sábado, 21 de mayo de 2016

Fabuloso el libro de Alexievich. Ahora tengo que leer Voces de Chernobyl

LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER

En octubre de 2015 la Academia Sueca otorgó a la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich (1948) el Premio Nobel de Literatura por su libro La guerra no tiene rostro de mujer al que consideró una “obra polifónica, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”. Este libro empezó a circular tanto en España como en nuestro país en noviembre de 2015. La autora confiesa que la primera versión de su texto fue rechazada para la publicación porque se consideró cruel y demasiado dolorosa; sin embargo, no se dio por vencida: la revisó y logró que su segunda versión fuera aceptada.

En el prólogo, Alexiévich reflexiona sobre el hecho de que todo lo que se ha escrito sobre las innumerables guerras en nuestro planeta ha sido hecho por los hombres y que la voz de la mujer ha estado ausente y olvidada, no obstante su  participación. Por ello, se propuso rescatarla pues, según un historiador cuyo nombre no se revela, “En el ejército soviético hubo cerca de un millón de mujeres. Dominaban todas las especialidades militares, incluso las más “masculinas”. Fueron conductoras de carros de combate, tankistas, zapadoras (soldados que se dedican a la construcción de puentes y que buscan minas enterradas), enfermeras, doctoras, pilotos, partisanas (personas que pertenecen a la resistencia), cocineras, y todo lo que se necesitara  para enfrentar al poderoso ejército alemán.

La autora ha agrupado las entrevistas que componen este volumen según lo que las entrevistadas fueron comentando. Así, en el índice leemos: “No quiero recordar”, “Deberíais crecer, niñas…Estáis muy verdes aún”, “Yo fui la única que regresé con mi madre”, “En nuestra casa viven dos guerras”, “Nos condecoraban con unas medallas pequeñas”, “No era yo”, “Recuerdo aquellos ojos”, “Nosotras no disparamos”, “Se necesitaban soldados…Pero lo que nosotras queríamos era estar guapas”, “Señoritas, ¿saben ustedes que la esperanza de vida de un jefe de la sección de zapadores es de dos meses?”, “Una mirada, una sola”, “Y la patata de primavera es diminuta”, “Mamá ¿cómo es papá?”, “Se puso la mano allí en el corazón”, “De repente sentí un irresistible deseo de vivir”.

Es imposible leer este libro de un tirón. Las historias narradas son dolorosas y admirables al mismo tiempo. Por ejemplo, la de una mujer a la que le amputaron las dos piernas sin anestesia, con una sierra común y corriente, sobre una mesa, sin antibióticos y que no expresó ni una queja. Además, el médico también había perdido las dos piernas.

Hubo muchas mujeres que apenas tenían dieciséis años cuando se unieron a las fuerzas armadas y muchas, al  terminar la guerra, tenían diecinueve. Una confesó: “En la guerra, el alma del ser humano envejece. Después de la guerra jamás volví a ser joven”. Sí se casó y tuvo cinco hijos, pero agrega “Lo recuerdo y tengo la sensación que de que no era yo, sino otra chica”. Otra mujer, francotiradora, recibió después de la victoria dos órdenes de la Gloria y cuatro medallas. Sin embargo, al regresar a su país la sorprendieron estas dolorosas palabras: “¡Cómo nos recibió la Patria! No puedo contarlo sin llorar. Han pasado cuarenta años, pero incluso ahora me arden las mejillas, Los hombres no abrían la boca y las mujeres…nos gritaban: ‘Sabemos lo que estuvisteis haciendo allí’ Os insinuasteis a nuestros hombres con vuestros chochos jóvenes. Sois las putas del frente…Perras militares’ Los insultos no faltaban, el ruso es rico…” Qué triste y doloroso que sean precisamente las mujeres las que ofenden a aquéllas que sufrieron, regresaron mutiladas y muertas de hambre sin reconocer el mérito y el valor de aquellas que ayudaron a conseguir la victoria, a quebrar la espina dorsal del poderoso ejército alemán, y a conseguir la victoria, como dijo otra.

Resulta también conmovedor cómo aun en el momento de la muerte se siente apego a la tierra. María Vasilievna Pavlovez, relata el siguiente episodio ocurrido cuando ya los rusos habían entrado en territorio alemán: “Recuerdo a un alemán herido, tumbado, se agarraba a la tierra, la herida le dolía; se le acercó nuestro soldado: ‘¡No toques eso, es mi tierra! La tuya está allí de donde has venido…’”
Otra joven, que fue sargento y jefa de una pieza de artillería, recuerda que ella era fuerte y que durante la guerra surgieron en su organismo unas “fuerzas inexplicables”. Cuando oyeron por la radio que habían ganado la guerra, dio la alerta y dictó su última orden: “Acimut: quince, cero, cero. Ángulo de elevación: diez, cero. ¡Espoleta: ciento veinte; tiempo, diez! Yo misma participé en el cierre y disparé cuatro proyectiles en honor a nuestra Victoria…Saludamos la Victoria disparando nuestras armas personales, nos abrazábamos y nos besábamos. Bebíamos vodka y cantábamos. Después lloramos durante toda una noche y un día…”

Los rusos siempre han sostenido que fueron ellos los que ganaron la guerra: entraron en Alemania en mayo de 1944. El desembarco de los aliados en Normandía fue el 6 de junio de ese mismo año. Un mes de diferencia. La batalla más cruenta en territorio ruso fue la de Stanlingrado y se ha escrito que Rusia perdió veinte millones de seres humanos durante la guerra, unos en la lucha armada, otros muriendo de hambre o de frío. 

Este libro, que por momentos logra que las lágrimas asomen a los ojos y que el lector se vea obligado a cerrar el volumen, es un testimonio extraordinario de la lucha, la entrega, el valor y el sacrificio de las mujeres rusas. La autora recorrió el vastísimo territorio ruso buscando a las mujeres que entrevistaría. Seleccionó las que componen este libro, pero muchas se quedaron en el tintero.

Bravo por las valientes mujeres que lucharon al lado de los hombres en la Segunda Guerra Mundial y que, a su regreso, sufrieron el rechazo y el desprecio de los que se quedaron en sus casas.


 Bien merecido el Premio Nobel por Svetlana Alexiévich.   

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