lunes, 20 de abril de 2015

Comentarios a las memorias de un embajador mexicano ante la Santa Sede

MEMORIAS DE UN EMBAJADOR MEXICANO ANTE EL ESTADO VATICANO

En nuestro país, durante el convulso siglo diecinueve –y especialmente después de la independencia- las relaciones entre la Iglesia y el Estado Vaticano sufrieron muchos altibajos. Después de la promulgación de las Leyes de Reforma, en 1867 se interrumpieron definitivamente y no se reanudarían sino hasta el 21 de septiembre de 1992, durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) quien designó a Enrique Olivares Santana como embajador ante el Estado Vaticano, a quien siguieron Luis Felipe Bravo Mena, Federico Ling Altamirano (estos dos últimos durante los sexenios panistas  de Vicente Fox y Felipe Calderón) y, actualmente, Mariano Palacios Alcocer, anteriormente presidente del PRI.

 Sin embargo, como anécdota es interesante recordar que durante la presidencia de José Joaquín Herrera, que era un liberal moderado, en 1848 le  ofreció asilo al Papa Pío IX, que tenía problemas en Roma, para que pasara su destierro en nuestro país. Pero la propuesta no se concretó. Este Papa, siendo cardenal, al principio del siglo diecinueve,  había recorrido Argentina y Chile en una misión especial. Quedó tan deslumbrado con la geografía de nuestro continente que cuando tuvo la oportunidad,  impulsó la beatificación de Cristóbal Colón, propuesta que fue rechazada  no por haber introducido la esclavitud en el continente americano, sino por vivir “en concubinato”, como lo narra Alejo Carpentier en su espléndida novela El arpa y la sombra (1979).

En las Memorias de Federico Ling Altamirano, recién publicadas,  narra detalladamente y de manera amena desde el momento en que fue aceptado hasta el día en que tanto él como su esposa Mercedes tuvieron que despedirse no sólo de la bella Villa Ruffo, donde  habitaron durante cuatro años, sino del personal doméstico y de la oficina. Ling Altamirano tiene sumo cuidado en no dejar que se le escape ningún comentario relacionado con la política mexicana que podría haber sido una indiscreción o crear un problema tanto para él como embajador como para el país.

Según él mismo confiesa, su proyecto más importante y que parecía imposible de realizar era que el papa Ratzinger viajara a México debido a su edad avanzada y quizá también por la altura de nuestro país. Como recordarán nuestros amigos lectores, la estancia del Sumo Pontífice transcurrió en la ciudad de Guanajuato desde donde se trasladó a lugares vecinos. Ling Altamirano recuerda con las siguientes palabras la emoción de aquel día:

Para mí, el momento superior de mi encargo diplomático sería cuando subiera al estrado junto con la comitiva mexicana y saludara a mi apreciado Benedicto XVI ante el presidente de mi país Felipe Calderón. Al subir el gran escalón del entarimado tuve que ser ayudado con un buen empujón por la espalda por el señor que venía detrás de mí; lo agradezco porque en esos días ya tenía problemas con mis rodillas y ya comenzaba a usar bastón. 
  
Así como con toda humildad reconoce  la debilidad de sus piernas, en otros casos narra con suma emoción su asistencia a algunos conciertos en el Vaticano o a la a misa en la Basílica de San Pedro. Vale también la peña señalar el orgullo y la emoción cuando, para una navidad, el gobierno de Puebla (cuyo ejemplo imitaron después otros estados) envió como obsequio para Benedicto XVI un hermoso nacimiento que mostraba la belleza de las artesanías española y mexicana, así como la delicadeza de la talavera poblana.

El libro está profusamente ilustrado con bellas fotografías de las reuniones y ceremonias a las que asistieron tanto él como su esposa. Tuvo también la oportunidad de estrechar la mano del papa Francisco, el primer papa latinoamericano. Al despedirse le fue entregado un diploma y una condecoración donde aparece precisamente la imagen de Pio IX.

En la parte final del libro se incluyen varios poemas ya que Ling Altamirano fue un entusiasta de la poesía. En lo personal, me gusta mucho el poema  “Soy”, del que incluyo la primera estrofa:

SOY
Como un tercio de leño voy cargando
Un longevo cansancio vespertino
De aquesta “cafetera” que es mi cuerpo
Maliciando el final de su camino.

Federico Ling Altamirano nació en México, D.F. en 1939. Obtuvo el grado de Ingeniero Mecánico Electricista  en la Facultad  de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México. Según la información contenida en la solapa, llegó a Durango en 1982, donde posteriormente contrajo matrimonio con Mercedes Sanzcerrada, con la que tuvo tres hijos. De ahí en adelante su vida fue un continuo ir y venir entre la capital de la república y la ciudad de Durango. Aquí falleció en 1914 pero legó a su familia varios libros de poesía, una colección de artículos periodísticos y una biografía del político panista Carlos Castillo Peraza.




Comentario a la novela Kitchen

KITCHEN, UNA NOVELA PARA REFLEXIONAR


Según la crítica especializada,  Haruki Murakami, que ha vendido más de cuatro millones de su novela Norwegian Wood, Tokio Blues, y Banana Yoshimoto, con su novela Kitchen, son hoy los más influyentes escritores de Japón.  Me enteré de esta novela hace tiempo (fue publicada por Tusquets, en 1991) pero sólo la pude adquirir en noviembre pasado en la Librería Rosario Castellanos (antiguo Cine Lido), en la Colonia Condesa, en el Distrito Federal. Parecía, como ya lo comenté anteriormente, que ambos libros y sus autores  me estaban esperando.

Al contrario de Norwegian Wood, la obra de Banana Yoshimoto (cuyo nombre real es Mahoko Yoshimoto, nacida en Tokio en 1964)  es una novela breve que está  dividida en dos secciones: la que da título a la obra y “Luna llena”. Hay una tercera parte: Moonlight Shadow,  que fue propuesta para el premio de la Facultad de Arte de la Universidad de Japón.

La historia inicia cuando Mikage Sakurai, que vivía con su abuela (su única pariente) fallece y ella queda sola en una casa grande. La protagonista confiesa que al quedarse sola, “donde mejor podía dormir era junto a la nevera”. Por supuesto, en la cocina. Dice también: “Cuando llegue el momento, quiero morir en la cocina”.  En este espacio, la soledad desaparece y los recuerdos felices llenan el espíritu.

Días después, ocurre lo que Mikage considera un milagro: suena el timbre y, al abrir, se encuentra con Yuichi Tanabe que viene a invitarla a pasar un tiempo en su casa, junto con su madre Eriko. Ella acepta y así formará parte de la reducida familia Tanabe y entrará en su vida que transcurre en el décimo piso de un moderno edificio de departamentos. Cuando Yuichi le ofrece que mire todo el departamento para formarse su opinión, ella decide que sólo le interesa la cocina de la que se enamora “sólo con verla”.

Así pues, la novela no va a ser una colección de recetas japonesas adaptadas para el gusto occidental aunque en determinado momento Mikage consigue empleo en la cocina de un hotel y, para ello, debe tomar un curso de cocina francesa. Lo que transcurre  en la cocina es la vida diaria de las tres personas que habitan en el departamento y ahí se conocerán los secretos y desventuras de Yuichi y su madre Eriko, que es madre y padre a la vez.  En otras palabras, al morir la madre de Yuichi, el padre decide someterse a una operación y convertirse en una bella mujer llamada Eriko. A Yuichi ni lo sorprende la noticia ni la rechaza. La vida sigue su curso como si no hubiera ocurrido nada y Mikage se adapta a las circunstancias sin problema. Además, Eriko  decide abrir un bar que funciona hasta altas horas de la noche.  A un lector occidental conservador quizá le sorprendería el curso que toman los acontecimientos, pero Banana Yoshimoto los narra como si fuera algo que sucede todos los días.

La segunda parte de la novela, “Luna llena”,  empieza con una afirmación que nos sorprende: “Eriko murió a finales del otoño”, con lo que la vida de Yuichi y de Mikage cambiará. Antes de que esto ocurra, hay un pasaje que, de alguna manera, recuerda las  maravillosas descripciones de la naturaleza escritas por Kawabata:

La brisa del atardecer entraba por la ventana con tela metálica, y contemplando el cielo que se extendía azul con los últimos restos del calor, comíamos carne de cerdo hervida, fideos chinos fritos, ensalada de sandía… Cociné para ella, que se ponía contentísima con cualquier cosa que preparaba, y para él, que glotoneaba en silencio.

El arte japonés, sea pintura, escultura, literatura o la hechura de tapices y telas de maravillosa seda y espléndidos colores, se ha distinguido siempre por su maestría en la descripción de los paisajes, y esta novela no es la excepción aunque debo admitir que las descripciones de Marukami son extraordinarias. Hacia el final de “Luna llena” que marca el cambio en la vida de Yuichi y Mikage, cuando ella decide que debe emprender sola su camino hay otra descripción que vale la pena resaltar. Es una noche de invierno, sumamente fría, pero Mikage decide comprar un tarro de café caliente, abrigarse lo más posible, bajar los escalones y  dar un paseo a la orilla del mar: “La playa, vista desde el dique era de una oscuridad nebulosamente blanca. Sobre el mar, negrísimo, brillaban de vez en cuando sus crestas de encaje”.

La autora revela que la tercera parte del volumen, “Moonlight Shadow”, fue inspirada por la canción del mismo nombre de Mike Oldfield y escrita mientras trabajaba como camarera en un restaurante donde el gerente  accedió a relevarla de algunas tareas para dedicarse a la escritura. Como cierre del libro y de este comentario escojo estas palabras de Banana Yoshimoto: “Conquistar y crecer: creo que estas dos acciones junto con todas sus esperanzas y potencialidades, son cualidades del alma del individuo”.