domingo, 2 de abril de 2017

Cuentos de la asociación mexicana Tirant lo Blanc

TIRANT LO BLANC


La Asociación de Escritores Tirant lo Blanc, que se reúne en la Ciudad de México en el Orfeo Catalá de México, en la calle de Marsella, en la Colonia Roma, publica de tiempo en tiempo unos pequeños libros en los que participan todos los miembros y que deben, en ese momento, escribir sobre un tema común. En este caso se llama Tiempo y salió recientemente de las prensas. Me llegó a las manos porque mi amiga nacida en Durango, la poeta  Emma Rueda, me ha hecho el favor de enviármelo.

Hay varios que nos presentan una visión muy personal del tiempo, incluso el de Emma que se relaciona con una famosa joyería, La Esmeralda, que data de los tiempos de Porfirio Díaz. Sin embargo, deseo compartir con ustedes tres relatos de Blanca Mart, agrupados bajo el título La máquina del tiempo del científico loco.

YO.
La hippie aprovechó un descuido del científico loco y entró en la máquina del tiempo. Pulsó algún botón que no debía tocar y salió a una inmensa estepa.
A lo lejos, pequeños caballos, fuertes y veloces, se acercaban; los jinetes de extrañas vestiduras se inclinaban sobre los cuellos tensos. Pronto llegaron al lugar donde la joven les contemplaba fascinada.

Al llegar frente a ella el jefe levantó la mano y los jinetes detuvieron las monturas en seco.
La hippie levantó los dedos en su saludo tradicional.
_Amor y paz –dijo-, mientras las flores de sus cabellos brillaban en la tarde esteparia.
_Lo de la paz no te lo puedo prometer. Empecemos por lo del amor, contestó el jefe de la horda.
E inclinándose, con rápido gesto, la subió a su caballo.
Rápidos como el viento, Atila y sus jinetes se perdieron en el horizonte. Pero esta vez, allá donde pasaron, crecieron flores.

II.
La hippie aprovechó un descuido del científico loco y entró en la máquina del tiempo. Pulsó algún botón que no debía y salió a un jardín; sobre una mesa había una preciosa manzana roja y jugado la puso en su cabeza en el centro de la guirnalda de flores.
Un dulce viejecito la contemplaba en silencio.
-¿Cómo te llamas? _ preguntó.
María –dijo ella-. ¿Y usted?
El dulce anciano tomó una escopeta abierta que descansaba sobre sus piernas.
-Burroughs, querida; William, para servirte
Y apuntó a la manzana.

III.
El sabio aprovechó un descuido del científico loco y entró en la máquina del tiempo. Quería conocer a Arquímedes y decir Eureka. Como era sabio, pulsó el botón que debía y apareció en una amplia casa en Siracusa.
Allí estaba el matemático en pleno baño, pensando mientras se bañaba, calibrando, calculando. De pronto, gritó ¡Eureka! Y salió corriendo. Albert estudió precipitadamente sus papeles y pleno de ciencia pulsó el duplicador que se había traído de su tiempo. De nuevo, acertó y regresó al siglo veinte.

Pero no sabía en qué fecha ni en qué lugar estaba. ¿Qué era aquello? ¿Unos estudios de cine? Una puerta se abrió y una hermosísima mujer apareció frente a él canturreando una seductora canción, moviendo levente su larga y rizada cabellera. Completaba su vestido negro de noche con unos largos guantes.

Le miró con curiosidad.
-¿Quién eres?
-Me llamo Einstein.
 Ella se acercó mucho y le sonrió.
 Yo. Gilda, en el filme, ya sabes…
 El susurró: Eureka. Pulsó el botón casi sin darse cuenta y apareció en su propio laboratorio.
 -Eureka, repitió, el cabello electrocutado, de punta.
 ¡Menudo viaje en el tiempo!
Por desdicha, al gran sabio se le olvidaron las matemáticas.
Son cosas que ocurren si uno entra en una máquina del tiempo.
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P.S. La mujer del vestido negro y  cabello rizado es Rita Hayworth, en el filme Gilda, que la hizo famosa.

William Burroughs (1914-1962)

Destacado novelista de la generación beat. Cuando vivió en la Ciudad de México, en un apartamento de la calle Monterrey número 122, en la Col. Roma, quiso probar su puntería y apuntó a la manzana que había colocado en la cabeza de su esposa. Falló y la mató.

Arquímedes (¿287-212?)

Prinicipio de Arquímedes: todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje hacia arriba igual al peso del fluido desalojado.  


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