domingo, 22 de enero de 2017

Un poco de historia sobre los menonitas en Dgo.

LOS MENONITAS EN DURANGO

Yo conocí a los menonitas cuando era niña. Venían a consulta con mi tío Alfonso Pérez Gavilán que tenía su consultorio en la casa donde vivía mi abuela, una espaciosa casa sobre la calle de Zaragoza. Me llamaban la atención porque ellas siempre vestían un vestido negro  floreado y la cabeza cubierta con un chal o pañoleta. Ellos vestían un pantalón de mezclilla, con pechera, una sencilla camisa y un sombrero de paja. Ignoro cómo se entendían porque mi tío no hablaba alemán, pero sí inglés. Además, como era un hombre tranquilo y preocupado por sus pacientes, es seguro que se esforzaba por entender lo que ellos le dijeran. Lo demás se lo decía el examen médico. La mujer llevaba siempre una canasta con una blanca servilleta que cubría su contenido. A veces pienso que era su manera de pagar los honorarios.

Muchos años después, durante un corto período en que trabajé para la Embajada de Canadá, me encontré a los menonitas de nuevo, pero esta vez en papel. Muchos habían venido a Durango desde Canadá y querían conservar la nacionalidad canadiense, aun cuando ya iban en la tercera generación.  Mi trabajo consistía en revisar todos los documentos que se recibían diariamente y que incluían desde el acta de nacimiento del abuelo para comprobar que la solicitud de querer registrar al nieto como ciudadano canadiense era justificada.  Pero nunca estudié ni reflexioné más sobre ellos hasta que volví a Durango y conocí a Liliana Salomón Meraz, autora del libro Historia de los menonitas radicados en Durango (2ª. Ed, 2009).

La historia de la llegada de los menonitas a México es larga, pero nos concentraremos en lo que se refiere a su establecimiento en Durango. La autora nos informa que “En junio de 1924, 347 menonitas que integraban cuarenta familias llegaron a Durango”. Luego, continúa: “da una idea de su llegada el dato de que sólo un tren con veintisiete carros de carga, cuatro coches de pasajeros y dos carros de equipajes” viajaron durante diez o doce días desde Saskatchewan, Canadá, atravesando todo el territorio de los Estados Unidos y el norte de México hasta llegar a la estación de Alisos, a cinco minutos de Patos (hoy Nuevo Ideal) donde se establecieron. Señalaremos de paso que esa región llevaba el nombre de Patos por la cantidad de aves migratorias que llegaban a las lagunas de esa región.

Ya radicados en Durango, los menonitas se dedicaron a trabajar duro (y lo siguen haciendo) en la tierra que habían adquirido en esa región del noroeste del estado. Era una región donde no había mucha agua y el frío invernal es intenso, pero los menonitas la han convertido en un vergel. Tan es así que hay muchos turistas  han viajado especialmente a Durango para conocer esa zona. Se les conoce  generalmente como las Colonias Menonitas. Tienen una tienda donde expenden sus productos y con facilidad y sencillez muestran a los visitantes sus instrumentos de trabajo y sus instalaciones. A pesar de que se niegan  a que sus hijos asistan a la escuela normal, han aprendido el español y lo hablan muy bien. Son familias muy numerosas con siete o diez hijos y las mujeres se sienten mal  si  no logran tener muchos hijos.  Son especialistas en la fabricación de queso que se vende en muchas tiendas de Durango; además, ofrecen también a los visitantes hamburguesas con una gruesa rodaja de carne (yo sólo puedo comerme la mitad), pan y galletas.

Su arduo y continuado trabajo ha hecho de la región de Nuevo Ideal un sitio interesante. Distan aproximadamente dos horas y media en coche desde la capital del estado, pero kilómetros antes de llegar ya se empieza a distinguir el verdor de sus campos. Además, han hecho de Nuevo Ideal una región próspera que cuenta con una excelente institución  financiera, además de restaurantes que pueden atraer a los visitantes.


Cuando en la Ciudad de México o en otras regiones se habla de los menonitas, siempre se refieren a los establecidos en la región de Cuauhtémoc, Chihuahua, y olvidan a los que viven en Durango. Tal sucede, por ejemplo, en el filme Luz silenciosa, del director mexicano Carlos Raygadas que fue galardonada con el Ariel, además de un premio en el Festival de cine de Rotterdam en 2005 y otro premio, en Lima, Perú, en el mismo año. No la he visto, pero sé que es muy larga y que la fotografía es espléndida porque muestra el amanecer y el atardecer, con espléndidos colores, en las amplias llanuras de Chihuahua. Sin embargo, puedo afirmar que los colores del cielo en Durango tanto al inicio del día como al ocaso compiten y quizá ganen a los del estado de Chihuahua. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario