jueves, 26 de noviembre de 2015

Recordando el centenario del nacimiento de Frank Sinatra

RECORDANDO A FRANK SINATRA

El 12 de diciembre de 2015 se cumplirán cien años del nacimiento de Frank Sinatra. En mi  opinión, uno de los mejores cantantes que han tenido en los Estados Unidos. Seguramente le harán muchos homenajes, aunque quizá sus grandes amigos también hayan partido ya, pero todavía hay muchos cantantes que interpretan las melodías que lo hicieron famoso adaptándolas al gusto contemporáneo, aunque muchas emisoras de radio continúan utilizando sus discos, entre otras, “My Way”, “New York, New York” “The Girl from Ipanema” y “Fly Me to The Moon”, entre otras.
Cuando murió, el jueves 14 de mayo de 1998, escribí un artítulo titulado “Gracias Blue Eyes”, que se publicó en el periódico El Sol de Durango, el 23 de mayo de 1998. Lo rescato hoy porque sigo siendo su admiradora y porque mi opinión sigue siendo la misma.

GRACIAS, BLUE EYES

Frank Sinatra murió de un infarto el jueves 14 de mayo a lós 82 años. Su larga vida le permitió presenciar acontecimientos decisivos para su país y para el mundo:  La depresión de 1929, la segunda guerra mundial (en la que participó alentando a los ejércitos aliados con sus canciones), la guerra de Corea, la de Vietnam, el bloqueo  Cuba, el derrumbe del muro de Berlín. Fue capaz de adaptarse a los cambios y de navegar en aguas profundas. Se fue rodeado del respeto y de la admiración de millones de personas. Su desaparición física afectará el ambiente musical y la canción romántica. Con razón, pues los llamaban “La Voz”.

¿Qué debo agradecerle a Frank Sinatra? En primerísimo lugar, su ayuda para aprender y enseñar el inglés. En los días cuando carecíamos de cintas y de videos para la enseñanza de lenguas extranjeras, la posibilidad de oír sus grabaciones facilitaba el desarrollo de la comprensión auditiva, el aumento del vocabulario  la imitación de la fonética inglesa. Su excelente dicción y su léxico correcto convertían en un placer la obligación de escucharlo con fines didácticos.

En segundo lugar, alegró las fiestas de mi juventud y tiñó con los colores del arcoíris mis sueños adolescentes cuando pensábamos que “Noche y día” y “Begin the Beguine” abrían las puertas a la plenitud amorosa. Otras melodías como “Joven de corazón” me hicieron reflexionar sobre el optimismo y la perseverancia. También me introdujo a ciudades norteamericanas que él amaba y que inmortalizó con sus interpretaciones: Chicago y Nueva York, sin olvidar el lamento sureño que el Mississippi lleva entre sus aguas y que se escucha en “Old Man River”, de la opereta Show Boat.

En tercer lugar, me hizo reír en sus películas musicales al lado de Gene Kelly y me emocionó muchísimo con su actuación en una cinta que marcó un hito en la forma de hacer cine: “De aquí a la eternidad”. En “El hombre del brazo de oro” dio vida convincente a un heroinómano. Como compañero de Grace Kelly, en “Alta sociedad”, mostró una faceta distinta de su personalidad.

En 1966 regresé de Europa a bordo del “France” (curiosamente, fue el último viaje del barco que, después de remodelado, fue destinado a cruceros por el Caribe). Todas las noches, en el salón de baile, oíamos y bailábamos al ritmo de “Extraños en la noche”, el éxito de Sinatra que marcó su regreso a los escenarios. El amanecer nos sorprendía en el bar oyéndola todavía. Su “dubidu” me acompañó en esa travesía y quedó para siempre ligado en mi memoria a esa experiencia y a un sueño hecho realidad.

Frank Sinatra se hizo popular gracias a la radio. En la década de los cuarenta, todas las radiodifusoras tocaban sus discos. Acompañó a la banda de Harry James, pero se separó a tiempo para proseguir su carrera.  El cine le brindó la oportunidad de internacionalizarse y acrecentar su fama. Al cumplir cincuenta años, anunció su retiro, que duró dos años. En la década de los sesenta se orientó hacia la televisión. Sin perder su sello inconfundible, supo adaptarse a los tiempos. Por ejemplo, el bossa nova y Antonio Carlos Jobim dieron nuevos bríos a su trayectoria.

Sinatra obtuvo un Óscar. Mereció todos los premios en el mundo de la música y batió récords de asistencia en Las Vegas. Ayudó a John Kennedy a llegar a la presidencia. Se le ligó con la mafia, pero él argumentaba que no podía dejar de ser amigo de los chicos con quienes creció en el barrio de La pequeña Italia, en la ciudad de Nueva York.

Su ausencia me duele como si se hubiera ido un amigo cercano. Nunca lo vi ni en Las Vegas ni en ningún otro sitio; sin embargo, parece que lo llevo dentro de mí (como su canción “I’ve got you under my skin”). Ocasionalmente, me acompaña los domingos y no se cansa de interpretar mis melodías preferidas. No puedo menos que decir: “Gracias, Blue Eyes”.


Continúo con mi epistolario que algún día será un libro

EPISTOLARIO SEMO 13

Cape Girardeau, 21 de octubre de 1957

Qué bueno que al fin te decidiste a escribirme aunque no me mandaras dinero porque, gracias a Dios, estoy muy bien y no lo necesito, así que por mí no se preocupen.

Ojalá que mi mamá ya tenga quien la ayude porque la pobre ha de estar cansadísima y necesita reposar un poco para que no vaya a recaer en su enfermedad.

A Fausto le puse una tarjeta y no le había vuelto a escribir, pero lo voy a hacer. A Tere Sosa pensé escribirle para su santo, pero se me pasaron los días y no lo hice. Ahora le voy a escribir nada más para saludarla.

En cuestión de amistades tengo cantidad, gracias a Dios que le he caído muy bien a todas las señoras que he conocido y me llevan a pasear y me traen regalos. El miércoles pasado fui a dar un speech y yo creía que había estado terrible y no fue así; parece que les caí muy bien a todas y que les gustó mucho. El lunes próximo tengo que bailar en un banquete. Va a haber como 300 personas y nomás de pensarlo ya me están temblando las piernas, por lo que me voy a tomar unos tres ecuaniles para calmar mis nervios o me va a ir del coco.

Ya en la carta de Carlos les platico de Mrs. Pott, así que ahora les escribiré del señor y la señora Bollack. Son unos señores muy ricos y muy amables; no tienen hijos y están encantados con Sonia y conmigo, nos invitan a pasear y ayer fuimos a ver el nuevo hospital. Es algo de maravilla, como quien dice se antoja estar enfermo en un sanatorio de ese estilo y no es tan caro pues los cuartos de lujo cuestan $20.00 dólares. Todo es a prueba de ruido y los cuartos están decorados preciosos; las cortinas, puertas y marcos de ventanas son a prueba de incendios. Las salas de operaciones están equipadas con los adelantos más modernos y tienen cámara para tomar película de cada operación difícil que es conveniente estudiar.

  Lo que más me llamó la atención es un cuarto cuyas paredes tienen 16 toneladas de plomo y la puerta pesa 250 kilos. Es un cuarto usado para alta terapia y la máquina es controlada desde afuera; ni el doctor ni la enfermera entran aquí, sólo el paciente y le aplican una alta dosis de radiaciones, así que el plomo es para impedir que las radiaciones dañen a los que trabajan aquí todo el tiempo. Es muy interesante visitar un hospital así y que le expliquen a uno para qué sirve cada cosa.

Cada cuarto tiene un equipo de oxígeno y de sangre para emergencia y una especie de radar en el cuarto de las enfermeras les permite controlar todos los cuartos y cerciorarse de que cada enfermo está bien. Las mesitas para comer son lindas, sirven de escritorio, de atril para libros y de toilette . Estos gringos tratan de simplificar todo.

Luego, de allí fuimos a ver los ranchos del señor Bollack porque tiene una empacadora y, luego, a cenar a Jackson. Cuando volvimos miramos la televisión. La señora Bolladk tiene un sillón que haría las delicias de mi mamá, se recuesta uno de la manera más cómoda. Quince minutos en este sillón valen por una hora de sueño porque es la posición perfecta para el cuerpo y la sangre circula muy bien.


Reciban todo el cariño de María Rosa 

sábado, 7 de noviembre de 2015

Epistolario SEMO Carta No. 8

Cape Girardeau, Mo., 4 de octubre de 1957

Mi querida mamá.

Te mando unas tarjetas para que tengas una idea de cómo es el colegio; yo no me traje la camarita porque ya no me cabía pero sí he tomado unas fotos que todavía no sé cómo salieron. El dinero ya está en el banco desde que llegué y no lo pienso sacar hasta el año próximo, si Dios me ayuda.

Mamá, se me hace muy extraño que mi tío Carlos y Carmelita no tenga carta mía pues les escribí junto con la señora Meche y ya hace cerca de tres semanas; no sé si se perdió o ya la recibieron, así que por favor diles que yo ya les había escrito y estaba esperando que me contestaran. Si se perdió, dímelo para escribir otra vez.

Las máquinas están carísimas, no tienes idea, todo es caro aquí y, además, no tienen acentos así que se ve medio chistoso. Además, ya tengo práctica y escribo muy rápido. Saqué muy buenas calificaciones en los exámenes del mes pasado y espero que este año me vaya bien.

Ayer me dieron una fiesta de cumpleaños. No me acuerdo si te platiqué que todos los jueves voy a la clase de español de Miss Cleaver a ayudar a los alumnos con la pronunciación. Pues bien, ayer por la mañana  Miss Cleaver salió del salón y yo no me di cuenta. Cuando volvió traía un pastel y sus 19 velas. Me cantaron Happy Birthday en español y tomamos más fotografías, Te aseguro que de veras fue sorpresa porque no lo esperaba; además, me dieron un regalo. Luego, cuando llegué al dormitorio, me encontré con un paquetote para mí y apenas podía creerlo pues no me imaginaba quién me pudiera mandar cosas; era de los papás de Mickey (la muchacha con la que fui a San Luis) que me enviaron un cake de ángel, riquísimo. ¿No se te hace que son muy amables? Porque nada más me trataron dos días y no tenían ningún compromiso. Ahora, en la mañana, todas las muchachas del dormitorio vinieron y me cantaron Happy Birthday y una me regaló un pañuelo lindo y me trajeron tarjetas de felicitación.

Te mando un periódico del colegio y la semana que entra te mandaré otro pues van a publicar mi entrevista. Creo que también voy a salir en el periódico local. Tengo como diez muy buenas amigas y todas me han invitado  a pasar fines de semana en sus casas. Ojalá que pueda ir aunque no sea a todas.

Me invitaron a formar parte del WRA. Es un club de muchachas para fomentar los deportes y creo que voy a ingresar. Por lo pronto, mañana voy a nadar en un concurso; yo no quería después de mi fracaso en Aquatic, pero me dijeron que sí, que esto no era de hacer figuras como lo otro y acepté. Ya te contaré.

Todos los viernes tenemos cine en el teatro del colegio y es baratísimo porque cuesta $0.15 centavos y vemos muy buenas películas; además, hay otro cine, el Rialto, que tiene dos días de estudiantes a la semana y cobra $0.25 y también vemos muy buenas películas. En el teatro del colegio van a presentar (con artistas del colegio) una comedia que ha tenido mucho éxito en Broadway; ojalá que esté buena.
La clase  de tap es una tragedia porque no le entiendo ni una letra a la profesora; todo mundo hace mucho ruido y ella grita como loca, pero yo me divierto mucho.

Bueno, mamá, no se te olvide decirle eso a mi tío Carlos y, otra cosa, Margarita me debía $8.00 pesos de un vestido y Lola, la costurera, de otros, así que  ver si la consigues y se los pides porque me hacen falta.

Dile a mi papá que no sea flojo, que me ponga unas letras, lo mismo a los demás. Un abrazo muy apretado de, María Rosa


Fuego en la cumbre, novela de Ladislao López Negrete

LOS LIBROS DEL 450 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DE DURANGO
FUEGO EN LA CUMBRE


En 2013, el Instituto de Cultura del Estado de Durango decidió publicar diecisiete libros escritos por autores famosos de nuestro estado durante la mitad del siglo veinte. Varios de estos escritores habían emigrado en su juventud a la Ciudad de México en busca de mejores estudios, empleos y posibilidades de desarrollo personal. Tal es el caso de Ladislao López Negrete,  autor de la novela Fuego en la cumbre, premiada en 1949 en las Fiestas de la Primavera en el Distrito Federal y publicada por Ediciones Botas, en 1953.

Creo que fue Jung quien dijo que en la vida no hay casualidades sino causalidades y les diré por qué. Leí la novela de este autor a finales de los años ochenta del siglo pasado cuando elaboré la antología Durango. Una literatura del desarraigo (1991) para la colección Letras de la República, publicada por el CONACULTA en 1992. En ese año me encontraba colaborando con la UNAM/San Antonio como jefa del área de español. Un día llegaron a la biblioteca dos cajas de libros enviadas seguramente por la familia de algún mexicano emigrado en los días posteriores a la revolución. Al abrirlas, apareció de inmediato Fuego en la cumbre, además de dos libros de Xavier Icaza. Con autorización de la bibliotecaria y dado que todavía no estaban catalogados pasaron a ser de mi propiedad.

Escribí después un texto sobre la novela de López Negrete  que se publicó en un número de la revista Transición, editada por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Juárez del estado de Durango. En 2013, el Instituto de Cultura me invitó a preparar el estudio introductorio de este libro.

No hay muchos datos biográficos sobre este autor que algunas veces es confundido con otro del mismo nombre que fue banquero. Como dato curioso,  Friedrich Katz narra en su libro sobre Pancho Villa, aclarando que no hay información fidedigna que soporte lo dicho y que es casi una leyenda, que la vida errante de Pancho Villa y sus problemas con la justicia se iniciaron cuando se enfrentó a Agustín López Negrete, poderoso hacendado dueño de inmensos territorios en el noreste del estado que quería ejercer su derecho de pernada con la hermana de Villa. ¿Sería el abuelo o el tío de nuestro autor? Todavía no he encontrado la respuesta.

La novela Fuego en la cumbre es una obra de fervor nacionalista, narrada en tercera persona y en forma lineal. Empieza cuando dos jóvenes, Enrique y Pancho, regresan a la sierra de Durango  para disfrutar de unas vacaciones en la casa de Ramón Núñez, apodado “el jaguar de la sierra”,  en el pueblo de Ocotal, y para visitar la Hacienda de San José de los Llanos, donde nació Enrique quien compara todo el tiempo a Ocotal con la Ciudad de México, en tanto que Pancho defiende calurosamente la vida campirana.  Aquí, creemos nosotros, López Negrete manifiesta la oposición urbe/provincia muy común en los años cuarenta porque la sociedad mexicana estaba cambiando de rural a urbana.

Ramón Núñez es el eje alrededor del cual gira la anécdota. Es  viudo y está orgulloso de que acaba de nacer un hijo suyo, fuera de matrimonio, que pesa cinco kilos y que el sacerdote no tiene ningún reparo en bautizar. Su hija, Mercedes se enamora de Enrique en tanto que su amiga Rosa lo hace de Pancho. Sin embargo, Enrique piensa que su romance con Mercedes durará lo que duren sus vacaciones porque en su pueblo, ella es “seductora”, pero en la Ciudad de México sería “burlesca”. Lupe, la hermana soltera de Ramón, es calificada por López  Negrete como “una mujer magnífica” y  podríamos considerar que representa la conciencia de la localidad pues se opone a los amoríos de su hermano y lo censura por tener un hijo con una muchacha soltera y haber causado la muerte de otra aunque le haya construido un bello monumento funerario.  

La vida en el pueblo transcurre sin contratiempos hasta que se desata un incendio en la montaña de la que depende su bienestar por las minas.  El incendio crece desmedidamente y Ramón propone una solución arriesgada: desviar el cauce del torrente que baja de la montaña para apagar el fuego. Todos aprueban el plan y siguen a Ramón que encabeza al grupo. Finalmente, Ramón, en una acción que va a costarle la vida, logra colocar la carga de dinamita en el sitio apropiado para lograr el objetivo. El pueblo se salva, en tanto que Ramón y Pancho perecen.  Quizá, como en una tragedia griega, para que se restablezca la armonía es necesario que muera el transgresor; en este caso, Ramón.

En esta novela López Negrete se enorgullece de su origen durangueño, de la sierra, del carácter y el temple de los habitantes de los pueblos y de la belleza de las mujeres. Es una obra rica en intertextualidad pues hace un elogio del vals “Recuerdo”, de Alberto M. Alvarado; en otro momento señala que  el torrente se precipita como una “sinfonía beethoveniana”. Si bien sencilla en la trama y en los acontecimientos, es una novela que rinde homenaje a Durango y denota la  preocupación social del autor.   



Salvador Salas y Cuencamé

MONOGRAFÍA.  TRESCIENTOS AÑOS DE FE Y TRADICIÓN

REMEMBRANZAS DEL DR. SALVADOR SALAS CENICEROS

Foto tomada en 1979 en el puente de Ojuela 



Situado a 133 kilómetros de la ciudad de Durango (aproximadamente dos horas en automóvil), al noreste del estado entre las sierras de San Lorenzo y Santa María, el pueblo de Cuencamé celebró este año trescientos años de haber sido fundado por el capitán Velarde, quien, además, bautizó con su nombre a una región cercana a la que llamó Velardeña. Muy cerca se encuentra el pueblo de Santiago de  Mapimí, fundado en 1598, considerado como “pueblo mágico” (el único de nuestro estado aunque otros tienen tres o cuatro) famoso y muy visitado por el impresionante puente de Ojuela, reminiscencia de la mina operada por la compañía norteamericana Asarco que clausuró sus operaciones en la década de los años cuarenta del siglo pasado.

 En la actualidad,  son pocas las personas que visitan Cuencamé si exceptuamos la procesión que cada año se organiza para mostrar su devoción al Cristo de Mapimí que está precisamente en la iglesia de Cuencamé. Antes, los autobuses que se dirigían a La Laguna hacían una escala en este lugar y la gente aprovechaba para comprar unas  deliciosas gorditas.  Hoy ha quedado a un lado y a menos que uno se desvíe, no es necesario detenerse allí. Por el contrario, Mapimí sigue siendo muy visitado porque los turistas se interesan en conocer el puente de Ojuela.

En cuanto a la imagen del Señor de Mapimí, Salvador Salas refiere que los indígenas que defendían su territorio y sus costumbres agredieron el jueves santo de 1715 a quienes llevaban la imagen. Para  protegerla, algunos vecinos  decidieron llevarla a Santa María de Parras (hoy Parras de la Fuente, en el vecino estado de Coahuila), pero ese propósito no pudo cumplirse y “el Cristo fue escondido bajo un inmenso mezquite y cubierto por ramas”. Años después, fue encontrado y trasladado por unos soldados a la Parroquia del Real de San Antonio de Cuencamé, considerado como un sitio seguro, porque “el templo de Santiago de Mapimí quedó destruido”. Los peregrinos que, año tras año, acuden a celebrar la fiesta del Señor de Mapimí a principios del mes de agosto, se despiden el día siete con este canto: “Adiós mi Padre querido,/Mi Señor de Mapimí,/Con el pecho adolorido,/nos despedimos de ti”.

Entremezclada con la historia del Cristo y de la evolución de los lugares mencionados, el lector conoce poco a poco la historia de la familia Salas Ceniceros compuesta por el padre Ponciano y su esposa María que procreó diez hijos que nacieron, crecieron, jugaron y disfrutaron la vida en Velardeña, así como de singulares personajes como El Rápido. Don Ponciano era aficionado a la fotografía y conocía el arte de la tipografía que, andando el tiempo y cuando ya la familia vivía en Durango, Rosalío (mejor conocido como Chalío y famoso especialmente por su dominio de la guitarra) y su hermano Enrique, también destacado guitarrista, tuvieron un taller de tipografía en la casa de la zona conocida como El Calvario. El cuarto hijo, Manuel, se convirtió en un excelente pintor y, de hecho, realizó un cuadro de la imagen del Señor de Mapimí.

La vida en Velardeña, narrada por Salvador, quien se convirtió en un reconocido ginecólogo, no fue pesada ni aburrida para los niños porque siempre encontraron alguna forma de divertirse. Ni siquiera el calor los abrumó porque siempre era divertido bañarse en una tina metálica llena de agua en el patio de la casa. Todos estos acontecimientos, así como el crecimiento de los hijos, fueron conservados para la posteridad por Don Ponciano en muchísimas fotografías que forman la espléndida iconografía que acompaña al texto incluyendo una excelente foto del momento de la demolición de la torre de la empresa minera Asarco. 

Salvador Salas cierra la historia de su familia en Velardeña y de los lugares mencionados con estas palabras: “No tengo la menor duda de cómo los recuerdos pueden llegar en un tiempo tan corto”, recuerdos que “dieron finalmente, como resultado, el texto sobre Cuencamé y Velardeña, donde está enterrado mi cordón umbilical, mas no mis recuerdos que seguirán vivos”.

Esta Monografía. 300 años de fe y tradición le valió a Salvador Salas el primer premio del concurso convocado por Cuencamé para celebrar los 300 años de su fundación.  

  

Galería de arte en el Hotel Casablanca

EL MUSEO ÁNGEL ZÁRRAGA VISITA AL HOTEL CASABLANCA

El Hotel Casablanca fue inaugurado a finales de la década de los años cuarenta del siglo pasado y ha gozado desde entonces de un gran prestigio y de la aceptación incondicional de la sociedad durangueña que disfruta con frecuencia de su restaurante. Hace algunos años, el ambiente era amenizado por el pianista Renato Romo y por los cantantes Armando Blancarte y Antonio Haro que hacían  la delicia de los comensales. En la actualidad, quien se ocupa de deleitar a los asistentes es el pianista Pedro Rocha. En 2013, para beneficio de la cultura, dio un giro a sus actividades: se transformó  en galería de pintura y en recinto cultural. Fue así como se llevó a cabo el proyecto de decorar los muros del restaurante con obras   pertenecientes al desaparecido Museo Ángel Zárraga.  El proyecto fue bautizado con el título que encabeza este texto.

La primera exposición se abrió al público el 16 de mayo de 2013 con una exposición colectiva que incluyó  artistas de la talla de Luis Nishizawa y Vicente Rojo. La segunda, inaugurada el 8 de octubre de 2013,  fue una colectiva “de los más destacados exponentes de la plástica local”, en palabras de la pintora Elizabeth Linden Bracho. La tercera, inaugurada el 20 de mayo de 2014, fue una exposición individual del distinguido pintor y muralista durangueño, Guillermo Bravo Morán, quien en lugar de haber continuado su carrera en la Ciudad de México, prefirió arraigarse en su tierra natal.

En cuarto lugar, el 17 de septiembre de 2014, se ofreció a la sociedad una muestra plural titulada “Óleos y gráfica digital”, conformada por obras  de los artistas José Luis Calzada y  Ricardo Guevara.  Con el título “Nosotros”, el 16 de diciembre de 2014 los muros se vistieron con los cuadros de los  maestros  Elizabeth Linden y Armando Blancarte. La última fue “Espejo de la memoria” dedicada a la obra del maestro Candelario Vázquez Moreno.

En cuanto a las actividades del  género literario, los maestros Rubén Castrellón y Patricia Rodríguez, así como quien esto escribe dieron lectura a varios textos del libro Historias de vida. 21 mujeres de Durango. Tras el fallecimiento del gran poeta y novelista José Emilio Pacheco,  ocurrida el 26 de enero de 2014, María Rosa Fiscal ofreció una charla sobre su obra. Por último, con una nutrida concurrencia se llevó a cabo la presentación de dos números de la revista Cantaletras, dirigida por Petronilo Amaya.

Ahora, el Hotel Casablanca ha decidido que en sus muros se ofrezca a los visitantes una selección de la obra plástica de su propiedad con la presencia de tres notables artistas de Durango: Irene Arias, Guillermo Bravo y José Luis Calzada.

Irene Arias nació en Mazatlán, Sinaloa. Su padre, que era militar, fue trasladado a Durango y fue así cómo ella llegó, en la adolescencia, a vivir en esta ciudad. Poco después la familia se trasladó nuevamente a Mazatlán y, de ahí, a la Ciudad de México. Venciendo la resistencia de su familia, Irene se matriculó en la escuela de pintura La Esmeralda. Al mismo tiempo, fue una ejecutiva importante para la empresa American Express, lo que le permitió viajar por el mundo, sin dejar de pintar. Regresó a Durango en 1992 con el propósito de estar al lado de hermana, la poeta Olga Arias. Prefiere la pintura abstracta y sobresalen, en mi opinión, los tonos ocres con pinceladas  lila, rosa y azul, que son generalmente los colores que engalanan el cielo de esta ciudad al atardecer. En el Hotel se puede apreciar un  mural muy adecuado para un comedor que recuerda a los  bodegones que decoraban los comedores de las mansiones.
   
Muralista y pintor de caballete, Guillermo Bravo nació y estudió en Durango. Posteriormente, viajó a la capital del país donde se incorporó al taller del reconocido muralista David Alfaro Siqueiros. Trabajó bajo su dirección en el Polyforum Cultural Siqueiros, pero también en el mural que se pintó en el Casino de la Selva, en la Ciudad de Cuernavaca, Morelos. En Durango son de destacar, desde mi punto de vista, dos murales: uno decora el cubo de la escalera del segundo patio del Palacio de Gobierno, hoy convertido en el Museo Pancho Villa, y dedicado a la revolución. El segundo puede apreciarse en el cubo de la escalera del Hotel San Jorge, en la calle Constitución,  y recuerda el Durango colonial. Su obra de caballete es notable y, para mi gusto, sobresale su  dominio del color azul.

Más joven que los anteriores, José Luis Calzada es grabador y pintor; de hecho, dirigió tres talleres de grabado en el antiguo Museo. Según uno de sus críticos, en su obra se aprecia “un arcoíris de majestuoso colorido” donde destaca el resplandor del paisaje durangueño. Radica en la Ciudad de México pero visita su  ciudad natal con suma frecuencia. Su colección de grabados elaborados después de una estancia en Cuba me pareció hermosa.


Con esta nueva actividad, el Hotel Casablanca me hizo recordar el restaurante Carmel, en la calle de Génova, en la Zona Rosa de la Ciudad de México, propiedad de Jacobo Glantz, quien en los años sesenta ofreció los muros de su establecimiento para dar a conocer las primeras obras de José Luis Cuevas, Pedro Friedeberg y otros pintores que daban sus primeros pasos en el camino del arte.