GUILLERMO BRAVO,
MURALISTA
En diciembre de 2015 el Instituto de Cultura del Estado
publicó un hermoso libro titulado Guillermo Bravo. El muralismo en Durango, que
también recoge varias de sus obras de caballete. Los murales de los que da
cuenta el volumen impreso en papel de excelente calidad y estupendamente
ilustrado con bellas fotografías tomadas por Rocío Guillén, son los siguientes:
“Desarrollo industrial” (1961), en la Casa de la Juventud. En seguida, “Ofertorio”
(1965), realizado en el antiguo bar del Hotel Casablanca, que continúa cerrado
excepto en ocasiones especiales. En seguida mencionaremos la “Alegoría del
desarrollo del México modernista” (1979) pintado en el cubo de la escalera del
segundo patio del antiguo Palacio de Gobierno, hoy convertido en el Museo
Francisco Villa. Mencionaremos ahora el
titulado “La justicia, el falso profeta y el abogado del diablo” (1979) que se
puede visitar, mediante autorización especial, en la Facultad de Derecho de la
Universidad Juárez del Estado de Durango, Por último, se incluyen fotografías
del titulado “Testimonio de una
provincia universal” (1996-1997), realizado en el cubo de la escalera del actual
Hotel San Jorge, ubicado en la calle Constitución, y en el que colaboró el
pintor Ricardo Fernández.
Debo decir que mis preferidos son el titulado “Alegoría del
desarrollo modernista de México” que muestra el poder de los trenes construidos
durante la administración del general Porfirio Díaz, además de un estupendo
caballo y unos jinetes que nos recuerdan la revolución. El colorido es
espléndido, en especial el manejo del azul en sus diversas tonalidades, color
de algún manera preferido por Guillermo Bravo, en sus pinturas de caballete. El
otro es el bautizado como “Testimonio de una provincia universal” porque presenta
una imagen de la ciudad de Durango durante el período colonial, así como de sus
actividades.
Para redondear este texto y para recordar a Guillermo Bravo,
que fue mi amigo y un hombre honesto, digno y leal, quiero reproducir aquí un
texto que leí en una ceremonia organizada para conmemorar el aniversario de su
fallecimiento ocurrido el 16 de diciembre de 2004 y que titulé “Viaje al pasado
de la mano de Guillermo Bravo”.
Hoy hace cinco años que te adelantaste en el
camino, y esta noche estamos aquí
reunidos tu esposa Caro, tus hijos, tus amigos, tus colaboradores en el Museo
de Arte Ángel Zárraga, donde fuiste director, para hablar de ti, recordarte y
brindar por tu salud deseando que, estés donde estés, tengas paz, tranquilidad
y la serenidad que acompaña a la muerte cuando se ha cumplido con la vida a
cabalidad.
Te propongo esta noche que
hagamos un viaje al pasado, al estilo de Alejo Carpentier en su famoso cuento
“Viaje a la semilla”. Empezaré, entonces, por recordar quizá la última vez que
conversé contigo, lo cual no impide que nos hayamos saludado en la calle algún
día. Tal vez fue en la cena a la que Caro y tú nos invitaron a un grupo selecto
de amigos, como dijiste, aquéllos con quienes querías compartir el pan y la
sal. Esa noche, en tu casa, estuvimos, entre otros, Chalío y Alba Salas, Rubén
Castrellón y yo. Recuerdo que le pediste a Chalío que interpretara en su
guitarra algunas melodías (una de ellas de su autoría) por las que sentías
predilección. La reunión terminó temprano, antes de la medianoche.
Durante los años cuando fuiste
director del Museo, intercambiábamos con
frecuencia algunas palabras puesto que tú debías saludar a todos los asistentes
y asegurarte de que todo estuviera en orden. Tengo muy presente que en esas ocasiones
–y en muchas otras- me expresaste tu estimación y tu interés por que yo ocupara
algún cargo donde pudiera –según creías,
encontrar el cauce para desarrollar mi creatividad y ser más útil para Durango.
Te preocupabas, además, por que alguien me escoltara hasta mi coche puesto que
yo iba sola.
Yéndonos más atrás, acude a mi
memoria una comida que se ofrecía a José Luis Cuevas en el Museo de la Ferrería
(que todavía era museo y lucía su bella fuente) un sábado o domingo. Tú
llegaste, acompañado de Rubén Castrellón, creo, sumamente indignado porque se
habían presentado en el aeropuerto para darle la bienvenida y se encontraron
con la sorpresa de que Cuevas salía ya del brazo de Pilar Rincón, que había
logrado entrar hasta la pista so pretexto de que el pintor estaba un poco enfermo y que su hija
Jimena –con quien había tomado un curso- le había recomendado que lo ayudara en
todo lo necesario.
Ahora daremos un salto más atrás,
a la tarde-noche cuando se inauguró el hermoso mural que adorna y enaltece el
cubo de la escalera –tu especialidad- del Hotel San Jorge. Creo que fue Héctor
Palencia quien leyó un texto explicativo, pero tus palabras fueron más
elocuentes. Ahí se aprecia la historia de la ciudad de Durango durante los años
de la colonia, la Casa de Moneda, el Camino Real de Tierra Adentro, el santo patrono, San Jorge, enfrentando al dragón, todo con una idea del
caminar por los senderos de Durango y, por qué no, de la vida misma. Resalta
entre los colores tan bien manejados por ti, el azul que, en mi opinión, añade
un toque muy personal a toda tu obra;
por ejemplo, los cuadros que decoran los muros del restaurante del Hotel
Casablanca.
Otro salto nos lleva a otro cubo
de escalera: esta vez en el segundo patio del Palacio de Gobierno. Aquí el tema
es la revolución. Dominan en el mural dos elementos fundamentales para el
movimiento armado: el caballo y el tren. Vemos al caballo como en la invitación
para esta noche, vigoroso, enérgico y en pleno movimiento, con las patas en el
aire, en veloz carrera y, por supuesto, el color azul.
Recuerdo también dos proyectos en
que colaboré contigo. El primero fue a principios de 1996 (en mi segundo
regreso a Durango) para el Día de la Enfermera. Tú habías organizado una
exposición de pintura con obras de enfermeras y me invitaste a decir unas
palabras la noche de la inauguración.
Antes, vimos los numerosos cuadros para que yo tomara notas. El otro fue a
finales de 1990 cuando el Consejo para
la Preservación del Patrimonio Arquitectónico y Cultural de Durango (COPPAC),
entonces presidido por el arquitecto Luis Rivera Damm, festejaba el décimo
aniversario de su fundación. En esa ocasión fui yo quien concibió la idea de curar una exposición de la
plástica femenina en Durango. A ti te
correspondió la selección de los cuadros y las esculturas. Hubo piezas de
cerámica, algunas miniaturas en plata y obras en yeso. Tú y yo, Guillermo, les dimos “valor
agregado” a esas obras (si utilizamos términos económicos) o hicimos una
“lectura” diferente (según la semiótica) al descolgarlos de los muros
familiares y exponerlos como obras de arte.
Ahora se me confunden los
tiempos. Yo vivo en el Distrito Federal y tú vas a presentar una exposición de
tu obra en el Polyforum Cultural Siqueiros. Ahí estuve, orgullosa de tu éxito y
de que me tomaras en cuenta para invitarme. Creo que hubo una exposición
posterior, en el mismo sitio, y con el mismo éxito.
Todavía más atrás, en un año
anterior, recuerdo un domingo cuando Caro y tú, recién casados, vivían en
Cuernavaca. Tú colaborabas en esos días en el taller de Siqueiros. Ocupaban un
departamento en una planta alta, me parece, y hasta allí llegué yo ese día para
saludar a los amigos y compartir la comida. Por la tarde, regresé al Distrito
Federal en el autobús. Recuerdo también que en una colonia de Cuernavaca, cuyo
nombre se me escapa, hay un jardín y un mural de Siqueiros. Lo visité con
frecuencia, en mis caminatas por la zona, cuando pasaba los fines de semana con
unos amigos que entonces vivían allá. Me detenía unos minutos ante el mural y
pensaba en Caro y en ti, como también en el cuento “El jardín de los senderos
que se bifurcan”, de Jorge Luis Borges,
y cómo, de bifurcación en bifurcación, la vida nos conduce por distintos
senderos de los que imaginábamos.
El tiempo me lleva ahora a
nuestros días de juventud en Durango. Caro y tú eran novios, y creo que
fue entonces cuando mi sendero se cruzó
con el suyo. En el Instituto Juárez había visto de lejos a tu hermano Roberto,
pero a ti no. Quizá estudiabas en el Distrito Federal por entonces. ¿Te
acuerdas de aquella perrita pequinesa que tenía Caro y que no nos dejaba
movernos y mucho menos salir porque estaba presta a morder? ¿Te acuerdas de cómo le tenía miedo Sara, esa
gran amiga de entonces, pintora, pianista y que tomaba clases de ballet con
Oloño junto con Margarita Irazoqui. Creo
que hasta la retrató con las zapatillas de punta.
Hemos llegado así a la semilla, a
aquellos días cuando la vida nos reunió dándonos la oportunidad de cultivar la
amistad. Hoy hace cinco años. Guillermo, te adelantaste en el camino. Te fuiste
sin el premio al creador emérito que no te fue concedido por reglamentos
burocráticos más difíciles de romper
que, en nuestros días, el matrimonio religioso. Te fuiste sin haber sido
director de la Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías de la Universidad
Juárez del Estado de Durango. Tampoco recibiste la medalla Colosio al mérito
ciudadano. No obstante, tu obra permanece para dar fe de tu compromiso con
Durango.
Ni falta que te hacen esos
galardones para ser recordado, para ocupar un sitio destacado en la historia de
la pintura en Durango. ¡Y mira si los merecías! Ahí están tus murales, tus
obras de caballete, tu digna tarea al frente del Museo. Te confieso que dije que no me
convencía tu cuadro sobre Silvestre Revueltas.
Apresurada, como muchas veces, comenté que le habías dado demasiada
fuerza a las piernas y no la suficiente a la cabeza. Silvestre tenía una
grande, y más voluminosa por el abundante pelo rizado, y el violín me pareció
pequeño. Más tarde recordé las palabras de Enrique Salas refiriéndose a una
estatua de Famara que no sé adónde se envió, que representaba a un violinista
con los pies juntos. Imposible que un violinista se pare así, afirmó Enrique, no tendría el equilibrio
suficiente para acometer con fuerza los allegro
con brio. De ahí que hayas plasmado a Silvestre con esas piernas vigorosas,
ahora lo entiendo.
En este “Viaje a la semilla” han
vuelto a mi memoria anécdotas y episodios que suponía perfectamente guardados
en el cajón de los recuerdos. “El pasado
se hace presente en cualquier momento”, escribió Milan Kundera. ¡Cuánta verdad
encierran estas palabras! En el cuento de Carpentier, una casa señorial es
demolida piedra por piedra para finalmente llegar al momento en que sólo
existía el predio, es decir, el inicio de la conquista de Cuba por los
españoles. Lo que he intentado esta noche es trazar el mapa de tu trayectoria
hasta donde me es posible porque ignoro los detalles de tu infancia y
adolescencia, así como de tus inicios como pintor, pero ésta fue la forma que
me pareció idónea para hablar del amigo que se fue.
En realidad, no te has ido del
todo porque, como dice Benedetti, en su poema “Los inmortales”, el cuerpo se
acabó pero
Quedan no obstante indicios
generosos
Arrabales o esencias
Provincias de entusiasmo
Árbol al que miraron ojos que
ya no existen
Y hace gala de aquel vistazo
tutelar
Como si se tratara de su hoja más verde
Senderos que los idos
transitaron o abrieron
Asumen en la tarde una libre
tristeza
Algo así como sauces o
memorias
Por donde ellos pasaron o
amaron o riñeron
Riñen aman o pasan futuros
inmortales
Ésos que un día perderán la
piel
Los brazos los riñones las
mejillas el sexo
Y sin embargo sobrevivirán.
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