martes, 7 de febrero de 2017

Me gusta conversar con los taxistas, aunque algunos prefieren guardar silencio

CONVERSACIONES CON LOS TAXISTAS

Debo comentarles que, en general, nunca he tenido reticencia para  abordar un taxi hasta hace dos años en que, por un descuido mío, porque se quedó mi bolsa abierta y con la cartera a la vista mientras yo descendía, el taxista aprovechó y se la llevó. No tenía mucho dinero, pero recuperar todos los documentos fue complicado.

Ahora que ya no tengo mis ruedas, estoy obligada a abordar un taxi para trasladarme a cualquier lugar porque mis piernas no me permiten caminar ni cortas ni largas distancias y mucho menos abordar un autobús urbano.Hasta ahora todo va bien y espero que así continúe. Sin embargo, cuando pensé en escribir este texto decidí empezar con el relato de aquella noche, cuando mi amiga Eva, con la que compartía el departamento en Washington, y yo decidimos ir al teatro para ver el musical Summertime, de Gershwin, en el centro de la ciudad. Como ustedes saben, en los Estados Unidos el servicio de autobuses urbanos es muy limitado, por lo que al salir, casi a las once de la noche, era imposible encontrar alguno. Sólo nos quedaba el recurso de tomar un taxi.

El chofer era afroamericano (pero eran los tiempos en que todavía se decía negro y se les acusaba de  todo lo malo que ocurría en los Estados Unidos), pero no había más remedio que abordarlo. Al principio, nuestra desconfianza bajó cuando el chofer tomó la avenida Connecticut, que llevaba hasta el edificio donde estaba  nuestro departamento. Sin embargo, un poco más adelante entró al Rock Creek Park, que parecía boca de lobo, y nosotras entramos en pánico. Sin embargo, me armé de valor y le pregunté por qué había tomado esa ruta. Me contestó que era más rápida y llegaríamos más pronto, como sucedió.

Aquí, en Durango, en una ocasión el taxista me comentó que había compuesto un himno para el estado. Le pregunté cuál era la razón puesto que ya había uno que se acababa de tocar con toda pompa en el aniversario de la ciudad. Me dijo: “ese no sirve y tiene muchas palabras elegantes que nadie entiende. ¿Quiere que le cante el mío?” “Bueno”, repuse. Y empezó a cantar con mucho entusiasmo sin descuidar el volante. Su himno en realidad era un corrido con los nombres de los personajes famosos del estado: Dolores del Río, Andrea Palma, Pancho Villa y otros más que no recuerdo ahora. Le sugerí que lo grabara para que muchas personas pudieran oírlo.

Hace unos días, cuando abordé otro taxi para regresar a mi casa, le pregunté al taxista qué le parecía que se hubiera propuesto abrir de nuevo el palenque en la próxima feria de la ciudad en el mes de julio. Me contestó con entusiasmo: “Me parece muy bien y lo necesitamos porque no puede haber una feria sin palenque”. Para los que no lo sepan,  el palenque tiene la forma de una plaza de toros y en el centro, en la arena, se desarrollan las peleas de gallos que me parecen muy crueles. Pero el taxista no estuvo de acuerdo conmigo y dijo que, de cualquier manera, ya se celebraban en la ciudad peleas de gallos. Le repliqué, “pero deben ser clandestinas”. “No, señora”, repuso. “Están autorizadas. Entonces, ¿por qué no abrir el palenque en la feria?” La conversación concluyó ahí porque en ese momento llegamos a mi casa y, además, no hubiéramos estado de acuerdo porque tanto las peleas de gallos como las corridas de toros me parecen muy crueles.

Con otros taxistas la conversación ha girado sobre la política, el pobre desempeño del presidente, la corrupción y el alza de la gasolina que nos ha afectado muchísimo.  Otros guardan silencio y no están dispuestos a entablar una conversación incluso si les pregunto qué opinan de las obras de ornato que mandó hacer el gobernador anterior y que son un fraude. Me han contestado: ¿Cuáles? Y las tengo que enumerar, quizá no entiendan la palabra ornato o van tan concentrados en no tener un accidente en el tráfico que ha aumentado muchísimo en la ciudad. Las calles del centro no fueron planeadas con la idea de que se verían llenas de automóviles.

Había pensado en ir tomando nota en una libreta de mis conversaciones con los taxistas, pero en realidad no es fácil. Yo también voy pendiente del tráfico y de que no aumente la velocidad. Pensé en este proyecto porque el famoso escritor mexicano Juan Villoro publicó un libro titulado La mesa, que es el resultado de un proyecto similar al que me había propuesto. Estando en la ciudad de Los Ángeles, Villoro sacaba una mesa que colocaba en algún sitio del centro de la ciudad y entrevistaba a las personas que pasaban por ahí y que se prestaban a contestar las preguntas del escritor. Luego, seleccionó las mejores y se imprimió el libro.


Quizá algún día pueda yo tomar notas mientras voy en el taxi o escribirlas al regresar a la casa. La idea de grabarlas no me agrada tanto porque implica mucho trabajo pasarlas después a la computadora. 


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