LA TRILOGÍA
CINEMATOGRÁFICA DE JUAN ANTONIO DE LA RIVA: UN
CANTO A LA VIDA SERRANA.
En la filmografía de Juan Antonio
de la Riva (San Miguel de Cruces, Dgo., 1953) encontramos tres películas cuya
temática está directamente relacionada con la vida en la Sierra Madre
Occidental, de Durango, a mediados del siglo veinte: Vidas errantes (1983), Pueblo de madera (1990) y El
gavilán de la sierra (2001). Según Rubén Castrellón, gran amigo de de la
Riva, el cortometraje Polvo vencedor del
sol (1979), que inicia la actividad cinematográfica profesional del
duranguense, tiene una temática similar.
Protagonizada por José Carlos
Ruiz, Angélica Aragón, Ignacio Guadalupe y Dolores Heredia, Vidas errantes narra la historia de un
proyeccionista itinerante que recorre los pueblos serranos para exhibir filmes
en comunidades aisladas de la sierra. En sus recorridos, el proyeccionista va
estableciendo relaciones amistosas y amorosas que lo unen cada vez más a la
tierra, a la gente y al ambiente. Su ilusión de contar con un local permanente,
construido de madera, se ve truncada cuando un incendio destruye el edificio
inconcluso.
En esta cinta, de la Riva recrea
hechos de su infancia enalteciendo la figura del proyeccionista, inspirado por su padre que se dedicó a esta
tarea hasta que echó raíces en San Miguel de Cruces, lugar de nacimiento del
cineasta durangueño. Además, rinde homenaje a los directores y actores de la
época de oro del cine mexicano de mediados del siglo veinte. Más preocupado por
mostrar la belleza del paisaje, la intensidad de la luz y las costumbres
serranas, de la Riva apenas insinúa la violencia existente en una escena donde
aparece una camioneta sospechosa de la que se alejan el proyeccionista y sus
acompañantes con suma rapidez.
Aproximadamente en la época en
que ocurren los hechos de la película, yo viví una experiencia semejante en
Nombre de Dios, pueblo que entonces era conocido como “La Villa”. No había en
esos años luz eléctrica y, mucho menos, cine. Los radios funcionaban con
baterías y apenas se escuchaban algunos programas nocturnos de la XEW. Cuando
en el horizonte se avizoraba la llegada del cine ambulante, el pueblo se vestía
de fiesta y se apresuraba a disfrutar el hechizo del cine.
Mediante una sábana
que hacía las veces de pantalla, el patio de la escuela se metamorfoseaba en un
espléndido salón cinematográfico. Los asistentes aportábamos nuestra silla pues
las bancas de la escuela eran insuficientes. En unas vacaciones veraniegas vi
por vez primera Los tres huastecos, protagonizada
por Pedro Infante y algunas cintas de Cantinflas. Estas vivencias me permiten
comprender a cabalidad Vidas errantes
y a su director cuyo esfuerzo por rescatar este pasaje de su infancia y la
forma como le dio vida cinematográfica le valieron el premio FIPRESCI, del
Festival de San Sebastián.
Desde un ángulo diferente, la
vida en un aserradero es abordada en Pueblo
de madera que narra la historia de
dos niños (protagonizados por Jahin de Rubín y Ernesto Jesús) que sueñan con
emigrar a la ciudad; en este caso, Durango.
El sueño se convierte en realidad para uno de ellos que, gozoso,
comunica a su amigo que su familia se muda precisamente a la ciudad. Tras la
despedida, asido a una simbólica reja, el que se queda mira al otro alejarse en
un automóvil mientras la tristeza invade su semblante. Este filme ofrece,
entonces, una visión cinematográfica de un tema recurrente en las novelas
mexicanas de mediados del siglo veinte: la migración hacia la ciudad.
En estas primeras películas, de
la Riva emplea una narración lineal. En El
gavilán de la sierra, pone en práctica una
técnica diferente para el manejo del tiempo con una simultaneidad de
planos o “con transiciones directas de día a noche…”, como él mismo lo afirmó
en el programa de la XXXVIII Muestra Internacional de Cine 2001. Si bien retoma
el tema que parece imponérsele a pesar suyo o quizá porque necesita sacarlo por
completo de su espíritu, su mirada enfoca ahora a dos hermanos adultos: Rosendo
(Guillermo Larrea), emigrado a la Ciudad de México donde se gana la vida
cantando corridos norteños en los camiones, y Gabriel (Juan Ángel Esparza), que
permanece en la sierra al lado del padre anciano (Mario Almada). Más allá del
deseo de conocer la gran urbe, el rompimiento entre los hermanos sobreviene a
causa de una mujer (Claudia Goytia).
Este filme se distingue de los
anteriores por la violencia que presagiaba, en ese entonces, lo que se ha
vivido en la sierra en las últimas décadas. El acribillamiento de Gabriel y sus
amigos, escena que abre y cierra la cinta anonadaba al espectador de esos días.
De la Riva se había enfrentado ya al reto de filmar escenas violentas en Elisa antes del fin del mundo (1996),
sólo que, en este caso, se trataba de un asalto a un banco.
Gabriel está caracterizado como
un hombre con la violencia a flor de piel, si bien animado por un sentido de
justicia social. Sin lugar a dudas, su temperamento contrasta con el sosegado
Rosendo. Poco se sabe de la madre muerta muy joven, lo que podría explicar el
carácter de Gabriel. Pero, fuerza es reconocer que los hechos ocurridos en la
sierra de Durango, de Guerrero, de Sinaloa o de Oaxaca, han superado con mucho
lo planteado en esta cinta.
Para las películas filmadas en su
tierra natal, de la Riva ha invitado a colaborar con él a actores y amigos
radicados en la entidad. La música fue compuesta por el polifacético Antonio
Avitia, radicado en el Distrito Federal, quien ya había musicalizado el filme Pueblo de madera, que le valió una
nominación para recibir el Ariel por sus composiciones y en el Festival Internacional
de Cine de Mar del Plata, en Argentina, en 2002, se hizo acreedor al premio
Pentagrama de Plata, otorgado por la AMUCI, por su música para El gavilán de la sierra.
Apasionados de su tierra, del sol
y del viento, de las quebradas y los valles Juan Antonio de la Riva y
Antonio Avitia han unido sus esfuerzos e inquietudes para
filmar este canto a la sierra, a la vida trashumante y a los seres cuya
existencia transcurre entre la madera y los aserraderos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario