LA NIETA DEL SEÑOR LINH
Se trata de una breve y
conmovedora novela escrita por Philippe Claudel, a quien suponemos pariente de
Paul Claudel, el famoso poeta francés de la primera mitad del siglo veinte. Sin
embargo, en la información que aparece en internet se aprecia un marcado
interés por no ofrecer al lector mayores datos biográficos, lo cual, suponemos,
se debe a que nuestro autor quiere brillar por sí mismo y no ser comparado con
su famoso pariente, si es que lo es.
La novela inicia cuando el anciano
señor Linh, que sostiene amorosamente en sus brazos a su nieta Sang Diu, que
significa Aroma dulce, viaja en un
barco que lo aleja de su país para llevarlo a una tierra desconocida. El viaje
dura muchos días y durante todo este
tiempo el señor Linh permanece en cubierta mirando ansiosamente en la dirección
del país que acaba de abandonar. Además, sostiene a la niña en sus brazos y la
cuida con devoción. Cuando come, mastica un poco de arroz que luego le
introduce a la niña en la boca y que se
le escurre por las comisuras. Algunas veces le canta una canción y “la niña
abre los ojos”. Cuando el señor Linh la mira, lo que ve son “paisajes, mañanas
luminosas, el lento y apacible paso de los búfalos por los arrozales, las
alargadas sombras de los enormes banianos a la entrada de la aldea, la bruma
azulada que desciende de las colinas al atardecer, como un chal deslizándose
lentamente por unos hombros… “
Después de seis largas semanas,
el viaje llega a su fin. El señor Linh desembarca y lo primero que nota es que ha
llegado a un país “sin olor”. Es conducido a un refugio donde hay muchas otras
personas que lo ven llegar, abrazando a su nieta, y se ríen de él. Pero al
señor Linh no le importa. Además, no entiende la lengua que hablan.
Transcurren varios días en que el
señor Lihn, siempre abrazando a su nieta y protegiéndola de los curiosos que
quieren jugar con ella, no sale del
dormitorio. Al fin, un día se escapa y camina varias cuadras, pero no demasiado
lejos para no perderse. Cansado, se sienta en el banco de un parque. De pronto,
llega un extraño y se sienta e intenta entablar conversación con el extranjero pero
es imposible porque ninguno conoce la lengua del otro. El señor Lihn le presenta
a su nieta y le informa que se llama Sang
diu. Luego, para saludar cortésmente, pronuncia “Tao-lai”, que en su país es
la forma correcta de hacerlo y que el extraño, que se presenta como el señor
Bark, interpreta como su nombre. Después de un rato, el anciano y su nieta se
despiden y regresan al dormitorio.
La amistad entre los dos hombres
aumenta con los días, aunque siguen sin entenderse verbalmente. Pero hay
circunstancias que los unen: los dos están solos, se sienten perdidos en esa
ciudad porque sus vidas han sufrido un cambio radical. Como Bark es un fumador empedernido,
el señor Lihn se anima a pedirle a la enfermera que le entregue la dosis de
cigarrillos a que tiene derecho cada día. Así sucede pero, en realidad, el
anciano se los obsequia al señor Bark.
Un buen día el señor Lihn y su
nieta son trasladados a otro hospital lejos del primer refugio y él no puede
despedirse del señor Bark. Desesperado, se sienta en el banco del jardín,
“acuna a su nietecita, le habla, le murmura al oído palabras cariñosas y
contempla el mar que agita sus olas y sus corrientes a los lejos, sus pies”. Las enfermeras y los otros
pacientes lo observan y se ríen.
Desesperado por haber perdido a
su amigo sin haberse despedido, un buen día, después de reconocer el terreno,
sale del hospital y empieza a caminar en la dirección del parque donde se
encontraba con el señor Bark. Siempre se asegura de que su nieta esté bien
protegida para que no se le vaya a caer en el camino. Poco a poco reconoce algunos edificios y hacia
allá se dirige con la intención de llegar al parque donde se encontraba con Bark.
Por supuesto, sujeta a la niña con firmeza.
Tras varios tropiezos en su
caminata a ciegas, finalmente ve el
parque y a su amigo Bark sentado en la banca. Corre desesperado sin tener en
cuenta que debe cruzar la calle y que hay coches que circulan en ambos
sentidos. De pronto, ya no ve nada pero no suelta a Sang Diu.
En escasas 126 páginas, Philippe
Claudel nos narra una historia sobre el exilio, el dolor que significa haber
dejado atrás todo lo conocido y amado, lo difícil que es llegar a un país
extraño desconociendo el idioma y la amistad entrañable que surge entre dos
hombres que no conocen la lengua del otro y, sin embargo, se entienden porque
sus circunstancias son similares.
Por las descripciones y algunos
nombres, suponemos que el señor Lihn viene del oriente, quizá de Birmania u
otro país. O tal vez, como llega a Francia, quizá se trate de un extranjero
procedente de Indochina, en los tiempos
en que este país ocupaba este territorio
en el sudeste asiático. Es también una historia de amor, no sólo a la nieta Sang diu, sino a la tierra perdida, así
como al nuevo amigo que le da la bienvenida a su nuevo país.
El amor por la nieta a la que
protege, alimenta y cuida como a su tesoro más precioso, cantándole hermosas
canciones de la tierra que ha quedado atrás, es también muy conmovedor.
El inesperado final deja al
lector con lágrimas en los ojos y conmovido por esta historia de amor.