CLASES DE LATÍN
Al abrir un viejo libro de latín
en el que estudié esa lengua cuando cursé el Bachillerato de Filosofía y
Derecho en el entonces Instituto Juárez (hoy Universidad Juárez del Estado de
Durango) cayó al suelo esta vieja hoja de cuaderno, fechada en 1955, en la que
había escrito una tarea de traducción de oraciones del latín al español y que,
por alguna razón, se quedó guardada en ese pequeño volumen. Inmediatamente
acudieron a mi mente muchos recuerdos de esos días y de esa experiencia.
El profesor era el Lic. Anselmo
Torres, un excelente maestro, que se distinguió entre muchos otros de esos
años, por su puntualidad, su dominio de la lengua (algo de lo que carecía el
profesor de griego que me enseñó en clases particulares la clase de Etimologías
que aprobé en examen de suficiencia porque en el Colegio Sor Juana Inés de la
Cruz no nos la impartieron) y por ser un maestro paciente y entregado a sus
alumnos. Ahora, me he enterado que estuvo en el Seminario y de ahí su buen
conocimiento de la lengua.
Al tener esa amarillenta hoja en
las manos recordé mi experiencia como profesora de Etimologías en el Colegio
Americano en la Ciudad de México. Como se trataba de una materia difícil y que
todos consideraban inútil, tuve que inventar algunos juegos para que los alumnos
cumplieran con lo establecido en el curso. Inicié proyectando dos videos, uno
sobre la antigua Atenas y la no menos antigua Roma, para situarlos en el mundo
donde se habían hablado esas lenguas aunque era muy posible que los alumnos
hubieran visitado ambas ciudades porque los recursos de sus padres les
permitían viajar por el mundo en las vacaciones de verano.
Me asesoré con el Dr. Tarsicio
Herrera Zapién, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, en la
Universidad Nacional Autónoma de México, quien era muy hábil para hacer su
materia interesante y que mi maestro de latín. Me fue tan bien en esa clase que el profesor
trató de convencerme después de que me cambiara de Letras Hispánicas a Letras
Clásicas, pero la idea no me sedujo porque pensé que mi vida se reduciría a
traducir a los autores de la antigüedad.
Les pedí también a los alumnos
que hicieran un cartel con las ideas que les sugerían las palabras y los hechos
que comentábamos. Me llevé una gran sorpresa porque hubo algunos muy originales
y excelentes que nos sirvieron para decorar los muros del salón.
Recuerdo hoy una conversación
curiosa entre los alumnos que escuché detrás de la puerta entreabierta porque
había salido a traer una taza de café. Algunos protestaban por palabras como
piscicultura, noctámbulo, omnívoro, horticultura, ímprobo, cunicultura y otras que hoy no recuerdo con el argumento:
“nadie las usa”. Claro, entre muchachos de quince y dieciséis años no son
comunes. Pero una de las chicas repuso: “Las usa la Miss y mejor apréndetelas para que no repruebes”. Con una sonrisa,
abrí la puerta y entré.
Mis escasos conocimientos de
latín me han sido muy útiles no sólo para leer a autores como Umberto Eco sino
para conocer el significado de palabras desconocidas por medio de sus raíces.
Además, sirve para el aprendizaje de lenguas extranjeras porque hay muchos
vocablos en inglés, que no es una lengua romance, que provienen del latín, como
acueducto o águila, entre muchísimas otras.
Así, este curioso encuentro con
mi tarea de latín de hace 62 años me pareció un recordatorio del destino de que
debía escribir sobre la misma y a dónde me había llevado esa antigua lengua. Además,
recuerdo hoy también que me sentí muy orgullosa cuando un maestro me dijo que
“había dignificado la clase de etimologías”.
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