YO, BERTOLT BRECHT, SOY DE LOS BOSQUES NEGROS.
Y sin embargo
sabemos:
También el odio
contra la bajeza
Desfigura las
facciones.
También la ira contra
la injusticia
Pone ronca la voz.
Ah, nosotros
Que queríamos
preparar el terreno para la amabilidad,
No pudimos nosotros
mismos ser amables.
Ustedes, sin embargo,
cuando lleguen los tiempos
En que el hombre sea
amigo del hombre
Piensen en nosotros
Con indulgencia.
Bertolt Brecht, “A
los hombres futuros”
Bertolt Brecht nació en Augsburgo, antiguo reino de Baviera, en 1898.
Para los hispanohablantes, ese año es de capital importancia: por una parte,
España perdió sus tres últimas colonias de ultramar: Filipinas, Cuba y Puerto
Rico, con lo que el imperio español pasó
a ser sólo un capítulo de la historia de España, del mundo y de los países
iberoamericanos. Desde el punto de vista literario, surgió en ese año la
Generación del 98, como se conoce, entre otros, a Antonio y Manuel Machado, Pío Baroja, Miguel de Unamuno y
Leopoldo Alas (Clarín).
La geopolítica europea era muy diferente de la que existía a su muerte
en 1956. Existía el Imperio Austro-Húngaro, gobernado por el emperador
Francisco José. La reina Victoria era la soberana de Inglaterra. Dinamarca se
encontraba bajo la dirección del emperador Leopoldo II. Prusia tenía como rey a
Guillemo II que, al mismo tiempo, era emperador de Alemania. España ya
había tenido su primera república, pero
a finales del siglo XIX Alfonso XII
había recuperado el trono. El más infortunado fue el zar Nicolás II de Rusia a
quien le tocó en suerte la guerra rusojaponesa, el establecimiento de la Duma
(que era un régimen parlamentario), la alianza francorrusa, la Primera Guerra
Mundial y el estallido de la Revolución en 1917, cuando junto con su familia
fue asesinado por los bolcheviques. Francia estaba gobernada por Félix Faure y
se defendía de Alemania e Inglaterra.
Brecht tenía dieciséis años cuando estalló la Primera Guerra Mundial y,
a lo largo de sus 58 años de vida, le tocó presenciar y sufrir las
consecuencias de las dos guerras mundiales, de un difícil período de
entreguerras, del nazismo, de la guerra de España, de la revolución rusa y de
otros conflictos bélicos. Además, su simpatía por la ideología socialista y su
oposición al nazismo lo obligaron al exilio. En 1933, junto con su familia se estableció en
Dinamarca, pero pronto este país fue
invadido por los nazis. Marchó entonces a Suecia, en 1939. De ahí se
dirigió a Finlandia y, en 1941,
decidió emigrar a los Estados Unidos.
Cruzó el inmenso territorio de la URSS
en el expreso de Siberia. Diez después de salir de Vladivostok, en un
barco sueco, las tropas de Hitler
invadieron la URSS. A su llegada a los Estados Unidos, estableció su residencia
en Santa Mónica.
Una vez firmada la paz después de la Segunda Guerra Mundial,
surgió el macartismo en los Estados Unidos y, con ello, la
persecución de todos los simpatizantes de la ideología socialista. Por ello,
decidió regresar a Europa y escogió como
residencia a la República Democrática Alemana donde fundó una compañía de teatro que revolucionaría las
artes escénicas: el Berliner Ensemble.
Su vida trashumante y los eventos que le tocó en suerte vivir, la
crueldad de la guerra, la injusticia
social, el temor a la delación, influyen de modo decisivo en su
pensamiento y en su obra. Tiene poco tiempo para la poesía lírica que canta el
paisaje, los atardeceres o el amor. Por el contrario, escribe una poesía dura,
directa, realista que poco se ocupa de la forma y mucho de lo que es
imprescindible decir.
Esta colección de poemas editada por la Universidad Juárez del Estado
de Durango se divide en catorce apartados, a saber: “Devocionario del hogar”
(1918-1926); “De un libro de lectura para habitantes de la ciudad” (1926-1933);
“Canciones, poemas, coros” (1918-1933”; “Poemas escogidos” (1918-1933), “Poemas
de Svendborg” (sin fecha); “I Cartilla
de guerra alemana”,”Canciones infantiles”, “Crónicas”, “Sátiras alemanas”, “Colección Steffin” (todos los anteriores sin
fecha); “Poemas escogidos” (1938-1947) 1956), “Elegías de Buckow” (sin fecha) y
“Canciones infantiles” (1950). Fue el
creador, además, de una notabilísima obra dramática con obras tan famosas como,
por ejemplo, La ópera de los tres
centavos y Madre coraje.
En 1916, se reunieron en Zurich varios intelectuales y artistas que
propiciaron una revolución en el arte; se trata del
movimiento conocido como el vanguardismo. Para la poesía no hay obligación
de respetar la rima y la métrica, además
de que se acepta la abolición de la puntuación y el uso sin restricción de la
metáfora. Gracias al futurismo italiano, entran a la poesía temas como la
fábrica, el cine, el ferrocarril, la guerra, y ello beneficia a Brecht que
puede escribir con toda libertad poemas cortos (muy pocos), largos, de
denuncia, narrativos, combinando versos
de distinto número de sílabas y distintos géneros, amén de servirse con mucha
frecuencia del encabalgamiento.
En cuanto al tema amoroso, esta antología nos presenta el poema
“Recuerdo de María A”, cuya primera estrofa dice así:
Aquel día de luna
azul de septiembre,
Quieto bajo un
ciruelo joven,
Sostuve al amor pálido y tranquilo
En mis brazos como un
dulce sueño.
Y en el más hermoso
cielo del verano
Contemplé una nube
sobre nosotros largo rato.
Era muy blanca e
increíblemente alta.
Y cuando volví a
mirarla, se había ido. (p. 58)
Cambiando de tónica y tras el ascenso del nazismo y, años más tarde,
del macartismo, escribe un poema que revela la inseguridad en que se vivía. Se
titula “Borra las huellas” y en su primera estrofa leemos:
Sepárate de tus
camaradas en la estación.
Ve por la mañana a la
ciudad con la chaqueta abotonada.
Búscate un
alojamiento y cuando tu camarada
Toque.
No abras. Oh, no
abras la puerta
Al contrario.
¡borra las huellas!
(p. 68)
Entre los poemas narrativos que más huella dejaron en mí se encuentran
dos: “Balada de las viudas de Osseg” y “Sobre el calificativo de emigrantes”.
El primero es una denuncia sobre la situación de estas mujeres que han perdido
a sus maridos en las minas de carbón y que, por supuesto, no han recibido
indemnización alguna. Dice así:
Las viudas de Osseg
en traje de luto.
Vinieron a Praga a
preguntar:
¿Qué van a hacer por
nuestros hijos, querida
gente?
¡Ellos no han comido
nada hoy!
Y sus padres han sido
aniquilados en las minas de
Ustedes.
¿Qué, preguntaron los
señores de Praga,
qué debe hacerse con las
viudas de Osseg? (p. 116)
El siglo XXI, afirman los sociólogos e historiadores, se caracterizará
por la intensa movilización de gente de los países del sur hacia el norte. La
prueba la tenemos en nuestros países latinoamericanos de donde, según las cifras más recientes, miles
de personas arriesgaron la vida para llegar a los Estados Unidos y
Canadá. No son los únicos. Los turcos emigran a los países nórdicos y a
Alemania. Los africanos se dirigen a España y Francia. Los asiáticos hacia Gran
Bretaña. En el poema “Sobre el calificativo de emigrantes”, que Brecht califica de sátira, escrito en
versos largos, encabalgados, e intercalando lo que parece un versículo, inicia
su protesta con los siguientes versos:
Siempre encontré
equivocado el nombre que se
nos
daba: expatriados.
Eso quiere decir
emigrantes. Pero nosotros
No emigramos por
libre decisión,
Escogiendo otro país.
Tampoco marchamos
A otro país para
quedarnos en él para siempre
Sino que huimos.
Somos expulsados, desterrados.
Y el país que nos
acoge no debe ser un hogar sino
Un exilio. (p. 185)
En el soneto titulado “El remordimiento”, escrito cuando Jorge Luis
Borges tenía más de setenta años, deja
una confesión:
Mis padres me
engendraron para el juego
Arriesgado y
hermoso de la vida.
Para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No
fui feliz. Cumplida no
Fue su joven
voluntad /…/
Por su parte, en “Perseguido por buenas razones”, Brecht inicia de la
siguiente manera:
Crecí como un hijo
De gente
acomodada. Mis padres
Me pusieron un
cuello almidonado y me criaron
En las costumbres
de ser servido
Y me enseñaron el
arte de mandar. Pero
Cuando hube
crecido y miré a mi alrededor,
No me gustó la
gente de mi clase,
Ni mandar, ni ser
servido
Y abandoné mi
clase y me uní
A los humildes.
Así,
Criaron a un
traidor, le enseñaron
Sus artes, y
después él
Los entrega al enemigo.
(p. 190)
Borges asegura que no fue feliz. No obstante, su herencia intelectual
es invaluable y sus huellas no serán fáciles de borrar. Brecht se confiesa un
traidor. Y gracias a esa traición –que no es tal- y a la serie de eventos
históricos que revolucionaron la geopolítica mundial, nos ha legado piezas de
teatro creadas para sacudir las conciencias. En la poesía, menos conocida que
su obra dramática, encontramos al mismo hombre preocupado por la inequidad, la
falta de justicia social, la desigualdad económica, expresados mediante una
economía de lenguaje, como es propio de la expresión poética. No es un traidor
sino la voz de aquellos que no la tienen.
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