martes, 27 de septiembre de 2016

Recordando a un querido amigo preocupado por el patrimonio arquitectónica de Durango.

EVOCACIÓN DEL ARQUITECTO LUIS RIVERA DAMM

¡Qué sencilla es la muerte, qué sencilla
Pero que injustamente arrebatada!

Miguel Hernández, “Elegía primera”

Nunca como hoy estimo apropiados los versos del gran Miguel Hernández para hablar del arquitecto Luis Sergio Rivera Damm, fallecido el 18 de septiembre de 1998, cuando todavía había en su ánimo el deseo de aplicar su talento y su esfuerzo a su familia, pero también a la Ciudad de Durango y a su sociedad.

Fue el segundo hijo del matrimonio formado por don Roberto Rivera, hombre de buen humor y de amplia sonrisa, y de doña Celia Damm, mujer amable y bulliciosa. De ellos heredó Luis la ironía fina y el comentario oportuno que con frecuencia salpimentaban su discurso.

Luis y yo fuimos compañeros de preparatoria en el Instituto Juárez: él, en el bachillerato de Ciencias, y yo, en el de Filosofía y Derecho.  Viajó luego a la Ciudad de México para estudiar arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México; en 1961, a su regreso a Durango, contrajo matrimonio con Bertha Fournier, con quien tuvo cuatro hijos: Luis, Bertha, Clara y Federico.

Inició su práctica profesional y empezó a destacar en su ramo. Concibió después un proyecto que califiqué de peregrino: matricularse en la Escuela de Odontología, de la Universidad Juárez del Estado de Durango. Sin embargo, logró su propósito y, en 1978, al terminar la carrera, se le otorgó el Reconocimiento a los Mejores Estudiantes de México para el Estado de Durango en esa disciplina. Tres años después recibió la medalla al mérito Benito Juárez por su altísimo desempeño académico.

Comentando con él en alguna ocasión que para mí la arquitectura y la odontología eran incompatibles, repuso: “No, se requiere de un alto sentido estético para lograr bellos trabajos dentales”. De hecho, al final de su vida impartía la materia de Estética en la preparatorio diurna de la UJED donde, asimismo, fue profesor titular de Dibujo Constructivo durante treinta años.

Su espíritu inquieto lo orientó luego en dos direcciones: la restauración arquitectónica y la política. En cuanto a la primera, concibió la idea de fundar, en 1980, el Consejo para la Preservación del Patrimonio Artístico y Cultural de Durango, A.C. (COPPAC), organismo que presidió hasta su fallecimiento si bien en múltiples ocasiones comentó, en las juntas mensuales, que estaba preparado para la llegada de la revolución que pusiera fin al porfiriato. No obstante, la oposición era débil y salía reelecto.

En 1984, el COPPAC recibió una honrosa distinción: fue nombrado auxiliar del Instituto Nacional de Antropología Histórica en Durango, ante el municipio, para cualquier asunto relacionado con el Centro Histórico. El oficio que confirma lo anterior está signado por el eminente historiador: Dr. Enrique Flores Cano.

Luis asumió así la defensa del patrimonio arquitectónica de Durango y la conservación del Centro Histórico, empresa que le acarreó no pocos disgustos y algunas enemistades. Una vez que yo regresé de vacaciones a Durango, estábamos sentados en la terraza de su casa en la sierra con el espléndido paisaje de la barranca ante nuestros ojos. Lo felicité de corazón por haber contribuido a dignificar el centro de la ciudad.

En 1990, me invitó a colaborar en la celebración del décimo aniversario de la fundación del COPPAC. Planeamos una muestra de pintura y escultura de las mujeres durangueñas que se montó en el Museo Regional de Historia. De muros hogareños, comedores y estancias familiares, salieron bodegones, retratos, rincones, flores, fantasías, obras de cerámica y miniaturas en plata. Con mucho orgullo, y sin falsa modestia, nos cabe a Luis y a mí  la gran satisfacción de haber impulsado de alguna manera la actividad artística de la mujer en nuestro medio.

Sin duda, la obra de mayor envergadura, en cuanto a restauración se refiere, que emprendió Luis Rivera fue el palacio del Conde de Súchil, actual oficina matriz de BANAMEX  en esta ciudad. Curiosamente, el bisabuelo de Luis, don Maximiliano Damm, fue propietario de eeste inmueble a comienzos del siglo veinte y sus iniciales pueden apreciarse en el escudo que remata la puerta principal. Parecería que el destino les preparó una cita para encontrarse en este recinto.  La realización de este proyecto le valió a Luis el reconocimiento otorgado por la Sociedad Defensora del Tesoro Artístico de México.

El COPPAC publicó en 1995 un bello libro (quizá el primero de su tipo en Durango) titulado Patrimonio Arquitectónico de la Ciudad de Durango, ilustrado con bellas fotografías de iglesias y espacios y edificios civiles. Al comienzo, Luis escribió lo siguiente: “Es ahora que con el apoyo del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, podemos plasmar en este libro el contenido de datos escritos y gráficos referentes a tan valioso acervo (de Durango), y apoyar una vez más la tarea de dar a conocer por todos los conductos posibles este aspecto de nuestra presencia en la historia, y contribuir con ello a su conservación y defensa”. Dada su aceptación, el libro alcanzó una segunda edición.

Luis unió sus esfuerzos a la política de oposición. Fue miembro del PAN (hoy, por primera vez en el gobierno en Durango) desde1983 y llegó a ocupa varios cargos dentro del partido: entre otro, consejero estatal y secretario de acción electoral del Comité Municipal del partido. Su vehemencia lo llevó a vivir días difíciles; no obstante, se mantuvo en la línea que se había trazado.

Lo recuerdo ahora como un amigo de siempre. De alguna manera, y a pesar de nuestras vidas y convicciones a veces divergentes, conservamos la amistad de la adolescencia intacta. Cuando yo venía de vacaciones, reanudábamos la plática como si la hubiéramos interrumpido el día anterior. Hoy, se ha adelantado en el camino. Deja tras sí una obra importante y trascendente; tiene bien ganado un sitio en la historia de la arquitectura en Durango.

Cicerón escribió hace dos mil años: “El que mira a un amigo verdadero es como si viera su propia imagen. Y así, los ausentes de hacen presentes; los pobres, ricos; los débiles, fuertes, y –lo que es más difícil de decir- los muertos, vivos”. Por ello, tengo la impresión de que pronto recibiré su llamada convocándome a la próxima reunión del COPPAC.



Texto leído en un aniversario luctuoso de Luis Rivera Damm. Estos últimos años he pensado mucho en él  deseando que estuviera presente para que opusiera al destrozo que hizo el gobernador Ismael Hernández Deras de dos hermosos edificios de Durango: el Hospicio Juana Villalobos, construido durante el porfiriato y que podría haber sido un maravilloso centro cultural, y la hacienda de La Ferrería, destrozada en su interior y de la que sólo se conservan como originales los muros exteriores. Quizá no habría tenido éxito, pero le habría dado más énfasis a la oposición de la comunidad cultural. 

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