LOS AÑOS FALSOS
La novela inicia con un párrafo
que desconcierta al lector: “Todos hemos
venido a verme. La tarea de aliño será larga porque es fecha especial:
aniversario. El tercero, el cuarto, ya no sé. Tenía quince años y acabo de
cumplir diecinueve. El cuarto
aniversario”. El que habla así es Luis Alfonso Fernández, que lleva el
mismo nombre de su padre, quien está enterrado en la tumba que limpian y
arreglan sus hermanas.
En los siguientes capítulos nos
enteraremos de la muerte del padre ocurrida cuando está jugando con su pistola. Es un
macho mexicano, como tantos que vimos en las películas mexicanas en los años
cuarenta y cincuenta, tiene conexiones políticas y alardea de su virilidad, de
sus contactos políticos y de sus amores fuera de matrimonio.
La clave de la anécdota es que a
la muerte del padre, Luis Alfonso hijo (a quién también llamarán Poncho como a
su padre) deja de tener una vida propia y vive la que le hubiera correspondido
al padre. Se espera de él que sostenga la casa, que le haga compañía a su
madre, que vaya de parranda en compañía de los amigos de su padre y que busque
una conexión política. En una palabra, que abandone su propia vida y adopte la
de su padre.
La novela fue escrita por
Josefina Vicens que nació en Villahermosa, Tabasco, el 23 de noviembre de 1911
y murió en la ciudad de México en 1988,
“el día en que hubiese cumplido 77 años de una vida intensa y apasionada”, nos
dice Ana Rosa Domenella en su ensayo Muerte
y patriarcado en Los años falsos. Josefina Vicens escribió sólo dos libros: el
primero, El libro vacío (1958) y el
segundo, que es el que comentamos en este texto, en 1982. Los dos fueron
galardonados: el primero recibió el premio Xavier Villaurrutia (el reconocimiento
más alto que se otorga en este país a un libro) y el segundo, el Premio
Juchimán de Plata, en Tabasco.
Volviendo al personaje de Luis
Alfonso, vemos que le es imposible separarse del padre que le hereda su vida, y a lo que le
obligan tanto su madre como los amigos de su papá, lo que imposibilita que el
muchacho sea capaz de romper esas ataduras. En otras palabras, pierde su
identidad por lo que la figura del padre domina el libro de la primera a la
última página. La madre asume la actitud que tenía con su marido porque, en una
ocasión, cuando Luis Alfonso regresa de una parranda, lo recibe con “un vaso de
leche caliente”, como lo hacía con su marido y cuando el muchacho intenta
disculparse por llegar tan tarde, le dice:”Pero si no te estoy diciendo nada,
tú puedes llegar a la hora que quieras. Acuéstate, voy a la cocina a traerte
algo”. Es decir, la madre trata al hijo como lo haría con su marido.
Si el personaje de la madre es
insignificante, las hermanas son un cero a la izquierda. Ni siquiera tienen
nombre. Cuando son bebés, el padre se
divierte con ellas aventándolas hacia arriba como si fueran muñecas y para él
no existen. Luis Alfonso está convencido de que su madre lo abandonó como hijo
y que fue ella “la que convirtió a mis hermanas en esas dos señoritas cobardes
y blancas que me respetan, me sirven y me mienten”.
La novela es muy breve (apenas
101 páginas con una tipografía de buen
tamaño y mucho espacio entre un capítulo y otro). Josefina Vicens escribió también poesía (que
no he leído) y varios guiones para cine. Veamos los que nos dice Ana Rosa
Domenella sobre ella:
“Hija de madre tabasqueña, que fuera alumna de Pellicer, y de padre
inmigrante español oriundo de las Islas Canarias, fue la única rebelde entre
las cinco hermanas y la preocupación de sus padres por tal motivo, desde ser campeona
de balero en su niñez, apasionada de la fiesta brava o por su trabajo en los
ejidos como secretaria de acción femenil en la Confederación Nacional
Campesina”.
Tuve oportunidad de conocerla
cuando vivía en la Ciudad de México y asistía a las reuniones del Taller de la
Narrativa Femenina Mexicana, que sesionaba todos los viernes en un aula de El
Colegio de México. Como ya había perdido la vista casi por completo, y yo vivía
cerca de su casa, pasé por ella en mi coche y la llevé hasta el Ajusco en dos ocasiones.
Me platicó que su padre estaba muy decepcionado de tener sólo hijas, por lo que
a ella trató de imponerle, al principio, una vida de varón y no de mujer. De
ahí su interés por narrar la historia de Luis Alfonso.
Algunos
críticos literarios han encontrado que hay una similitud con Juan Rulfo. Por
ejemplo, la oposición vida/muerte, tan
clara en Pedro Páramo donde Juan
Preciado no puede crecer bien por la ausencia del padre. En otras palabras, la
figura del padre no permite que ni Juan Preciado ni Luis Alfonso puedan crecer
libremente.
Carlos
Pellicer, excelente poeta tabasqueño autor, por ejemplo, de Horas de junio.
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