AVENTURAS A MI
REGRESO A DURANGO
En 1995, a mi regreso a la ciudad de Durango después de
una ausencia de casi treinta años, compré una casita modesta en el
Fraccionamiento Camino Real, en ese entonces todavía muy apartada del centro y
donde abundaban los lotes baldíos.
Una noche, al volver del centro
en mi coche por el Boulevard Domingo
Arrieta (así bautizado en recuerdo de un
general durangueño de la revolución de 1910) me topé nada menos que con ¡un
toro! El pobre animal salió despavorido de algún corral del barrio de Tierra
Blanca, a la altura de la calle de Ocampo, y atontado por las luces y el
movimiento de los coches por el transitadísimo boulevard, no sabía qué hacer.
Yo tampoco. Afortunadamente, yo venía a buena velocidad y, ante las vacilaciones
del toro, yo también empecé a vacilar. Finalmente, se hizo a un lado, me miró
como preguntándome dónde estaba, me dejó pasar y continué mi camino. Más
decente que muchos automovilistas, se orilló a la derecha con toda cortesía.
Por supuesto, si cuento esta
anécdota en otro lugar y quizá en el propio Durango, la gente se va a reír y a
poner cara de incrédula, pero es rigurosamente cierta. Creo que tanto Antonin
Artaud y André Breton también se deben estar riendo en sus tumbas pensando que
su movimiento surrealista tiene todavía muchos adeptos y que valió la pena el
viaje y la estancia en nuestro país.
Unos meses antes ocurrió otro
incidente. Una mañana, al correr las cortinas, me encontré con una ¡cabeza de
caballo! Me asusté, creí que todavía estaba dormida y que tenía una pesadilla o un sueño con asociación
espontánea. No era así, estaba perfectamente despierta y el caballo estaba
desayunando con mi pasto y relamiéndose los belfos. Un rato después, apareció
el dueño y se lo llevó.
El suceso se repitió una vez más,
con ¡dos caballos! Entonces, le dije al propietario que si volvía a ocurrir me
quedaría con sus animales. Además, es fácil imaginar cómo quedó el pasto
después del almuerzo. Primero, me enfurecí, pero mi vecina, con mucha lógica y
sentido del humor, decidió que los caballos habían contribuido con su granito
de arena para el embellecimiento del pasto que estaba muy venido a menos. Esto
se llama ver la vida de manera positiva.
Para completar el capítulo sobre
el surrealismo, debo confesar que era poseedora
de una preciosa puerta de herrería que no tenía BARDA. ¿Qué tal? La idea se me ocurrió para
proteger el coche y que los ladrones no pudieran empujarlo y llevárselo.
Alguien pensará quizás que podrían
llevarse la puerta. Pues no, porque está anclada con concreto y el coche no
puede salir por ningún costado ya que sería necesario que lo elevaran por encima de los automóviles de los vecinos. Así,
ya podía dormir tranquila. Como es obvio, el plan era construir la barda en cuanto fuera posible
(léase, tuviera suficiente dinero), Por lo pronto, pensé en tomarle una
fotografía para inmortalizarla, propósito que nunca cumplí.
Las peripecias con los animales
continuaron durante el invierno. Las primeras en llegar, dispuestas a quedarse,
fueron las abejas. Fue necesario librar un combate frontal, con asesoría de los
bomberos, ayuda del personal
especializado de la SARH, insecticidas comprados en el supermercado, asistencia
de un fumigador profesional y la eficiente labor de un albañil para acabar con ellas o, por lo menos, invitarlas
a buscar otro sitio para su panal.
Luego, aparecieron las avispas.
Las acciones se repitieron en igual orden, también con resultado positivo.
Ahora, como me sugiere Paco Durán, sólo me falta ocuparme de las nubes para
seguir las huellas de Aristófanes. El propio Durán, con gran sentido del humor,
ha señalado que ante estos hechos de la realidad cotidiana en Durango, uno
piensa que podrían haber sido inventados por Kafka, a quien se podría
considerar aquí como “uno más de los regionalistas”.
Se me ocurre todavía otra
aventura. Hace unas semanas el jardinero podó un árbol con eficiente sierra
eléctrica. Las ramas eran fuertes y grandes, pero cayeron como viruta al ser
segadas. Me dijo que su compadre tenía una camioneta para recoger ramas, hojas
y demás. Por la tarde vi llegar ¡dos carretas tiradas por dos flacos caballos!
¿Surrealismo? ¿Realismo mágico?
¿Superposición de tiempos, como señaló Alejo Carpentier en su novela Los pasos perdidos? No lo sé. Lo que sí
sé es que la realidad, en muchos casos, supera a la literatura.
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