AMISTAD RECOBRADA
En una de sus novelas el escritor checo Milan Kundera afirmó -palabras
más, palabras menos- que “el pasado se vuelve presente en cualquier momento”. Y
eso, una vez más, lector amigo, me acaba de ocurrir.
Para el 450 aniversario de la fundación
de Durango, el gobierno invitó a las federaciones de duranguenses residentes en
varias ciudades de los Estados Unidos
–Dallas, Los Angeles, Chicago, San Antonio, entre otras- a visitar nuestro
rincón del mundo. Entre las personas que integraban la delegación de Los
Angeles vinieron Ludivina Ramos y su
hija. En una reunión, ella quedó sentada
al lado de mi prima Inés y le preguntó por mí; mencionó que nos habíamos conocido en la Villa de Nombre de Dios cuando
éramos niñas y que le gustaría saludarme. Inés se ofreció a darme su teléfono. El
pasado, pues, se volvió presente. Los años se atropellaron en mi mente
recordando los veranos disfrutados en la hermosa casona de mi abuelo paterno
(ya demolida) y, sobre todo, a Ludivina -alta,
delgada, sonriente- más amiga de mi
prima Yolanda que mía.
Un batallón de chiquillos integrado por mis hermanos Carlos y Eduardo,
mis primas Martha, Enriqueta y Teresa, Lupita Ramos, Estela Andrade, Yoli, Ludivina
y
yo corremos presurosos hacia el río de la Villa, de mansas aguas coloradas por
la tierra que acarrea. Bajamos por el camino que lleva al viejo puente para
cruzar a la otra orilla donde encontramos un manantial de aguas transparentes y
a la traicionera hiedra trepada en los troncos de los frondosos sabinos. Felices,
nos despojamos de la ropa y los zapatos para meternos en las frías aguas.
Cuando finalmente Ludivina y yo nos reunimos, me contó que se había
casado varios años después de que dejamos de vernos y que tiempo después había emigrado
a Los Angeles, como ha ocurrido con muchos
otros durangueños. Antes, cuando todavía nos veíamos en la Villa, nos
entristecimos mucho cuando perdimos la compañía de Estela y Leonor Verdugo que una
mañana de verano se fueron a Ciudad Juárez con sus padres y de las que no
sabemos nada. Ahora, ella ha
comprado una casa en la Colonia Obrera donde pasa tres meses cada año. Piensa
que tenemos un lejano parentesco, y yo
recuerdo con tristeza que mi papá rara vez nos hablaba de sus familiares en La
Parrilla y Villa Unión.
¡Qué emoción¡ Acaban de
inaugurar el puente Melones, sobre el río Tunal, para facilitar la llegada a
Nombre de Dios y la carretera hacia la Ciudad de México, Ahora disponemos de
otro lugar para los días de campo aunque para llegar hasta allá necesitamos que
Panchito nos transporte en la vieja camioneta pick-up. Mi papá pensaba que era
peligroso porque, en temporada de lluvias, el río aumentaba de nivel con suma
rapidez. Algunas tardes nadamos casi al atardecer, cuando mi papá se desocupa y puede acompañarnos. Mi mamá se exalta cuando Carlos, Eduardo y yo nos alejamos
demasiado dejándonos llevar por las aguas del río que es nuestro amigo.
Ahora Ludivina intenta recuperar
algunos recuerdos de aquellos años y de su vida tanto en la Villa como en
Durango. Por eso, ha adquirido esa casa en la Colonia Obrera (también llamada
Silvestre Dorador). Quiere desandar esos más de cincuenta años que han
transcurrido desde la última vez que nos vimos. Por ejemplo, el 7 de agosto se fue a la Villa para participar
en los festejos en honor de san Cayetano en un sitio llamado Las Lumbreras y
que desconozco. Hablamos de las antiguas amigas; varias se nos han adelantado
ya. Hacemos planes para reunirnos el
verano próximo cuando regrese. Quizá sentiremos de nuevo que tenemos trece años
y una vida por delante.
Río Tunal cerca de El Saltito, Dgo. |
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