domingo, 15 de enero de 2017

Novela de Umberto Eco que enseña mucho sobre la Edad Media.

LA ISLA DEL DÍA DE ANTES

Esta novela de Umberto Eco que compré en 1997, con descuento,  y que me había esperado sin chistar en el librero, al fin salió de su lugar y me puse a leerla. Cualquier lectura de Eco es un reto: requiere, en primer lugar, de un lector informado,  de paciencia, atención, un poco de conocimiento de lenguas extranjeras y búsqueda de los datos que pueden ayudar a comprenderla. Al concluirla, el lector se dará  cuenta de que valió la pena el esfuerzo.

Los hechos suceden en el siglo XVII, específicamente en el verano de 1643, cuando un náufrago en el Océano Pacífico, Roberto de la Grive (de origen francés) asido a una tabla y que no sabemos cuánto tiempo ha estado así, divisa un barco –después sabremos que se llama Daphne- al que logra subir mediante una cuerda que colgaba de la nave. Recorre una gran parte del barco y se da cuenta de que no hay nadie, pero tampoco señales de que haya habido una plaga o una enfermedad mortal. Cuando se ha repuesto un poco del gran esfuerzo realizado, empieza a recorrer cautelosamente la nave y a los únicos seres vivos que encuentra son muchas aves multicolores en sus jaulas y que jamás había visto en Europa.

Por su parte, Roberto de la Grive hacía embarcado en una nave llamada Amarilis, que había zarpado de Amsterdam, como también lo había hecho el Daphne, pero el primero había naufragado y Roberto era  el único superviviente. Encuentra agua para beber y se alimenta con los huevos que ponen las gallinas enjauladas mientras vaga temeroso por el barco. Todas las aves parecen bien alimentadas y tienen agua para beber, lo que le hace suponer que debe haber alguien más en la nave.  Muchas páginas más adelante sabremos por el padre Caspar, un jesuita cadavérico que encuentra en el fondo del barco y que había logrado sobrevivir, que el objeto de la expedición tanto del Amarilis como del Daphne era encontrar el punto fijo, el cual, según encontré en el internet, era precisamente el lugar donde se dividía la tierra en dos partes, el oriente y el occidente, porque según la filosofía de ese entonces la tierra estaba formada por materiales acuosos que se unían precisamente en el punto fijo. Veamos lo que escribe Eco:

Porque aquí está el meridiano ciento y ochenta, que es exactamente el que la tierra en dos separa, y por la otra parte está el primer meridiano: tú cuentas uno, dos, tres, por trescientos y sesenta grados de meridiano, y si eres a ciento y ochenta, aquí es media noche, y en aquel primer meridiano es medio día. ¿Verstanden? ¿Tú adivinas agora por qué las Islas Salomón han sido así llamadas? Salomón dixit corta niño en dos, Salomón dixit corta Tierra en dos.”

Además de todos estos alegatos y discusiones sobre los meridianos, porque no hay ningún problema con la latitud, en las largas horas que Roberto pasa solo, echado sobre un camastro, escribe en unos papeles que  encuentra una larga carta a su amada Lilia, a la que llama Señora, aunque sabe que nunca llegarán a sus manos. En estas cartas rememora su participación en la guerra de los treinta años (otro problema que le plantea Eco al lector quien si quiere entender bien la historia necesita informarse sobre la guerra). Esta contienda tuvo lugar entre 1618 y 1648 entre Francia y España. Italia todavía no existía como tal.

Uno de los problemas entre ambos países era la libertad religiosa y, el otro, que Francia deseaba establecer su predominio en la Europa central y restablecer el equilibrio que se había roto a raíz de las victorias de Carlos V de Habsburgo, rey de Austria y de España y que defendía el catolicismo con mucha energía. Por ello, había entrado en conflictos que, a la postre, resultaron inútiles.  Carlos V no ganó todas las batallas, como presumía, pero sí se bordaron unos inmensos tapices que proclamaban sus victorias –lo que no era cierto- que se exhibieron hace ya muchos años en el Museo de San Ildefonso (antigua Escuela Preparatoria en la Ciudad de México) y que tuve oportunidad de admirar.
Un siglo después de los hechos narrados en esta novela, el problema del punto fijo quedó resuelto con la invención del cronómetro marino de Harrison, y según dice Eco, los papeles que había escrito Roberto con tanto cuidado fueron a dar a las manos de algún librero de papeles antiguos donde, supuestamente, los encuentra Eco y le sirven para escribir esta novela.

Sabemos que el padre Caspar fallece y Roberto muere también  después de prenderle fuego  al Daphne y lanzarse al mar con la ilusión de llegar a la isla, lo que no sucede.   Sin embargo, antes de hacerlo abre todas las jaulas y obliga a las aves al levantar el vuelo. Ya en las aguas y antes de morir, alcanza a ver a la Paloma Naranjada que sale de su jaula y levanta el vuelo.


Vocabulario: verstanden = entendido 



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