RETRATO DE LA
SOCIEDAD ESTADOUNIDENSE
El libro Creía que mi padre era Dios (2012)es el resultado del Proyecto
Nacional de Relatos, coordinado por el famoso escritor norteamericano Paul
Auster, y responde a la invitación de la Radio Pública Nacional transmitida por
dicha estación solicitando a los radioescuchas que escribieran sus relatos -breves,
naturalmente- y los enviaran a la
estación. La respuesta fue sorprendente. Dice Paul Auster, “De las cuatro mil
historias que he leído, la mayoría han sido lo suficientemente atractivas como
para atraparme de principio a fin”.
Por supuesto, no todas podían formar parte de
un libro y, aun así, este volumen tiene 611 páginas y contiene cuarenta y
cuatro historias distribuidas en las siguientes categorías: Animales, Objetos,
Familias, Disparates, Extraños, Guerra, Amor, Muerte, Sueños y Meditaciones.
Incluye, además, un prólogo por Auster donde narra cómo surgió el proyecto, el
impresionante resultado de la invitación hecha por RPN porque se recibieron
miles de historias y las dificultades
para hacer la selección. Por supuesto, las historias son breves y sólo unas
cuantas exceden de las tres páginas.
Hay unas historias conmovedoras
narradas en apenas dos párrafos y otras muy divertidas. Por ejemplo, en la
sección “Animales” que aparece al inicio del libro, hay unas formidables
respecto de la conducta de los animales. Por ejemplo, la de la gallina que sale
a pasear por su cuenta por las calles aledañas a la casa donde vive. Al llegar
a ésta, sube los escalones, picotea fuertemente en la puerta para que le abran
y entra.
En el fraccionamiento donde vivo,
hay un perrillo chihuaha que solía
pasear solo por la mañana a lo largo de mi calle (ahora ya no lo hace porque la
administración prohibió que los perros pasearan solos). Yo solía sentarme en
una silla afuera de la casa y leer, el perro pasaba se detenía, me observaba
(no permitía que me acercara), hacía su recorrido, se detenía nuevamente a
mirarme y se alejaba rumbo a su casa. Cuando yo no estaba en la silla, se detenía,
esperaba como cuestionando mi ausencia, y luego emprendía la marcha. Sé esto
porque lo miraba por la ventana.
Hay otra historia fantástica
sobre un caballo llamado Vértigo que era “palomino, grande, bonito y
testarudo”. Además, había sido entrenado para desfiles y estaba acostumbrado a
lucir su estampa en desfiles y cabalgatas. Cuando lo compran para llevarlo a un
rancho, no le gusta el cambio para nada y protesta todo el tiempo dando
coletazos a quien se le acerque. Su dueño intenta de muchas maneras acercarse a
Vértigo para acostumbrarlo a su nueva vida y cada vez es rechazado. Finalmente,
después de una aventura que pudo haber sido grave para el dueño del caballo, se
levanta, reprende al caballo con una voz suave y explicándole la situación; luego
se aleja hacia la casa. Poco después, galopando alegremente parece que el
caballo entiende y regresa al establo para comer. Después, ya no hubo problema
para cabalgar en él.
Imposible incluir un ejemplo de
cada sección porque hay muchos formidables, pero comentaré algo sobre los que
conforman la sección “Guerra”, que
contiene r veinte historias. Desde mi punto de vista, resulta afortunado que
Auster no haya incluido muchos relatos sobre la guerra de Vietnam, quizá porque su
país no obtuvo la victoria. Sin embargo, hay algunas muy interesantes sobre la
guerra de secesión; es decir, la que se libró entre el norte y el sur, donde
resultó victorioso el norte y Abraham Lincoln decretó la abolición de la
esclavitud. Como es natural, no son los protagonistas quienes narran lo
sucedido sino alguno de sus descendientes.
Hay otras también muy interesantes y
conmovedoras sobre la primera y segunda
guerras mundiales. La que comento a continuación ocurre en Holanda al
final de la contienda cuando la victoria es segura. Unas mujeres escuchan un
llanto y ven que proviene de un soldado
alemán, un joven de dieciséis años, que seguramente no había comido en dos
días. Aun cuando era el enemigo, el amor fraternal se impone y le obsequian lo que tienen: “una
papa cocida y fría, un trozo de pan y una manzana arrugada”. Con ello, el joven
volvió a ser un soldado. Dijo: Danke “mientras se ponía de pie y tomaba su
fusil”. La narradora de la historia concluye que ese soldado tenía la misma
edad de su hermana.
En la sección “Extraños” es
divertida la historia titulada “Babe y yo”. Como sabemos, el béisbol es el rey
de los deportes para los estadounidenses y Babe
Ruth uno de los grandes ídolos. La historia ocurre en 1947. El
protagonista acababa de cumplir los trece años. Al entrar a una cafetería en
Cleveland, donde iba a haber un encuentro entre veteranos, el chico se da
cuenta de que una mesa estaba sentado el gran ídolo con otros personajes. Sale y corre hasta el despacho de su padre,
le pide una hoja de papel y una pluma y regresa corriendo a la cafetería. Babe
Ruth continuaba sentado leyendo un periódico. El chico le solicita el autógrafo
y y el beisbolista garabatea su firma en la hoja. Luego, le dice: “Es una pena
que no hayas llegado cinco minutos antes, chico. Podrías haberte llevado
también los de Ty Cobb y Tris Speaker”.
Para concluir, Paul Auster ha
hecho un gran trabajo con este libro que tiene historias para todos los gustos.
Cuando viví en San Antonio, Texas, a principios de los años noventa del siglo
pasado, me aficioné muchísimo a la RPN, que transmitía excelentes programas musicales.
También me convertí en una entusiasta de la estación de radio de Trinity
University que publicaba mensualmente un folleto anunciando los programas de
música clásica, qué día y a qué hora. Soy una entusiasta seguidora de la radio,
más que de la televisión, aun cuando lamento que la programación no siempre es
de mi gusto. Pienso que un proyecto como el de Auster sería impracticable en
Durango. Lo intenté una vez a través de Radio Universidad solicitando refranes
relacionados con la cocina y sólo recibí una respuesta.
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