HUAYACOCOTLA,
VERACRUZ
Ahora que la Semana Santa está
próxima, mis pensamientos retroceden muchos años y se trasladan precisamente a
este pueblito que, cuando lo visité, era realmente un pueblo, pero hoy, con las
comunicaciones y demás, quizá haya crecido mucho. Eso me ocurrió cuando fui por
primera vez a Cuetzalan, en Puebla, una maravilla de pueblito en mi primera
visita; en la segunda, todo había cambiado. ¡Había hasta una discoteca! Se hizo
famoso a raíz de una telenovela que TELEVISA filmó en ese lugar y había perdido
su encanto de lugar apartado, misterioso, de difícil acceso, cubierto por la
neblina y silencioso porque la gente se recluía en su casa temprano.
Pero, regreso a Huayacocotla.
Aquella Semana Santa yo todavía pertenecía al Club de Montañismo Citlaltépetl y
fuimos de excursión a ese lugar. No tenía problemas con las piernas y gozaba de
buena salud. Como en todas las
excursiones, había siempre una de alta dificultad para los expertos que
contaban incluso con las botas para alta montaña y otra de mediana dificultad para quienes no nos
sentíamos tan capaces de resistir caminatas tan largas. Además, mis botas eran
de media montaña. Salimos de la Ciudad
de México el miércoles por la mañana, antes de las 7:a.m. y no recuerdo a qué
hora llegamos. Me acompañaba una amiga más joven que yo y con más energía, pero
no me dejaba sola.
Una vez que comimos, iniciamos el
descenso a una profunda barranca plena de hermosa vegetación. En general, creo
que nadie tuvo problema con el descenso. El ascenso fue diferente. Empezamos a
subir cuando el sol amenazaba con ocultarse y estábamos muy abajo. Todos
llevábamos linterna y silbato (era reglamentario) para pedir auxilio en caso
necesario.
Me uní al primer grupo que
ascendía, pero eran jóvenes y con mucha energía; pronto me dejaron atrás, lo que estaba
prohibido por el reglamento del club que exigía que siempre debía verse la
espalda del compañero que subía y que el que ascendía detrás de uno debería
tener a la vista al compañero que iba adelante. No ocurrió así; pronto se
adelantaron y dejé de verlos, pero continué ascendiendo sin miedo. Súbitamente,
cayó la noche, todo se obscureció y la
naturaleza se tornó misteriosa. Seguí confiando en que iba por el camino
correcto, sin pensar en serpientes y
otros animales nocturnos convencida de que no pasaría la noche perdida en la
barranca. De pronto, hubo una bifurcación en el sendero y no sabía si ir a la izquierda o a la derecha. Estaba
tranquila porque sabía que había compañeros que venían más abajo y que pronto
me alcanzarían. Sin embargo, los que ya habían completado el ascenso se
preocuparon de que no venía tras ellos y
regresaron para encontrarme. Así, no quedé librada a mi suerte. Tuvimos otros paseos muy agradables, pero lo
que recuerdo con tristeza son los chillidos de los cerdos que iban a morir para
preparar carnitas para el domingo.
Los organizadores de las
excursiones siempre tenían en cuenta que había gente a quien le gustaba acampar
en tanto que otros preferían dormir bajo techo y en una cama. Así fue esta vez.
Nosotras escogimos una habitación en la casa de huéspedes que nos brindaba más
comodidades aunque no tenía regadera. Optamos por bañarnos en el patio usando el
traje de baño y con el auxilio de una manguera. Todas estas pequeñas
complicaciones no nos molestaban porque eran parte integral de la aventura y de
estar lejos de la Ciudad de México.
El pueblo de Huayacocotla está
ubicado en la sierra norte de Veracruz, en la Huasteca Baja. Se localiza a
2,140 metros sobre el nivel del mar. El
nombre se compone de la palabra Hueye,
que significa grande, y Ocotl, un
árbol cuya resina arde con facilidad. Aquí, en Durango, durante muchos años se
utilizó el ocote para encender fogatas o chimeneas y ahora recuerdo que en la
novela Fuego en la cumbre, del
escritor durangueño Ladislao López Negrete, el pueblo donde ocurre la historia
se llama Ocotal.
Debido a la cercanía, los
antiguos habitantes estaban emparentados con los mayas y de ellos adoptaron
ciertos hábitos. La construcción del templo de Huayacocotla, que no tuvimos oportunidad de visitar, y cuya
arquitectura está considerada como única en la zona, fue iniciada por el monje
agustino Fray Alonso de Borja.
Participé en muchas excursiones
organizadas por el Club Citlaltépetl mientras no tuve complicaciones con las
piernas o los pies porque cada persona debe ser absolutamente responsable de sí
misma. En Huayacocotla, los excursionistas que optaron por la de mayor dificultad
enfrentaron varios problemas porque una
de las participantes (extranjera y que presumía de su excelente condición
física) se accidentó y tuvieron que cargarla entre todos para subir la
barranca. Llegaron a la medianoche cuando ya íbamos a pedirle a la policía que
nos auxiliara para encontrarlos.
La Semana Santa en Durango ha
sido muy diferente para mí y recuerdo con alegría aquellas maravillosas
excursiones en las que participé con entusiasmo y todavía siento un poco la
emoción como si fuera a levantarme antes de las 6:00 a.m. para estar en el
sitio acordado antes de las 7:00 a.m.
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