miércoles, 22 de mayo de 2013


JUEGOS DEL DESTINO

Hace unos días leí un párrafo en la novela Plegarias nocturnas, del escritor colombiano Santiago Gamboa (que ahora vive en Nueva Delhi) que narra lo ocurrido a su personaje Andrés Felipe, asesor del gobierno y coludido con el narcotráfico, cuando visita a su anfitrión en su finca escondida en la selva colombiana.  Después de una cena exquisita llega don Fermín y le pregunta si lo atendieron bien.  Andrés Felipe responde: “ni en casa de mi abuela me atendían así”, a lo que don Fermín replica: “Tampoco exagere porque yo alcancé a conocer la casa de su abuela, a lo mejor usted no lo sabe pero mi mamá fue una de sus empleadas”. Por supuesto, Andrés Felipe se ruboriza y un silencio pesado y ominoso cae sobre los comensales. Yo viví una experiencia semejante.

Hace unos días, en mi Taller de lectura, en el Palacio de los Gurza, se presentó un hombre mayor, canoso, de ojos azules y sin parte del antebrazo izquierdo.  Se acercó a mí cuando yo intentaba darle la bienvenida y me dijo: “Yo la conozco a usted desde que era chiquita. Mi abuela era la encargada de preparar el arroz cuando había comida familiar en casa de su abuela”. Sentí que enrojecía desde la punta del pelo y le pregunté: “¿Doña Aleja?” Y me contestó: “Sí”. “Entonces”, continué yo, “usted es hijo de Carmela, que tenía los ojos azules y planchaba tan bonito”. “Así es”, repuso Pedro.

Le dije entonces que Doña Aleja había trabajado para mi mamá en los días de la limpieza primaveral y que era un personaje que aparecía en mi libro Perfiles al viento, que ya estaba agotado pero que yo le haría una fotocopia.

Pedro se incorporó al Taller y nos ha sorprendido a todos con sus conocimientos y su actitud. Es una permanente lección de vida.