sábado, 30 de abril de 2016

Guillermo Bravo, muralista y pintor de caballete

GUILLERMO BRAVO, MURALISTA

En diciembre de 2015 el Instituto de Cultura del Estado publicó un  hermoso libro titulado Guillermo Bravo. El muralismo en Durango, que también recoge varias de sus obras de caballete. Los murales de los que da cuenta el volumen impreso en papel de excelente calidad y estupendamente ilustrado con bellas fotografías tomadas por Rocío Guillén, son los siguientes: “Desarrollo industrial” (1961), en la Casa de la Juventud. En seguida, “Ofertorio” (1965), realizado en el antiguo bar del Hotel Casablanca, que continúa cerrado excepto en ocasiones especiales. En seguida mencionaremos la “Alegoría del desarrollo del México modernista” (1979) pintado en el cubo de la escalera del segundo patio del antiguo Palacio de Gobierno, hoy convertido en el Museo Francisco Villa.  Mencionaremos ahora el titulado “La justicia, el falso profeta y el abogado del diablo” (1979) que se puede visitar, mediante autorización especial, en la Facultad de Derecho de la Universidad Juárez del Estado de Durango, Por último, se incluyen fotografías del  titulado “Testimonio de una provincia universal” (1996-1997),  realizado en el cubo de la escalera del actual Hotel San Jorge, ubicado en la calle Constitución, y en el que colaboró el pintor Ricardo Fernández.

Debo decir que mis preferidos son el titulado “Alegoría del desarrollo modernista de México” que muestra el poder de los trenes construidos durante la administración del general Porfirio Díaz, además de un estupendo caballo y unos jinetes que nos recuerdan la revolución. El colorido es espléndido, en especial el manejo del azul en sus diversas tonalidades, color de algún manera preferido por Guillermo Bravo, en sus pinturas de caballete. El otro es el bautizado como “Testimonio de una provincia universal” porque presenta una imagen de la ciudad de Durango durante el período colonial, así como de sus actividades.  

Para redondear este texto y para recordar a Guillermo Bravo, que fue mi amigo y un hombre honesto, digno y leal, quiero reproducir aquí un texto que leí en una ceremonia organizada para conmemorar el aniversario de su fallecimiento ocurrido el 16 de diciembre de 2004 y que titulé “Viaje al pasado de la mano de Guillermo Bravo”.

 Hoy hace cinco años que te adelantaste en el camino,  y esta noche estamos aquí reunidos tu esposa Caro, tus hijos, tus amigos, tus colaboradores en el Museo de Arte Ángel Zárraga, donde fuiste director, para hablar de ti, recordarte y brindar por tu salud deseando que, estés donde estés, tengas paz, tranquilidad y la serenidad que acompaña a la muerte cuando se ha cumplido con la vida a cabalidad.

Te propongo esta noche que hagamos un viaje al pasado, al estilo de Alejo Carpentier en su famoso cuento “Viaje a la semilla”. Empezaré, entonces, por recordar quizá la última vez que conversé contigo, lo cual no impide que nos hayamos saludado en la calle algún día. Tal vez fue en la cena a la que Caro y tú nos invitaron a un grupo selecto de amigos, como dijiste, aquéllos con quienes querías compartir el pan y la sal. Esa noche, en tu casa, estuvimos, entre otros, Chalío y Alba Salas, Rubén Castrellón y yo. Recuerdo que le pediste a Chalío que interpretara en su guitarra algunas melodías (una de ellas de su autoría) por las que sentías predilección. La reunión terminó temprano, antes de la medianoche.

Durante los años cuando fuiste director del Museo, intercambiábamos  con frecuencia algunas palabras puesto que tú debías saludar a todos los asistentes y asegurarte de que todo estuviera en orden. Tengo muy presente que en esas ocasiones –y en muchas otras- me expresaste tu estimación y tu interés por que yo ocupara algún cargo donde pudiera  –según creías, encontrar el cauce para desarrollar mi creatividad y ser más útil para Durango. Te preocupabas, además, por que alguien me escoltara hasta mi coche puesto que yo iba sola.

Yéndonos más atrás, acude a mi memoria una comida que se ofrecía a José Luis Cuevas en el Museo de la Ferrería (que todavía era museo y lucía su bella fuente) un sábado o domingo. Tú llegaste, acompañado de Rubén Castrellón, creo, sumamente indignado porque se habían presentado en el aeropuerto para darle la bienvenida y se encontraron con la sorpresa de que Cuevas salía ya del brazo de Pilar Rincón, que había logrado entrar hasta la pista so pretexto de que el  pintor estaba un poco enfermo y que su hija Jimena –con quien había tomado un curso- le había recomendado que lo ayudara en todo lo necesario.

Ahora daremos un salto más atrás, a la tarde-noche cuando se inauguró el hermoso mural que adorna y enaltece el cubo de la escalera –tu especialidad- del Hotel San Jorge. Creo que fue Héctor Palencia quien leyó un texto explicativo, pero tus palabras fueron más elocuentes. Ahí se aprecia la historia de la ciudad de Durango durante los años de la colonia, la Casa de Moneda, el Camino Real de Tierra Adentro,  el santo patrono, San Jorge,  enfrentando al dragón, todo con una idea del caminar por los senderos de Durango y, por qué no, de la vida misma. Resalta entre los colores tan bien manejados por ti, el azul que, en mi opinión, añade un toque muy personal  a toda tu obra; por ejemplo, los cuadros que decoran los muros del restaurante del Hotel Casablanca.

Otro salto nos lleva a otro cubo de escalera: esta vez en el segundo patio del Palacio de Gobierno. Aquí el tema es la revolución. Dominan en el mural dos elementos fundamentales para el movimiento armado: el caballo y el tren. Vemos al caballo como en la invitación para esta noche, vigoroso, enérgico y en pleno movimiento, con las patas en el aire, en veloz carrera y, por supuesto, el color azul.

Recuerdo también dos proyectos en que colaboré contigo. El primero fue a principios de 1996 (en mi segundo regreso a Durango) para el Día de la Enfermera. Tú habías organizado una exposición de pintura con obras de enfermeras y me invitaste a decir unas palabras  la noche de la inauguración. Antes, vimos los numerosos cuadros para que yo tomara notas. El otro fue a finales de 1990 cuando el  Consejo para la Preservación del Patrimonio Arquitectónico y Cultural de Durango (COPPAC), entonces presidido por el arquitecto Luis Rivera Damm, festejaba el décimo aniversario de su fundación. En esa ocasión fui yo quien concibió  la idea de curar una exposición de la plástica femenina en Durango.  A ti te correspondió la selección de los cuadros y las esculturas. Hubo piezas de cerámica, algunas miniaturas en plata y obras en yeso.  Tú y yo, Guillermo, les dimos “valor agregado” a esas obras (si utilizamos términos económicos) o hicimos una “lectura” diferente (según la semiótica) al descolgarlos de los muros familiares y exponerlos como obras de arte.

Ahora se me confunden los tiempos. Yo vivo en el Distrito Federal y tú vas a presentar una exposición de tu obra en el Polyforum Cultural Siqueiros. Ahí estuve, orgullosa de tu éxito y de que me tomaras en cuenta para invitarme. Creo que hubo una exposición posterior, en el mismo sitio, y con el mismo éxito.

Todavía más atrás, en un año anterior, recuerdo un domingo cuando Caro y tú, recién casados, vivían en Cuernavaca. Tú colaborabas en esos días en el taller de Siqueiros. Ocupaban un departamento en una planta alta, me parece, y hasta allí llegué yo ese día para saludar a los amigos y compartir la comida. Por la tarde, regresé al Distrito Federal en el autobús. Recuerdo también que en una colonia de Cuernavaca, cuyo nombre se me escapa, hay un jardín y un mural de Siqueiros. Lo visité con frecuencia, en mis caminatas por la zona, cuando pasaba los fines de semana con unos amigos que entonces vivían allá. Me detenía unos minutos ante el mural y pensaba en Caro y en ti, como también en el cuento “El jardín de los senderos que se  bifurcan”, de Jorge Luis Borges, y cómo, de bifurcación en bifurcación, la vida nos conduce por distintos senderos de los que imaginábamos.

El tiempo me lleva ahora a nuestros días de juventud en Durango. Caro y tú eran novios, y creo que fue  entonces cuando mi sendero se cruzó con el suyo. En el Instituto Juárez había visto de lejos a tu hermano Roberto, pero a ti no. Quizá estudiabas en el Distrito Federal por entonces. ¿Te acuerdas de aquella perrita pequinesa que tenía Caro y que no nos dejaba movernos y mucho menos salir porque estaba presta a morder?  ¿Te acuerdas de cómo le tenía miedo Sara, esa gran amiga de entonces, pintora, pianista y que tomaba clases de ballet con Oloño junto con Margarita Irazoqui.  Creo que hasta la retrató con las zapatillas de punta.

Hemos llegado así a la semilla, a aquellos días cuando la vida nos reunió dándonos la oportunidad de cultivar la amistad. Hoy hace cinco años. Guillermo, te adelantaste en el camino. Te fuiste sin el premio al creador emérito que no te fue concedido por reglamentos burocráticos más difíciles  de romper que, en nuestros días, el matrimonio religioso. Te fuiste sin haber sido director de la Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías de la Universidad Juárez del Estado de Durango. Tampoco recibiste la medalla Colosio al mérito ciudadano. No obstante, tu obra permanece para dar fe de tu compromiso con Durango.

Ni falta que te hacen esos galardones para ser recordado, para ocupar un sitio destacado en la historia de la pintura en Durango. ¡Y mira si los merecías! Ahí están tus murales, tus obras de caballete, tu digna tarea al frente del  Museo. Te confieso que dije que no me convencía tu cuadro sobre Silvestre Revueltas.  Apresurada, como muchas veces, comenté que le habías dado demasiada fuerza a las piernas y no la suficiente a la cabeza. Silvestre tenía una grande, y más voluminosa por el abundante pelo rizado, y el violín me pareció pequeño. Más tarde recordé las palabras de Enrique Salas refiriéndose a una estatua de Famara que no sé adónde se envió, que representaba a un violinista con los pies juntos. Imposible que un violinista se pare así,  afirmó Enrique, no tendría el equilibrio suficiente para acometer con fuerza los allegro con brio. De ahí que hayas plasmado a Silvestre con esas piernas vigorosas, ahora lo entiendo.

En este “Viaje a la semilla” han vuelto a mi memoria anécdotas y episodios que suponía perfectamente guardados en el cajón de los recuerdos.  “El pasado se hace presente en cualquier momento”, escribió Milan Kundera. ¡Cuánta verdad encierran estas palabras! En el cuento de Carpentier, una casa señorial es demolida piedra por piedra para finalmente llegar al momento en que sólo existía el predio, es decir, el inicio de la conquista de Cuba por los españoles. Lo que he intentado esta noche es trazar el mapa de tu trayectoria hasta donde me es posible porque ignoro los detalles de tu infancia y adolescencia, así como de tus inicios como pintor, pero ésta fue la forma que me pareció idónea para hablar del amigo que se fue.

En realidad, no te has ido del todo porque, como dice Benedetti, en su poema “Los inmortales”, el cuerpo se acabó pero

Quedan no obstante indicios generosos
Arrabales o esencias
Provincias de entusiasmo
Árbol al que miraron ojos que ya no existen
Y hace gala de aquel vistazo tutelar
Como si se tratara de su  hoja más verde

Senderos que los idos transitaron o abrieron
Asumen en la tarde una libre tristeza
Algo así como sauces o memorias
Por donde ellos pasaron o amaron o riñeron
Riñen aman o pasan futuros inmortales
Ésos que un día perderán la piel
Los brazos los riñones las mejillas el sexo

Y sin embargo sobrevivirán.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario