LAS COSTURERAS DE
DURANGO
Así se denominaba a las mujeres
que en la década de los años cincuenta iban a las casas de distintas señoras un
día a la semana para coser, remendar, hacer fundas para almohada con los
mejores trozos de las sábanas viejas, y muchas cosas más. Otras tenían su
taller y cosían vestidos, faldas, blusas
o lo que se necesitara porque en ese tiempo todavía no existían en Durango las
tiendas que vendían ropa hecha; por eso eran tan populares los almacenes que
vendían telas de todo tipo.
La ropa ya lista para usar se llamó al
principio pret-a-porter, como la
bautizó su creadora, la famosa diseñadora francesa Chanel. Además de crear su
reconocido perfume Chanel número 5, benefició mucho a las mujeres porque las
ayudó a deshacerse del corset, de las faldas largas y de las blusas de manga
hasta la muñeca e inventó el brassier, los fondos y los trajes compuestos de
falda y saco para damas. En otras palabras, les dio libertad.
Había muchas costureras, pero mi
preferida era Cuquita, una mujer delgada y sonriente, que vivía, junto con su
hija Dorita, cerca de mi casa en la calle
Pino Suárez, casi esquina con Zaragoza, en una pequeña casita que hoy es
sólo un montón de escombros. Cobraba lo
justo y tenía la prenda lista cuando uno la necesitaba; muchos vestidos que me parecieron bonitos
salieron de sus manos.
Otra costurera que llamaré Aurora
porque he olvidado su nombre tenía su taller en la calle de Gómez Farías por lo
que para ir hasta allá debía abordar un diecero
(un coche que cobraba 20 centavos y que me dejaba en la esquina de Luna y
Pino Suárez y entonces no tenía que caminar mucho). También me hizo vestidos
que me hicieron sentir bien vestida cuando los usaba y sus honorarios eran
adecuados. Me inscribí en sus clases de corte, pero no aprendí mucho porque
dedicamos demasiado tiempo a hacer patrones y no tanto a coser realmente. Debo
decir que sí logré saber lo básico: subir bastillas, achicar o agrandar un
vestido (según se necesitara) y otras minucias relacionadas con la costura que
me fueron muy útiles. Debo confesar que el único vestido que me quedó muy bien
lo cosí en Jackson, Missouri, cuando estuve en la escuela en Cape Girardeau, mediante
un patrón y con la ayuda de la mamá de mi amiga que me auxilió en la tarea.
La señora Hintze era la costurera
preferida de algunas señoras, pero yo jamás solicité sus servicios. Creo que se
especializaba en coser uniformes para la escuela, pero ahora que pienso en esto
puedo decir que no tengo ni la más remota idea de quién me hizo los uniformes
que usé durante la primaria y la secundaria en el Colegio Sor Juana Inés de la
Cruz. Tampoco recuerdo quién cosió mi bello vestido para hacer la Primera
Comunión porque no fueron ni Cuquita ni Aurora y no creo que haya sido comprado
fuera de esta ciudad.
Las más elegantes y que tenían
mucha fama eran las señoritas Pantoja, que vivían en una casa sobre la calle de Zaragoza que todavía se conserva muy
bien, con unas hermosas ventanas con herrería que la distinguen en toda la
cuadra. Se especializaban en vestidos de baile o de novia y creo que fueron
ellas las que confeccionaron el traje de novia de la segunda esposa de un
gobernador cuando contrajo matrimonio
por segunda vez luego del fallecimiento de su primera esposa.
Cuando regresé a Durango, mi prima
Josefina me llevó con su costurera Betty que me confeccionó varios vestidos
veraniegos y una que otra falda de invierno cuando yo todavía las usaba junto
con las botas para resistir el frío invierno de Durango. Desde hace varios
años, las faldas esperan en el ropero para que se las regale a alguien porque
he dejado de usarlas y ahora todas las mujeres usamos pantalones.
Lo que sí aprendí muy bien fue a
zurcir calcetines, una habilitad inútil en nuestros días (aunque a mí todavía
me ha servido) porque ahora o se tiran los calcetines a la basura, o se usan
agujereados. Mi abuela materna tenía la costumbre, por las tardes, de sentarnos
a sus nietas en su derredor y darnos calcetines o trapos agujereados a
propósito con el fin de que aprendiéramos a zurcir, pegar botones, remendar
algo sencillo u otros menesteres relacionados con la costura. Todo ello eran
virtudes que las mujeres debían conocer lo mejor posible para ser buenas amas
de casa. Por supuesto, esas habilidades
han pasado a la historia y por eso lo
recuerdo en este texto ya que ahora las muchachas no saben ni coser un botón.
Eso ha facilitado que existan muchos talleres, donde trabajan cuatro o seis
costureras y algún sastre, a quienes se
recurre actualmente para coser o arreglar lo que se necesite.
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