sábado, 7 de noviembre de 2015

Salvador Salas y Cuencamé

MONOGRAFÍA.  TRESCIENTOS AÑOS DE FE Y TRADICIÓN

REMEMBRANZAS DEL DR. SALVADOR SALAS CENICEROS

Foto tomada en 1979 en el puente de Ojuela 



Situado a 133 kilómetros de la ciudad de Durango (aproximadamente dos horas en automóvil), al noreste del estado entre las sierras de San Lorenzo y Santa María, el pueblo de Cuencamé celebró este año trescientos años de haber sido fundado por el capitán Velarde, quien, además, bautizó con su nombre a una región cercana a la que llamó Velardeña. Muy cerca se encuentra el pueblo de Santiago de  Mapimí, fundado en 1598, considerado como “pueblo mágico” (el único de nuestro estado aunque otros tienen tres o cuatro) famoso y muy visitado por el impresionante puente de Ojuela, reminiscencia de la mina operada por la compañía norteamericana Asarco que clausuró sus operaciones en la década de los años cuarenta del siglo pasado.

 En la actualidad,  son pocas las personas que visitan Cuencamé si exceptuamos la procesión que cada año se organiza para mostrar su devoción al Cristo de Mapimí que está precisamente en la iglesia de Cuencamé. Antes, los autobuses que se dirigían a La Laguna hacían una escala en este lugar y la gente aprovechaba para comprar unas  deliciosas gorditas.  Hoy ha quedado a un lado y a menos que uno se desvíe, no es necesario detenerse allí. Por el contrario, Mapimí sigue siendo muy visitado porque los turistas se interesan en conocer el puente de Ojuela.

En cuanto a la imagen del Señor de Mapimí, Salvador Salas refiere que los indígenas que defendían su territorio y sus costumbres agredieron el jueves santo de 1715 a quienes llevaban la imagen. Para  protegerla, algunos vecinos  decidieron llevarla a Santa María de Parras (hoy Parras de la Fuente, en el vecino estado de Coahuila), pero ese propósito no pudo cumplirse y “el Cristo fue escondido bajo un inmenso mezquite y cubierto por ramas”. Años después, fue encontrado y trasladado por unos soldados a la Parroquia del Real de San Antonio de Cuencamé, considerado como un sitio seguro, porque “el templo de Santiago de Mapimí quedó destruido”. Los peregrinos que, año tras año, acuden a celebrar la fiesta del Señor de Mapimí a principios del mes de agosto, se despiden el día siete con este canto: “Adiós mi Padre querido,/Mi Señor de Mapimí,/Con el pecho adolorido,/nos despedimos de ti”.

Entremezclada con la historia del Cristo y de la evolución de los lugares mencionados, el lector conoce poco a poco la historia de la familia Salas Ceniceros compuesta por el padre Ponciano y su esposa María que procreó diez hijos que nacieron, crecieron, jugaron y disfrutaron la vida en Velardeña, así como de singulares personajes como El Rápido. Don Ponciano era aficionado a la fotografía y conocía el arte de la tipografía que, andando el tiempo y cuando ya la familia vivía en Durango, Rosalío (mejor conocido como Chalío y famoso especialmente por su dominio de la guitarra) y su hermano Enrique, también destacado guitarrista, tuvieron un taller de tipografía en la casa de la zona conocida como El Calvario. El cuarto hijo, Manuel, se convirtió en un excelente pintor y, de hecho, realizó un cuadro de la imagen del Señor de Mapimí.

La vida en Velardeña, narrada por Salvador, quien se convirtió en un reconocido ginecólogo, no fue pesada ni aburrida para los niños porque siempre encontraron alguna forma de divertirse. Ni siquiera el calor los abrumó porque siempre era divertido bañarse en una tina metálica llena de agua en el patio de la casa. Todos estos acontecimientos, así como el crecimiento de los hijos, fueron conservados para la posteridad por Don Ponciano en muchísimas fotografías que forman la espléndida iconografía que acompaña al texto incluyendo una excelente foto del momento de la demolición de la torre de la empresa minera Asarco. 

Salvador Salas cierra la historia de su familia en Velardeña y de los lugares mencionados con estas palabras: “No tengo la menor duda de cómo los recuerdos pueden llegar en un tiempo tan corto”, recuerdos que “dieron finalmente, como resultado, el texto sobre Cuencamé y Velardeña, donde está enterrado mi cordón umbilical, mas no mis recuerdos que seguirán vivos”.

Esta Monografía. 300 años de fe y tradición le valió a Salvador Salas el primer premio del concurso convocado por Cuencamé para celebrar los 300 años de su fundación.  

  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario