TRESCIENTOS AÑOS DE
VIDA DE UN LIBRO DE CALDERÓN DE LA BARCA
Es rigurosamente cierto, pero no
he decidido si le compraré un pastel para festejarlo. ¿Cuál será la mejor forma
de celebrarlo? Primero, les contaré cómo fue que llegó a mis manos.
Al demoler un muro en la casa de
mi tío abuelo Miguel, se descubrió que detrás de ese muro existía un cuarto donde
se habían guardado muchos documentos, libros y objetos que tenían quizá un
siglo de estar ahí. Tal vez, cuando estalló la revolución, decidieron construir
ese cuarto y no decirle a nadie, de manera que a la demolición le siguió una gran
sorpresa. ¿Quién guardó esos objetos? ¿Con qué fin?
Luego, una de mis primas llegó a
mi casa y, con una gran sonrisa, me dijo: te traigo un libro. Y yo repuse
bruscamente: ya no quiero libros, dentro de poco se van a adueñar de todo el
espacio. Con gran sorpresa, pero con paciencia, mi prima me dijo: Velo y
después decides. Así tuve en mis manos un antiguo libro con pasta de cuero de
cerdo conocido como piel de vitela. En la primera página se lee: “De la librería de Taxco. Ay excomunión para
quien lo juzgare”. Aparecían, además, muchas marcas de fuego.
El libro lleva este título: Autos Sacramentales, alegóricos, y
historiales del insigne poeta español Don Pedro Calderón de la Barca. Obras
Posthumas, parte Quinta con privilegio. Luego, informa que se imprimió en Madrid, en la Imprenta de
Manuel Ruiz de Murga, en el año 1717. Cuando leí todo eso, le agradecí
efusivamente a mi prima haberse acordado de mí y regalarme el libro; luego, mi
mente dio un salto y pensé; “Este libro vale una fortuna” Y empecé a calcular
en cuánto podría venderlo.
Don Pedro Calderón de la Barca es
uno de los insignes escritores del Siglo de Oro español. Nació
en Madrid en 1600 y descendía “de una familia hidalga y de ascendencia
norteña. Se ordenó sacerdote a los cincuenta y uno años”, según nos informa
Guillermo Díaz Plaja en el prólogo al volumen que recoge dos de las más famosas obras de Calderón: La vida es sueño y El Alcalde de Zalamea. Escribe principalmente obras de teatro, los
llamados Autos Sacramentales, que
eran una especie de sermones que podían escenificarse para edificar a chicos y
a grandes.
Su obra más conocida y llevada al
teatro es La vida es sueño, y de ella el monólogo de Segismundo, preso en una
celda y atado con una cadena, cuyos
primeros versos dicen así:
¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!
Apurar, cielos pretendo,
Ya que me tratáis así,
Qué delito cometí
Contra vosotros naciendo;
Aunque si nací, ya entiendo
Qué delito he cometido;
Bastante causa ha tenido
Vuestra justicia y rigor
Pues el delito mayor
Del hombre es haber nacido.
La expulsión de los moros y de
los judíos de los territorios españoles se dio en 1492, fecha del
descubrimiento de América que, según dicen los especialistas, ni siquiera llamó
la atención de los Reyes Católicos porque ignoraban por completo lo que eran
los territorios descubiertos. Todavía durante el siglo XVI continuó la
expulsión de los judíos, así que la intención de Calderón de la Barca al escribir
sus autos sacramentales era la de evangelizar a los que se habían convertido al
catolicismo.
Los autos de fe que contiene
este libro están escritos en español antiguo y con una tipografía propia de la
época, por eso no transcribo ningunos versos. Sin embargo, les diré me ha
interesado mucho en su lectura la evolución de la lengua española. El volumen
contiene doce autos sacramentales con sus correspondientes loas y en la página
422, la última del volumen, se cierra con las palabras LAUS DEO.
Ahora bien, en cuanto a si me
volví rica vendiendo el volumen, fue un verdadero fiasco. En una casa de
subastas, en la Ciudad de México, me ofrecieron mil pesos y debía dejar un
porcentaje de comisión. Escribí luego a Rare
Books, en Nueva York, para ver si se interesaban y, tras dos o tres meses
de espera, me contestaron que habían decidido no adquirir el libro. Tenían
muchos libros antiguos en venta, en idioma inglés, y en español sólo uno del
gran poeta Lope de Vega. Apareció luego otra persona interesada en adquirirlo,
pero quería también los otros cinco tomos, que no tengo.
En fin, me decidí a
conservarlo y llevarlo a la Biblioteca Nacional o al Centro de Estudios
Literarios, de la UNAM, ambos en la Ciudad de México. Sin embargo, cada vez que
tengo la oportunidad de viajar para allá, se me olvida el libro. Quizá don
Pedro Calderón de la Barca decidió acompañarme durante unos años más.
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