viernes, 13 de mayo de 2016

Leon Trotski y la novela de Leonardo Padura

LEON TROTSKI / RAMÓN MERCADER

EL HOMBRE DE QUE AMABA LOS PERROS

Esta formidable novela de Leonardo Padura, aunque su lectura  a veces se vuelve difícil para los lectores que desconocemos los avatares de la vida de  León Trotski  y de la revolución rusa, requirió de diez años de investigación, viajes, consultas con expertos y todo lo necesario para entregarle al lector un texto veraz e interesante. Los mexicanos sabemos que Trotski fue asesinado en 1940 en su casa, hoy convertida en museo, en Coyoacán, en la Ciudad de México, cerca de donde todavía fluía el Río Churubusco, hoy convertido en una vía rápida.

Liev Davídovich Bronstein (1879) nació en Yákova, Ucrania en 1879, hijo de judíos rusos. Junto con Lenin organizó la toma de poder durante la revolución rusa en 1917 y, en algún momento, en la novela se le atribuyen millones de muertes.  Fue, además, creador  del ejército ruso y presidente del Soviet de San Petersburgo. Por alguna razón que no queda clara en la novela, cae del favor de Joseph Stalin, cuando éste llega al poder. Sin embargo, en vez de asesinarlo, lo destierra. Esta novela es precisamente el recuento de este destierro en varios países hasta que, finalmente, el presidente Lázaro Cárdenas le brinda asilo en la Ciudad de México.

A la par de la historia de Trotsky, corre la del español Ramón Mercader del Río, encargado de darle muerte, quien, para infiltrarse en la casa de Trotsky, utiliza el pseudónimo de Jacques Mornard, supuestamente nacido en Bélgica, donde vive tres años aprendiendo el francés con el acento belga.  Mercader se ve implicado en este complot por su propia madre Caridad, convencida de que Trotski  era un traidor que convenía eliminar pues corrían los turbulentos días de la guerra española y del enfrentamiento entre los monárquicos y los republicanos quienes, ilusamente, creían que tanto Alemania como Rusia los ayudarían a salir victoriosos de su lucha sin imaginar siquiera que el territorio español sólo era utilizado para probar nuevas armas para la guerra que Hitler se preparaba a empezar.

El exilio de Trotski, de su esposa Natalia Sedova y de su hijo Liev Sedov  empieza cuando salen de Moscú, acompañados de su perra Maya, para dirigirse a Alma Atá, en Siberia, y de ahí a Frunze. Posteriormente viajan a Turquía donde disfrutan por un  tiempo de una cierta paz, pero llega el momento de partir. Ni Alemania, ni Francia, ni Dinamarca mostraron ningún interés en recibirlos. Noruega los acepta por un corto tiempo y de ahí parten en el vapor Ruth hacia aguas mexicanas. Durante el viaje, llenos de angustia, leen todo lo que pueden sobre el país que será su destino.

Ya instalados, por un tiempo, en la casa de la pintora Frida Kahlo, con la que Trotski vive un intenso romance que está a punto de acabar con su matrimonio, finalmente se mudan a su  casa, casi fortaleza, construida a orillas del río donde reciben después a su nieto, quien adopta a un perro callejero al que bautiza como Azteca. Trotski decide empezar la crianza de conejos  para descansar un poco la mente de su constante escritura. Se gana la vida durante el exilio escribiendo artículos que se publican en distintos periódicos y revistas europeos y también terminará tres libros fundamentales: Mi vida (1930), La revolución rusa 1931-1933, y La revolución traicionada (1937).

La preparación de Ramón Mercader para cometer el asesinato lo lleva a distintas partes del mundo y a numerosos procesos de capacitación, así como a fingirse enamorado de una norteamericana Sylvia Ageloff, ferviente admiradora de Trotski, a la que conoce en París. Aprovechando que Sylvia trabaja para Trotski durante un verano, Mercader logra penetrar en la casa, ser aceptado por los guardias y planear el golpe que causaría la muerte de Trotski el 21 de agosto de 1940.

Aunque supuestamente Mercader lograría escapar y un automóvil lo estaría esperando fuera de la fortaleza, el destino dispuso las cosas de otra manera. Trotski murió al día siguiente de recibir el golpe del piolet en la cabeza y Mercader no logró escapar, sino que fue aprehendido por la policía mexicana y condenado a veinte años de cárcel. Después de su liberación, regresó a la Unión Soviética y se dice que murió porque le inyectaron materiales radioactivos a través de un hermoso reloj que le regalaron por su hazaña.

Para contarnos esta historia, Padura crea un narrador cubano, Iván, que precisamente conoce a Mercader treinta y un años después de haber asesinado a Trotski. El español vive en Cuba en esos días bajo el nombre supuesto de Jaime López y  suele llevar a sus galgos siberianos “Ix” y “Dax” a pasear a  la playa de Santa María del Mar al atardecer. De esta manera, Padura va también intercalando la historia de Cuba en esos años.


Mediante este recurso, el libro resulta redondo: ofrece al lector la historia de los dos personajes centrales, pero también parte de la guerra de España, las maniobras de Hitler para apoderarse del oeste de Europa mientras Stalin planea quedarse  con la parte oriental y, además, algunos párrafos sobre los pintores destacados de México en esos años: Diego Rivera, Siqueiros, Frida Kahlo y la visita a México del francés André Breton,  creador del surrealismo, con lo cual se enriquece, al mismo tiempo que se complica, la novela.

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