EL MUSEO ÁNGEL
ZÁRRAGA VISITA AL HOTEL CASABLANCA
El Hotel Casablanca fue
inaugurado a finales de la década de los años cuarenta del siglo pasado y ha
gozado desde entonces de un gran prestigio y de la aceptación incondicional de
la sociedad durangueña que disfruta con frecuencia de su restaurante. Hace algunos
años, el ambiente era amenizado por el pianista Renato Romo y por los cantantes
Armando Blancarte y Antonio Haro que hacían
la delicia de los comensales. En la actualidad, quien se ocupa de
deleitar a los asistentes es el pianista Pedro Rocha. En 2013, para beneficio
de la cultura, dio un giro a sus actividades: se transformó en galería de pintura y en recinto cultural.
Fue así como se llevó a cabo el proyecto de decorar los muros del restaurante
con obras pertenecientes al
desaparecido Museo Ángel Zárraga. El
proyecto fue bautizado con el título que encabeza este texto.
La primera exposición se abrió al
público el 16 de mayo de 2013 con una exposición colectiva que incluyó artistas de la talla de Luis Nishizawa y
Vicente Rojo. La segunda, inaugurada el 8 de octubre de 2013, fue una colectiva “de los más destacados
exponentes de la plástica local”, en palabras de la pintora Elizabeth Linden
Bracho. La tercera, inaugurada el 20 de mayo de 2014, fue una exposición individual
del distinguido pintor y muralista durangueño, Guillermo Bravo Morán, quien en
lugar de haber continuado su carrera en la Ciudad de México, prefirió
arraigarse en su tierra natal.
En cuarto lugar, el 17 de
septiembre de 2014, se ofreció a la sociedad una muestra plural titulada “Óleos
y gráfica digital”, conformada por obras de los artistas José Luis Calzada y Ricardo Guevara. Con el título “Nosotros”, el 16 de diciembre
de 2014 los muros se vistieron con los cuadros de los maestros
Elizabeth Linden y Armando Blancarte. La última fue “Espejo de la
memoria” dedicada a la obra del maestro Candelario Vázquez Moreno.
En cuanto a las actividades del género literario, los maestros Rubén
Castrellón y Patricia Rodríguez, así como quien esto escribe dieron lectura a
varios textos del libro Historias de
vida. 21 mujeres de Durango. Tras el fallecimiento del gran poeta y
novelista José Emilio Pacheco, ocurrida
el 26 de enero de 2014, María Rosa Fiscal ofreció una charla sobre su obra. Por
último, con una nutrida concurrencia se llevó a cabo la presentación de dos
números de la revista Cantaletras, dirigida
por Petronilo Amaya.
Ahora, el Hotel Casablanca ha
decidido que en sus muros se ofrezca a los visitantes una selección de la obra
plástica de su propiedad con la presencia de tres notables artistas de Durango:
Irene Arias, Guillermo Bravo y José Luis Calzada.
Irene Arias nació en Mazatlán,
Sinaloa. Su padre, que era militar, fue trasladado a Durango y fue así cómo
ella llegó, en la adolescencia, a vivir en esta ciudad. Poco después la familia
se trasladó nuevamente a Mazatlán y, de ahí, a la Ciudad de México. Venciendo
la resistencia de su familia, Irene se matriculó en la escuela de pintura La
Esmeralda. Al mismo tiempo, fue una ejecutiva importante para la empresa
American Express, lo que le permitió viajar por el mundo, sin dejar de pintar.
Regresó a Durango en 1992 con el propósito de estar al lado de hermana, la
poeta Olga Arias. Prefiere la pintura abstracta y sobresalen, en mi opinión,
los tonos ocres con pinceladas lila,
rosa y azul, que son generalmente los colores que engalanan el cielo de esta
ciudad al atardecer. En el Hotel se puede apreciar un mural muy adecuado para un comedor que recuerda
a los bodegones que decoraban los
comedores de las mansiones.
Muralista y pintor de caballete,
Guillermo Bravo nació y estudió en Durango. Posteriormente, viajó a la capital
del país donde se incorporó al taller del reconocido muralista David Alfaro
Siqueiros. Trabajó bajo su dirección en el Polyforum Cultural Siqueiros, pero
también en el mural que se pintó en el Casino de la Selva, en la Ciudad de
Cuernavaca, Morelos. En Durango son de destacar, desde mi punto de vista, dos
murales: uno decora el cubo de la escalera del segundo patio del Palacio de
Gobierno, hoy convertido en el Museo Pancho Villa, y dedicado a la revolución.
El segundo puede apreciarse en el cubo de la escalera del Hotel San Jorge, en
la calle Constitución, y recuerda el
Durango colonial. Su obra de caballete es notable y, para mi gusto, sobresale su dominio del color azul.
Más joven que los anteriores,
José Luis Calzada es grabador y pintor; de hecho, dirigió tres talleres de
grabado en el antiguo Museo. Según uno de sus críticos, en su obra se aprecia
“un arcoíris de majestuoso colorido” donde destaca el resplandor del paisaje
durangueño. Radica en la Ciudad de México pero visita su ciudad natal con suma frecuencia. Su
colección de grabados elaborados después de una estancia en Cuba me pareció
hermosa.
Con esta nueva actividad, el
Hotel Casablanca me hizo recordar el restaurante Carmel, en la calle de Génova,
en la Zona Rosa de la Ciudad de México, propiedad de Jacobo Glantz, quien en
los años sesenta ofreció los muros de su establecimiento para dar a conocer las
primeras obras de José Luis Cuevas, Pedro Friedeberg y otros pintores que daban
sus primeros pasos en el camino del arte.
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