lunes, 18 de julio de 2016

Cuento sobre un ciempiés que quería visitar mi casa

HISTORIA DE UN CIEMPIÉS

Hace unos días la ciudad de Durango se vio invadida por una plaga de gusanos. Cuando encontré el  primero en un patio de mi casa y me di cuenta de que tenía muchas patitas, pensé que quizá era un ciempiés recién nacido. De todos modos, lo mandé al paraíso de los ciempiés, como suelo decir. Al día siguiente, aparecieron más en el jardín y en el otro patio, así como también llegó un aviso de la administración sugiriendo que fumigáramos nuestro jardín. Todo esto me hizo recordar mi encuentro con un ciempiés hace diez años, cuando me mudé a esta casa, el fraccionamiento era casi campo y la ciudad no nos había alcanzado.

Una noche, encontré un  pequeño animal que nunca había visto antes y que se esforzaba por subir los escalones de entrada a mi casa. Parecía  un ciempiés,  medía unos diez centímetros y tenía numerosas patitas. Nunca antes había visto uno. Quise seguir la doctrina budista que recomienda no dar muerte a ningún animal vivo (en Durango no sería posible actuar así en relación con los alacranes porque la mortandad sería enorme. Por ejemplo, este año se contabilizan ya más de tres mil personas picadas por este arácnido), así que lo recogí cuidadosamente  con el recogedor de basura. Luego, caminé hasta la entrada del fraccionamiento y lo solté entre las hierbas. Le recomendé, como si pudiera escucharme y hacerme caso, que no volviera a las cercanías de mi casa.

No era extraño encontrar culebras, lagartijas, arañas en los lotes baldíos cuando hacía mucho calor y la hierba había crecido o cuando se iniciaba alguna construcción que los privaba de su hábitat. En esos días, había muy pocas casas habitadas en el fraccionamiento. La mía fue la numero catorce y era la única en la mitad izquierda del fraccionamiento, así que se volvía imprescindible acostumbrarse a estas sorpresas. Por fortuna, en esta área de la ciudad no es común encontrar alacranes aunque siempre existía la posibilidad de que alguno viniera escondido en el material de construcción como ocurre en el cuento “Muerte por alacrán”, de la escritora uruguaya Armonía Somers.

Una noche, cuando ya me había olvidado del ciempiés y rogaba no encontrarme con una culebra, lo  vi de nuevo. Había crecido y medía ya entre veinticinco y treinta centímetros. De nuevo, intentaba subir los escalones de la casa. Lo aparté con un palo, entré en la casa y tomé un insecticida. Sin compasión, lo rocié abundantemente. Se negaba a morir. Entonces, lo empujé con el palo hacia el centro de la calle y ahí lo dejé. Todavía pataleaba con algunas de sus patas. Ignoro si lo aplastó algún vehículo o si  se fue hacia el parque y, luego, al paraíso de los ciempiés. 

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