GRATITUD
Hoy, queridos amigos lectores, voy a escribir sobre un asunto personal. Hay una
razón para ello. En noviembre, al
descender de un taxi en el Distrito Federal y como tengo problemas con las
rodillas, el taxista aprovechó para
apoderarse de mi cartera que sobresalía de mi bolsa y que había quedado a mi
espalda. Con todo cinismo, me dijo; “Que le vaya bien, madrecita”. Claro, yo le
había reclamado el cambio de un billete de cincuenta pesos.
Me sentí desolada. El dinero no
era mucho, pero lo que más me preocupaba eran las tarjetas de crédito y de
débito, así como la credencial del Instituto Federal Electoral (ahora INE)
indispensable para abordar el avión de regreso. Por un descuido al salir de
Durango, había llevado más documentos de los necesarios y tampoco tuve la precaución de sacarlos y
guardarlos en la maleta. Sin embargo,
pocos minutos después sentí que muchas
manos se tendían hacia mí para ayudarme.
Dos primas, una en Durango (que
proporcionaba la información requerida por los bancos puesto que tiene llave de
la casa y pudo entrar) y la otra, en el Distrito Federal, respondiendo a las
preguntas de las instituciones, fueron geniales. Dos horas después las tarjetas estaban
canceladas y nadie había sacado dinero de las mismas ni hecho ningún cargo.
Además, me daban toda la información requerida para que, a mi regreso a
Durango, me presentara en las sucursales para me entregaran la reposición.
Ahora, quedaba la cuestión de la
credencial del IFE. ¿Qué hacer? Decidí llamar a mi amiga que trabaja en la
oficina de prensa del gobierno del estado de Durango, explicarle la situación y
pedirle que por favor se comunicaran a la representación del estado en el
Distrito Federal con el fin de me proporcionaran un oficio que comprobara mi
identidad y que me apoyara para abordar el avión. Llegó la respuesta: el oficio
se me entregaría el lunes siguiente (era viernes por la tarde) sin problema. Y
todavía más: el mismo representante me llamó cuando estaba en la fila para
abordar para asegurarse de que no había tenido ningún problema. Otro suspiro de alivio. Las demás credenciales
no representaban peligro alguno y sólo tendría que seguir los trámites para su
reposición. Al despedirme de mi tía para irme al aeropuerto, me regaló un poco
de dinero por si lo necesitaba y una torta en una bonita envoltura.
Desde el fondo de mi corazón, y
también con palabras, expresé mi gratitud, primero a Dios y a dos santos de mi
predilección: San Francisco de Asís (Pancholín, como le decimos de cariño mi amiga
Emma y yo) y San Antonio de Padua (Toñito), a quien siempre he recurrido cuando
pierdo las cosas (no tanto en mi juventud cuando se decía que era un buen
auxiliar para conseguir novio). Además, Emma me invitó a una espléndida comida,
con vino tinto, en un restaurante para ayudarme a encontrar la paz.
Al llegar a Durango, sentí que el
propio espacio desde el aire me daba la bienvenida. Caía ya la noche, pero
todavía se alcanzaba a ver chispazos de distintos colores de lo que había sido
un bello atardecer. Además, al contemplar el amplio espacio desde el aire (que
siempre he disfrutado cuando llego por avión) sentí que me decía: “Bienvenida,
hija pródiga. Ésta es tu ciudad. Deja ya
de andar buscando otros espacios”.
Al descender, mi prima Lupita me
esperaba y, además, me invitó a cenar. Los vigilantes, a mi llegada al
fraccionamiento, me recibieron con un cordial saludo diciendo que me habían
extrañado y que todo estaba en orden en mi casa. En los días subsecuentes
encontré otras manos dispuestas a ayudarme. Una querida amiga me compró fruta,
verdura y pan para que yo no tuviera que salir. Al día siguiente me invitó a
comer gorditas en El Pueblito y me llevó a pasear para que el sol y el cielo me
contagiaran de su energía. Otra vino a hacerme compañía toda una tarde y en los
bancos me trataron con toda amabilidad. Cierro aquí la lista por temor a
aburrirlos con mis emociones. Entonces, reflexioné sobre la gratitud.
Hay personas que jamás dicen “gracias”. Por ejemplo, a la pregunta obligada
¿Cómo estás?, la respuesta que se obtiene es “Bien”, a secas. Es tan pequeña
esa palabra y significa tantas cosas. Esa sola palabra puede aliviar un corazón
dolorido. En la Biblia, leemos: “El alma generosa será prosperada; /Y el que
saciare él también será saciado”. (Proverbios: 11, 25). Y así es, cuando se
presta ayuda y consuelo, quien lo hace también lo recibirá en el momento
requerido.
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