LEON TROTSKI / RAMÓN
MERCADER
EL HOMBRE DE QUE
AMABA LOS PERROS
Esta formidable novela de
Leonardo Padura, aunque su lectura a
veces se vuelve difícil para los lectores que desconocemos los avatares de la
vida de León Trotski y de la revolución rusa, requirió de diez años
de investigación, viajes, consultas con expertos y todo lo necesario para
entregarle al lector un texto veraz e interesante. Los mexicanos sabemos que
Trotski fue asesinado en 1940 en su casa, hoy convertida en museo, en Coyoacán,
en la Ciudad de México, cerca de donde todavía fluía el Río Churubusco, hoy
convertido en una vía rápida.
Liev Davídovich Bronstein (1879)
nació en Yákova, Ucrania en 1879, hijo de judíos rusos. Junto con Lenin
organizó la toma de poder durante la revolución rusa en 1917 y, en algún
momento, en la novela se le atribuyen millones de muertes. Fue, además, creador del ejército ruso y presidente del Soviet de
San Petersburgo. Por alguna razón que no queda clara en la novela, cae del favor
de Joseph Stalin, cuando éste llega al poder. Sin embargo, en vez de
asesinarlo, lo destierra. Esta novela es precisamente el recuento de este
destierro en varios países hasta que, finalmente, el presidente Lázaro Cárdenas
le brinda asilo en la Ciudad de México.
A la par de la historia de
Trotsky, corre la del español Ramón Mercader del Río, encargado de darle
muerte, quien, para infiltrarse en la casa de Trotsky, utiliza el pseudónimo de
Jacques Mornard, supuestamente nacido en Bélgica, donde vive tres años
aprendiendo el francés con el acento belga. Mercader se ve implicado en este complot por
su propia madre Caridad, convencida de que Trotski era un traidor que convenía eliminar pues
corrían los turbulentos días de la guerra española y del enfrentamiento entre
los monárquicos y los republicanos quienes, ilusamente, creían que tanto
Alemania como Rusia los ayudarían a salir victoriosos de su lucha sin imaginar
siquiera que el territorio español sólo era utilizado para probar nuevas armas
para la guerra que Hitler se preparaba a empezar.
El exilio de Trotski, de su
esposa Natalia Sedova y de su hijo Liev Sedov
empieza cuando salen de Moscú, acompañados de su perra Maya, para
dirigirse a Alma Atá, en Siberia, y de ahí a Frunze. Posteriormente viajan a Turquía
donde disfrutan por un tiempo de una
cierta paz, pero llega el momento de partir. Ni Alemania, ni Francia, ni
Dinamarca mostraron ningún interés en recibirlos. Noruega los acepta por un
corto tiempo y de ahí parten en el vapor Ruth hacia aguas mexicanas. Durante el
viaje, llenos de angustia, leen todo lo que pueden sobre el país que será su
destino.
Ya instalados, por un tiempo, en
la casa de la pintora Frida Kahlo, con la que Trotski vive un intenso romance
que está a punto de acabar con su matrimonio, finalmente se mudan a su casa, casi fortaleza, construida a orillas del
río donde reciben después a su nieto, quien adopta a un perro callejero al que
bautiza como Azteca. Trotski decide empezar la crianza de conejos para descansar un poco la mente de su
constante escritura. Se gana la vida durante el exilio escribiendo artículos
que se publican en distintos periódicos y revistas europeos y también terminará
tres libros fundamentales: Mi vida
(1930), La revolución rusa 1931-1933, y La revolución traicionada (1937).
La preparación de Ramón Mercader
para cometer el asesinato lo lleva a distintas partes del mundo y a numerosos
procesos de capacitación, así como a fingirse enamorado de una norteamericana
Sylvia Ageloff, ferviente admiradora de Trotski, a la que conoce en París. Aprovechando
que Sylvia trabaja para Trotski durante un verano, Mercader logra penetrar en
la casa, ser aceptado por los guardias y planear el golpe que causaría la
muerte de Trotski el 21 de agosto de 1940.
Aunque supuestamente Mercader
lograría escapar y un automóvil lo estaría esperando fuera de la fortaleza, el
destino dispuso las cosas de otra manera. Trotski murió al día siguiente de
recibir el golpe del piolet en la cabeza y Mercader no logró escapar, sino que
fue aprehendido por la policía mexicana y condenado a veinte años de cárcel.
Después de su liberación, regresó a la Unión Soviética y se dice que murió
porque le inyectaron materiales radioactivos a través de un hermoso reloj que
le regalaron por su hazaña.
Para contarnos esta historia,
Padura crea un narrador cubano, Iván, que precisamente conoce a Mercader
treinta y un años después de haber asesinado a Trotski. El español vive en Cuba
en esos días bajo el nombre supuesto de Jaime López y suele llevar a sus galgos siberianos “Ix” y
“Dax” a pasear a la playa de Santa María
del Mar al atardecer. De esta manera, Padura va también intercalando la
historia de Cuba en esos años.
Mediante este recurso, el libro
resulta redondo: ofrece al lector la historia de los dos personajes centrales,
pero también parte de la guerra de España, las maniobras de Hitler para
apoderarse del oeste de Europa mientras Stalin planea quedarse con la parte oriental y, además, algunos
párrafos sobre los pintores destacados de México en esos años: Diego Rivera,
Siqueiros, Frida Kahlo y la visita a México del francés André Breton, creador del surrealismo, con lo cual se
enriquece, al mismo tiempo que se complica, la novela.
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