Para mi amiga
entrañable, por su amor a las palabras, a los viajes y a las costumbres.
María Rosa Fiscal logra, a
partir de la cocina duranguense, llevarnos más allá de los aromas, a un
recorrido de los linajes, los sucesos históricos, la comunión de las familias
tradicionales de Durango, y al retrato de muchos de sus municipios.
Si bien la portada de Aromas de Durango, tiene como elementos
la canela que no puede faltar en la salsa para las enchiladas, o los
tornachiles que acompañan unos buenos patoles, y un pan de agua, que recuerda
tanto la añoranza de quienes están o han estado autoexiliados de Durango. Este
texto puede llevarnos a un recorrido por distintas épocas de esa sociedad
duranguense, tan desconocida para muchos, en el país, porque desde que se puso
de moda en el imaginario colectivo se cree que en Durango surgió el pasito
duranguense y hace mucho fue la tierra del cine.
Hoy que están tan moda
series como Velvet o el Tiempo entre Costuras, puedo decirles
que en Aromas de Durango, también hay
una escena narrativa muy bien lograda, en la cual un hombre grita desde un
tapanco los precios de las telas, mientras las clientas y las empleadas se
pierden entre los tubos cubiertos de satín, de seda o de alguna otra textura
montada sobre metros de papel aglomerado convertidos en un largo cilindro.
La nariz y los platillos que
acompañaron su niñez, su adolescencia, sus estudios en Estados Unidos, su
estancia en esta Ciudad de México, le permiten a la autora darnos cuenta de
algunas de las lecturas que le han sido entrañables. Me permito aquí mencionar
una sobre el Premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk, en su libro Nieve. Al dar cuenta de la llegada de
las primeras familias libanesas a Durango, María Rosa se refiere a las
lentejas, como uno de los platos de la Semana Santa de los duranguenses, y al
invierno en Turquía, que retrata el Nobel en esa novela.
La autora no escapa de la
religiosidad duranguense, que es una característica que nadie podría omitir al
hablar de la cultura de ese estado, y entrelaza como un muégano, las historias
de algunos platillos, con citas bíblicas ad hoc.
Imaginar un militar francés
comiendo naranjas dulces, mientras contempla el cielo azul luminoso de Durango,
en el invierno de 1866, en tanto que da cuenta de que los liberales mexicanos
no son tan fáciles de derrotar, es una escena que retrata la comunicación
epistolar rescatada por la autora para este texto.
El recetario familiar, el de
las amigas, el de las abuelas de las amigas, el de los amigos, es la columna de
un libro que nos lleva a recrear las escenas en torno al pan de huevo y los
cientos de charlas que se dan en la preparación de un caldillo durangueño.
La aportación de este texto
para la cocina tradicional mexicana, es develar para cientos, una cocina que a
diferencia de la oaxaqueña o la poblana, no es conocida de forma masiva, pero,
sobre todo, dar cuenta de forma precisa
y bien documentada, de la geografía de Durango, a través de sus platillos, y
para quienes somos duranguenses por decisión y por adopción, llenarnos de
evocaciones y anhelar una manzana de Canatlán o Nuevo
Ideal. Qué importa que no esté grandota y muy roja, así pequeñita es jugosa, y
en esta época ya no es pecado comérsela.
Quiero
agradecerle a María Rosa, haberme permitido ser parte de la creación de este
libro, y dar cuenta de que esta literata, que había sido formada con las
Remington, y las Olivetti, con Aromas de Durango, se familiarizó con los lenguajes de las
computadoras.
Mónica Perla Hernandez
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