MONOGRAFÍA. TRESCIENTOS AÑOS DE FE Y TRADICIÓN
Situado a 133 kilómetros de la
ciudad de Durango (aproximadamente dos horas en automóvil), al noreste del
estado entre las sierras de San Lorenzo y Santa María, el pueblo de Cuencamé
celebró este año trescientos años de haber sido fundado por el capitán Velarde,
quien, además, bautizó con su nombre a una región cercana a la que llamó
Velardeña. Muy cerca se encuentra el pueblo de Santiago de Mapimí, fundado en 1598, considerado como
“pueblo mágico” (el único de nuestro estado aunque otros tienen tres o cuatro)
famoso y muy visitado por el impresionante puente de Ojuela, reminiscencia de
la mina operada por la compañía norteamericana Asarco que clausuró sus
operaciones en la década de los años cuarenta del siglo pasado.
En la actualidad, son pocas las personas que visitan Cuencamé
si exceptuamos la procesión que cada año se organiza para mostrar su devoción
al Cristo de Mapimí que está precisamente en la iglesia de Cuencamé. Antes, los
autobuses que se dirigían a La Laguna hacían una escala en este lugar y la gente
aprovechaba para comprar unas deliciosas
gorditas. Hoy ha quedado a un lado y a
menos que uno se desvíe, no es necesario detenerse allí. Por el contrario,
Mapimí sigue siendo muy visitado porque los turistas se interesan en conocer el
puente de Ojuela.
En cuanto a la imagen del Señor
de Mapimí, Salvador Salas refiere que los indígenas que defendían su territorio
y sus costumbres agredieron el jueves santo de 1715 a quienes llevaban la
imagen. Para protegerla, algunos vecinos
decidieron llevarla a Santa María de
Parras (hoy Parras de la Fuente, en el vecino estado de Coahuila), pero ese
propósito no pudo cumplirse y “el Cristo fue escondido bajo un inmenso mezquite
y cubierto por ramas”. Años después, fue encontrado y trasladado por unos
soldados a la Parroquia del Real de San Antonio de Cuencamé, considerado como
un sitio seguro, porque “el templo de Santiago de Mapimí quedó destruido”. Los
peregrinos que, año tras año, acuden a celebrar la fiesta del Señor de Mapimí a
principios del mes de agosto, se despiden el día siete con este canto: “Adiós
mi Padre querido,/Mi Señor de Mapimí,/Con el pecho adolorido,/nos despedimos de
ti”.
Entremezclada con la historia del
Cristo y de la evolución de los lugares mencionados, el lector conoce poco a
poco la historia de la familia Salas Ceniceros compuesta por el padre Ponciano
y su esposa María que procreó diez hijos que nacieron, crecieron, jugaron y disfrutaron
la vida en Velardeña, así como de singulares personajes como El Rápido. Don
Ponciano era aficionado a la fotografía y conocía el arte de la tipografía que,
andando el tiempo y cuando ya la familia vivía en Durango, Rosalío (mejor
conocido como Chalío y famoso especialmente por su dominio de la guitarra) y su
hermano Enrique, también destacado guitarrista, tuvieron un taller de
tipografía en la casa de la zona conocida como El Calvario. El cuarto hijo, Manuel,
se convirtió en un excelente pintor y, de hecho, realizó un cuadro de la imagen
del Señor de Mapimí.
La vida en Velardeña, narrada por
Salvador, quien se convirtió en un reconocido ginecólogo, no fue pesada ni
aburrida para los niños porque siempre encontraron alguna forma de divertirse.
Ni siquiera el calor los abrumó porque siempre era divertido bañarse en una
tina metálica llena de agua en el patio de la casa. Todos estos
acontecimientos, así como el crecimiento de los hijos, fueron conservados para
la posteridad por Don Ponciano en muchísimas fotografías que forman la
espléndida iconografía que acompaña al texto incluyendo una excelente foto del
momento de la demolición de la torre de la empresa minera Asarco.
Salvador Salas cierra la historia
de su familia en Velardeña y de los lugares mencionados con estas palabras: “No
tengo la menor duda de cómo los recuerdos pueden llegar en un tiempo tan
corto”, recuerdos que “dieron finalmente, como resultado, el texto sobre
Cuencamé y Velardeña, donde está enterrado mi cordón umbilical, mas no mis
recuerdos que seguirán vivos”.
Esta Monografía. 300 años de fe y tradición le valió a Salvador Salas el
primer premio del concurso convocado por Cuencamé para celebrar los 300 años de
su fundación.
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