martes, 9 de diciembre de 2014

Agradecimiento a amigas y parientes a fin de noviembre

GRATITUD

Hoy, queridos amigos lectores,  voy a escribir sobre un asunto personal. Hay una razón para ello. En noviembre,  al descender de un taxi en el Distrito Federal y como tengo problemas con las rodillas,  el taxista aprovechó para apoderarse de mi cartera que sobresalía de mi bolsa y que había quedado a mi espalda. Con todo cinismo, me dijo; “Que le vaya bien, madrecita”. Claro, yo le había reclamado el cambio de un billete de cincuenta pesos.

Me sentí desolada. El dinero no era mucho, pero lo que más me preocupaba eran las tarjetas de crédito y de débito, así como la credencial del Instituto Federal Electoral (ahora INE) indispensable para abordar el avión de regreso. Por un descuido al salir de Durango, había llevado más documentos de los necesarios  y tampoco tuve la precaución de sacarlos y guardarlos en la maleta.  Sin embargo, pocos minutos después  sentí que muchas manos se tendían hacia mí para ayudarme.

Dos primas, una en Durango (que proporcionaba la información requerida por los bancos puesto que tiene llave de la casa y pudo entrar) y la otra, en el Distrito Federal, respondiendo a las preguntas de las instituciones, fueron geniales.  Dos horas después las tarjetas estaban canceladas y nadie había sacado dinero de las mismas ni hecho ningún cargo. Además, me daban toda la información requerida para que, a mi regreso a Durango, me presentara en las sucursales para me entregaran la reposición. 

Ahora, quedaba la cuestión de la credencial del IFE. ¿Qué hacer? Decidí llamar a mi amiga que trabaja en la oficina de prensa del gobierno del estado de Durango, explicarle la situación y pedirle que por favor se comunicaran a la representación del estado en el Distrito Federal con el fin de me proporcionaran un oficio que comprobara mi identidad y que me apoyara para abordar el avión. Llegó la respuesta: el oficio se me entregaría el lunes siguiente (era viernes por la tarde) sin problema. Y todavía más: el mismo representante me llamó cuando estaba en la fila para abordar para asegurarse de que no había tenido ningún problema.  Otro suspiro de alivio. Las demás credenciales no representaban peligro alguno y sólo tendría que seguir los trámites para su reposición. Al despedirme de mi tía para irme al aeropuerto, me regaló un poco de dinero por si lo necesitaba y una torta en una bonita envoltura.

Desde el fondo de mi corazón, y también con palabras, expresé mi gratitud, primero a Dios y a dos santos de mi predilección: San Francisco de Asís (Pancholín, como le decimos de cariño mi amiga Emma y yo) y San Antonio de Padua (Toñito), a quien siempre he recurrido cuando pierdo las cosas (no tanto en mi juventud cuando se decía que era un buen auxiliar para conseguir novio). Además, Emma me invitó a una espléndida comida, con vino tinto, en un restaurante para ayudarme a encontrar la paz.

Al llegar a Durango, sentí que el propio espacio desde el aire me daba la bienvenida. Caía ya la noche, pero todavía se alcanzaba a ver chispazos de distintos colores de lo que había sido un bello atardecer. Además, al contemplar el amplio espacio desde el aire (que siempre he disfrutado cuando llego por avión) sentí que me decía: “Bienvenida, hija pródiga. Ésta es tu ciudad.  Deja ya de andar buscando otros espacios”.

Al descender, mi prima Lupita me esperaba y, además, me invitó a cenar. Los vigilantes, a mi llegada al fraccionamiento, me recibieron con un cordial saludo diciendo que me habían extrañado y que todo estaba en orden en mi casa. En los días subsecuentes encontré otras manos dispuestas a ayudarme. Una querida amiga me compró fruta, verdura y pan para que yo no tuviera que salir. Al día siguiente me invitó a comer gorditas en El Pueblito y me llevó a pasear para que el sol y el cielo me contagiaran de su energía. Otra vino a hacerme compañía toda una tarde y en los bancos me trataron con toda amabilidad. Cierro aquí la lista por temor a aburrirlos con mis emociones. Entonces, reflexioné sobre la gratitud.

Hay personas que jamás dicen “gracias”. Por ejemplo, a la pregunta obligada ¿Cómo estás?, la respuesta que se obtiene es “Bien”, a secas. Es tan pequeña esa palabra y significa tantas cosas. Esa sola palabra puede aliviar un corazón dolorido. En la Biblia, leemos: “El alma generosa será prosperada; /Y el que saciare él también será saciado”. (Proverbios: 11, 25). Y así es, cuando se presta ayuda y consuelo, quien lo hace también lo recibirá en el momento requerido.

Adiós a Vicente Leñero

ADIOS A VICENTE LEÑERO

Conocí al renombrado dramaturgo, periodista, novelista, guionista y profesor de la Escuela de la Sociedad General de Escritores de México posiblemente en 1979, año en que presenté mi tesis de licenciatura La imagen de la mujer en la narrativa de Rosario Castellanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Por ese tiempo, su esposa Estela Franco preparaba su tesis de doctorado en psicología, que finalmente se publicó con el título Rosario Castellanos. Otro modo de ser humano y libre. Además, poco tiempo después presenté la novela El rumor que llegó del mar, de Eugenio Aguirre, en el Centro de Enseñanza para Extranjeros. Entre los invitados se encontraba precisamente Vicente Leñero, que escuchó mi texto con atención. Después me felicitó y me pidió que lo  llevara   a Proceso,  revista de la que era subdirector, para su  publicación. Fue así como empecé a colaborar con la revista casi semanalmente
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Cuando me despedí  para venirme a Durango, me preguntó: ¿Qué pasó con Olga Arias que ha mantenido viva la literatura allá durante cuarenta años?  Ahí  está, repuse, trabajando como siempre. Te encargo una entrevista, me dijo. A mi llegada puse manos a la obra y envié el texto (por fax, todavía no contábamos con internet), la cual se publicó en el número 671de la revista Proceso (septiembre 11, 1989, pp. 50-51) con el título “Darse a conocer desde provincia: casi imposible, la escritora Olga Arias”.

La bibliografía de Leñero es muy variada y extensa; por ello, quiero referirme a ciertos textos que me parecen fundamentales. En primer lugar, Los albañiles  (1963), que le valió el premio Planeta-Seix Barral y que después fue llevada al cine. Leñero estudió la carrera de ingeniero civil en la Universidad Nacional Autónoma de México, aunque después prefirió las letras. Sin embargo, conocía perfectamente el ambiente de una construcción, así como las triquiñuelas  propias de quienes ahí trabajan.

En 1976, cuando el entonces presidente Luis Echeverría urdió el golpe contra el periódico Excélsior, cuyo director era Julio Scherer y el subdirector Vicente Leñero, ambos, acompañados de muchos otros periodistas, abandonaron la redacción del periódico. Octavio Paz que en ese tiempo era el director de la revista Plural siguió su ejemplo y sólo muchos años después, a su regreso de la India, inició otra revista: Vuelta. Pocos meses después de salir de Excélsior,  Scherer y Leñero, con el apoyo de muchos de sus seguidores y público en general, saludaron la aparición de  Proceso, donde Leñero estuvo como subdirector de 1977 a 1998. Todas esas experiencias fueron el origen de  su libro Los periodistas (1978). 

Otro texto fundamental sería Asesinato (1985) donde narra todo el proceso y la investigación que se llevó a cabo por el asesinato del ex gobernador de Nayarit  Gilberto Flores Muñoz y de su esposa, Asunción Izquierdo,  una escritora poco conocida y que utilizó el pseudónimo de Ana Mairena para publicar sus novelas, asesinato cometido por el nieto de la pareja.

Creo que la primera obra de teatro que vi fue Pueblo rechazado (1968) que aborda el problema de la modernización de la iglesia (misa en español, con el sacerdote frente a los feligreses);  además, era defensora de que se permitiera  a los monjes  psicoanalizarse. Leñero fue siempre un hombre religioso, pero con un acercamiento moderno a la normas de la iglesia. Una obra que me gustó muchísimo fue La mudanza (1979) donde, casi sin diálogo y sólo con la acumulación de enseres domésticos en el escenario, muestra los problemas de una pareja.

Sin embargo, la que merece mención especial aun cuando sólo se haya representado unas cuantas veces y que fue vista y apreciada por poco público fue Martirio de Morelos (1981), llevada a escena en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón, en el Centro Cultural de la UNAM, bajo la dirección de Luis de Tavira. En el escenario se apreciaba una especie de rampa dividida en tres niveles: en el inferior se encontraba Morelos en su celda poco tiempo antes de su interrogatorio; en el nivel medio se presentaba la sala del juicio del héroe nacional con el inquisidor y los escribanos, donde lo declaraban culpable y procedían a la desacralización de sus manos.  En la parte superior se presentaba la ejecución de Morelos en Ecatepec. La razón principal por la cual la obra sólo se presentó como unas seis veces ante un público selecto (tuve la suerte de que me tocara un boleto) era, pienso, que al declarar Morelos todo lo que sabía sobre la guerra de independencia se convertía en un traidor y eso no podía hacerse del conocimiento del público en general porque perdería su categoría de héroe impoluto.

Entre los guiones que preparó para el cine destacan Mariana, Mariana (1988) basado  en la novela Las batallas en el desierto (1981), de José Emilio Pacheco;   El callejón de los milagros (1994), basado  en la novela del mismo nombre del  escritor egipcio Naguib Mafuz  que lo hizo acreedor al  Premio Nobel en 1988 y  el guión basado en la novela El crimen del padre Amaro,  del escritor portugués José María Eca de Queiroz, novela publicada en Portugal originalmentente en 1875, y que tanto escándalo levantó en la iglesia católica cuando en el 2002 se estrenó la película revelando la corrupción de algunos sacerdotes y obispos.

No puedo dejar de mencionar su novela La vida que se va (1999) que le valió  el premio Xavier Villaurrutia donde Leñero muestra su dominio  del ajedrez y pone a prueba sus dotes de narrador con una estructura diferente.  Además de sus muchos premios, en el 2011 fue admitido a la Academia Mexicana de la Lengua.
 

jueves, 16 de octubre de 2014

El cordonazo de San Francisco

EL CORDONAZO DE SAN FRANCISCO

El 4 de octubre es mi cumpleaños. También, y más importante, es la fecha en que se celebra el cordonazo de San Francisco. Sin embargo, en años recientes  cuando he comentado lo del cordonazo con hombres y mujeres incluso mayores de 30 años, se sorprenden y preguntan: ¿Qué es eso? Ni para qué  hablar de los más chicos.

Crecí acostumbrada a pensar en el cordonazo que es un fenómeno atmosférico provocado porque en los días anteriores a esa fecha hay, según internet, una mayor incidencia de rayos solares sobre la superficie terrestre, por lo que se originan “nubes de desarrollo vertical” que dan paso a las lluvias. Yo lo recuerdo de una manera más sencilla: era el día en que había poco sol, llovía mucho, hacía frío y marcaba, según los mayores, el verdadero inicio del otoño. Desde hace muchos años todo eso se ha modificado.

Las leyendas que aparecen en internet, el cual, a su vez, las recopiló de periódicos sudamericanos porque este fenómeno ocurre en México, Panamá, Colombia, parte de Brasil y de África, son muy divertidas.  Una relata  que San Francisco quiere jugar con las nubes y que, para que no lo mojen, las golpea con el cordón provocando la lluvia. Otra afirma que San Francisco es el administrador del agua, pero el 4 de octubre, cansado de estar mojado, se quita el cordón y sacude su sotana hasta que cae la última gota sobre la tierra. Otra más, menos amable porque tenemos la imagen del santo bueno y humilde, dice que San Francisco se quita el cordón para castigar a los humanos que se han portado mal. Me resulta difícil aceptarla porque “El varón que tiene corazón de lis,/ alma de querube, lengua celestial,/el mínimo y dulce Francisco de Asís”, como escribió el gran poeta nicaragüense Rubén Darío, que se compadece del lobo, también se compadecería de los humanos, de manera que, efectivamente, se trata de un fenómeno atmosférico.

Parece que el 4 de octubre también marca [P1] la partida de las aves que emigran en busca de climas más cálidos, al mismo tiempo que empiezan a llegar las que vienen del norte. Se dice también que los pescadores temen hacerse a la mar en esa fecha porque el mar se encoleriza y las olas se tornan altas y peligrosas.

Estas historias del pasado que nos hacen sonreír tienen su explicación. La gente se guiaba por los cambios del clima y encontraban explicaciones religiosas para los mismos. No contaban con un servicio meteorológico que los orientara respecto de las alteraciones de la naturaleza y, además, sus apreciaciones eran siempre ciertas.

¿Habrá sido la tormenta que se abatió sobre la Ciudad de México el domingo 5 de octubre provocando grandes desastres  un cordonazo retrasado? Bien puede ser. Se dice que el 2 de octubre de 1996 llovió en Caracas de las 11:00 a.m. a las 8:00 p.m. sin parar. Ese día sí que San Francisco se dio vuelo con su cordón.    



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Observaciones lingüisticas sobre el español de Durango

REFLEXIONES SOBRE EL ESPAÑOL POPULAR DE DURANGO


Hace algún tiempo, cuando impartí un curso de Lingüística Superior a unos alumnos normalistas les pedí, como ejercicio para que se fijaran en cómo habla la gente en nuestra ciudad, que trajeran una lista con las expresiones que oyeran en la calle y luego elaboraran un ensayo con ese material. La cantidad de expresiones que observaron fueron muchas, pero hoy me referiré sólo a unas cuantas. Antes, hagamos unas observaciones sobre lo que significa dialecto en la lingüística contemporánea.

Para empezar, las lenguas indígenas hace mucho que dejaron de considerarse dialectos: son lenguas porque cumplen con todos los requisitos para serlo.  Antiguamente, y todavía en la actualidad, muchas personas siguen refiriéndose al náhuatl, al tepehuán, al guaraní (de Paraguay) o al quechua (de los incas, en Perú), como dialectos, cuando son lenguas. Después de la conquista los españoles nombraron todo aquello que no conocían con palabras que les eran conocidas, de ahí que utilizaran dialecto. Por ello, todavía ese término es popular.

 Ahora bien, el español tiene diferentes variantes. No  es lo mismo el español de Buenos Aires, que el de Madrid, que el de la Ciudad de México o que el de Durango. Además de la entonación, el uso del vocabulario es diferente. Entonces se habla del dialecto de Durango. Pero, además, existe la norma culta que convive con el español popular.  Veamos algunos ejemplos.  

Aterrar – llenarse de tierra. Después del caserón, la casa quedó aterrada.
Envarar – tener el estómago duro. Doctor, me siento envarada.
Vueltear – ir y venir a un lugar varias veces. Me pasé la mañana vuelteando.
Rundar – no funcionar un  carro o una máquina.  El carro no rundó.
Desponchadora – vulcanizadora. Aquí, a la vuelta, hay una desponchadora.
Yunque – lugar donde se venden piezas usadas de coches o máquinas. Ve al yunque, ahí lo consigues.
Jale – trabajo  Estuvo duro el jale con la mudanza.  
Injusta- enferma. Mi amiga está injusta.
Ojos borrados – azules o verdes  Ése tiene los ojos borrados.
Nueva – mujer todavía atractiva.  Aquella me gusta. Todavía está nueva.

Hay otras que son más conocidas; por ejemplo, tomate, en lugar de jitomate, usual en el centro del país. Tomatillo, por el tomate verde.  Repollo, por col. El juego del bebeleche, por el avión.  El mueble se quebró por el coche está descompuesto. Troca por camión. El marido nomás vino y le jincó un hijo; luego, se fue (muy común para los hombres que han emigrado dejando atrás a la mujer y a los hijos). Iba para Durango, pero me arrendé en Sombrerete. (me quedé)  Acérquese para oír porque habla muy al pasito. Es decir, en voz muy baja.

Renglón aparte merecen las palabras derivadas del inglés. Por ejemplo, mopear (trapear), lonche (torta), liquear (salir el agua de una llave), parqueadero por estacionamiento.  En San Antonio oí dos expresiones que nunca se me han olvidado: ¿Por qué no culean el cuarto? (¿por qué no ponen el aire acondicionado? Y la otra: vamos a serapear la mesa. Poner la mesa  (derivado el verbo de  to set up) del inglés.

Existen muchos más ejemplos de los mencionados aquí. Éstos son sólo una muestra del habla que es común escuchar cuando se camina por la calle. Con seguridad ya hay lingüistas ocupándose de estas peculiaridades del habla popular de Durango. Pero me pareció oportuno escribir este breve texto para reflexionar sobre la lengua en la que nos comunicamos.

NOMBRES COMUNES EN LA SOCIEDAD MEXICANA ACTUAL

CAMBIOS EN LA ONOMÁSTICA EN MÉXICO

Como ustedes saben, amigos lectores, la palabra onomástica deriva del griego y, en la definición de la Real Academia Española, significa la “ciencia que trata de la catalogación o estudio de los nombres propios”. Otra acepción indica que es un “conjunto de nombres propios de un lugar o un país”. También podríamos hablar de la antroponimia que es la “disciplina que registra los nombres de personas”.

Desde hace varios años he venido observando cómo los nombres propios de hombres y mujeres se han ido transformando. Los apelativos Rosa, Carmen, Teresa, Soledad, Silvia  y muchos más ahora sólo aparecen en las viejas películas mexicanas o en las actuales telenovelas para personas que, por lo general, se ocupan de los trabajos domésticos.

 En los años sesenta, cuando Jacqueline Kennedy impuso una moda en la forma de vestir y de peinarse, y que después alcanzó una gran estatura moral a la muerte de su marido (estatura que perdió al contraer matrimonio con Onasis, aunque, según algunos, lo hizo para salir de Estados Unidos junto con sus hijos para salvarlos de un posible atentado), muchas mujeres decidieron nombrar a sus hijas con su nombre. Poco después, en la década de los setenta, empezó a popularizarse el nombre de Yesica.

En 1997,  cuando la princesa Diana, admirada mundialmente por su bella sonrisa y elegante vestuario y compadecida por su desafortunado matrimonio con el príncipe Carlos, murió trágicamente en aquel accidente de automóvil en París, su nombre se convirtió en el preferido de muchas madres. Incluso, alguna quiso llamar a su hija leididi, lo que el Registro Civil no aceptó. Entonces surgió una andanada de Dianas.

En la actualidad he oído nombres como Jael y Eliud, que provienen de la Biblia, pero  adjudicados a una mujer. Otros apelativos femeninos son Mariel, Martel, Aisha, Giapsi, Emylene, Emily, Corin, Mariel,  Anhel, Alison y muchos más. Para los varones se han vuelto populares  Derek, Aristóteles, Giovanni,  Donovan, Jonathan, Oliver, Orestes, Cisley, Messi (el apellido del futbolista argentino, pero empleado como nombre propio), Paúl (pronunciado así, con acento) y otros formados por la combinación de los apellidos paterno y materno como ocurre con Oribe Peralta, el famoso futbolista mexicano.    En una ocasión, conocí a un niño llamado Onassis que, por supuesto, no tenía ni la más remota idea de quien había sido ese personaje. En el caso de Orestes, ¿sabrán los padres que fue el prefecto imperial de Alejandría en el lejano año de 412? ¿Cómo se sentirá alguien que lleva el nombre del gran filósofo griego Aristóteles? Yo me sentiría abrumada por la responsabilidad, pero quizá quien se llama así ignora por completo la grandeza del filósofo.

Como anécdota, recuerdo que, en Cuba, me contaron que muchas madres habían bautizado a sus hijos como Usnavy, que significa United States Navy, porque vieron muchos barcos anclados en el muelle con ese nombre y les gustó. Por otra parte, se cuenta en nuestro país que un inocente campesino insistía en bautizar  a su hijo como Prepucio, porque ignoraba no sólo su significado, sino la anatomía masculina.  

Estamos acostumbrados a escuchar apelativos  prehispánicos como Cuauhtémoc (a quien se dirigen como Cuau) o Cuitláhuac (que se convierte en Cuit). De vez en cuando tropezamos con alguien bautizado como Axayácatl o Ehécatl pero jamás Moctezuma. ¡Claro! En las mujeres siguen siendo populares Citlalli, Xóchitl, Yoloxóchitl e Itzel,  entre otros. Algunos psicólogos han opinado que este tipo de apelativos supone un obstáculo para que los así llamados puedan acceder a buenos puestos en las empresas. Sin embargo, parece que no van a la baja.

Lo que me intriga ahora es justamente la tendencia a buscar nombres poco comunes. Ya no importa el santoral de la iglesia católica porque ahora se festejan los cumpleaños y pocos sabrían que Manuel tiene su santo el día de Corpus Christi (fiesta religiosa variable). Los  apelativos extranjeros a veces me han pensar que los padres que llaman así a sus hijos es porque piensan que de esta manera les será más fácil conseguir un empleo en una empresa extranjera o emigrar sin tantas dificultades.

Desconozco los estudios serios que pueda haber sobre el particular. Lo que sí es cierto es que se trata de una clara tendencia en la sociedad actual, por lo menos en la durangueña.   


martes, 30 de septiembre de 2014

Esperando a los bárbaros, novela de Coetzee

ESPERANDO A LOS BÁRBAROS

Antes de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2003, el laureado escritor sudafricano, J. M. Coetzee,  nacido en Ciudad del Cabo en 1940, había escrito otras novelas que recibieron distintos premios y que, de alguna manera, fueron abriéndole camino hacia el Nobel, al mismo tiempo que perfeccionando su maestría en la narrativa.  Entre ellas, Esperando a los bárbaros, publicada en 1980 y premiada con el CNA, el reconocido premio literario en Sudáfrica.

Sin referirse abiertamente a su tierra de origen y al apartheid, esta novela presenta la problemática de la discriminación, disfrazada de persecución a unos presuntos atacantes del Imperio, que tampoco se dice que sean negros. Sólo se les menciona como nómadas o pescadores.  Tampoco se indica el nombre del pueblo donde ocurren los sucesos, sólo que está en el desierto hacia el norte del país, en la frontera.

La tranquila vida del Magistrado que durante muchos años ha vivido en ese lugar donde goza del aprecio y la estimación de la comunidad, sufre de pronto un terrible sobresalto con la llegada del coronel Joll, perteneciente al Tercer Departamento de la Guardia Nacional, cuya misión consiste en aprehender a los atacantes que, se supone,  ponen en peligro la seguridad del Imperio.

Para cumplir con su misión y poder presentar a las autoridades algunos culpables, apresa y tortura  a unos pobres pescadores, un viejo y un joven,  a quienes encuentra cerca del lago y que afirman no estar involucrados de ninguna manera en el ataque.  Insatisfecho con la información que obtiene de estos hombres emprende una marcha hacia el norte de donde regresa con otros pescadores,  entre los cuales viene una muchacha a la que han dejado casi ciega aunque conserva la visión periférica y a la que han fracturado los tobillos, por lo que se tambalea cuando camina sobre las muletas.

Cuando el coronel Joll se retira arrastrando a sus prisioneros deja atrás a esta muchacha porque les estorba y retrasa la marcha.  Entre el Magistrado y la joven, que le inspira lástima y ternura,  de la que nunca se dice su nombre como tampoco de los otros personajes, exceptuando al coronel Joll, se establece una relación casi paternal no exenta de sexualidad. Su intención es  curarla y ayudarla a reintegrarse con los suyos. Este empeño lo meterá en dificultades arruinando para siempre su carrera y perdiendo la estimación de los pobladores. 

Valiéndose de estrategias literarias, quizá de una parábola, Coetzee aborda el tema de la discriminación no sólo en Sudáfrica sino en otros lugares de África (de ahí que no se mencione ninguno)  con una clara intención moral y para despertar la conciencia de los lectores. La novela está narrada en primera persona, desde el punto de vista del Magistrado quien, al final de la narración, piensa: “Quise vivir fuera de la historia. Quise vivir fuera de la historia que un Imperio impone a sus súbditos, incluso a sus súbditos perdidos. Pero nunca quise que los bárbaros soportaran el peso de la historia de un Imperio. ¿Cómo puedo creer que eso sea motivo de vergüenza?”


En otras novelas el tema de la discriminación ha estado siempre presente. Por ejemplo, en Desgracia, que sucede primero en Ciudad del Cabo donde David es profesor de la Universidad y después en el campo donde vive su hija Lucy, lo que ocurre  a  Lucy (y de ahí el título de la novela) parece ser, en mi opinión, el precio que una mujer blanca debe pagar para realmente ser aceptada como sudafricana. En Esperando a los bárbaros, el precio lo paga el Magistrado cuya vida queda totalmente destrozada y que en su diario escribe: “Vivíamos en el tiempo de las estaciones, de las cosechas, de las migraciones de aves acuáticas. Vivíamos sin nada entre nosotros y las estrellas. De haber sabido qué concesión teníamos que hacer para seguir viviendo aquí, la hubiéramos hecho. Éste era el paraíso en la tierra”.    

jueves, 11 de septiembre de 2014

Envío de giros telegráficos hace muchos años

ANDANZAS DE UN GIRO TELEGRÁFICO

Decía el escritor cubano Alejo Carpentier que esta América nuestra -la latina, por supuesto- era real y maravillosa a la vez: sólo se requería de ojos amorosos y perspicaces para verla así. Creía que estos epítetos eran justos porque en las tierras del Nuevo Mundo convergían y se amalgamaban culturas ajenas y diferentes, dando origen a una nueva. Mencionaba también las sorpresas que nos depara la superposición de tiempos: en las grandes ciudades contamos con los recursos más avanzados de la tecnología moderna pero en los pueblos y rancherías hay hombres que utilizan una carreta y un caballo o burro (lo que posean) en lugar de una camioneta pick-up.

Traigo a colación lo anterior para introducir la anécdota que hoy quiero referir y que guarda estrecha relación con lo planteado por el escritor cubano en Los pasos perdidos, publicada en 1953.  

Hace varios años, antes de que todos los bancos se enlazaran mediante red nacional y cobraban una comisión, además, por un depósito efectuado en Durango para ser acreditado en una cuenta en el Distrito Federal, necesitaba enviar una suma a mi hermana, Se me ocurrió entonces que podía utilizar un giro telegráfico.

Mi hermana recibió el giro y se presentó en la sucursal bancaria para depositarlo. La cajera lo tomó, lo miró, lo revisó y preguntó: ¿Qué es? Su cara revelaba un genuino asombro como si el documento hubiera salido de un arcón del siglo diecinueve. Se le explicó de qué se trataba, a lo cual ella arguyó: Un momentito, por favor. Conversó luego con el supervisor, quien se acercó a la caja y repitió las mismas preguntas, siempre con una expresión de incredulidad. A su vez, debía consultar con el gerente quien, amablemente, oyó de nuevo la historia de labios de mi hermana. Finalmente, hizo una llamada telefónica para cerciorarse de que el banco no enfrentaría ningún problema posterior y autorizó el depósito.

El giro telegráfico es en verdad una reliquia digna de ser conservada dentro de una vitrina. Los jóvenes de las grandes ciudades jamás sospecharían que el telégrafo, vital para los ejércitos revolucionarios a principios del siglo veinte, continúa cumpliendo un rol de enlace fundamental en nuestro estado y seguramente en todos aquellos cuya topografía ha dificultado el establecimiento de otros medios de comunicación.

Hace varios años, el telégrafo estaba  instalado en la Avenida 20 de Noviembre, casi frente al templo de San Agustín. Cada vez que pasaba por ahí me sorprendía al observar las largas filas de personas esperando enviar un telegrama o cobrar un giro. Todavía me sorprendo cuando en la oficina de correos cercana a mi domicilio veo las grandes cajas enviadas de los Estados Unidos o de Corea para ser entregadas a sus dueños o viceversa.  Es, en esos momentos, cuando recuerdo lo escrito por Carpentier.

En la novela, un musicólogo debe viajar a la Amazonia en busca de un treno, antiguo instrumento musical utilizado por los indígenas, De alguna gran urbe de los Estados Unidos de Norteamérica (cuyo nombre se omite para alcanzar la generalización), se traslada a una ciudad latinoamericana igualmente anónima, si  bien Carpentier confesó en una ocasión que Lima le había servido de inspiración. Al aterrizar, queda perplejo porque el ritmo de la ciudad corresponde más al siglo diecinueve que al veinte. Posteriormente, cuando se interna en la selva amazónica, se siente transportado al dieciséis.

Si trazáramos este itinerario tomando como pretexto el giro telegráfico, sucede que un defeño llegaría a una ciudad decimonónica (Durango). Si visita la región  de las quebradas o los minerales anclados en las profundidades de la sierra donde no es posible levantar un censo o abrir una casilla para las votaciones, viajaría hacia el pasado  en el tiempo.


Desde mi punto de vista, el ritmo de Durango se ha modernizado en los últimos años. No obstante, ciertas callejuelas de los barrios de Analco o Tierra Blanca e incluso la pequeña y obscura tortillería donde me detengo una vez por semana para comprar tortillas, me recuerdan los ambientes recreados por autores de otros días. Las carretas que transitan tiradas por caballos al lado de veloces camiones y autobuses hablan, a su manera, de tiempos idos. Es real y maravilloso al mismo tiempo y, en este sentido, comprueba la teoría del vehemente apologista de la América Latina.  

Comentario sobre la novela Persuasion, de Jane Austen

UNA RELECTURA DE PERSUASION, DE LA NOVELISTA BRITÁNICA JANE AUSTEN

Amigos lectores: como no tengo posibilidades de practicar el inglés en Durango y temerosa de perder mi fluidez, he decidido leer (o releer) las novelas que tengo en mis libreros. Esta vez le tocó el turno a Persuasion, de la reconocida escritora inglesa Jane Austen (1775.1817), publicada por primera vez en 1818; o sea, hace más de un siglo.

En el texto se repiten con mucha frecuencia dos vocablos  que explican la conducta de la protagonista Anne Elliot: persuasión, cuyo significado en español corresponde al del inglés: la acción o proceso o un intento de persuadir. La otra es propriety, que significa lo que es socialmente aceptable en la conducta o el habla.

Cuando tenía 18 años, Anne tenía un pretendiente, el  capitán Frederick Wentworth, de la Marina británica, al que amaba pero que  rechaza persuadida por su amiga Lady Russell (ya que su madre había muerto) porque no era conveniente para ella ni en rango ni en posición económica. En otras palabras, no era correcto  (proper) aceptarlo. Siete años después, cuando Anne, considerada ya vieja a principios del siglo diecinueve, por sus veintisiete años, la pareja se reencuentra en circunstancias diferentes.

El padre de Anne, Sir Walter Elliot, orgulloso de su linaje y de su fortuna, se da cuenta un día que los dineros se han esfumado y que debe rentar su propiedad para saldar las deudas. Es necesario mudarse a otro lugar y escoge Bath, un pequeño lugar situado a orillas del río Avon, en el condado de Somerset, adonde se trasladan todos los habitantes de Kellyinch y de Uppercross. La situación de Anne es ahora diferente: se sabe en desventaja  y, además, está consciente de su edad.

Después de una serie de enredos que finalmente se solucionan Anne y Wentworth superan los errores del pasado y se reconocen enamorados. Ambos están libres;  él tiene ahora un grado más alto, además de que ha reunido un buen capital. De esta manera, es totalmente correcto que se unan en matrimonio.

Persuasion es la última novela de Jane Austen y, en opinión de algunos críticos, el personaje de Anne es el mejor logrado como mujer. Como en sus obras anteriores, la escritora inglesa observa a la sociedad inglesa de su tiempo criticándola severamente por su banalidad y afición a los chismes. Al mismo tiempo, muestra la forma de vivir de ese grupo social y las diversiones a las que tenían acceso; por ejemplo, las obras de teatro montadas por ellos mismos, los juegos de cartas en donde se tenía especial cuidado de sentar a personas del mismo rango y educación, la caza a la que eran tan aficionados los caballeros y los paseos a la orilla del río.

Según el profesor Marvin Mudrick, de la Universidad de Calfornia,  en Santa Barbara, el verdadero amor de Jane Austen es la orgullosa Marina británica que  había resultado triunfadora en distintas batallas, además de que ella vivió en “una época cuando la guerra en el mar era una aventura patriótica y personal”. Además, ser admitido en la Marina permitía a “personas de obscuro nacimiento”  ascender por sus propios méritos, acumular una fortuna y tener acceso al círculo de la alta sociedad.

La aventura de leer a Jane Austen en el inglés de principios del siglo diecinueve al principio me fatigó, por lo que estuve a punto de regresar la novela a su sitio en el librero sin concluirla. No obstante, llegué hasta la última página.  El título se justifica porque Anne insiste ante Wentworth que actuó bien rechazándolo  persuadida por  Lady Russell, ya que su madre había muerto, porque de otra manera habría faltado a la corrección.


¿Cuántas mujeres habrán leído a Jane Austen su tiempo? Seguramente, muy pocas, o porque no sabían leer, o porque los libros no llegaban a sus manos. Sea como fuere, las novelas de Jane Austen son lectura obligada en algunas escuelas y universidades. Además, en 2007 se filmó la película El Club de Jane Austen, dirigida por Robin Swincord, donde los integrantes del mismo se comprometen a leer una novela al mes para después reunirse y comentarla.  En otras palabras no ha ha perdido actualidad.  

filme mexicano-alemán guten tag Ramón

UN CUENTO DE HADAS MODERNO: EL FILME GUTEN TAG, RAMÓN

Ayer, junto con una amiga, vi esta película y ambas salimos del cine con una amplia sonrisa, no sólo porque los paisajes de Durango (estado al que esta vez sí se le da crédito) y hasta los adobes se ven bonitos (destaca la antigua estación de ferrocarril convertida en banco),  sino porque presenta una historia de amistad entre dos personajes disímbolos: un joven mexicano, pobre, que no habla alemán (Ramón) y una señora alemana (Ruth), mayor de edad, que desconoce el español pero, en cambio, tiene un gran corazón.

La historia de Ramón empieza cuando va en un camión lleno de indocumentados que esperan cruzar la frontera y llegar a los Estados Unidos. Los polleros los dejan en un camino abandonado, con el camión cerrado por fuera, de manera que todos mueren, excepto Ramón. Cuando llega la migra, Ramón es deportado a su pueblo. Aquí un amigo le sugiere que se vaya a Alemania donde vive una tía suya que lo ayudará. Milagrosamente, recibe dinero de un amigo herido por los narcos y que alcanza para el pasaje a Alemania. Entonces empieza la verdadera aventura.

Ramón llega a Wiesbaden para encontrarse que la tía ya no vive en la dirección que tenía, por lo que se queda en la calle, con unos cuantos euros, sin ropa adecuada y sin hablar la lengua. Empieza a pedir limosna y con esas cuantas monedas compra manzanas y pan para sobrevivir. Por supuesto, duerme en la estación del tren.

Un día le sonríe a Ruth, que hace sus compras en la tienda donde Ramón se para a pedir limosna, y la ayuda con sus bolsas. Aquí empieza la amistad. Nunca se menciona la diferencia de raza entre alemana y mexicano, ni lo tachan de indocumentado zarrapastroso y tampoco solicitan la intervención de la policía para deportarlo. La relación se torna tan afectuosa que Ruth incluso le permite dormir en el sótano del edificio donde vive y le facilita ropa adecuada para el invierno.

El cuento de hadas no tiene un final feliz como el de Blanca Nieves o La cenicienta, pero tampoco tan amargo. Ramón regresa a su casa pero la vida le regala una  grata sorpresa. Quizá  pudo haber sido más espectacular, pero así resulta creíble.

La película ha sido bien recibida por el público. Aunque no ha tenido un éxito espectacular como Nosotros los nobles (2013), sátira de la sociedad mexicana de clase alta dirigida por Guy Alazraki, ha recaudado suficiente dinero en las taquillas como para competir con los filmes norteamericanos llenos de violencia.

La película fue dirigida por Jorge Ramírez Suárez, inventor también de la historia. Ramón es personificado por Kristyan Ferrer, a quien le deseamos muchos éxitos en su inicipiente carrera, y las actrices Arcelia Ramírez, en el papel de la madre,  y Adriana Barraza, en el de la abuela. La actriz alemana Ingeborg Schoner personifica a Ruth.


Una película  que creemos le hace honor a México y muestra una faceta distinta del problema de la emigración. 

martes, 19 de agosto de 2014

Un sombrero a la medida

UN SOMBRERO A LA MEDIDA

Ahora que el invierno ha dejado sentir su presencia, me he puesto a pensar en las palabras de mi primo Jesús, quien, al exhibir con orgullo su pecho velludo, afirmaba que no sentía frío gracias al chaleco que le tejió su mamá.  Como en esos días yo necesita con urgencia un corte de pelo y me encontraba renuente a permitir que el viento me helara cuello y orejas, caí de pronto en cuenta que yo también me sentía feliz de  tener un sombrero propio.

En la infancia, mi cabello era abundante, negro y rizado (chino, como decimos en Durango), generalmente peinado en  trenzas. En ocasiones especiales los chinos se transformaban en suaves ondas gracias a la goma de linaza  y que, me dejaban unas preciosas ondas al estilo de los años veinte.   Al llegar la adolescencia, los chinos se volvieron rebeldes. Si por entonces hubieran estado de moda Amanda Miguel  o Gloria Trevi  (“A mí me gusta andar de pelo suelto/ aunque se acabe de infartar mi abuela”, como decía una de las canciones que la hicieron famosa), yo podría haberles hecho la competencia  cantando con desenfado y azotando el suelo con mi opulenta cabellera.  Lamentablemente, esa conducta era poco elegante y el estilo a la Jacqueline Kennedy (lacio y con las puntas hacia arriba) se imponía por doquier. No quedaba más remedio que pasar una larga hora, con la cabeza llena de tubos, debajo del secador o restirar el pelo en un severo chongo.

Para mi “supuesta” fortuna,  los norteamericanos lanzaron al mercado los enlaciadores y, ni tarda ni perezosa, empecé a probarlos. El resultado distaba de ser halagador: el cabello quedaba tieso y reseco y ni así lograba borrar por completo los  chinos cercanos a la frente. Seguí en la brega hasta el día en que me quemaron el cuero cabelludo y me vi obligada a usar sombrero durante dos semanas pues los rayos del sol, inclementes,  me quemaban la piel. El pelo se me cayó a mechones, pero me salvé de la calvicie.

Llegó la época de las pelucas y todo tipo de postizos venidos de Hong Kong (por entonces empezaron a ponerse de moda los viajes al Oriente, especialmente para la feria universal de Osaka)  para mejorar o completar el peinado. “Maravillosa  salvación para los días de playa o de intensa lluvia en el Distrito Federal!  Nada más fácil que restirar el pelo, colocar una bella y lacia media peluca y rematar el arreglo con una mascada de color luminoso. ¡Adiós a la angustia de ir a bailar con el pelo esponjado y chino por la humedad! Nada me impedía ser igual a las demás.

Con la aparición de las primeras canas vino el momento de coquetear con los tintes.  Al principio, sólo era necesario utilizarlos tres o cuatro veces al año; luego, con mayor frecuencia. Mi organismo empezó a protestar por el maltrato continuo, especialmente con alergias. Sorda a sus reclamos y deseosa de lucir una  radiante cabellera negra para otra excursión a la playa,  me apliqué el tinte.  Esta vez mi organismo se rebeló en serio: la piel, desde la frente hasta las rodillas, adquirió un tono rojo ardiente, se cubrió de ampollas supurantes y tenía una horrible comezón. Todo mi aspecto era el de un boxeador derrotado por Julio César Chávez. El viaje a Puerto Vallarta se convirtió en una ilusión perdida y el sueño de vivir con una brillante cabellera negra, también.

Tras un mes de cortisona y otros medicamentos, comencé a recuperar mis facciones normales. El pelo  teñido seguía resplandeciente, pero el que nacía era blanco.  Sin quererlo, había entrado en la corriente de los  punks, y eso replicaba yo a los imprudentes comentarios sobre mi exótico peinado.

Ahí terminaron mis andanzas con los tintes. Decidí aceptar mi cabello y resistir todas las sugerencias y consejos para teñirlo de nuevo, actitud que implicaba navegar contra la corriente que obliga a  todos a verse siempre jóvenes recurriendo a cualquier artificio.  El pelo blanco, según la cultura contemporánea, es signo de vejez y propio de abuelitos que dormitan en la mecedora. Todavía a veces descubro en la mirada de los niños su asombro pues camino con mayor rapidez que muchos adolescentes. Más misericordiosas, otras personas me halagan diciendo que me veo “muy distinguida”.

Mientras otros recurren a boinas, gorras y chales, yo desafío a los ventarrones. He llegado a la conclusión de que fue un acierto de mi madre coronar mi cabeza con un espléndido sombrero a la medida.

EL COLECTOR PLUVIAL SUR (Publicado originalmente en 1998 pero no ha perdido actualidad).

LA CONSTRUCCIÓN DEL COLECTOR PLUVIAL SUR

Quienes navegamos cada verano en las caudalosas aguas del Boulevard Domingo Arrieta, la pasamos mal. Los propietarios de embarcaciones pequeñas (VW,  Golf, Nissan, Caribe, algún calafateado Renault o un chocolate construido con partes de otros vehículos) sufrimos cuando los orgullosos dueños de trasatlánticos (Suburban, Ram Charger y todo tipo de pick ups) navegan a toda velocidad y aumentan el nivel de las aguas creando olas innecesarias. ¡Ni hablar de los buques-tanque  (registro “SEP-AZTECA-IMSS o CAMIONERA POR LIBERTAD) que arremeten contra los menos altos y, en ocasiones, propician que las pequeñas naves encallen sin remedio.

Por ello, recibimos con gusto la noticia, hace casi dos años, de que iniciaría la construcción del Colector Pluvial Sur que aliviaría las inundaciones y las tribulaciones e los pilotos. En el embarcadero de Soriana Madero se congregaron autoridades y público en general (¿serían marineros de corazón?) y una tarde se anunció que, ahora sí, comenzaban las obras.

Primero, se trabajó en la zona del Huizache (también peligroso río veraniego) y, mañana del otoño de 1997, sin decir agua va, ni mediar anuncio radiofónico o letrero que informara a los navegantes cuál sería la situación aquel lunes, se cerró la glorieta Madero y todos, sin excepción, debieron virar por el río Hacienda Santa Patricia (Fraccionamiento Camino Real) y arreglárselas como pudieran para dirigirse a su destino final.

El polvo se adueñó del ambiente hasta el jueves 12 de diciembre cuando la “nieve negra” (porque en unos cuantos minutos la temperatura descendió 12 grados congelando árboles, jardines y tuberías) cubrió la ciudad, La máquina excavadora quedó muda e inmóvil durante dos meses al lado de un alto cerro de tierra y piedras.  Un vecino comentó que el radiador se había estropeado por el congelamiento. Sin embargo, un día desapareció. Alguien comentó que la habían reparado y  que se la habían llevado para trabajar en los nuevos canales que se estaban construyendo en otros rumbos de la ciudad (por aquello que de que son áreas más populosas  y estamos en época de elecciones).

Inesperadamente, el ¿trascabo? Reapareció y se puso manos a la obra con toda celeridad. Esta vez los navegantes se enfrentaron a la noticia (otro lunes caótico) de que una de las vías del Boulevard Domingo Arrieta se convertía en canal de doble sentido. Como en otoño, sin previo aviso y sin respeto ni consideración a la ciudadanía.

Eso sí, la obra beneficiaría a la comunidad; no obstante, un poco de cortesía y previsión habrían evitado molestias y enojos y la población la habría aceptado con mejor talante. Por ejemplo, ¿por qué no se pavimentaron las calles de Tierra Blanca como vías alternas? ¿Por qué, además de recomendar su utilización, no se colocó un mapa espectacular, con anticipación, informando cuáles eran y cómo llegar a ellas? Los semáforos, por supuesto, no funcionan desde hacer meses, a pesar del intenso flujo naviero. Los agentes de navegación (tránsito) sólo se dejan ver algunos días y en las horas pico: después, todos quedamos librados a nuestra buena suerte y a la civilidad de los conciudadanos.

Ahora, se trabaja intensamente. Pero ¿se concluirá la obra antes del día de las elecciones y, lo que es más importante, cumplirá los fines para los que fue diseñada? En otras palabras, ¿se resolverá el problema de las inundaciones en días de tormenta?

Para quien lo ignore, conviene recordar que el agua sube de 0.50 a 1.00 m. y que las lagunas o estanques se forman como por arte de magia (quizá se podrían utilizar como criaderos temporales de peces).  Los buques-tanque, cuando llevan el pasaje hasta la SEP dejan a los pasajeros a buena distancia (para no correr el riesgo de encallar) y éstos deben nadar o mojarse hasta la rodilla para llegar al sitio de trabajo. 

Desde que tengo uso de razón, la Acequia Grande se derramaba tres o cuatro veces al año, anegando toda la zona en ambas márgenes. Después, se entubó y afirmó que ya no habría más inundaciones. A pesar de ello, año tras año nos congratulamos si logramos cruzar el área sin quedarnos a media laguna.

¿Cuál será el futuro para los que vivimos en Tierra Blanca y a ambos lados del multicitado Boulevard?
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(Publicado el 17 de mayo en la revista Transición Siglo XXI)

lunes, 21 de julio de 2014

Construcción de amistad entre Evodio Escalante y María Rosa Fiscal

LA CONSTRUCCIÓN DE UNA AMISTAD





Hace años que, con seguridad Evodio y yo nos cruzamos algunas veces por las calles de la entonces pequeña Ciudad de Durango, pues todos convergíamos en la Plaza de Armas. La siguiente vez que nos vimos fue en 1979,  en el aeropuerto de la Ciudad de México, a punto de abordar el avión para viajar a Gómez Palacio. Yo viajaba a recibir una mención especial en el concurso de ensayo José Revueltas (aunque me trataron como si hubiera sido la ganadora) y Evodio,  junto con Yvette Jiménez de Báez, había sido jurado en ese concurso. Poco después, una hermosa mañana de primavera, en el jardín del Centro de Enseñanza para Extranjeros, organizamos una lectura de poesía. Evodio participó junto con otros escritores. Leyó varios poemas, pero el que más  recuerdo, y que hoy me parece que no ha perdido actualidad, es “Tijuana Moods”. Otro que me gusta mucho es ”Pequeño biografía”, ambos incluidos en el volumen Todo signo es contrario (1989).

En 1998 cuando me invitaron a encargarme de la antología sobre los poetas de Durango, busqué el auxilio de Evodio porque yo sólo conocía a los tres grandes, Zarco, Campobello y Revueltas, además de Olga Arias.  Me orientó y me indicó quíénes eran importantes en esos días en Durango y dónde podría investigar. Varias veces, los viernes, nos reunimos en la cafetería de la Librería Gandhi para comentar cómo iban mis avances. Hoy, como entonces, gracias Evodio.

Ya viviendo yo en Durango, en el año 2000, fui invitada a presentar un breve trabajo sobre los escritores de Durango en el Congreso de Literatura Mexicana organizado por la Universidad de Texas en el El Paso. Propuse, primero, un texto donde brevemente mencionaba muchos escritores. Me solicitaron, entonces, que me redujera a tres. El resultado de esa selección fue el trabajo “Leyva, Mijares y Escalante: tres exponentes de la literatura durangueña” que posteriormente se publicó en la revista de la UTEP.

Evodio es hoy uno de los mejores críticos de literatura en el país. Entre sus últimas publicaciones se cuentan Las sendas perdidas de Octavio Paz (UAM, 2013), y Aproximaciones a Walter Benjamin  (Editorial Mambrin, 2012), además de una reseña sobre la revista Proa (1924-1926), que se publicó en la Nueva Revista de Filología Hispánica, núm. LXI.


Hoy, aprecio y admiro a Evodio Escalante Betancourt y respeto nuestra amistad, como respeté la amistosa relación que tuve con su padre. Me congratulo que sea uno de nuestros mejores escritores y le deseo muchos éxitos. Felicidades, Evodio, porque tus obsesiones literarias (como lo dices en tu poema “Obsesiones”), se te  han trepado y recorren el mundo literario montadas en tus hombros, por lo que ”ya  sólo les sirves de caminante torre”. Pero ha valido la pena. 



Historia de la Plaza Fundadores, en Durango, México

PLAZA FUNDADORES EN DURANGO, MÉXICO









La ciudad de Durango festejó el año pasado el 450 aniversario de su fundación, la cual tuvo lugar el 8 de julio de 1563. Este hecho se precipitó, nos informa el historiador y autor de obras dramáticas Enrique Mijares Verdín, en su libro La construcción de la ciudad. Durango a cordel y regla, (2000), porque Francisco de Ibarra decidió “formalizar la posesión del territorio que le había sido concedido”.  Cada año, entonces, en la esquina de las calles 5 de Febrero y Juárez, se lee el bando solemne conmemorando ese hecho.

Para dar mayor solemnidad al aniversario, se construyó a toda velocidad la Plaza Fundadores, sobre la calle 5 de Febrero, entre Constitución y Bruno Martínez, muy próxima a la Plaza de Armas y también a la Plaza IV Centenario construida en 1963 en el sitio que durante muchísimos años ocupó el hermoso y recoleto Jardín Victoria, bautizado así en honor del primer presidente de México Guadalupe Victoria (bautizado como José Miguel Antonio Adaucto Fernández Félix, y nacido en Tamazula, Durango, el 16 de septiembre de 1886).

La Plaza Fundadores se edificó en un predio que tiene una larga historia. Está anexa al ahora llamado templo de San Juan de Los Lagos (y que la gente insiste en llamar san Juanita, quizá porque son las vírgenes las que más brindan protección) y que durante siglos fue conocido como la Parroquia del Sagrario donde se registraban los nacimientos, entre ellos, el mío. Hubo que demoler el edificio que ocupaba ese predio y construir unos poderosos contrafuertes para sostener el muro del templo que, de otra manera, corría el riesgo de venirse abajo.

Según el historiador Javier Guerrero Romero, la historia de este sitio se remonta al siglo XVII porque ahí se construyó un edificio de gran tradición: el Colegio Jesuita que, al cabo de muchos años y de muchos acontecimientos,  se convirtió en el  Edificio Central de la Universidad Juárez.  En el lugar que hoy ocupa la Plaza Fundadores  se construyó, en el mismo siglo XVII,  una casa para los estudiantes del Colegio Jesuita. Allí  también estuvo la celda que ocupó Guadalupe Victoria cuando cayó en desgracia.  En el siglo XVIII y tras la expulsión de los jesuitas del territorio de la Nueva España, este edificio conocido como El Colegito, se convirtió en la residencia de los seminaristas.

En 1830, parte del edificio fue rentada  con el fin de aumentar los ingresos para el sostenimiento del Colegio. Al promulgarse las leyes de Reforma, el edificio, ya entonces conocido como El Palomar, fue  expropiado y vendido a particulares. A fines del siglo XIX fue demolido para construir la Mueblería Villarreal  y las oficinas de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. Poco antes de la Revolución de 1910, en la planta baja del edificio estuvo la Mercería Alemana, como lo relata la señora Johann Caroline Wehmeyer Bose en su diario Adiós a Durango, publicado por el Instituto de Investigaciones de la Universidad Juárez del Estado de Durango, que sólo vivió aquí un año. La familia Bose ocupó uno de los departamentos de la planta alta que tenían espaciosas recámaras y techos altísimos porque, en la década de 1950,  en uno de ellos vivió un primo mío, así que tuve la oportunidad de conocerlos personalmente.  De hecho, en una fotografía tomada el  día de mi graduación,  donde aparezco de pie en la esquina de las calles de Constitución y Avenida 20 de Noviembre, a punto de entrar a la Catedral, en el fondo se aprecia  El Palomar, que se incendió después y, en su lugar, se construyó un edificio tipo cajón con oficinas; en la planta baja se estableció la tienda Sears hasta la demolición del año pasado. 


La Plaza Fundadores está provista de fuentes que se activan ocasionalmente.  Hay un breve espacio para conciertos y sobre un muro se ha construido un alto relieve que muestran la fusión de los militares españoles, los misioneros franciscanos (se presume que se trata de Fray Jacinto de San Francisco), los indígenas  mexicas y tlaxcaltecas y los esclavos negros.  En otro extremo se alza una especie de rallador (que pretende ser una estela de luz) y que muchos piensan que estorba al conjunto.    


Comentarios sobre la exposición de Zárraga en Bellas Artes en junio-julio 2014

ÁNGEL ZÁRRAGA,  PINTOR DEL CUERPO Y LA RELIGIOSIDAD
La dádiva

Hace unos días tuve la oportunidad de visitar la espléndida exposición de este distinguido pintor nacido en Durango, y relegado al olvido durante muchos años,  que estará abierta al público en el Palacio de Bellas Artes hasta el fin de julio. Era una luminosa mañana dominical y el Centro Histórico del Distrito Federal estaba pletórico de visitantes: los amantes de la bicicleta disfrutaban disponer de la Avenida Juárez para ellos solos, los asistentes al concierto se apresuraban a subir las escaleras, los interesados en escuchar la conferencia sobre Efraín Huerta en la Sala Manuel M. Ponce se dirigían hacia allá y los que teníamos interés en admirar las pinturas de Zárraga enfilábamos hacia el segundo piso. 
   
Titulada “El sentido de la creación” e integrada por 85 cuadros ofrece al visitante  una muy grata experiencia visual y un alimento para el espíritu. Los curadores decidieron dividirla en tres secciones: “Diálogos de la creación”, “El cuerpo:  la  perfección entre lo humano y lo divino”  y “El otro muralismo: más allá de la perspectiva nacionalista”. Yo agregaría que también es importante señalar los elementos de la mexicanidad que aparecen en muchos cuadros dado que durante mucho tiempo y dada su larga residencia en Francia, se consideró que Zárraga se había ocupado poco de lo mexicano.

Uno de los cuadros en donde mejor se aprecia el interés del pintor durangueño por el cuerpo es el “Martirio de San Sebastián”. Zárraga muestra al santo herido por una flecha; a sus pies, arrodillada, se aprecia a una mujer de largas y finas manos, vestida de negro y peinada al estilo de los años veinte. Otro maravilloso, en mi opinión, se titula “Alegoría de septiembre” donde presenta, en un lado,  a un viejo recostado (metáfora de la vejez)  y, en el otro, a una joven y bella  mujer (metáfora de la plenitud de la vida). Los separan frutas y flores, es decir, los goces de la vida en la juventud.

En 1922, y quizá inspirado por su primera esposa Jeanette Ivanoff, que practicaba el futbol, pintó el lienzo titulado “Las futbolistas”. Pero no fue el único. Hay otros dedicados a las mujeres futbolistas en distintas jugadas y posiciones, así como varios cuadros dedicados a los jugadores de rugby. Habría que mencionar también el cuadro que presenta al actor de cine mudo Ramón Novarro, con el torso desnudo, sosteniendo un balón. Tanto los hombres como las mujeres se ven fuertes y aguerridos; en otras palabras, es otra manera diferente de mostrar el cuerpo.

Dentro de la fase realista por la que atravesó Zárraga durante su estancia en España destaca, en mi opinión, el cuadro titulado “La dádiva”. De nuevo aparecen en un lado de la pintura dos viejos canosos y encorvados, uno de ellos con la mano extendida. En el otro, dos jóvenes mujeres cargadas de uvas, que también están regadas por el suelo, junto con unos melones. Una de ellas semioculta  su desnudez por un chal español sostiene en la mano un racimo de uvas pero que no tocan la mano del mendigo.

Una pieza emblemática es “La adoración de los reyes” pintada en 1911.  Presentada en forma de círculo, muestra a los reyes ataviados con suntuosas telas, como también son suntuosos los obsequios que entregan a Jesús. Ocupaba para sí sola un pequeño espacio que, al mismo tiempo que la mostraba en toda su belleza, cerraba la exposición.

Cuadros de Zárraga habían aparecido en anteriores exposiciones. Quizá en 1989, dentro de la muestra titulada “Ángeles y arcángeles”, en el Palacio de Iturbide, se presentaron tres cuadros: dos eran representaciones de San Miguel, uno, al estilo cubista y el otro cubierto con armadura medieval. El tercero era un dibujo de grandes dimensiones de San Gabriel donde sobresalía el tratamiento que el pintor daba a manos y pies.  En 1995, en el Museo Nacional de Arte (en la calle de Tacuba), en la muestra titulada “Joaquín Clausell y los ecos del impresionismo en México”, se incluyeron cinco cuadros de Zárrraga. 

En la ciudad de Durango, cuando se inauguró el Museo que llevaba el nombre del pintor (y que ya no existe más) localizado en una casona en la esquina de las calles Negrete y Pasteur, se brindó a los visitantes la posibilidad de conocer la obra de Zárraga en su lugar de nacimiento. Durante el tiempo que estuvo abierta la muestra, fue custodiada por elementos del ejército para evitar cualquier desaguisado.

Ángel Zárraga nació el  16 de agosto de 1886 en el Barrio de Analco, que todavía hoy conserva la armonía arquitectónica que otrora caracterizaba a la ciudad. Al establecerse sus padres en la capital del país, el futuro pintor estudió en la Escuela Preparatoria y comenzó sus cursos de arte en la Academia de San Carlos. En 1909 junto con José Vasconcelos, Alfonso Reyes , Pedro Enríquez Ureña, Antonio Caso y muchos más fundó el Ateneo de la Juventud.

En 1904 Zárraga viajó a Europa para continuar su formación. Estuvo primero en Bruselas. Luego, en España e Italia. Trató de regresar a México, pero un desacuerdo con Diego Rivera relacionado con el muralismo, lo decidió a permanecer en Francia donde decoró iglesias, hospitales, y también los muros de la Embajada de México en París. Regresó a México en 1941 cuando Francia fue invadida por los alemanes.

En nuestro país pintó los murales que adornan la Catedral de Monterrey, También pintó la serie titulada “La riqueza”, “El placer”, “La abundancia” y “La miseria”, que puede ser vista como un solo mural dividido en cuatro temas relacionados entre sí, para el Club de Banqueros, entonces ubicado en los pisos superiores del edificio Guardiola (en la esquina de Madero y el Eje Central). Trabajaba en un mural relacionado con el deporte en la antigua Biblioteca México, en el edificio conocido como La Ciudadela, cuando debió suspender su trabajo debido a la enfermedad. Falleció en México el 22 de septiembre de 1946.

Las futbolistas


martes, 10 de junio de 2014

Hermanas. Comentando la fotografía

HERMANAS

Mi abuela y sus hermanas, o sea,  mis  tías abuelas, se tomaron esta fotografía en 1908. La presenté en un concurso junto con la leyenda adjunta y gané el primer premio.  



Elegantemente vestidas, seis hermanas acuden en junio de 1908 al estudio Luz y Sombra, de don Jesús García, para que la lente del fotógrafo grabe su imagen. Todavía ninguna se ha casado y el país aún disfruta de la paz porfiriana.  Todas están vestidas acorde con los dictados de la moda de la época: cinco, en colores claros y sólo una, que tampoco ha escrito su nombre, viste de color negro. Cada una lleva una medalla y sus obscuros cabellos están  recogidos en sendos chongos.  Cinco han estampado sus nombres: Josefina, Luz, María, Concepción y Guadalupe. María apoya su cabeza en el hombro de Concepción como buscando protección. ¿Por qué la bella mujer del vestido negro prefirió el anonimato? ¿Deseaba que inventáramos su nombre y su historia?

En el extremo izquierdo vemos a Josefina, quien se convirtió en mi abuela materna, y a quien sus cincuenta y nueve nietos llamamos siempre Mamá Pina. De expresión seria, mas no adusta, sus ojos nos hablan un poco de su forma de ser: firme, valiente, generosa. En el extremo opuesto aparece Guadalupe, la media hermana amada como si hubiera nacido de la misma madre, y que pocos años después casaría con Emilio.

El fotógrafo ha decidido jugar con la luz e introduce una franja negra en la parte inferior de la fotografía que no nos permite apreciar el resto de los vestidos y, al mismo tiempo, crea un elemento de misterio para quienes admiramos su foto un siglo después. ¿Por qué escogió hacer así esta foto? ¿Presagiaba el color negro la tormenta que se avecinaba y que cambiaría sus vidas?

   

miércoles, 28 de mayo de 2014

LA TRILOGÍA CINEMATOGRÁFICA DE JUAN ANTONIO DE LA RIVA: UN  CANTO A LA VIDA SERRANA.

En la filmografía de Juan Antonio de la Riva (San Miguel de Cruces, Dgo., 1953) encontramos tres películas cuya temática está directamente relacionada con la vida en la Sierra Madre Occidental, de   Durango,  a mediados del siglo veinte: Vidas errantes (1983), Pueblo de madera (1990)  y El gavilán de la sierra (2001). Según Rubén Castrellón, gran amigo de de la Riva, el cortometraje Polvo vencedor del sol (1979), que inicia la actividad cinematográfica profesional del duranguense, tiene una temática similar.

Protagonizada por José Carlos Ruiz, Angélica Aragón, Ignacio Guadalupe y Dolores Heredia, Vidas errantes narra la historia de un proyeccionista itinerante que recorre los pueblos serranos para exhibir filmes en comunidades aisladas de la sierra. En sus recorridos, el proyeccionista va estableciendo relaciones amistosas y amorosas que lo unen cada vez más a la tierra, a la gente y al ambiente. Su ilusión de contar con un local permanente, construido de madera, se ve truncada cuando un incendio destruye el edificio inconcluso.

En esta cinta, de la Riva recrea hechos de su infancia enalteciendo la figura del proyeccionista,  inspirado por su padre que se dedicó a esta tarea hasta que echó raíces en San Miguel de Cruces, lugar de nacimiento del cineasta durangueño. Además, rinde homenaje a los directores y actores de la época de oro del cine mexicano de mediados del siglo veinte. Más preocupado por mostrar la belleza del paisaje, la intensidad de la luz y las costumbres serranas, de la Riva apenas insinúa la violencia existente en una escena donde aparece una camioneta sospechosa de la que se alejan el proyeccionista y sus acompañantes con suma rapidez.

Aproximadamente en la época en que ocurren los hechos de la película, yo viví una experiencia semejante en Nombre de Dios, pueblo que entonces era conocido como “La Villa”. No había en esos años luz eléctrica y, mucho menos, cine. Los radios funcionaban con baterías y apenas se escuchaban algunos programas nocturnos de la XEW. Cuando en el horizonte se avizoraba la llegada del cine ambulante, el pueblo se vestía de fiesta y se apresuraba a disfrutar el hechizo del cine. 

Mediante una sábana que hacía las veces de pantalla, el patio de la escuela se metamorfoseaba en un espléndido salón cinematográfico. Los asistentes aportábamos nuestra silla pues las bancas de la escuela eran insuficientes. En unas vacaciones veraniegas vi por vez primera Los tres huastecos, protagonizada por Pedro Infante y algunas cintas de Cantinflas. Estas vivencias me permiten comprender a cabalidad Vidas errantes y a su director cuyo esfuerzo por rescatar este pasaje de su infancia y la forma como le dio vida cinematográfica le valieron el premio FIPRESCI, del Festival de San Sebastián.

Desde un ángulo diferente, la vida en un aserradero es abordada en Pueblo de madera  que narra la historia de dos niños (protagonizados por Jahin de Rubín y Ernesto Jesús) que sueñan con emigrar a la ciudad; en este caso, Durango.  El sueño se convierte en realidad para uno de ellos que, gozoso, comunica a su amigo que su familia se muda precisamente a la ciudad. Tras la despedida, asido a una simbólica reja, el que se queda mira al otro alejarse en un automóvil mientras la tristeza invade su semblante. Este filme ofrece, entonces, una visión cinematográfica de un tema recurrente en las novelas mexicanas de mediados del siglo veinte: la migración hacia la ciudad.

En estas primeras películas, de la Riva emplea una narración lineal. En El gavilán de la sierra, pone en práctica una  técnica diferente para el manejo del tiempo con una simultaneidad de planos o “con transiciones directas de día a noche…”, como él mismo lo afirmó en el programa de la XXXVIII Muestra Internacional de Cine 2001. Si bien retoma el tema que parece imponérsele a pesar suyo o quizá porque necesita sacarlo por completo de su espíritu, su mirada enfoca ahora a dos hermanos adultos: Rosendo (Guillermo Larrea), emigrado a la Ciudad de México donde se gana la vida cantando corridos norteños en los camiones, y Gabriel (Juan Ángel Esparza), que permanece en la sierra al lado del padre anciano (Mario Almada). Más allá del deseo de conocer la gran urbe, el rompimiento entre los hermanos sobreviene a causa de una mujer (Claudia Goytia).

Este filme se distingue de los anteriores por la violencia que presagiaba, en ese entonces, lo que se ha vivido en la sierra en las últimas décadas. El acribillamiento de Gabriel y sus amigos, escena que abre y cierra la cinta anonadaba al espectador de esos días. De la Riva se había enfrentado ya al reto de filmar escenas violentas en Elisa antes del fin del mundo (1996), sólo que, en este caso, se trataba de un asalto a un banco.

Gabriel está caracterizado como un hombre con la violencia a flor de piel, si bien animado por un sentido de justicia social. Sin lugar a dudas, su temperamento contrasta con el sosegado Rosendo. Poco se sabe de la madre muerta muy joven, lo que podría explicar el carácter de Gabriel. Pero, fuerza es reconocer que los hechos ocurridos en la sierra de Durango, de Guerrero, de Sinaloa o de Oaxaca, han superado con mucho lo planteado en esta cinta.

Para las películas filmadas en su tierra natal, de la Riva ha invitado a colaborar con él a actores y amigos radicados en la entidad. La música fue compuesta por el polifacético Antonio Avitia, radicado en el Distrito Federal, quien ya había musicalizado el filme Pueblo de madera, que le valió una nominación para recibir el Ariel por sus composiciones y en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en Argentina, en 2002, se hizo acreedor al premio Pentagrama de Plata, otorgado por la AMUCI, por su música para El gavilán de la sierra.

Apasionados de su tierra, del sol y del viento, de las quebradas y los valles Juan Antonio de la Riva y Antonio  Avitia   han unido sus esfuerzos e inquietudes para filmar este canto a la sierra, a la vida trashumante y a los seres cuya existencia transcurre entre la madera y los aserraderos. 
FESTEJOS POR LOS SESENTA AÑOS DEL CINE EN DURANGO

Durante el Festival Universitario de la Universidad Juárez del Estado de Durango, celebrado durante el mes de marzo, se exhibió la película “La Virgen que forjó una patria”, dirigida por Julio Bracho y con las actuaciones, en los roles protagónicos,  de Ramón Novarro (éste es el único filme que hizo en México y  con su voz en español) y  la bellísima Gloria Marín  (con razón María Félix estaba celosa de ella).  Antes de la proyección, di una breve charla comentando algunos datos biográficos de Novarro y de su carrera en Hollywood, así como sobre su trágica muerte. Además, se proyectaron unos sencillos videos con distintas fotografías del actor. Fue muy valiosa esta actividad porque se trató de un rescate del famoso actor de Ben Hur y de tantas otras películas que después cayó en el olvido.  Vale también la pena señalar que el conocido director  Julio Bracho era originario de Durango y, además, primo hermano de Ramón Novarro.

Durante el mes de abril se lanzó la convocatoria para el concurso de pintura Durango Madonnari, con el tema “Sesenta años del cine filmado en Durango”, con   escenas de las películas realizadas en nuestro estado  o imágenes de actores y actrices destacados. Esta propuesta una gran noticia porque en  años anteriores el tema casi siempre había sido sobre  motivos religiosos.  Quienes participan, como saben los lectores, deben pintar en el suelo, con gises, y en muy breve tiempo una pintura con el tema indicado, lo cual implica estar de rodillas durante     muchas horas.  En concursos  pasados, las pinturas se hicieron en el suelo de Las Alamedas, lo cual las volvía  perecederas  porque el viento y  las pisadas de las personas terminaban con un bello trabajo en dos o tres días. En esta ocasión las pinturas se elaboraron sobre triplay, lo que permite su conservación y su exhibición en otros sitios de la ciudad.

El ganador del primer premio (quince mil pesos y el boleto para viajar a Nocera Superiore, Italia, para  participar en el concurso en ese lugar) fue Irwin Sandoval Cuevas, que elaboró una pintura con el tema de la película Cabeza de Vaca (1991), de Nicolás Echeverría, que aborda el naufragio de Alvar Núñez Cabeza de Vaca ocurrido cerca de las costas de Florida  y, quien, caminando,  junto con algunos de sus compañeros, llegó hasta el occidente de la entonces Nueva España.  

El segundo premio lo obtuvo Emmanuel Cuevas Martínez con una escena del  filme Chisum (1970), dirigida por Andrew V. McLaglen,   y protagonizada por John Wayne, Bruce Cabot y Forrest Tucker, entre otros.  La película se distribuyó comercialmente con el nombre Chisum, rey del oeste. Algunos periódicos publicaron que no fue una escena de la película, sino el retrato de John Wayne, tan apreciado en Durango por su buen carácter y bonhomía. Junto con sus otras tres películas  Los hijos de Katie Elder (1965), Los invencibles (1969) y Cahill (1973), distribuida como De su propia sangre, le han valido un lugar especial entre los actores que han filmado en nuestro estado y es recordado con gusto por los duranguenses.  

En junio empezarán los festejos formales, con un festival de cine mexicano, lo que nos dará la oportunidad –espero- de ver la película César Chávez, dirigida por Diego Luna, que estuvo en cartelera sólo una semana en el horario casi de la medianoche para disuadir de asistir a cualquiera interesado en verla. 

Además, se está filmando actualmente una serie titulada Texas Rising, dirigida por  José Ludlow, aprovechando los maravillosos atardeceres que nos ha regalado la naturaleza y los intensos rayos del sol que permiten largas horas de filmación. Me acabo de enterar que la historia de la serie tiene que ver con la lucha por la independencia de Texas, en el siglo diecinueve, cuando todavía formaba parte de los recién nacidos Estados Unidos Mexicanos.

Algunas personas han protestado por el tema y que se utilicen nuestros paisajes, tan semejantes a los texanos, para esta serie, Desde otro punto de vista, significa un buen ingreso para el estado y la creación de muchos empleos, aunque sea temporales.  Entonces, cabe recordar a Johanna Lozoya, quien en su libro  Ciudades sitiadas  (2010)  escribe que “América Latina tiene una imagen victimista de sí misma” (p. 14)  y que nos consideramos víctimas en lugar de “nos hemos inventado víctimas” (p. 15)


¿Será verdad?