domingo, 15 de enero de 2017

Otra llamada del destino: mi tarea de 1955 salió de entre las hojas de un libro de latín.

CLASES DE LATÍN

Al abrir un viejo libro de latín en el que estudié esa lengua cuando cursé el Bachillerato de Filosofía y Derecho en el entonces Instituto Juárez (hoy Universidad Juárez del Estado de Durango) cayó al suelo esta vieja hoja de cuaderno, fechada en 1955, en la que había escrito una tarea de traducción de oraciones del latín al español y que, por alguna razón, se quedó guardada en ese pequeño volumen. Inmediatamente acudieron a mi mente muchos recuerdos de esos días y de esa experiencia.

El profesor era el Lic. Anselmo Torres, un excelente maestro, que se distinguió entre muchos otros de esos años, por su puntualidad, su dominio de la lengua (algo de lo que carecía el profesor de griego que me enseñó en clases particulares la clase de Etimologías que aprobé en examen de suficiencia porque en el Colegio Sor Juana Inés de la Cruz no nos la impartieron) y por ser un maestro paciente y entregado a sus alumnos. Ahora, me he enterado que estuvo en el Seminario y de ahí su buen conocimiento de la lengua.

Al tener esa amarillenta hoja en las manos recordé mi experiencia como profesora de Etimologías en el Colegio Americano en la Ciudad de México. Como se trataba de una materia difícil y que todos consideraban inútil, tuve que inventar algunos juegos para que los alumnos cumplieran con lo establecido en el curso. Inicié proyectando dos videos, uno sobre la antigua Atenas y la no menos antigua Roma, para situarlos en el mundo donde se habían hablado esas lenguas aunque era muy posible que los alumnos hubieran visitado ambas ciudades porque los recursos de sus padres les permitían viajar por el mundo en las vacaciones de verano.

Me asesoré con el Dr. Tarsicio Herrera Zapién, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, en la Universidad Nacional Autónoma de México, quien era muy hábil para hacer su materia interesante y que mi maestro de latín.  Me fue tan bien en esa clase que el profesor trató de convencerme después de que me cambiara de Letras Hispánicas a Letras Clásicas, pero la idea no me sedujo porque pensé que mi vida se reduciría a traducir a los autores de la antigüedad.

Les pedí también a los alumnos que hicieran un cartel con las ideas que les sugerían las palabras y los hechos que comentábamos. Me llevé una gran sorpresa porque hubo algunos muy originales y excelentes que nos sirvieron para decorar los muros del salón.

Recuerdo hoy una conversación curiosa entre los alumnos que escuché detrás de la puerta entreabierta porque había salido a traer una taza de café. Algunos protestaban por palabras como piscicultura, noctámbulo, omnívoro, horticultura, ímprobo, cunicultura  y otras que hoy no recuerdo con el argumento: “nadie las usa”. Claro, entre muchachos de quince y dieciséis años no son comunes. Pero una de las chicas repuso: “Las usa la Miss y mejor apréndetelas para que no repruebes”. Con una sonrisa, abrí la puerta y entré. 

Mis escasos conocimientos de latín me han sido muy útiles no sólo para leer a autores como Umberto Eco sino para conocer el significado de palabras desconocidas por medio de sus raíces. Además, sirve para el aprendizaje de lenguas extranjeras porque hay muchos vocablos en inglés, que no es una lengua romance, que provienen del latín, como acueducto o águila, entre muchísimas otras.


Así, este curioso encuentro con mi tarea de latín de hace 62 años me pareció un recordatorio del destino de que debía escribir sobre la misma y a dónde me había llevado esa antigua lengua. Además, recuerdo hoy también que me sentí muy orgullosa cuando un maestro me dijo que “había dignificado la clase de etimologías”.


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