LA GRAN CIUDAD
De nuevo, la gran Ciudad de
México me atrapó. ¡Qué inmensidad! Casi
sentí la emoción que deben de haber experimentado Hernán Cortés y sus soldados
al avistar Tenochtitlán. Es una urbe casi
horizontal porque los rascacielos no dominan el paisaje. Las luces se encienden
poco a poco y los pasajeros del avión intentamos divisar a través de las
ventanillas la grandiosidad de la hermosa capital de nuestro país.
¿Por qué me cautiva la Ciudad de
México? Por las oportunidades que me ofreció y que transformaron mi vida. Llegué
allí en octubre de 1963 y, en unos cuantos días, conseguí un empleo como
secretaria trilingüe en el edificio San Rafael, ubicado en la esquina de López
e Independencia, casi el corazón de la ciudad. De ahí, pasé a otra empresa, la
Compañía Mexicana de Comercio Exterior (ya desaparecida) que me brindó la
posibilidad de cumplir un sueño: visitar Europa. Después, la aventura se
presentó mediante un anuncio del Banco Interamericano de Desarrollo en un
periódico para trabajar –siempre como secretaria- en la ciudad de Washington,
D. C. De ahí, viajé a Puerto Rico, a Canadá y a Sudamérica.
De regreso en el Distrito Federal, cumplí otro sueño: estudiar
en la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM, y tener un título profesional. Esta decisión y
el grado que obtuve como Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas le
dieron una vuelta de tuerca –recordando a Henry James- a mi vida.
La Ciudad de México brinda muchas
oportunidades, si uno sabe buscarlas y está dispuesto a pagar el alto precio
que exigen. Estudio, trabajo, cultura, el alto costo de la vida, contacto con
el mundo allende las fronteras de nuestro país. Por supuesto, tiene sus puntos
débiles: el tráfico enloquecedor, la multitud en el metro y en el metrobús, el
miedo al asalto, las distancias que separan un punto de otro en la enorme
ciudad. Pero hay quien llega y pasa por alto estas desventajas.
Llevo a la Ciudad de México en el
corazón y, es casi, como dijo una amiga, mi paraíso perdido. Como dice el poeta
griego Kavafis refiriéndose a Alejandría: ”Esta ciudad siempre te perseguirá.
/…/ Siempre acabarás en esta ciudad. No esperes nada de otros sitios/no hay
barco para ti, no hay camino”.
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