sábado, 3 de diciembre de 2016

Palabras de Mónica Perla Hernández en la presentación de mi libro Aromas de Durango

Para mi amiga entrañable,  por su amor a las palabras,  a los viajes y a las costumbres.


María Rosa Fiscal logra, a partir de la cocina duranguense, llevarnos más allá de los aromas, a un recorrido de los linajes, los sucesos históricos, la comunión de las familias tradicionales de Durango, y al retrato de muchos de sus municipios.

Si bien la portada de Aromas de Durango, tiene como elementos la canela que no puede faltar en la salsa para las enchiladas, o los tornachiles que acompañan unos buenos patoles, y un pan de agua, que recuerda tanto la añoranza de quienes están o han estado autoexiliados de Durango. Este texto puede llevarnos a un recorrido por distintas épocas de esa sociedad duranguense, tan desconocida para muchos, en el país, porque desde que se puso de moda en el imaginario colectivo se cree que en Durango surgió el pasito duranguense y hace mucho fue la tierra del cine.

Hoy que están tan moda series como Velvet o el Tiempo entre Costuras, puedo decirles que en Aromas de Durango, también hay una escena narrativa muy bien lograda, en la cual un hombre grita desde un tapanco los precios de las telas, mientras las clientas y las empleadas se pierden entre los tubos cubiertos de satín, de seda o de alguna otra textura montada sobre metros de papel aglomerado convertidos en un largo cilindro.

La nariz y los platillos que acompañaron su niñez, su adolescencia, sus estudios en Estados Unidos, su estancia en esta Ciudad de México, le permiten a la autora darnos cuenta de algunas de las lecturas que le han sido entrañables. Me permito aquí mencionar una sobre el Premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk, en su libro Nieve. Al dar cuenta de la llegada de las primeras familias libanesas a Durango, María Rosa se refiere a las lentejas, como uno de los platos de la Semana Santa de los duranguenses, y al invierno en Turquía, que retrata el Nobel en esa novela.

La autora no escapa de la religiosidad duranguense, que es una característica que nadie podría omitir al hablar de la cultura de ese estado, y entrelaza como un muégano, las historias de algunos platillos, con citas bíblicas ad hoc.

Imaginar un militar francés comiendo naranjas dulces, mientras contempla el cielo azul luminoso de Durango, en el invierno de 1866, en tanto que da cuenta de que los liberales mexicanos no son tan fáciles de derrotar, es una escena que retrata la comunicación epistolar rescatada por la autora para este texto.

El recetario familiar, el de las amigas, el de las abuelas de las amigas, el de los amigos, es la columna de un libro que nos lleva a recrear las escenas en torno al pan de huevo y los cientos de charlas que se dan en la preparación de un caldillo durangueño.

La aportación de este texto para la cocina tradicional mexicana, es develar para cientos, una cocina que a diferencia de la oaxaqueña o la poblana, no es conocida de forma masiva, pero, sobre todo,  dar cuenta de forma precisa y bien documentada, de la geografía de Durango, a través de sus platillos, y para quienes somos duranguenses por decisión y por adopción, llenarnos de evocaciones y anhelar una manzana de Canatlán o Nuevo Ideal. Qué importa que no esté grandota y muy roja, así pequeñita es jugosa, y en esta época ya no es pecado comérsela.

Quiero agradecerle a María Rosa, haberme permitido ser parte de la creación de este libro, y dar cuenta de que esta literata, que había sido formada con las Remington, y las Olivetti, con  Aromas de Durango,  se familiarizó con los lenguajes de las computadoras.

Mónica Perla Hernandez 

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