martes, 10 de septiembre de 2013

Experiencias en Dgo.

AVENTURAS A MI REGRESO A DURANGO


En 1995, a  mi regreso a la ciudad de Durango después de una ausencia de casi treinta años, compré una casita modesta en el Fraccionamiento Camino Real, en ese entonces todavía muy apartada del centro y donde abundaban los lotes baldíos.

Una noche, al volver del centro en mi coche  por el Boulevard Domingo Arrieta (así bautizado  en recuerdo de un general durangueño de la revolución de 1910) me topé nada menos que con ¡un toro! El pobre animal salió despavorido de algún corral del barrio de Tierra Blanca, a la altura de la calle de Ocampo, y atontado por las luces y el movimiento de los coches por el transitadísimo boulevard, no sabía qué hacer. Yo tampoco. Afortunadamente, yo venía a buena velocidad y, ante las vacilaciones del toro, yo también empecé a vacilar. Finalmente, se hizo a un lado, me miró como preguntándome dónde estaba, me dejó pasar y continué mi camino. Más decente que muchos automovilistas, se orilló a la derecha con toda cortesía.

Por supuesto, si cuento esta anécdota en otro lugar y quizá en el propio Durango, la gente se va a reír y a poner cara de incrédula, pero es rigurosamente cierta. Creo que tanto Antonin Artaud y André Breton también se deben estar riendo en sus tumbas pensando que su movimiento surrealista tiene todavía muchos adeptos y que valió la pena el viaje y la estancia en nuestro país.

Unos meses antes ocurrió otro incidente. Una mañana, al correr las cortinas, me encontré con una ¡cabeza de caballo! Me asusté, creí que todavía estaba dormida y que tenía  una pesadilla o un sueño con asociación espontánea. No era así, estaba perfectamente despierta y el caballo estaba desayunando con mi pasto y relamiéndose los belfos. Un rato después, apareció el dueño y se lo llevó.

El suceso se repitió una vez más, con ¡dos caballos! Entonces, le dije al propietario que si volvía a ocurrir me quedaría con sus animales. Además, es fácil imaginar cómo quedó el pasto después del almuerzo. Primero, me enfurecí, pero mi vecina, con mucha lógica y sentido del humor, decidió que los caballos habían contribuido con su granito de arena para el embellecimiento del pasto que estaba muy venido a menos. Esto se llama ver la vida de manera positiva.

Para completar el capítulo sobre el surrealismo, debo confesar que era   poseedora de una preciosa puerta de herrería que no tenía  BARDA. ¿Qué tal? La idea se me ocurrió para proteger el coche y que los ladrones no pudieran empujarlo y llevárselo. Alguien pensará quizás  que podrían llevarse la puerta. Pues no, porque está anclada con concreto y el coche no puede salir por ningún costado ya que sería necesario que lo elevaran  por encima de los automóviles de los vecinos. Así, ya podía dormir tranquila. Como es obvio, el plan era  construir la barda en cuanto fuera posible (léase, tuviera suficiente dinero), Por lo pronto, pensé en tomarle una fotografía para inmortalizarla, propósito que nunca cumplí.

Las peripecias con los animales continuaron durante el invierno. Las primeras en llegar, dispuestas a quedarse, fueron las abejas. Fue necesario librar un combate frontal, con asesoría de los bomberos,  ayuda del personal especializado de la SARH, insecticidas comprados en el supermercado, asistencia de un fumigador profesional y la eficiente labor de un albañil para  acabar con ellas o, por lo menos, invitarlas a buscar otro sitio para su panal.

Luego, aparecieron las avispas. Las acciones se repitieron en igual orden, también con resultado positivo. Ahora, como me sugiere Paco Durán, sólo me falta ocuparme de las nubes para seguir las huellas de Aristófanes. El propio Durán, con gran sentido del humor, ha señalado que ante estos hechos de la realidad cotidiana en Durango, uno piensa que podrían haber sido inventados por Kafka, a quien se podría considerar aquí como “uno más de los regionalistas”.

Se me ocurre todavía otra aventura. Hace unas semanas el jardinero podó un árbol con eficiente sierra eléctrica. Las ramas eran fuertes y grandes, pero cayeron como viruta al ser segadas. Me dijo que su compadre tenía una camioneta para recoger ramas, hojas y demás. Por la tarde vi llegar ¡dos carretas tiradas por dos flacos caballos!


¿Surrealismo? ¿Realismo mágico? ¿Superposición de tiempos, como señaló Alejo Carpentier en su novela Los pasos perdidos? No lo sé. Lo que sí sé es que la realidad, en muchos casos, supera a la literatura.


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