JUEGOS DEL DESTINO
Hace unos días leí un párrafo en
la novela Plegarias nocturnas, del
escritor colombiano Santiago Gamboa (que ahora vive en Nueva Delhi) que narra
lo ocurrido a su personaje Andrés Felipe, asesor del gobierno y coludido con el
narcotráfico, cuando visita a su anfitrión en su finca escondida en la selva
colombiana. Después de una cena
exquisita llega don Fermín y le pregunta si lo atendieron bien. Andrés Felipe responde: “ni en casa de mi
abuela me atendían así”, a lo que don Fermín replica: “Tampoco exagere porque
yo alcancé a conocer la casa de su abuela, a lo mejor usted no lo sabe pero mi
mamá fue una de sus empleadas”. Por supuesto, Andrés Felipe se ruboriza y un
silencio pesado y ominoso cae sobre los comensales. Yo viví una experiencia
semejante.
Hace unos días, en mi Taller de
lectura, en el Palacio de los Gurza, se presentó un hombre mayor, canoso, de
ojos azules y sin parte del antebrazo izquierdo. Se acercó a mí cuando yo intentaba darle la
bienvenida y me dijo: “Yo la conozco a usted desde que era chiquita. Mi abuela
era la encargada de preparar el arroz cuando había comida familiar en casa de
su abuela”. Sentí que enrojecía desde la punta del pelo y le pregunté: “¿Doña
Aleja?” Y me contestó: “Sí”. “Entonces”, continué yo, “usted es hijo de
Carmela, que tenía los ojos azules y planchaba tan bonito”. “Así es”, repuso
Pedro.
Le dije entonces que Doña Aleja
había trabajado para mi mamá en los días de la limpieza primaveral y que era un
personaje que aparecía en mi libro Perfiles
al viento, que ya estaba agotado pero que yo le haría una fotocopia.
Pedro se incorporó al Taller y nos
ha sorprendido a todos con sus conocimientos y su actitud. Es una permanente
lección de vida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario