domingo, 2 de abril de 2017

Recuerdo de la última vez que vi a Irene Arias con vida

EN RECUERDO DE IRENE ARIAS


La última tarde que la vi con vida estaba muy bien, le habían puesto un pijama de bonitos colores, se había maquillado y estaba más lúcida que otras veces. Como siempre, conversamos sobre lo que a ella le interesaba, es decir, lo que ocurría en la ciudad en cuanto a los eventos culturales. Le mostré un libro con ilustraciones de Gauguin que disfrutó mucho y tomamos café con galletas. Al despedirme, cuando ya estaba yo en la puerta, me gritó: ¡María Rosa! Me detuve, volteé a verla y me dijo con una voz contundente: “Te quiero mucho”. Le respondí, “Y yo a ti”. Quizá presentía que no volveríamos a vernos.

Nació en Mazatlán en 1936 y, en su infancia, vivió unos cuantos años en esta ciudad. Asistió al colegio Sor Juana Inés de la Cruz, donde yo también era alumna, pero estábamos en distinto grado. Luego, la familia regresó a Mazatlán y, de ahí, se mudaron a la Ciudad de México. Allí Irene estudió pintura en La Esmeralda y llegó a ser una alta ejecutiva de American Express. Nunca la vi allá y nuestra amistad surgió cuando tanto ella como yo regresamos a Durango. Ella, en 1992 y yo en 1995 cuando una mañana que fui al Hotel Casablanca la encontré tomando café. A partir de entonces, nos reunimos casi diariamente de 12:00 a 13:00 y, al final de su vida, cuando todavía se atrevía a salir, de cinco a seis de la tarde. Después, la visité semanalmente en su casa, aunque luego espacié un poco mis visitas.

Recuerdo ahora tres ocasiones en que nos pusimos de acuerdo para viajar a la Ciudad de México. Ella se hospedaba en casa de su hermana Leticia y yo en el departamento de una amiga en la Colonia Nápoles. Dedicábamos toda la mañana a recorrer con calma uno o dos museos en el centro de la ciudad. Luego, comíamos juntas y, a las 5:00 p.m., ella tomaba un taxi para regresar a Ciudad Satélite.

 En una ocasión compartimos el desayuno con  la poeta Thelma Nava, que fue esposa de Efraín Huerta, su hija Raquel y otras mujeres dedicadas a la literatura. Dos ellas, cuyos nombres se me escapan ahora, colaboraban en la revista FEM, que meses después desapareció. La recuerdo especialmente porque en esa revista me publicaron mi primer cuento: “El miedo”.

Una mañana pasamos largo rato en el Museo Rufino Tamayo cuando se montó una exposición sobre Jorge Luis Borges. No había casi fotografías sino borradores de múltiples textos cuando todavía podía ver y escritos con una letrita minúscula casi imposible de descifrar. También admiramos las togas que usó en las distintas ocasiones en que varias universidades le confirieron el grado de Doctor Honoris Causa.

En otra ocasión, esta vez en Bellas Artes, admiramos una exposición retrospectiva de la obra de Diego Rivera. Luego, para reponer energías y continuar la visita con más ánimo, bajamos  tomar un café en la cafetería del Palacio de Bellas Artes. En esos momentos pasaba por ahí Enrique Diemecke, en ese entonces, director de la Orquesta Sinfónica de Bellas Artes y se detuvo a saludarnos.

En una ocasión al salir del Museo de Arte Moderno, me dijo Irene: ¿Por qué no comemos en el Hotel Niko? Le contesté: no traigo dinero suficiente. Repuso: no importa, yo pago la cuenta y tú pones la propina. Así lo hicimos, disfrutamos de un platillo exótico (Irene tenía que seguir una dieta muy estricta) y, al salir, casi a las 5 de la tarde, nos despedimos.

Planeamos después realizar un viaje a Europa para visitar especialmente Viena, Praga y Budapest, ciudades que no conocíamos, pero por distintas razones fuimos posponiendo la fecha y luego ella enfermó como consecuencia de una fractura de cadera que la recluyó en su casa y fue minando su ya delicada salud. Por mi parte, empecé con problemas de circulación en las pantorrillas y ya no era recomendable pasar tantas horas en el avión. Sin embargo, me queda el recuerdo de las horas pasadas planeando qué visitaríamos y qué nos interesaba en particular.

Irene amaba la pintura abstracta aunque de vez en cuando practicaba la pintura figurativa. Tuvo tres grandes exposiciones en la ciudad de Durango, expuso en Nueva York, en la Ciudad de México y en otros lugares. También pintó algunos retratos y un bodegón. Insistía en que había pintado un mural para el restaurante del Hotel Casablanca, pero nunca lo vi. 


Tras una larga enfermedad que le impidió incluso pintar, Irene partió el 9 de marzo de este año para reunirse con su amada hermana Olga. Descanse en paz.


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