CONVERSACIONES CON
LOS TAXISTAS
Debo comentarles que, en general,
nunca he tenido reticencia para abordar
un taxi hasta hace dos años en que, por un descuido mío, porque se quedó mi
bolsa abierta y con la cartera a la vista mientras yo descendía, el taxista
aprovechó y se la llevó. No tenía mucho dinero, pero recuperar todos los
documentos fue complicado.
Ahora que ya no tengo mis ruedas,
estoy obligada a abordar un taxi para trasladarme a cualquier lugar porque mis
piernas no me permiten caminar ni cortas ni largas distancias y mucho menos
abordar un autobús urbano.Hasta ahora todo va bien y espero que así continúe.
Sin embargo, cuando pensé en escribir este texto decidí empezar con el relato
de aquella noche, cuando mi amiga Eva, con la que compartía el departamento en
Washington, y yo decidimos ir al teatro para ver el musical Summertime, de Gershwin, en el centro de
la ciudad. Como ustedes saben, en los Estados Unidos el servicio de autobuses
urbanos es muy limitado, por lo que al salir, casi a las once de la noche, era
imposible encontrar alguno. Sólo nos quedaba el recurso de tomar un taxi.
El chofer era afroamericano (pero
eran los tiempos en que todavía se decía negro y se les acusaba de todo lo malo que ocurría en los Estados
Unidos), pero no había más remedio que abordarlo. Al principio, nuestra
desconfianza bajó cuando el chofer tomó la avenida Connecticut, que llevaba
hasta el edificio donde estaba nuestro
departamento. Sin embargo, un poco más adelante entró al Rock Creek Park, que
parecía boca de lobo, y nosotras entramos en pánico. Sin embargo, me armé de
valor y le pregunté por qué había tomado esa ruta. Me contestó que era más
rápida y llegaríamos más pronto, como sucedió.
Aquí, en Durango, en una ocasión
el taxista me comentó que había compuesto un himno para el estado. Le pregunté
cuál era la razón puesto que ya había uno que se acababa de tocar con toda
pompa en el aniversario de la ciudad. Me dijo: “ese no sirve y tiene muchas
palabras elegantes que nadie entiende. ¿Quiere que le cante el mío?” “Bueno”,
repuse. Y empezó a cantar con mucho entusiasmo sin descuidar el volante. Su
himno en realidad era un corrido con los nombres de los personajes famosos del
estado: Dolores del Río, Andrea Palma, Pancho Villa y otros más que no recuerdo
ahora. Le sugerí que lo grabara para que muchas personas pudieran oírlo.
Hace unos días, cuando abordé
otro taxi para regresar a mi casa, le pregunté al taxista qué le parecía que se
hubiera propuesto abrir de nuevo el palenque en la próxima feria de la ciudad
en el mes de julio. Me contestó con entusiasmo: “Me parece muy bien y lo
necesitamos porque no puede haber una feria sin palenque”. Para los que no lo
sepan, el palenque tiene la forma de una
plaza de toros y en el centro, en la arena, se desarrollan las peleas de gallos
que me parecen muy crueles. Pero el taxista no estuvo de acuerdo conmigo y dijo
que, de cualquier manera, ya se celebraban en la ciudad peleas de gallos. Le
repliqué, “pero deben ser clandestinas”. “No, señora”, repuso. “Están autorizadas.
Entonces, ¿por qué no abrir el palenque en la feria?” La conversación concluyó
ahí porque en ese momento llegamos a mi casa y, además, no hubiéramos estado de
acuerdo porque tanto las peleas de gallos como las corridas de toros me parecen
muy crueles.
Con otros taxistas la
conversación ha girado sobre la política, el pobre desempeño del presidente, la
corrupción y el alza de la gasolina que nos ha afectado muchísimo. Otros guardan silencio y no están dispuestos
a entablar una conversación incluso si les pregunto qué opinan de las obras de
ornato que mandó hacer el gobernador anterior y que son un fraude. Me han
contestado: ¿Cuáles? Y las tengo que enumerar, quizá no entiendan la palabra ornato o van tan concentrados en no
tener un accidente en el tráfico que ha aumentado muchísimo en la ciudad. Las
calles del centro no fueron planeadas con la idea de que se verían llenas de
automóviles.
Había pensado en ir tomando nota
en una libreta de mis conversaciones con los taxistas, pero en realidad no es
fácil. Yo también voy pendiente del tráfico y de que no aumente la velocidad.
Pensé en este proyecto porque el famoso escritor mexicano Juan Villoro publicó
un libro titulado La mesa, que es el
resultado de un proyecto similar al que me había propuesto. Estando en la
ciudad de Los Ángeles, Villoro sacaba una mesa que colocaba en algún sitio del
centro de la ciudad y entrevistaba a las personas que pasaban por ahí y que se
prestaban a contestar las preguntas del escritor. Luego, seleccionó las mejores
y se imprimió el libro.
Quizá algún día pueda yo tomar
notas mientras voy en el taxi o escribirlas al regresar a la casa. La idea de
grabarlas no me agrada tanto porque implica mucho trabajo pasarlas después a la
computadora.
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