domingo, 30 de abril de 2017

Un conmovedor cuento sobre el amor maternal.

EL POTRILLO

Amigos lectores, hoy comparto con ustedes este cuento sencillo, pero, al mismo tiempo, conmovedor. Fue escrito por un autor ruso poco conocido, Mijail Shalojov (1905-1984) que obtuvo el Premio Nobel en 1965. Fue incluido en la antología “Sepan cuantos…”, núm. 342, al lado de autores tan destacados como Dostoievski y Tolstoi, aunque sin información biográfica respecto de su autor.  

Según el internet, Sholojov fue una figura importante dentro de la “nomenclatura” literaria soviética, quizá por eso no hay más datos sobre su vida. Se menciona que no era de origen cosaco, aunque en su obra sí hay una reivindicación de los cosacos. Es autor de la novela El Don apacible, que cubre el período 1928-1940 y de la colección de relatos Cuentos del Don, publicado en 1926. Hacia la fecha en que se publica el libro, el  Don era el río más largo  de  Europa cuando el Volga unía sus aguas a las suyas.

El relato inicia de la siguiente manera:

En pleno día, junto a un montón de estiércol cubierto de moscas esmeralda, cabeza adelante, con las patitas delanteras extendidas, salió del vientre materno y vio frente a sí la tenue nubecilla grisácea de la explosión de una granada rompedora: el aullido ululante arrojó su cuerpecito húmedo a las patas de la madre. El primer sentimiento que experimentó aquí en la tierra fue el espanto.

El dueño de la yegua rucia (se insiste mucho en el vocablo rucia, que significa color pardo tierra para dar a entender que no se trata de una yegua fina) era Trofim,  quien disgustado por el nacimiento de la cría,  increpa a la yegua: -Vaya…, con que ¿has parido? Sí que has escogido un buen momento.

 Trofim se enfurece porque junto con sus compañeros cosacos se encuentra en medio de una guerra y necesita que su cabalgadura  esté en plena condición física para correr, lo que la yegua no puede hacer porque no quiere separarse de su potrillo y tiene que alimentarlo. Entonces, Trofim decide que lo mejor será matar al potrillo y así se lo dice a la yegua, pero ésta parpadea y mira burlona a su amo.

Todo el grupo está a favor de deshacerse del potrillo y así se lo dicen a Trofim que a veces parece que va a matarlo pero siempre las cosas le salen mal. Por ejemplo, una mañana se encamina a donde se encuentran los animales con la intención de deshacerse del caballito de juguete que presumía una linda cola,  pero no puede. Cuando un compañero le pregunta qué pasó,  responde: Se debe haber estropeado el percutor…. No pica el pistón. El compañero le insta que lo deja revisar el arma y luego concluye: Pero si aquí no hay cartucho. Entonces, concluye ¡Al diablo con él! Que viva con su madre…  Temporalmente, afirma y concluye que el potrillo debe mamar, que el comandante también mamó y lo mismo hicieron Trofim y su compañero. Ya después, cuando pase la guerra, lo utilizarán para arar.

En otra ocasión, cuando Trofim quiere cabalgar de prisa para unirse a sus compañeros, la yegua resiste toda la presión y no se mueve hasta que el potrillo los alcanza. Furioso, Trofim dispara, pero no alcanza su blanco porque la puntería le falla y no logra matar al potrillo, por lo que éste sólo se aleja un poco más del grupo.

La presencia del caballito de juguete, como algunos lo llaman, no permite que los hombres se concentren,  por lo que el jefe del escuadrón insiste en que Trofim debe acabar con el potrillo. Arguye: Siembra el pánico en el combate. Lo miro y me tiembla la mano…no puedo dar sablazos. Y todo es por su pinta casera, en la guerra eso no debe ser…

Cuando el escuadrón llega frente al viejo monasterio, ahí aparece el majestuoso río Don  que ”apretado contra la montaña, se precipita con loco ímpetu. En el recodo, el agua se riza en remolinos y las olas verdes de grandes crestas empujan a golpes las moles de yeso arrojadas junto al agua por el derrumbe primaveral”. El escuadrón se ve obligado a cruzar ahí porque los cosacos han ocupado las zonas donde las aguas son más mansas. Desesperado, Trofim busca entre caballos y hombres que nadan desesperadamente en las aguas turbulentas la cabeza de su yegua y, al fin, la encuentra muy atrás del grupo que nadaba cerca del jefe de sección Nechepurenko y, mirando con cuidado, encontró también al potrillo que nadaba con sus escasas fuerzas. Luego, el viento lleva hasta él un “relincho de llamada”: ¡ii-i-ho-ho-ho”.

En ese momento, Trofim sintió como “una cuchillada en el corazón” y recordó todo lo que había vivido en esos cinco años de lucha, lejos de su hogar y de sus hijos. También observó cómo la yegua nadaba furiosamente hacia el remolino en busca de su potrillo que cada vez se alejaba más del grupo. El animalito relinchaba con sus escasas fuerzas y la yegua trataba de darle alcance. De pronto, ni los soldados ni los cosacos dispararon: todos contemplaban al potrillo que nadaba desesperadamente. Trofim entonces toma una arriesgada decisión: nadar para salvar al potrillo. Logra detenerlo con su brazo y lo sostiene mientras nada hacia la orilla.

Con escasas fuerzas, Trofim  lo lleva hasta el suelo firme, lo deposita ahí y se acuesta para reponer sus fuerzas. La yegua está cerca de él y se pone a lamer al potrillo. Entonces, Trofim se endereza para  caminar y se oye un disparo. Trofim cae a dos pasos del animalillo  y muere con los labios amoratados  pensando en que en cinco años no había besado a sus hijos y ahora sus labios sonreían y espumeaban sangre.  

Escrito en 1926. Sholójov narra la guerra en que ocurre la historia y en la que los cosacos son los malos, pero en realidad la intención principal del autor es hablar sobre el amor materno y su devoción hacia el hijo. La yegua nada para estar cerca del potrillo aunque la corriente los arrastre a los dos y mueran; por su parte, Trofim recuerda en ese preciso instante a su mujer y sus hijos que no había visto en cinco años y su corazón ya no siente el impulso de matar al potrillo sino permitir que su querida yegua rucia viva al lado de su potrillo.






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