RECORDANDO A FRANK
SINATRA
El 12 de diciembre de 2015 se
cumplirán cien años del nacimiento de Frank Sinatra. En mi opinión, uno de los mejores cantantes que han
tenido en los Estados Unidos. Seguramente le harán muchos homenajes, aunque
quizá sus grandes amigos también hayan partido ya, pero todavía hay muchos
cantantes que interpretan las melodías que lo hicieron famoso adaptándolas al
gusto contemporáneo, aunque muchas emisoras de radio continúan utilizando sus
discos, entre otras, “My Way”, “New York, New York” “The Girl from Ipanema” y
“Fly Me to The Moon”, entre otras.
Cuando murió, el jueves 14 de
mayo de 1998, escribí un artítulo titulado “Gracias Blue Eyes”, que se publicó
en el periódico El Sol de Durango, el
23 de mayo de 1998. Lo rescato hoy porque sigo siendo su admiradora y porque mi
opinión sigue siendo la misma.
GRACIAS, BLUE EYES
Frank Sinatra murió de un infarto
el jueves 14 de mayo a lós 82 años. Su larga vida le permitió presenciar acontecimientos
decisivos para su país y para el mundo:
La depresión de 1929, la segunda guerra mundial (en la que participó
alentando a los ejércitos aliados con sus canciones), la guerra de Corea, la de
Vietnam, el bloqueo Cuba, el derrumbe
del muro de Berlín. Fue capaz de adaptarse a los cambios y de navegar en aguas
profundas. Se fue rodeado del respeto y de la admiración de millones de
personas. Su desaparición física afectará el ambiente musical y la canción
romántica. Con razón, pues los llamaban “La Voz”.
¿Qué debo agradecerle a Frank
Sinatra? En primerísimo lugar, su ayuda para aprender y enseñar el inglés. En
los días cuando carecíamos de cintas y de videos para la enseñanza de lenguas
extranjeras, la posibilidad de oír sus grabaciones facilitaba el desarrollo de
la comprensión auditiva, el aumento del vocabulario la imitación de la fonética inglesa. Su
excelente dicción y su léxico correcto convertían en un placer la obligación de
escucharlo con fines didácticos.
En segundo lugar, alegró las
fiestas de mi juventud y tiñó con los colores del arcoíris mis sueños
adolescentes cuando pensábamos que “Noche y día” y “Begin the Beguine” abrían
las puertas a la plenitud amorosa. Otras melodías como “Joven de corazón” me
hicieron reflexionar sobre el optimismo y la perseverancia. También me
introdujo a ciudades norteamericanas que él amaba y que inmortalizó con sus
interpretaciones: Chicago y Nueva York, sin olvidar el lamento sureño que el
Mississippi lleva entre sus aguas y que se escucha en “Old Man River”, de la
opereta Show Boat.
En tercer lugar, me hizo reír en
sus películas musicales al lado de Gene Kelly y me emocionó muchísimo con su
actuación en una cinta que marcó un hito en la forma de hacer cine: “De aquí a
la eternidad”. En “El hombre del brazo de oro” dio vida convincente a un
heroinómano. Como compañero de Grace Kelly, en “Alta sociedad”, mostró una
faceta distinta de su personalidad.
En 1966 regresé de Europa a bordo
del “France” (curiosamente, fue el último viaje del barco que, después de
remodelado, fue destinado a cruceros por el Caribe). Todas las noches, en el
salón de baile, oíamos y bailábamos al ritmo de “Extraños en la noche”, el
éxito de Sinatra que marcó su regreso a los escenarios. El amanecer nos
sorprendía en el bar oyéndola todavía. Su “dubidu” me acompañó en esa travesía
y quedó para siempre ligado en mi memoria a esa experiencia y a un sueño hecho
realidad.
Frank Sinatra se hizo popular
gracias a la radio. En la década de los cuarenta, todas las radiodifusoras
tocaban sus discos. Acompañó a la banda de Harry James, pero se separó a tiempo
para proseguir su carrera. El cine le
brindó la oportunidad de internacionalizarse y acrecentar su fama. Al cumplir
cincuenta años, anunció su retiro, que duró dos años. En la década de los
sesenta se orientó hacia la televisión. Sin perder su sello inconfundible, supo
adaptarse a los tiempos. Por ejemplo, el bossa nova y Antonio Carlos Jobim dieron
nuevos bríos a su trayectoria.
Sinatra obtuvo un Óscar. Mereció
todos los premios en el mundo de la música y batió récords de asistencia en Las
Vegas. Ayudó a John Kennedy a llegar a la presidencia. Se le ligó con la mafia,
pero él argumentaba que no podía dejar de ser amigo de los chicos con quienes
creció en el barrio de La pequeña Italia, en la ciudad de Nueva York.
Su ausencia me duele como si se
hubiera ido un amigo cercano. Nunca lo vi ni en Las Vegas ni en ningún otro sitio;
sin embargo, parece que lo llevo dentro de mí (como su canción “I’ve got you
under my skin”). Ocasionalmente, me acompaña los domingos y no se cansa de
interpretar mis melodías preferidas. No puedo menos que decir: “Gracias, Blue
Eyes”.
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