martes, 30 de septiembre de 2014

Esperando a los bárbaros, novela de Coetzee

ESPERANDO A LOS BÁRBAROS

Antes de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2003, el laureado escritor sudafricano, J. M. Coetzee,  nacido en Ciudad del Cabo en 1940, había escrito otras novelas que recibieron distintos premios y que, de alguna manera, fueron abriéndole camino hacia el Nobel, al mismo tiempo que perfeccionando su maestría en la narrativa.  Entre ellas, Esperando a los bárbaros, publicada en 1980 y premiada con el CNA, el reconocido premio literario en Sudáfrica.

Sin referirse abiertamente a su tierra de origen y al apartheid, esta novela presenta la problemática de la discriminación, disfrazada de persecución a unos presuntos atacantes del Imperio, que tampoco se dice que sean negros. Sólo se les menciona como nómadas o pescadores.  Tampoco se indica el nombre del pueblo donde ocurren los sucesos, sólo que está en el desierto hacia el norte del país, en la frontera.

La tranquila vida del Magistrado que durante muchos años ha vivido en ese lugar donde goza del aprecio y la estimación de la comunidad, sufre de pronto un terrible sobresalto con la llegada del coronel Joll, perteneciente al Tercer Departamento de la Guardia Nacional, cuya misión consiste en aprehender a los atacantes que, se supone,  ponen en peligro la seguridad del Imperio.

Para cumplir con su misión y poder presentar a las autoridades algunos culpables, apresa y tortura  a unos pobres pescadores, un viejo y un joven,  a quienes encuentra cerca del lago y que afirman no estar involucrados de ninguna manera en el ataque.  Insatisfecho con la información que obtiene de estos hombres emprende una marcha hacia el norte de donde regresa con otros pescadores,  entre los cuales viene una muchacha a la que han dejado casi ciega aunque conserva la visión periférica y a la que han fracturado los tobillos, por lo que se tambalea cuando camina sobre las muletas.

Cuando el coronel Joll se retira arrastrando a sus prisioneros deja atrás a esta muchacha porque les estorba y retrasa la marcha.  Entre el Magistrado y la joven, que le inspira lástima y ternura,  de la que nunca se dice su nombre como tampoco de los otros personajes, exceptuando al coronel Joll, se establece una relación casi paternal no exenta de sexualidad. Su intención es  curarla y ayudarla a reintegrarse con los suyos. Este empeño lo meterá en dificultades arruinando para siempre su carrera y perdiendo la estimación de los pobladores. 

Valiéndose de estrategias literarias, quizá de una parábola, Coetzee aborda el tema de la discriminación no sólo en Sudáfrica sino en otros lugares de África (de ahí que no se mencione ninguno)  con una clara intención moral y para despertar la conciencia de los lectores. La novela está narrada en primera persona, desde el punto de vista del Magistrado quien, al final de la narración, piensa: “Quise vivir fuera de la historia. Quise vivir fuera de la historia que un Imperio impone a sus súbditos, incluso a sus súbditos perdidos. Pero nunca quise que los bárbaros soportaran el peso de la historia de un Imperio. ¿Cómo puedo creer que eso sea motivo de vergüenza?”


En otras novelas el tema de la discriminación ha estado siempre presente. Por ejemplo, en Desgracia, que sucede primero en Ciudad del Cabo donde David es profesor de la Universidad y después en el campo donde vive su hija Lucy, lo que ocurre  a  Lucy (y de ahí el título de la novela) parece ser, en mi opinión, el precio que una mujer blanca debe pagar para realmente ser aceptada como sudafricana. En Esperando a los bárbaros, el precio lo paga el Magistrado cuya vida queda totalmente destrozada y que en su diario escribe: “Vivíamos en el tiempo de las estaciones, de las cosechas, de las migraciones de aves acuáticas. Vivíamos sin nada entre nosotros y las estrellas. De haber sabido qué concesión teníamos que hacer para seguir viviendo aquí, la hubiéramos hecho. Éste era el paraíso en la tierra”.    

jueves, 11 de septiembre de 2014

Envío de giros telegráficos hace muchos años

ANDANZAS DE UN GIRO TELEGRÁFICO

Decía el escritor cubano Alejo Carpentier que esta América nuestra -la latina, por supuesto- era real y maravillosa a la vez: sólo se requería de ojos amorosos y perspicaces para verla así. Creía que estos epítetos eran justos porque en las tierras del Nuevo Mundo convergían y se amalgamaban culturas ajenas y diferentes, dando origen a una nueva. Mencionaba también las sorpresas que nos depara la superposición de tiempos: en las grandes ciudades contamos con los recursos más avanzados de la tecnología moderna pero en los pueblos y rancherías hay hombres que utilizan una carreta y un caballo o burro (lo que posean) en lugar de una camioneta pick-up.

Traigo a colación lo anterior para introducir la anécdota que hoy quiero referir y que guarda estrecha relación con lo planteado por el escritor cubano en Los pasos perdidos, publicada en 1953.  

Hace varios años, antes de que todos los bancos se enlazaran mediante red nacional y cobraban una comisión, además, por un depósito efectuado en Durango para ser acreditado en una cuenta en el Distrito Federal, necesitaba enviar una suma a mi hermana, Se me ocurrió entonces que podía utilizar un giro telegráfico.

Mi hermana recibió el giro y se presentó en la sucursal bancaria para depositarlo. La cajera lo tomó, lo miró, lo revisó y preguntó: ¿Qué es? Su cara revelaba un genuino asombro como si el documento hubiera salido de un arcón del siglo diecinueve. Se le explicó de qué se trataba, a lo cual ella arguyó: Un momentito, por favor. Conversó luego con el supervisor, quien se acercó a la caja y repitió las mismas preguntas, siempre con una expresión de incredulidad. A su vez, debía consultar con el gerente quien, amablemente, oyó de nuevo la historia de labios de mi hermana. Finalmente, hizo una llamada telefónica para cerciorarse de que el banco no enfrentaría ningún problema posterior y autorizó el depósito.

El giro telegráfico es en verdad una reliquia digna de ser conservada dentro de una vitrina. Los jóvenes de las grandes ciudades jamás sospecharían que el telégrafo, vital para los ejércitos revolucionarios a principios del siglo veinte, continúa cumpliendo un rol de enlace fundamental en nuestro estado y seguramente en todos aquellos cuya topografía ha dificultado el establecimiento de otros medios de comunicación.

Hace varios años, el telégrafo estaba  instalado en la Avenida 20 de Noviembre, casi frente al templo de San Agustín. Cada vez que pasaba por ahí me sorprendía al observar las largas filas de personas esperando enviar un telegrama o cobrar un giro. Todavía me sorprendo cuando en la oficina de correos cercana a mi domicilio veo las grandes cajas enviadas de los Estados Unidos o de Corea para ser entregadas a sus dueños o viceversa.  Es, en esos momentos, cuando recuerdo lo escrito por Carpentier.

En la novela, un musicólogo debe viajar a la Amazonia en busca de un treno, antiguo instrumento musical utilizado por los indígenas, De alguna gran urbe de los Estados Unidos de Norteamérica (cuyo nombre se omite para alcanzar la generalización), se traslada a una ciudad latinoamericana igualmente anónima, si  bien Carpentier confesó en una ocasión que Lima le había servido de inspiración. Al aterrizar, queda perplejo porque el ritmo de la ciudad corresponde más al siglo diecinueve que al veinte. Posteriormente, cuando se interna en la selva amazónica, se siente transportado al dieciséis.

Si trazáramos este itinerario tomando como pretexto el giro telegráfico, sucede que un defeño llegaría a una ciudad decimonónica (Durango). Si visita la región  de las quebradas o los minerales anclados en las profundidades de la sierra donde no es posible levantar un censo o abrir una casilla para las votaciones, viajaría hacia el pasado  en el tiempo.


Desde mi punto de vista, el ritmo de Durango se ha modernizado en los últimos años. No obstante, ciertas callejuelas de los barrios de Analco o Tierra Blanca e incluso la pequeña y obscura tortillería donde me detengo una vez por semana para comprar tortillas, me recuerdan los ambientes recreados por autores de otros días. Las carretas que transitan tiradas por caballos al lado de veloces camiones y autobuses hablan, a su manera, de tiempos idos. Es real y maravilloso al mismo tiempo y, en este sentido, comprueba la teoría del vehemente apologista de la América Latina.  

Comentario sobre la novela Persuasion, de Jane Austen

UNA RELECTURA DE PERSUASION, DE LA NOVELISTA BRITÁNICA JANE AUSTEN

Amigos lectores: como no tengo posibilidades de practicar el inglés en Durango y temerosa de perder mi fluidez, he decidido leer (o releer) las novelas que tengo en mis libreros. Esta vez le tocó el turno a Persuasion, de la reconocida escritora inglesa Jane Austen (1775.1817), publicada por primera vez en 1818; o sea, hace más de un siglo.

En el texto se repiten con mucha frecuencia dos vocablos  que explican la conducta de la protagonista Anne Elliot: persuasión, cuyo significado en español corresponde al del inglés: la acción o proceso o un intento de persuadir. La otra es propriety, que significa lo que es socialmente aceptable en la conducta o el habla.

Cuando tenía 18 años, Anne tenía un pretendiente, el  capitán Frederick Wentworth, de la Marina británica, al que amaba pero que  rechaza persuadida por su amiga Lady Russell (ya que su madre había muerto) porque no era conveniente para ella ni en rango ni en posición económica. En otras palabras, no era correcto  (proper) aceptarlo. Siete años después, cuando Anne, considerada ya vieja a principios del siglo diecinueve, por sus veintisiete años, la pareja se reencuentra en circunstancias diferentes.

El padre de Anne, Sir Walter Elliot, orgulloso de su linaje y de su fortuna, se da cuenta un día que los dineros se han esfumado y que debe rentar su propiedad para saldar las deudas. Es necesario mudarse a otro lugar y escoge Bath, un pequeño lugar situado a orillas del río Avon, en el condado de Somerset, adonde se trasladan todos los habitantes de Kellyinch y de Uppercross. La situación de Anne es ahora diferente: se sabe en desventaja  y, además, está consciente de su edad.

Después de una serie de enredos que finalmente se solucionan Anne y Wentworth superan los errores del pasado y se reconocen enamorados. Ambos están libres;  él tiene ahora un grado más alto, además de que ha reunido un buen capital. De esta manera, es totalmente correcto que se unan en matrimonio.

Persuasion es la última novela de Jane Austen y, en opinión de algunos críticos, el personaje de Anne es el mejor logrado como mujer. Como en sus obras anteriores, la escritora inglesa observa a la sociedad inglesa de su tiempo criticándola severamente por su banalidad y afición a los chismes. Al mismo tiempo, muestra la forma de vivir de ese grupo social y las diversiones a las que tenían acceso; por ejemplo, las obras de teatro montadas por ellos mismos, los juegos de cartas en donde se tenía especial cuidado de sentar a personas del mismo rango y educación, la caza a la que eran tan aficionados los caballeros y los paseos a la orilla del río.

Según el profesor Marvin Mudrick, de la Universidad de Calfornia,  en Santa Barbara, el verdadero amor de Jane Austen es la orgullosa Marina británica que  había resultado triunfadora en distintas batallas, además de que ella vivió en “una época cuando la guerra en el mar era una aventura patriótica y personal”. Además, ser admitido en la Marina permitía a “personas de obscuro nacimiento”  ascender por sus propios méritos, acumular una fortuna y tener acceso al círculo de la alta sociedad.

La aventura de leer a Jane Austen en el inglés de principios del siglo diecinueve al principio me fatigó, por lo que estuve a punto de regresar la novela a su sitio en el librero sin concluirla. No obstante, llegué hasta la última página.  El título se justifica porque Anne insiste ante Wentworth que actuó bien rechazándolo  persuadida por  Lady Russell, ya que su madre había muerto, porque de otra manera habría faltado a la corrección.


¿Cuántas mujeres habrán leído a Jane Austen su tiempo? Seguramente, muy pocas, o porque no sabían leer, o porque los libros no llegaban a sus manos. Sea como fuere, las novelas de Jane Austen son lectura obligada en algunas escuelas y universidades. Además, en 2007 se filmó la película El Club de Jane Austen, dirigida por Robin Swincord, donde los integrantes del mismo se comprometen a leer una novela al mes para después reunirse y comentarla.  En otras palabras no ha ha perdido actualidad.  

filme mexicano-alemán guten tag Ramón

UN CUENTO DE HADAS MODERNO: EL FILME GUTEN TAG, RAMÓN

Ayer, junto con una amiga, vi esta película y ambas salimos del cine con una amplia sonrisa, no sólo porque los paisajes de Durango (estado al que esta vez sí se le da crédito) y hasta los adobes se ven bonitos (destaca la antigua estación de ferrocarril convertida en banco),  sino porque presenta una historia de amistad entre dos personajes disímbolos: un joven mexicano, pobre, que no habla alemán (Ramón) y una señora alemana (Ruth), mayor de edad, que desconoce el español pero, en cambio, tiene un gran corazón.

La historia de Ramón empieza cuando va en un camión lleno de indocumentados que esperan cruzar la frontera y llegar a los Estados Unidos. Los polleros los dejan en un camino abandonado, con el camión cerrado por fuera, de manera que todos mueren, excepto Ramón. Cuando llega la migra, Ramón es deportado a su pueblo. Aquí un amigo le sugiere que se vaya a Alemania donde vive una tía suya que lo ayudará. Milagrosamente, recibe dinero de un amigo herido por los narcos y que alcanza para el pasaje a Alemania. Entonces empieza la verdadera aventura.

Ramón llega a Wiesbaden para encontrarse que la tía ya no vive en la dirección que tenía, por lo que se queda en la calle, con unos cuantos euros, sin ropa adecuada y sin hablar la lengua. Empieza a pedir limosna y con esas cuantas monedas compra manzanas y pan para sobrevivir. Por supuesto, duerme en la estación del tren.

Un día le sonríe a Ruth, que hace sus compras en la tienda donde Ramón se para a pedir limosna, y la ayuda con sus bolsas. Aquí empieza la amistad. Nunca se menciona la diferencia de raza entre alemana y mexicano, ni lo tachan de indocumentado zarrapastroso y tampoco solicitan la intervención de la policía para deportarlo. La relación se torna tan afectuosa que Ruth incluso le permite dormir en el sótano del edificio donde vive y le facilita ropa adecuada para el invierno.

El cuento de hadas no tiene un final feliz como el de Blanca Nieves o La cenicienta, pero tampoco tan amargo. Ramón regresa a su casa pero la vida le regala una  grata sorpresa. Quizá  pudo haber sido más espectacular, pero así resulta creíble.

La película ha sido bien recibida por el público. Aunque no ha tenido un éxito espectacular como Nosotros los nobles (2013), sátira de la sociedad mexicana de clase alta dirigida por Guy Alazraki, ha recaudado suficiente dinero en las taquillas como para competir con los filmes norteamericanos llenos de violencia.

La película fue dirigida por Jorge Ramírez Suárez, inventor también de la historia. Ramón es personificado por Kristyan Ferrer, a quien le deseamos muchos éxitos en su inicipiente carrera, y las actrices Arcelia Ramírez, en el papel de la madre,  y Adriana Barraza, en el de la abuela. La actriz alemana Ingeborg Schoner personifica a Ruth.


Una película  que creemos le hace honor a México y muestra una faceta distinta del problema de la emigración.