EVOCACIÓN DEL
ARQUITECTO LUIS RIVERA DAMM
¡Qué sencilla es la muerte, qué sencilla
Pero que injustamente arrebatada!
Miguel Hernández, “Elegía primera”
Nunca como hoy estimo apropiados
los versos del gran Miguel Hernández para hablar del arquitecto Luis Sergio
Rivera Damm, fallecido el 18 de septiembre de 1998, cuando todavía había en su
ánimo el deseo de aplicar su talento y su esfuerzo a su familia, pero también a
la Ciudad de Durango y a su sociedad.
Fue el segundo hijo del
matrimonio formado por don Roberto Rivera, hombre de buen humor y de amplia
sonrisa, y de doña Celia Damm, mujer amable y bulliciosa. De ellos heredó Luis
la ironía fina y el comentario oportuno que con frecuencia salpimentaban su
discurso.
Luis y yo fuimos compañeros de
preparatoria en el Instituto Juárez: él, en el bachillerato de Ciencias, y yo,
en el de Filosofía y Derecho. Viajó
luego a la Ciudad de México para estudiar arquitectura en la Universidad
Nacional Autónoma de México; en 1961, a su regreso a Durango, contrajo
matrimonio con Bertha Fournier, con quien tuvo cuatro hijos: Luis, Bertha,
Clara y Federico.
Inició su práctica profesional y
empezó a destacar en su ramo. Concibió después un proyecto que califiqué de
peregrino: matricularse en la Escuela de Odontología, de la Universidad Juárez
del Estado de Durango. Sin embargo, logró su propósito y, en 1978, al terminar
la carrera, se le otorgó el Reconocimiento a los Mejores Estudiantes de México
para el Estado de Durango en esa disciplina. Tres años después recibió la
medalla al mérito Benito Juárez por su altísimo desempeño académico.
Comentando con él en alguna
ocasión que para mí la arquitectura y la odontología eran incompatibles,
repuso: “No, se requiere de un alto sentido estético para lograr bellos
trabajos dentales”. De hecho, al final de su vida impartía la materia de
Estética en la preparatorio diurna de la UJED donde, asimismo, fue profesor
titular de Dibujo Constructivo durante treinta años.
Su espíritu inquieto lo orientó
luego en dos direcciones: la restauración arquitectónica y la política. En
cuanto a la primera, concibió la idea de fundar, en 1980, el Consejo para la
Preservación del Patrimonio Artístico y Cultural de Durango, A.C. (COPPAC),
organismo que presidió hasta su fallecimiento si bien en múltiples ocasiones
comentó, en las juntas mensuales, que estaba preparado para la llegada de la
revolución que pusiera fin al porfiriato. No obstante, la oposición era débil y
salía reelecto.
En 1984, el COPPAC recibió una
honrosa distinción: fue nombrado auxiliar del Instituto Nacional de
Antropología Histórica en Durango, ante el municipio, para cualquier asunto
relacionado con el Centro Histórico. El oficio que confirma lo anterior está
signado por el eminente historiador: Dr. Enrique Flores Cano.
Luis asumió así la defensa del
patrimonio arquitectónica de Durango y la conservación del Centro Histórico,
empresa que le acarreó no pocos disgustos y algunas enemistades. Una vez que yo
regresé de vacaciones a Durango, estábamos sentados en la terraza de su casa en
la sierra con el espléndido paisaje de la barranca ante nuestros ojos. Lo
felicité de corazón por haber contribuido a dignificar el centro de la ciudad.
En 1990, me invitó a colaborar en
la celebración del décimo aniversario de la fundación del COPPAC. Planeamos una
muestra de pintura y escultura de las mujeres durangueñas que se montó en el
Museo Regional de Historia. De muros hogareños, comedores y estancias
familiares, salieron bodegones, retratos, rincones, flores, fantasías, obras de
cerámica y miniaturas en plata. Con mucho orgullo, y sin falsa modestia, nos
cabe a Luis y a mí la gran satisfacción
de haber impulsado de alguna manera la actividad artística de la mujer en
nuestro medio.
Sin duda, la obra de mayor
envergadura, en cuanto a restauración se refiere, que emprendió Luis Rivera fue
el palacio del Conde de Súchil, actual oficina matriz de BANAMEX en esta ciudad. Curiosamente, el bisabuelo de
Luis, don Maximiliano Damm, fue propietario de eeste inmueble a comienzos del
siglo veinte y sus iniciales pueden apreciarse en el escudo que remata la
puerta principal. Parecería que el destino les preparó una cita para
encontrarse en este recinto. La realización
de este proyecto le valió a Luis el reconocimiento otorgado por la Sociedad
Defensora del Tesoro Artístico de México.
El COPPAC publicó en 1995 un
bello libro (quizá el primero de su tipo en Durango) titulado Patrimonio Arquitectónico de la Ciudad de
Durango, ilustrado con bellas fotografías de iglesias y espacios y
edificios civiles. Al comienzo, Luis escribió lo siguiente: “Es ahora que con
el apoyo del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, podemos plasmar en
este libro el contenido de datos escritos y gráficos referentes a tan valioso
acervo (de Durango), y apoyar una vez más la tarea de dar a conocer por todos
los conductos posibles este aspecto de nuestra presencia en la historia, y
contribuir con ello a su conservación y defensa”. Dada su aceptación, el libro
alcanzó una segunda edición.
Luis unió sus esfuerzos a la
política de oposición. Fue miembro del PAN (hoy, por primera vez en el gobierno
en Durango) desde1983 y llegó a ocupa varios cargos dentro del partido: entre
otro, consejero estatal y secretario de acción electoral del Comité Municipal
del partido. Su vehemencia lo llevó a vivir días difíciles; no obstante, se
mantuvo en la línea que se había trazado.
Lo recuerdo ahora como un amigo
de siempre. De alguna manera, y a pesar de nuestras vidas y convicciones a
veces divergentes, conservamos la amistad de la adolescencia intacta. Cuando yo
venía de vacaciones, reanudábamos la plática como si la hubiéramos interrumpido
el día anterior. Hoy, se ha adelantado en el camino. Deja tras sí una obra
importante y trascendente; tiene bien ganado un sitio en la historia de la
arquitectura en Durango.
Cicerón
escribió hace dos mil años: “El que mira a un amigo verdadero es como si viera
su propia imagen. Y así, los ausentes de hacen presentes; los pobres, ricos;
los débiles, fuertes, y –lo que es más difícil de decir- los muertos, vivos”.
Por ello, tengo la impresión de que pronto recibiré su llamada convocándome a
la próxima reunión del COPPAC.
Texto leído en un aniversario
luctuoso de Luis Rivera Damm. Estos últimos años he pensado mucho en él deseando que estuviera presente para que
opusiera al destrozo que hizo el gobernador Ismael Hernández Deras de dos
hermosos edificios de Durango: el Hospicio Juana Villalobos, construido durante
el porfiriato y que podría haber sido un maravilloso centro cultural, y la
hacienda de La Ferrería, destrozada en su interior y de la que sólo se
conservan como originales los muros exteriores. Quizá no habría tenido éxito,
pero le habría dado más énfasis a la oposición de la comunidad cultural.
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