TIRANT LO BLANC
La Asociación de Escritores
Tirant lo Blanc, que se reúne en la Ciudad de México en el Orfeo Catalá de
México, en la calle de Marsella, en la Colonia Roma, publica de tiempo en
tiempo unos pequeños libros en los que participan todos los miembros y que
deben, en ese momento, escribir sobre un tema común. En este caso se llama Tiempo y salió recientemente de las
prensas. Me llegó a las manos porque mi amiga nacida en Durango, la poeta Emma Rueda, me ha hecho el favor de
enviármelo.
Hay varios que nos presentan una
visión muy personal del tiempo, incluso el de Emma que se relaciona con una
famosa joyería, La Esmeralda, que data de los tiempos de Porfirio Díaz. Sin
embargo, deseo compartir con ustedes tres relatos de Blanca Mart, agrupados
bajo el título La máquina del tiempo del
científico loco.
YO.
La hippie aprovechó un descuido del científico loco y entró en la
máquina del tiempo. Pulsó algún botón que no debía tocar y salió a una inmensa
estepa.
A lo lejos, pequeños caballos,
fuertes y veloces, se acercaban; los jinetes de extrañas vestiduras se inclinaban
sobre los cuellos tensos. Pronto llegaron al lugar donde la joven les
contemplaba fascinada.
Al llegar frente a ella el jefe
levantó la mano y los jinetes detuvieron las monturas en seco.
La hippie levantó los dedos en su saludo tradicional.
_Amor y paz –dijo-, mientras las
flores de sus cabellos brillaban en la tarde esteparia.
_Lo de la paz no te lo puedo
prometer. Empecemos por lo del amor, contestó el jefe de la horda.
E inclinándose, con rápido gesto,
la subió a su caballo.
Rápidos como el viento, Atila y
sus jinetes se perdieron en el horizonte. Pero esta vez, allá donde pasaron,
crecieron flores.
II.
La hippie aprovechó un descuido del científico loco y entró en la
máquina del tiempo. Pulsó algún botón que no debía y salió a un jardín; sobre
una mesa había una preciosa manzana roja y jugado la puso en su cabeza en el
centro de la guirnalda de flores.
Un dulce viejecito la contemplaba
en silencio.
-¿Cómo te llamas? _ preguntó.
María –dijo ella-. ¿Y usted?
El dulce anciano tomó una
escopeta abierta que descansaba sobre sus piernas.
-Burroughs, querida; William,
para servirte
Y apuntó a la manzana.
III.
El sabio aprovechó un descuido
del científico loco y entró en la máquina del tiempo. Quería conocer a
Arquímedes y decir Eureka. Como era sabio, pulsó el botón que debía y apareció
en una amplia casa en Siracusa.
Allí estaba el matemático en
pleno baño, pensando mientras se bañaba, calibrando, calculando. De pronto,
gritó ¡Eureka! Y salió corriendo. Albert estudió precipitadamente sus papeles y
pleno de ciencia pulsó el duplicador que se había traído de su tiempo. De
nuevo, acertó y regresó al siglo veinte.
Pero no sabía en qué fecha ni en
qué lugar estaba. ¿Qué era aquello? ¿Unos estudios de cine? Una puerta se abrió
y una hermosísima mujer apareció frente a él canturreando una seductora
canción, moviendo levente su larga y rizada cabellera. Completaba su vestido
negro de noche con unos largos guantes.
Le miró con curiosidad.
-¿Quién eres?
-Me llamo Einstein.
Por desdicha, al gran sabio se le olvidaron las
matemáticas.
Son cosas que ocurren si uno entra en una máquina del
tiempo.
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P.S. La mujer del vestido
negro y cabello rizado es Rita Hayworth,
en el filme Gilda, que la hizo
famosa.
William Burroughs (1914-1962)
Destacado novelista de la generación
beat. Cuando vivió en la Ciudad de México, en un apartamento de la calle
Monterrey número 122, en la Col. Roma, quiso probar su puntería y apuntó a la
manzana que había colocado en la cabeza de su esposa. Falló y la mató.
Arquímedes (¿287-212?)
Prinicipio de Arquímedes: todo
cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje hacia arriba igual al peso
del fluido desalojado.
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