martes, 7 de febrero de 2017

Comentario sobre la segunda novela de Josefina Vicens

LOS AÑOS FALSOS

La novela inicia con un párrafo que desconcierta al lector: “Todos hemos venido a verme. La tarea de aliño será larga porque es fecha especial: aniversario. El tercero, el cuarto, ya no sé. Tenía quince años y acabo de cumplir diecinueve. El cuarto aniversario”. El que habla así es Luis Alfonso Fernández, que lleva el mismo nombre de su padre, quien está enterrado en la tumba que limpian y arreglan sus hermanas.

En los siguientes capítulos nos enteraremos de la muerte del padre ocurrida  cuando está jugando con su pistola. Es un macho mexicano, como tantos que vimos en las películas mexicanas en los años cuarenta y cincuenta, tiene conexiones políticas y alardea de su virilidad, de sus contactos políticos y de sus amores fuera de matrimonio.

La clave de la anécdota es que a la muerte del padre, Luis Alfonso hijo (a quién también llamarán Poncho como a su padre) deja de tener una vida propia y vive la que le hubiera correspondido al padre. Se espera de él que sostenga la casa, que le haga compañía a su madre, que vaya de parranda en compañía de los amigos de su padre y que busque una conexión política. En una palabra, que abandone su propia vida y adopte la de su padre.

La novela fue escrita por Josefina Vicens que nació en Villahermosa, Tabasco, el 23 de noviembre de 1911 y  murió en la ciudad de México en 1988, “el día en que hubiese cumplido 77 años de una vida intensa y apasionada”, nos dice Ana Rosa Domenella en su ensayo Muerte y patriarcado en Los años falsos.  Josefina Vicens escribió sólo dos libros: el primero, El libro vacío (1958) y el segundo, que es el que comentamos en este texto, en 1982. Los dos fueron galardonados: el primero recibió el premio Xavier Villaurrutia (el reconocimiento más alto que se otorga en este país a un libro) y el segundo, el Premio Juchimán de Plata, en Tabasco.

Volviendo al personaje de Luis Alfonso, vemos que le es imposible separarse del  padre que le hereda su vida, y a lo que le obligan tanto su madre como los amigos de su papá, lo que imposibilita que el muchacho sea capaz de romper esas ataduras. En otras palabras, pierde su identidad por lo que la figura del padre domina el libro de la primera a la última página. La madre asume la actitud que tenía con su marido porque, en una ocasión, cuando Luis Alfonso regresa de una parranda, lo recibe con “un vaso de leche caliente”, como lo hacía con su marido y cuando el muchacho intenta disculparse por llegar tan tarde, le dice:”Pero si no te estoy diciendo nada, tú puedes llegar a la hora que quieras. Acuéstate, voy a la cocina a traerte algo”. Es decir, la madre trata al hijo como lo haría con su marido.  
Si el personaje de la madre es insignificante, las hermanas son un cero a la izquierda. Ni siquiera tienen nombre.  Cuando son bebés, el padre se divierte con ellas aventándolas hacia arriba como si fueran muñecas y para él no existen. Luis Alfonso está convencido de que su madre lo abandonó como hijo y que fue ella “la que convirtió a mis hermanas en esas dos señoritas cobardes y blancas que me respetan, me sirven y me mienten”.

La novela es muy breve (apenas 101 páginas con una tipografía de buen  tamaño y mucho espacio entre un capítulo y otro).  Josefina Vicens escribió también poesía (que no he leído) y varios guiones para cine. Veamos los que nos dice Ana Rosa Domenella sobre ella:

“Hija de madre tabasqueña, que fuera alumna de Pellicer, y de padre inmigrante español oriundo de las Islas Canarias, fue la única rebelde entre las cinco hermanas y la preocupación de sus padres por tal motivo, desde ser campeona de balero en su niñez, apasionada de la fiesta brava o por su trabajo en los ejidos como secretaria de acción femenil en la Confederación Nacional Campesina”.

Tuve oportunidad de conocerla cuando vivía en la Ciudad de México y asistía a las reuniones del Taller de la Narrativa Femenina Mexicana, que sesionaba todos los viernes en un aula de El Colegio de México. Como ya había perdido la vista casi por completo, y yo vivía cerca de su casa, pasé por ella en mi coche y la llevé hasta el Ajusco en dos ocasiones. Me platicó que su padre estaba muy decepcionado de tener sólo hijas, por lo que a ella trató de imponerle, al principio, una vida de varón y no de mujer. De ahí su interés por narrar la historia de Luis Alfonso.


Algunos críticos literarios han encontrado que hay una similitud con Juan Rulfo. Por ejemplo, la oposición vida/muerte,  tan clara en Pedro Páramo donde Juan Preciado no puede crecer bien por la ausencia del padre. En otras palabras, la figura del padre no permite que ni Juan Preciado ni Luis Alfonso puedan crecer libremente.

Carlos Pellicer, excelente poeta tabasqueño autor, por ejemplo, de Horas de junio.  

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