CAMBIOS EN LA
ONOMÁSTICA EN MÉXICO
Como ustedes saben, amigos
lectores, la palabra onomástica deriva
del griego y, en la definición de la Real Academia Española, significa la
“ciencia que trata de la catalogación o estudio de los nombres propios”. Otra acepción
indica que es un “conjunto de nombres propios de un lugar o un país”. También
podríamos hablar de la antroponimia que es la “disciplina que registra los
nombres de personas”.
Desde hace varios años he venido
observando cómo los nombres propios de hombres y mujeres se han ido
transformando. Los apelativos Rosa, Carmen, Teresa, Soledad, Silvia y muchos más ahora sólo aparecen en las viejas
películas mexicanas o en las actuales telenovelas para personas que, por lo
general, se ocupan de los trabajos domésticos.
En los años sesenta, cuando Jacqueline Kennedy
impuso una moda en la forma de vestir y de peinarse, y que después alcanzó una
gran estatura moral a la muerte de su marido (estatura que perdió al contraer
matrimonio con Onasis, aunque, según algunos, lo hizo para salir de Estados
Unidos junto con sus hijos para salvarlos de un posible atentado), muchas
mujeres decidieron nombrar a sus hijas con su nombre. Poco después, en la
década de los setenta, empezó a popularizarse el nombre de Yesica.
En 1997, cuando la princesa Diana, admirada
mundialmente por su bella sonrisa y elegante vestuario y compadecida por su
desafortunado matrimonio con el príncipe Carlos, murió trágicamente en aquel
accidente de automóvil en París, su nombre se convirtió en el preferido de
muchas madres. Incluso, alguna quiso llamar a su hija leididi, lo que el
Registro Civil no aceptó. Entonces surgió una andanada de Dianas.
En la actualidad he oído nombres
como Jael y Eliud, que provienen de la Biblia, pero adjudicados a una mujer. Otros apelativos
femeninos son Mariel, Martel, Aisha, Giapsi, Emylene, Emily, Corin, Mariel, Anhel, Alison y muchos más. Para los varones
se han vuelto populares Derek,
Aristóteles, Giovanni, Donovan,
Jonathan, Oliver, Orestes, Cisley, Messi (el apellido del futbolista argentino,
pero empleado como nombre propio), Paúl (pronunciado así, con acento) y otros
formados por la combinación de los apellidos paterno y materno como ocurre con
Oribe Peralta, el famoso futbolista mexicano. En una ocasión, conocí a un niño llamado
Onassis que, por supuesto, no tenía ni la más remota idea de quien había sido
ese personaje. En el caso de Orestes, ¿sabrán los padres que fue el prefecto
imperial de Alejandría en el lejano año de 412? ¿Cómo se sentirá alguien que
lleva el nombre del gran filósofo griego Aristóteles? Yo me sentiría abrumada
por la responsabilidad, pero quizá quien se llama así ignora por completo la
grandeza del filósofo.
Como anécdota, recuerdo que, en
Cuba, me contaron que muchas madres habían bautizado a sus hijos como Usnavy,
que significa United States Navy, porque vieron muchos barcos anclados en el
muelle con ese nombre y les gustó. Por otra parte, se cuenta en nuestro país que
un inocente campesino insistía en bautizar a su hijo como Prepucio, porque ignoraba no
sólo su significado, sino la anatomía masculina.
Estamos acostumbrados a escuchar
apelativos prehispánicos como Cuauhtémoc
(a quien se dirigen como Cuau) o Cuitláhuac (que se convierte en Cuit). De vez
en cuando tropezamos con alguien bautizado como Axayácatl o Ehécatl pero jamás
Moctezuma. ¡Claro! En las mujeres siguen siendo populares Citlalli, Xóchitl,
Yoloxóchitl e Itzel, entre otros.
Algunos psicólogos han opinado que este tipo de apelativos supone un obstáculo
para que los así llamados puedan acceder a buenos puestos en las empresas. Sin
embargo, parece que no van a la baja.
Lo que me intriga ahora es
justamente la tendencia a buscar nombres poco comunes. Ya no importa el
santoral de la iglesia católica porque ahora se festejan los cumpleaños y pocos
sabrían que Manuel tiene su santo el día de Corpus Christi (fiesta religiosa
variable). Los apelativos extranjeros a
veces me han pensar que los padres que llaman así a sus hijos es porque piensan
que de esta manera les será más fácil conseguir un empleo en una empresa
extranjera o emigrar sin tantas dificultades.
Desconozco los estudios serios
que pueda haber sobre el particular. Lo que sí es cierto es que se trata de una
clara tendencia en la sociedad actual, por lo menos en la durangueña.
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