semana. Ojalá lo entiendan porque me hice bolas y quedó muy complicado.

Yo he querido saber cómo preparan muchas cosas, pero todo es de lata, nada más calentado, así que tendría que cargar con todo el laterío.

En general, comemos muy bien, pero tenemos muchas féculas porque es más barato y es por eso que estoy engordando y vieras todo lo que no como. No pruebe azúcar en nada; los primeros días la toronja me sabía a rayos pero ahora ya no me parece tan amarga. No como helado, ni gravy, ni mantequilla, ni cereal; Ya materialmente no puedo dejar de comer nada más porque me moriría de hambre.

Bueno, mamá, creo que es todo por ahora. Ojalá que todos estén bien y que las cosas mejoren.  Reciban un abrazo y todo el cariño de,


P.D. Este fin de semana voy a ir a Festus, queda cerca de San Luis.



Distintas maneras de recordar a los difuntos

FESTIVIDADES PARA RECORDAR A LOS DIFUNTOS

Aunque ya es extemporáneo, quiero escribir estas notas porque me parecen  interesantes las coincidencias y cómo la celebración de un país se imbrica con la de otro. Espero, además, que haya personas interesadas en conocer su origen y cómo se relaciona, por ejemplo, el Halloween con el Día de los Difuntos en nuestro país.

A mediados del siglo veinte, la fiesta importante para la iglesia católica era el primero de noviembre, día en que se conmemoraba la salida de los penitentes que se encontraban en el limbo para subir al paraíso.  Era un día con misa obligatoria. Luego, con la renovación de la iglesia en diferentes formas, el limbo desapareció por lo que las almas ahora vagan por el purgatorio. Esta fiesta se complementaba con la celebración el 2 de noviembre de las festividades de los muertos, de claro   origen prehispánico. También creo oportuno aclarar que en esos años la costumbre de poner un altar de muertos y dedicarlo a una persona no gozaba, en Durango,  de mucha aceptación.  Nos llegó del centro del país junto, por ejemplo, con alimentos como el huitlacoche (que en Durango se usaba sólo para los animales), los romeritos, la flor de calabaza y tantos más. Creo que fue iniciativa del gobierno o de algún dirigente de la cultura (yo no estaba entonces aquí) que decidió popularizar el altar a los muertos.

Hoy, mucha gente acostumbra visitar las tumbas de sus parientes y adornarlas con flores de cempasúchil, coronas y  algunos de los alimentos y bebidas preferidos por el difunto. En el altar se coloca una fotografía y se añaden, por ejemplo, herramientas o instrumentos que recuerden cuál era su oficio.  Predominan, por supuesto, los colores anaranjado,  morado y  negro, que también caracterizan al Halloween.  Por supuesto, las panaderías preparan el pan de muerto, generalmente en forma de concha y decorado con unos palitos que semejan huesitos. Los paisanos en Texas lo preparan en forma de hombre o de mujer y lo decoran con colores.  Quienes no hayan visto la película “Arráncame la vida”, basada en la novela del mismo nombre de Ángeles Mastreta, se han perdido la oportunidad de admirar un hermoso campo cubierto de cempasúchil cerca de Tonanzintla, en el estado de Puebla.

En la antigüedad, los celtas celebraban el 31 de octubre la fiesta llamada All  Hallow’s Eve donde oficiaban sacerdotes paganos adoradores de los árboles, especialmente de los robles. El vocablo hallow significa sagrado; por ejemplo, en el Padre nuestro, en inglés, se dice “Our Father who art in heaven, hallowed be Thy name”.  Los celtas habitaban la región comprendida entre los ríos Elba y Rhin, lo que hoy es Alemania, pero luego se movieron hacia el norte de Europa, a Gran Bretaña.  Con la llegada del cristianismo a ese lugar, se dio un sincretismo originado por la cristianización de las fiestas del verano; es decir, hay un claro cambio en la estación del año.

En los Estados Unidos, como también en nuestro país, abundan las calabazas de castilla, que nosotros disfrutamos con piloncillo y que los norteamericanos preparan de diferente manera. En este país, cuando los niños salen a pedir Halloween, llevan por lo general una pequeña calabaza, y dicen “Truck or treat”, que se traduce como truco (juego) o dulces. En México, los chicos en la calle dicen “¿Me da mi calaverita?” y los que van por casa por casa sólo gritan “Queremos halloween”, que significa dulces. También se utilizan los colores anaranjado (como la calabaza), morado y negro.

Este otoño, gracias a mi amiga Conchita Félix, que estudió un doctorado en Gran Bretañana,  me acabo de enterar que en algunas regiones de  ese país, coincidiendo con las fechas del Halloween y del Día de los difuntos, celebran una fiesta conocida como  “Bonfire night”. La historia es la siguiente.

Según la información de internet, con la intención de poner fin a las persecuciones religiosas,  Guy Fawkes (1570-1606) fue un conspirador católico inglés que planeó la conspiración de la pólvora para volar el Palacio de Westminster con el objetivo de asesinar al rey Jacobo y a su familia. La conspiración fue descubierta y Fawkes fue arrestado el 5 de noviembre de 1605. Fue juzgado y condenado a morir en la hoguera. Durante la Bonfire night, se quema una figura que representa a Hawkes.

Lo que une a estas tres festividades es, desde mi punto de vista, la religiosidad, sea la que fuere, y la necesidad de que no olvidemos a quienes partieron antes que nosotros.




Exposición sobre los Pérez Gavilán

CRONICA DE UNA EXPOSICIÓN DE LA FAMILIA PÉREZ GAVILÁN

Hace unos días se inauguró en la Ciudad de México, en el Museo Nacional de San Carlos,  una exposición de fotografías antiguas de la familia de Ricardo Salinas Pliego, el accionista más importante del Canal 13. Ello me hizo recordar una exposición que organicé en Durango, con la ayuda de mis primas Guadalupe y Graciela Gavilán, en la sala de exposiciones temporales de la Casa de la Cultura, en abril de 2009. La titulamos Expofotografía antigua y recreación de ambientes: El tronco y la simiente: los Pérez Gavilán. Meses después escribí una crónica que se publicó en una revista local y que hoy reproduzco para recordar aquellos días azarosos y, luego, llenos de gozo.

Todo empezó aquella mañana cuando mi tío Carlos (el hermano menor de mi madre, apenas  ocho años mayor que yo)  extrajo un montón de hojas de máquina de su  archivero y entregándomelas dijo: “Toma. Síguelo tú porque yo ya me cansé”. Al hojearlas  me di cuenta de que se trataba de un árbol genealógico de los Pérez Gavilán muy elemental. Contenía, sobre todo, datos de sus padres y hermanos, además de  unas pocas anotaciones sobre los hermanos de su papá. Recibí las hojas sin mayor entusiasmo. Viajaron conmigo a Durango y, a mi vez, las guardé en una carpeta debidamente etiquetada en el tercer cajón del archivero.  “Más recuerdos de familia que guardar”, me dije, porque, sin proponérmelo, me había convertido en la custodia de una caja grande llena de fotografías que de mi abuela, pasaron a mi madre y,  a su muerte,  a mí, la nieta mayor considerada por muchos como la memoria de la familia.

Abandoné el proyecto del árbol genealógico porque cuando les pedí a mis primas que formaran el suyo; nadie mostró el menor interés.  Yo tenía en mi poder una hoja con unos  datos escritos a las volandas   proporcionados por  la señora Josefina, mamá de Myriam Jardy, mi compañera de trabajo en el Centro de Estudios Literarios de la UNAM, e hija de Ángela Pérez Gavilán, hermana de mi abuelo Jesús,  que contrajo matrimonio  con Alberto Cárdenas y a quien no llamé tía  ni una sola vez aquella tarde.  Ella recordaba con claridad a mi abuelo Jesús, a sus hermanos y a sus hijos, pero era absolutamente desconocida para quienes  vivíamos en Durango. De no haber sido porque Myriam y yo nos encontrábamos  trabajando juntas y una mañana, mientras registrábamos los datos para el Diccionario de escritores mexicanos, hablamos de nuestros respectivos ancestros -lo que nos llevó a darnos cuenta de nuestro lejano parentesco-, no la hubiera conocido jamás. La hoja garabateada por la tía Josefina se sumó a los  papeles que ya estaban dentro de la  carpeta y del archivero.

Meses después, en una nueva visita al  Distrito Federal, el historiador Francisco Durán Martínez me dijo que la doctora en historia  Graziella Altamirano, investigadora del Instituto Mora y amiga suya, trabajaba en un texto sobre los Pérez Gavilán, que formaría parte de un libro sobre las familias porfirianas de Durango.  Añadió que le interesaría conversar conmigo;  sugerí que nos acompañara mi tío Carlos (mi mamá había fallecido en 1998) porque él sabía más de la historia de la familia que yo misma. Nos citamos en un Sanborn’s,  conversamos agradablemente y creo que fue entonces cuando empecé a interesarme por la genealogía.  Finalmente, el ensayo de Graziella Altamirano  apareció en la revista Transición (núm. 25, pp. 87-112), publicada por el Instituto de Investigaciones Históricas  de la Universidad Juárez del Estado de Durango que  se agotó con rapidez, por lo que fotocopié el texto y  lo repartí entre la familia. En lo personal,  me resultó sumamente interesante porque iluminó, de pronto,  la historia de los Pérez Gavilán aportando, con objetividad, datos desconocidos sobre los ancestros.

 De acuerdo con esta investigación, el primer Pérez Gavilán en tierras durangueñas de que se tenga noticia fue Miguel Pérez Gavilán, quien, en 1824, fue dipuitado del primer Congreso Constituyente del estado. De su matrimonio con Nicolasa de Manzanera y Salas nacieron varios hijos entre los que se cuentan Miguel, Felipe, Mateo y Diego. Quienes llevamos el apellido Pérez Gavilán en Durango descendemos mayoritariamente de Manuel y de Felipe. Manuel fue precisamente el constructor, en 1858, de la casona que hoy es conocida como la Casa de la Cultura y propietario de la hacienda La Sauceda, que heredó de su tío el prebendado Leandro Sánchez Manzanera. Descendientes suyos fueron Isabel, Diego, Petra, Ángel y Nicolasa, quien contrajo matrimonio con su primo Luis Pérez Gavilán. De esta unión nacieron varios hijos, entre ellos, Joaquín, cuya familia habitó una amplia casa en la esquina de las calles 5 de Febrero y Zarco.

Felipe, quien parece haber sido el sobrino consentido del canónigo y prebendado Leandro Sánchez Manzanera, recibió como herencia de su tío “la hacienda de San Diego de Navacoyán y sus anexos; el rancho de Alcalde, la Estancia del Registro, la del Río Santiago, la de San Ignacio y el rancho de San Juan”.  Tuvo varios cargos políticos y fue un buen médico respetado y estimado por la sociedad. Se casó con Rosa Guerrero de la Bárcena, hermana de Cipriano Guerrero, que fue gobernador del estado y de la poetisa Dolores Guerrero. De este matrimonio nacieron Agustín, Luis, Concepción, Miguel, Ángela, María, Leandro, Luz, Leonor, Carmen, José y Jesús.

El 30 de mayo de 1999, mi tío José María (hermano de mi mamá) y casado en segundas nupcias con Kenia Lewis invitó  a todos los Pérez Gavilán que pudieran asistir a  una comida en su casa de las calles de Santa Catarina, en Tláhuac, en el Distrito Federal. Para tal ocasión, mandé imprimir unos recordatorios con el siguiente texto: “Como en el agua un rostro refleja otro rostro,/así el corazón de un hombre refleja el de otro hombre”,  tomado del proverbio  de la Biblia de Jerusalén 27:19. Acudimos más de cien, sin contar los niños, llegados de Durango, Chihuahua, Ensenada, Ciudad Lerdo, Puebla y el Distrito Federal.  Todos usamos un gafete con nuestro nombre  indicando de cuál rama descendíamos. Se grabó, además,  un video con la entrevista a distintos miembros de la familia.   De nuevo, sentí la inquietud de profundizar más en la historia de este numerosísima familia (simplemente, el bisabuelo don Felipe Pérez Gavilán tuvo trece hijos que, a su vez, fueron muy prolíficos), así como de organizar una muestra con  las fotografías de la familia que si  bien, como opinó un joven visitante de la exposición, “no  aportaban nada desde el punto de vista estético” (con lo cual no estoy de acuerdo); , en mi opinión tienen valor histórico y semiótico.

Años después, recorriendo un museo en San Luis Potosí, observé con detenimiento la exposición de fotografía de una destacada familia de esa ciudad expuesta  en los corredores del Museo Regional de Historia. Creí entonces llegado el momento de desempolvar la caja, enriquecer mi colección con fotografías de los parientes y curar la exposición que llevó por título Expofotografía antigua y recreación de ambientes. El tronco y la simiente: los Pérez Gavilán, frase inspirada por unas palabras del profeta Isaías (6:13), que se montó en la sala de exposiciones temporales de la Casa de la Cultura. Planeada originalmente para inaugurarse el 29 de abril de 2009, a las 20:00 horas, debió posponerse la inauguración hasta el 7 de mayo debido a la alerta sanitaria por la epidemia de influenza A H1N1 que obligó a la suspensión de todas las actividades.

Recorrido por la exposición
A la entrada, en una de las mamparas se colgó una invitación, un cartel de los que se distribuyeron por distintas partes de la ciudad, y un árbol genealógico preparado por el arquitecto Luis Martínez, además de un texto sobre la familia  recortado del periódico Excélsior hace muchos años. En el sitio de honor de colgaron las fotografías de los bisabuelos, el Dr. Felipe Pérez Gavilán Guerrero y su esposa Rosa de la Bárcena de Pérez Gavilán.  Las demás fotografías se distribuyeron por los distintos espacios.

 Entre los objetos que seleccionamos para dar una idea de cómo se divertían o en qué se ocupaba la familia a finales del siglo diecinueve pusimos una mesa de juego, con sus sillas, y unas barajas. En otro rincón estaba un brasero de que los que utilizaban en esos años; en la vitrina algunos objetos de porcelana, un abanico  y una mantilla. Había también una vitrina donde se exhibían credenciales, plumas, y documentos pertenecientes al Dr. Felipe Pérez Gavilán.

La exposición tuvo mucho éxito aunque, lamentablemente, muchas personas que querían  visitarla durante el fin de semana se encontraron con la noticia de que era imposible porque la Casa de la Cultura cierra los sábados y los domingos porque tiene un horario como de escuela. Sin  embargo, quedó ya en los anales de la historia de Durango.













Reflexiones sobre la gran escritora Nellie Campobello