lunes, 15 de julio de 2013

LA GRAN CIUDAD


De nuevo, la gran Ciudad de México me atrapó. ¡Qué inmensidad!  Casi sentí la emoción que deben de haber experimentado Hernán Cortés y sus soldados al avistar Tenochtitlán. Es  una urbe casi horizontal porque los rascacielos no dominan el paisaje. Las luces se encienden poco a poco y los pasajeros del avión intentamos divisar a través de las ventanillas la grandiosidad de la hermosa capital de nuestro país. 

¿Por qué me cautiva la Ciudad de México? Por las oportunidades que me ofreció y que transformaron mi vida. Llegué allí en octubre de 1963 y, en unos cuantos días, conseguí un empleo como secretaria trilingüe en el edificio San Rafael, ubicado en la esquina de López e Independencia, casi el corazón de la ciudad. De ahí, pasé a otra empresa, la Compañía Mexicana de Comercio Exterior (ya desaparecida) que me brindó la posibilidad de cumplir un sueño: visitar Europa. Después, la aventura se presentó mediante un anuncio del Banco Interamericano de Desarrollo en un periódico para trabajar –siempre como secretaria- en la ciudad de Washington, D. C. De ahí, viajé a Puerto Rico, a Canadá y a Sudamérica.

De regreso en el  Distrito Federal, cumplí otro sueño: estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM,  y tener un título profesional. Esta decisión y el grado que obtuve como Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas le dieron una vuelta de tuerca –recordando a Henry James- a mi vida.
 
La Ciudad de México brinda muchas oportunidades, si uno sabe buscarlas y está dispuesto a pagar el alto precio que exigen. Estudio, trabajo, cultura, el alto costo de la vida, contacto con el mundo allende las fronteras de nuestro país. Por supuesto, tiene sus puntos débiles: el tráfico enloquecedor, la multitud en el metro y en el metrobús, el miedo al asalto, las distancias que separan un punto de otro en la enorme ciudad. Pero hay quien llega y pasa por alto estas desventajas.


Llevo a la Ciudad de México en el corazón y, es casi, como dijo una amiga, mi paraíso perdido. Como dice el poeta griego Kavafis refiriéndose a Alejandría: ”Esta ciudad siempre te perseguirá. /…/ Siempre acabarás en esta ciudad. No esperes nada de otros sitios/no hay barco para ti, no hay camino”.

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