domingo, 26 de febrero de 2017

¿Qué hubiéramos hecho sin las eficientes costureras?

LAS COSTURERAS DE DURANGO

Así se denominaba a las mujeres que en la década de los años cincuenta iban a las casas de distintas señoras un día a la semana para coser, remendar, hacer fundas para almohada con los mejores trozos de las sábanas viejas, y muchas cosas más. Otras tenían su taller  y cosían vestidos, faldas, blusas o lo que se necesitara porque en ese tiempo todavía no existían en Durango las tiendas que vendían ropa hecha; por eso eran tan populares los almacenes que vendían telas de todo tipo.

 La ropa ya lista para usar se llamó al principio pret-a-porter, como la bautizó su creadora, la famosa diseñadora francesa Chanel. Además de crear su reconocido perfume Chanel número 5, benefició mucho a las mujeres porque las ayudó a deshacerse del corset, de las faldas largas y de las blusas de manga hasta la muñeca e inventó el brassier, los fondos y los trajes compuestos de falda y saco para damas. En otras palabras, les dio libertad.

Había muchas costureras, pero mi preferida era Cuquita, una mujer delgada y sonriente, que vivía, junto con su hija Dorita, cerca de mi casa en la calle  Pino Suárez, casi esquina con Zaragoza, en una pequeña casita que hoy es sólo un montón de escombros.   Cobraba lo justo y tenía la prenda lista cuando uno la necesitaba;  muchos vestidos que me parecieron bonitos salieron de sus manos.  

Otra costurera que llamaré Aurora porque he olvidado su nombre tenía su taller en la calle de Gómez Farías por lo que para ir hasta allá debía abordar un diecero (un coche que cobraba 20 centavos y que me dejaba en la esquina de Luna y Pino Suárez y entonces no tenía que caminar mucho). También me hizo vestidos que me hicieron sentir bien vestida cuando los usaba y sus honorarios eran adecuados. Me inscribí en sus clases de corte, pero no aprendí mucho porque dedicamos demasiado tiempo a hacer patrones y no tanto a coser realmente. Debo decir que sí logré saber lo básico: subir bastillas, achicar o agrandar un vestido (según se necesitara) y otras minucias relacionadas con la costura que me fueron muy útiles. Debo confesar que el único vestido que me quedó muy bien lo cosí en Jackson, Missouri, cuando estuve en la escuela en Cape Girardeau, mediante un patrón y con la ayuda de la mamá de mi amiga que me auxilió en la tarea.  

La señora Hintze era la costurera preferida de algunas señoras, pero yo jamás solicité sus servicios. Creo que se especializaba en coser uniformes para la escuela, pero ahora que pienso en esto puedo decir que no tengo ni la más remota idea de quién me hizo los uniformes que usé durante la primaria y la secundaria en el Colegio Sor Juana Inés de la Cruz. Tampoco recuerdo quién cosió mi bello vestido para hacer la Primera Comunión porque no fueron ni Cuquita ni Aurora y no creo que haya sido comprado fuera de esta ciudad.

Las más elegantes y que tenían mucha fama eran las señoritas Pantoja, que vivían en una casa sobre la  calle de Zaragoza que todavía se conserva muy bien, con unas hermosas ventanas con herrería que la distinguen en toda la cuadra. Se especializaban en vestidos de baile o de novia y creo que fueron ellas las que confeccionaron el traje de novia de la segunda esposa de un gobernador  cuando contrajo matrimonio por segunda vez luego del fallecimiento de su primera esposa.

Cuando regresé a Durango, mi prima Josefina me llevó con su costurera Betty que me confeccionó varios vestidos veraniegos y una que otra falda de invierno cuando yo todavía las usaba junto con las botas para resistir el frío invierno de Durango. Desde hace varios años, las faldas esperan en el ropero para que se las regale a alguien porque he dejado de usarlas y ahora todas las mujeres usamos pantalones.


Lo que sí aprendí muy bien fue a zurcir calcetines, una habilitad inútil en nuestros días (aunque a mí todavía me ha servido) porque ahora o se tiran los calcetines a la basura, o se usan agujereados. Mi abuela materna tenía la costumbre, por las tardes, de sentarnos a sus nietas en su derredor y darnos calcetines o trapos agujereados a propósito con el fin de que aprendiéramos a zurcir, pegar botones, remendar algo sencillo u otros menesteres relacionados con la costura. Todo ello eran virtudes que las mujeres debían conocer lo mejor posible para ser buenas amas de casa. Por supuesto,  esas habilidades han  pasado a la historia y por eso lo recuerdo en este texto ya que ahora las muchachas no saben ni coser un botón. Eso ha facilitado que existan muchos talleres, donde trabajan cuatro o seis costureras y algún  sastre, a quienes se recurre actualmente para coser o arreglar lo que se necesite.



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