miércoles, 28 de mayo de 2014

LA TRILOGÍA CINEMATOGRÁFICA DE JUAN ANTONIO DE LA RIVA: UN  CANTO A LA VIDA SERRANA.

En la filmografía de Juan Antonio de la Riva (San Miguel de Cruces, Dgo., 1953) encontramos tres películas cuya temática está directamente relacionada con la vida en la Sierra Madre Occidental, de   Durango,  a mediados del siglo veinte: Vidas errantes (1983), Pueblo de madera (1990)  y El gavilán de la sierra (2001). Según Rubén Castrellón, gran amigo de de la Riva, el cortometraje Polvo vencedor del sol (1979), que inicia la actividad cinematográfica profesional del duranguense, tiene una temática similar.

Protagonizada por José Carlos Ruiz, Angélica Aragón, Ignacio Guadalupe y Dolores Heredia, Vidas errantes narra la historia de un proyeccionista itinerante que recorre los pueblos serranos para exhibir filmes en comunidades aisladas de la sierra. En sus recorridos, el proyeccionista va estableciendo relaciones amistosas y amorosas que lo unen cada vez más a la tierra, a la gente y al ambiente. Su ilusión de contar con un local permanente, construido de madera, se ve truncada cuando un incendio destruye el edificio inconcluso.

En esta cinta, de la Riva recrea hechos de su infancia enalteciendo la figura del proyeccionista,  inspirado por su padre que se dedicó a esta tarea hasta que echó raíces en San Miguel de Cruces, lugar de nacimiento del cineasta durangueño. Además, rinde homenaje a los directores y actores de la época de oro del cine mexicano de mediados del siglo veinte. Más preocupado por mostrar la belleza del paisaje, la intensidad de la luz y las costumbres serranas, de la Riva apenas insinúa la violencia existente en una escena donde aparece una camioneta sospechosa de la que se alejan el proyeccionista y sus acompañantes con suma rapidez.

Aproximadamente en la época en que ocurren los hechos de la película, yo viví una experiencia semejante en Nombre de Dios, pueblo que entonces era conocido como “La Villa”. No había en esos años luz eléctrica y, mucho menos, cine. Los radios funcionaban con baterías y apenas se escuchaban algunos programas nocturnos de la XEW. Cuando en el horizonte se avizoraba la llegada del cine ambulante, el pueblo se vestía de fiesta y se apresuraba a disfrutar el hechizo del cine. 

Mediante una sábana que hacía las veces de pantalla, el patio de la escuela se metamorfoseaba en un espléndido salón cinematográfico. Los asistentes aportábamos nuestra silla pues las bancas de la escuela eran insuficientes. En unas vacaciones veraniegas vi por vez primera Los tres huastecos, protagonizada por Pedro Infante y algunas cintas de Cantinflas. Estas vivencias me permiten comprender a cabalidad Vidas errantes y a su director cuyo esfuerzo por rescatar este pasaje de su infancia y la forma como le dio vida cinematográfica le valieron el premio FIPRESCI, del Festival de San Sebastián.

Desde un ángulo diferente, la vida en un aserradero es abordada en Pueblo de madera  que narra la historia de dos niños (protagonizados por Jahin de Rubín y Ernesto Jesús) que sueñan con emigrar a la ciudad; en este caso, Durango.  El sueño se convierte en realidad para uno de ellos que, gozoso, comunica a su amigo que su familia se muda precisamente a la ciudad. Tras la despedida, asido a una simbólica reja, el que se queda mira al otro alejarse en un automóvil mientras la tristeza invade su semblante. Este filme ofrece, entonces, una visión cinematográfica de un tema recurrente en las novelas mexicanas de mediados del siglo veinte: la migración hacia la ciudad.

En estas primeras películas, de la Riva emplea una narración lineal. En El gavilán de la sierra, pone en práctica una  técnica diferente para el manejo del tiempo con una simultaneidad de planos o “con transiciones directas de día a noche…”, como él mismo lo afirmó en el programa de la XXXVIII Muestra Internacional de Cine 2001. Si bien retoma el tema que parece imponérsele a pesar suyo o quizá porque necesita sacarlo por completo de su espíritu, su mirada enfoca ahora a dos hermanos adultos: Rosendo (Guillermo Larrea), emigrado a la Ciudad de México donde se gana la vida cantando corridos norteños en los camiones, y Gabriel (Juan Ángel Esparza), que permanece en la sierra al lado del padre anciano (Mario Almada). Más allá del deseo de conocer la gran urbe, el rompimiento entre los hermanos sobreviene a causa de una mujer (Claudia Goytia).

Este filme se distingue de los anteriores por la violencia que presagiaba, en ese entonces, lo que se ha vivido en la sierra en las últimas décadas. El acribillamiento de Gabriel y sus amigos, escena que abre y cierra la cinta anonadaba al espectador de esos días. De la Riva se había enfrentado ya al reto de filmar escenas violentas en Elisa antes del fin del mundo (1996), sólo que, en este caso, se trataba de un asalto a un banco.

Gabriel está caracterizado como un hombre con la violencia a flor de piel, si bien animado por un sentido de justicia social. Sin lugar a dudas, su temperamento contrasta con el sosegado Rosendo. Poco se sabe de la madre muerta muy joven, lo que podría explicar el carácter de Gabriel. Pero, fuerza es reconocer que los hechos ocurridos en la sierra de Durango, de Guerrero, de Sinaloa o de Oaxaca, han superado con mucho lo planteado en esta cinta.

Para las películas filmadas en su tierra natal, de la Riva ha invitado a colaborar con él a actores y amigos radicados en la entidad. La música fue compuesta por el polifacético Antonio Avitia, radicado en el Distrito Federal, quien ya había musicalizado el filme Pueblo de madera, que le valió una nominación para recibir el Ariel por sus composiciones y en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en Argentina, en 2002, se hizo acreedor al premio Pentagrama de Plata, otorgado por la AMUCI, por su música para El gavilán de la sierra.

Apasionados de su tierra, del sol y del viento, de las quebradas y los valles Juan Antonio de la Riva y Antonio  Avitia   han unido sus esfuerzos e inquietudes para filmar este canto a la sierra, a la vida trashumante y a los seres cuya existencia transcurre entre la madera y los aserraderos. 

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