EL POTRILLO
Amigos lectores, hoy comparto con ustedes este cuento
sencillo, pero, al mismo tiempo, conmovedor. Fue escrito por un autor ruso poco
conocido, Mijail Shalojov (1905-1984) que obtuvo el Premio Nobel en 1965. Fue
incluido en la antología “Sepan
cuantos…”, núm. 342, al lado de autores tan destacados como Dostoievski y
Tolstoi, aunque sin información biográfica respecto de su autor.
Según el internet, Sholojov fue una figura importante dentro
de la “nomenclatura” literaria soviética, quizá por eso no hay más datos sobre
su vida. Se menciona que no era de origen cosaco, aunque en su obra sí hay una
reivindicación de los cosacos. Es autor de la novela El Don apacible, que cubre el período 1928-1940 y de la colección
de relatos Cuentos del Don, publicado
en 1926. Hacia la fecha en que se publica el libro, el Don era el río más largo de Europa
cuando el Volga unía sus aguas a las suyas.
El relato inicia de la siguiente manera:
En pleno día, junto a
un montón de estiércol cubierto de moscas esmeralda, cabeza adelante, con las
patitas delanteras extendidas, salió del vientre materno y vio frente a sí la
tenue nubecilla grisácea de la explosión de una granada rompedora: el aullido
ululante arrojó su cuerpecito húmedo a las patas de la madre. El primer
sentimiento que experimentó aquí en la tierra fue el espanto.
El dueño de la yegua rucia (se insiste mucho en el vocablo rucia, que significa color pardo tierra
para dar a entender que no se trata de una yegua fina) era Trofim, quien disgustado por el nacimiento de la cría,
increpa a la yegua: -Vaya…, con que ¿has parido?
Sí que has escogido un buen momento.
Trofim se enfurece porque junto con sus
compañeros cosacos se encuentra en medio de una guerra y necesita que su cabalgadura
esté en plena condición física para
correr, lo que la yegua no puede hacer porque no quiere separarse de su
potrillo y tiene que alimentarlo. Entonces, Trofim decide que lo mejor será
matar al potrillo y así se lo dice a la yegua, pero ésta parpadea y mira
burlona a su amo.
Todo el grupo está a favor de deshacerse del potrillo y así
se lo dicen a Trofim que a veces parece que va a matarlo pero siempre las cosas
le salen mal. Por ejemplo, una mañana se encamina a donde se encuentran los
animales con la intención de deshacerse del caballito de juguete que presumía
una linda cola, pero no puede. Cuando un
compañero le pregunta qué pasó, responde:
Se debe haber estropeado el percutor…. No
pica el pistón. El compañero le insta que lo deja revisar el arma y luego
concluye: Pero si aquí no hay cartucho. Entonces,
concluye ¡Al diablo con él! Que viva con su madre… Temporalmente, afirma y concluye que el
potrillo debe mamar, que el comandante también mamó y lo mismo hicieron Trofim
y su compañero. Ya después, cuando pase la guerra, lo utilizarán para arar.
En otra ocasión, cuando Trofim quiere cabalgar de prisa para
unirse a sus compañeros, la yegua resiste toda la presión y no se mueve hasta
que el potrillo los alcanza. Furioso, Trofim dispara, pero no alcanza su blanco
porque la puntería le falla y no logra matar al potrillo, por lo que éste sólo
se aleja un poco más del grupo.
La presencia del caballito de juguete, como algunos lo
llaman, no permite que los hombres se concentren, por lo que el jefe del escuadrón insiste en
que Trofim debe acabar con el potrillo. Arguye: Siembra el pánico en el combate. Lo miro y me tiembla la mano…no puedo
dar sablazos. Y todo es por su pinta casera, en la guerra eso no debe ser…
Cuando el escuadrón llega frente al viejo monasterio, ahí
aparece el majestuoso río Don que ”apretado contra la montaña, se precipita con
loco ímpetu. En el recodo, el agua se riza en remolinos y las olas verdes de
grandes crestas empujan a golpes las moles de yeso arrojadas junto al agua por
el derrumbe primaveral”. El escuadrón se ve obligado a cruzar ahí porque
los cosacos han ocupado las zonas donde las aguas son más mansas. Desesperado,
Trofim busca entre caballos y hombres que nadan desesperadamente en las aguas
turbulentas la cabeza de su yegua y, al fin, la encuentra muy atrás del grupo
que nadaba cerca del jefe de sección Nechepurenko y, mirando con cuidado,
encontró también al potrillo que nadaba con sus escasas fuerzas. Luego, el
viento lleva hasta él un “relincho de
llamada”: ¡ii-i-ho-ho-ho”.
En ese momento, Trofim sintió como “una cuchillada en el
corazón” y recordó todo lo que había vivido en esos cinco años de lucha, lejos
de su hogar y de sus hijos. También observó cómo la yegua nadaba furiosamente
hacia el remolino en busca de su potrillo que cada vez se alejaba más del
grupo. El animalito relinchaba con sus escasas fuerzas y la yegua trataba de
darle alcance. De pronto, ni los soldados ni los cosacos dispararon: todos
contemplaban al potrillo que nadaba desesperadamente. Trofim entonces toma una
arriesgada decisión: nadar para salvar al potrillo. Logra detenerlo con su
brazo y lo sostiene mientras nada hacia la orilla.
Con escasas fuerzas, Trofim lo lleva hasta el suelo firme, lo deposita ahí
y se acuesta para reponer sus fuerzas. La yegua está cerca de él y se pone a
lamer al potrillo. Entonces, Trofim se endereza para caminar y se oye un disparo. Trofim cae a dos
pasos del animalillo y muere con los
labios amoratados pensando en que en
cinco años no había besado a sus hijos y ahora sus labios sonreían y espumeaban
sangre.
Escrito en 1926. Sholójov narra la guerra en que ocurre la
historia y en la que los cosacos son los malos, pero en realidad la intención
principal del autor es hablar sobre el amor materno y su devoción hacia el
hijo. La yegua nada para estar cerca del potrillo aunque la corriente los
arrastre a los dos y mueran; por su parte, Trofim recuerda en ese preciso
instante a su mujer y sus hijos que no había visto en cinco años y su corazón
ya no siente el impulso de matar al potrillo sino permitir que su querida yegua
rucia viva al lado de su potrillo.
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