martes, 13 de mayo de 2014

Relato humorístico. Homenaje a don Evodio

VÍSTASE CON ESCALANTE Y DESVÍSTASE DONDE QUIERA.  

Según recuerdan algunos, tal era el anuncio que don Evodio Escalante Vargas utilizaba para la publicidad de su sastrería.  Otros opinan que el eslogan rezaba así: “Vístase con Escalante y desvístase con la mujer de sus sueños”. Poco importa: ya en una versión, ya en la otra, muestra el sentido del humor que siempre caracterizó a don Evodio y su imborrable sonrisa. Lo que sí recuerdo es que su sastrería -ubicada primero en la calle de Hidalgo esquina con la Avenida 20 de Noviembre y,  posteriormente, en esta avenida cerca de la calle Victoria- era la de mayor prestigio en esos días. Cuando un hombre portaba un traje elegante y bien cortado, no faltaba quien cuchicheara: “Con seguridad se lo hizo Escalante”.

Muchos, muchos años después la literatura se convirtió en el puente que nos acercó borrando algunas diferencias. Para entonces, había cambiado su sastrería por una tienda de ropa masculina localizada nuevamente sobre la Avenida 20 de Noviembre frente a la Soriana y estaba apurado por rematar la mercancía para dedicarse de tiempo completo a viajar, a la música (especialmente, el jazz) y a escribir poesía. Cuando nos encontrábamos en la calle, con mucha cortesía me decía: “Maestra”, al tiempo que extendía la mano o inclinaba ligeramente la cabeza. A mi vez, yo le contestaba: “¿Cómo está, don Evodio?” y correspondía a su leve sonrisa.

Don Evodio se confesaba ateo -“gracias a Dios”, agregaba-, odiaba furiosamente a los Estados Unidos de Norteamérica –lo que no le impedía viajar a Austin o a Los Angeles para saludar a su hijo Óscar que estudiaba allá- y adquirir las últimas novedades en discos de jazz. Yo me había alejado poco a poco del rígido catolicismo en que fui educada y compartía muchos de sus puntos de vista. Por ejemplo, cuando se presentó en el Teatro Victoria el monólogo “El novecento”, interpretado por Demián Bichir. El teatro estaba repleto de señoras y muchachas anhelantes por ver y tomarse una fotografía con el célebre actor, al que conocían  por el cine o por las telenovelas. La conmoción fue gigantesca. Sólo don Evodio y yo no aplaudimos a rabiar y, al salir, comentamos las deficiencias de la puesta en escena.

Se asumía orgullosamente indígena (no sé si en realidad por sus venas corría sangre puramente indígena) o si escogía esta actitud por solidaridad y para mostrar su preocupación social. Nació en Huazamota, Durango, el 6 de mayo de 1922 y desde su infancia residió en la ciudad de Durango. Fue autodidacta, pero eso no le impidió publicar en 1996 un libro titulado Huazamotoscora, mezcla de literatura y filosofía, que por una parte alude a su lugar de nacimiento y, por la otra, al grupo étnico asentado en su vecindad. En el préambulo, el autor confiesa la alegría de su origen: “Y desde niño sentí el orgullo de tener en mis venas sangre aborigen”. Los poemas se articulan, desde nuestro punto de vista, en torno a tres ejes principales: Dios, el ser humano y la verdad. En el poema que abre el libro, aparece primero el hombre y, después, Dios, quien existe porque es el hombre quien le da vida. En este concepto coincide con Osho y otros filósofos que sostienen que es el ser humano quien crea a Dios y a la religión porque tiene necesidad de creer en un ser superior. En su dedicatoria, escribió para mí: Dios,/Divina mentira,/que alcanzó/a ser verdad/ por los millones de veces/repetida”.

Amaba la poesía y la música, que combinaba apoyándose en un instrumento “hechizo de carácter artesanal”, como nos informa su hijo Evodio, y que le valió renombre especial en la ciudad: el tololoche cuasi-rupestre que no era sino un bajo adaptado a sus necesidades expresivas alterando las cuerdas originales y que pulsaba con la mano. Ocasionalmente, con una sonrisa pícara lo llamaba “toloache” porque “embrujaba a las personas”, tal como ocurre a quienes consumen esta hierba. Acompañándose de su instrumento, declamaba en ocasión de las fiestas patrias el famoso “Suave Patria”, de Ramón López Verlarde, pero estaba dispuesto a declamarlo en cualquier otra fecha si alguien se lo solicitaba.

Amaba la música y, sobre todo, el jazz. Por invitación de Jaime Hernández Montes, de Radio Universidad Juárez del Estado de Durango, inició un programa bautizado como “Improvisar improvisando” y que, posteriormente, se llamó “Jam Session”, del que se transmitieron por lo menos 240 programas; al inicio, entre semana, en el horario nocturno. Después, los sábados por la mañana.  Tenía una formidable colección de discos que había comprado en Los Angeles, Las Vegas y Holanda, quizá en Amsterdam donde vive y trabaja su hijo Yuri Alex. Destacaban entre ellos su colección de latin jazz, de tangos jazzeados, del Grupo Sacbé, y de Gato Barbieri. Además, había construido en su casa un estudio con todo el equipo necesario distribuyendo bocinas en varios lugares de la casa para disfrutar de la música dondequiera que se encontrara.

 El promotor cultural, Rubén Castrellón, afirma que don Evodio era una persona “muy particular”. De no ser así,  ¿cómo se explica que haya pasado de ser el sastrecillo valiente al Opus eros? Lo logró, piensa Rubén, porque decía las cosas sin ambages, aunque siempre con una sonrisa amable, a veces irónica, y, en ocasiones, cargada de sarcasmo. Me comenta, además, que en el bar de su casa –espacio al que nunca tuve acceso- había un letrero donde se leía:  “mezcalantícese”, en un claro juego con las palabras  mezcal y Escalante. En la década de los ochentas, fue miembro de la Casa de la Cultura, A.C. junto con Chalío y  Enrique Salas, Alba del Campo y otros más que dedicaron sus esfuerzos a difundir la cultura. Siempre contaron con el apoyo y la colaboración de don Evodio.

Falleció el 27 de agosto de 2003 a consecuencia de una caída mientras se esforzaba por cortar los aguacates del árbol de su huerto. Cayó de espaldas en la azotea. Como estaba solo, nadie se dio cuenta; cuando lo encontraron, ya era demasiado tarde. Como niño travieso, había intentado una hazaña que ya antes lo había puesto en dificultades.


Dejó todo dispuesto para que su funeral se llevara a cabo tal como lo  deseaba.  Para empezar, pidió que no hubiera ningún servicio religioso, y se cumplió su voluntad. Sus hijos lo recogieron de Funerales Analco para llevarlo a su casa donde deseaba pasar su última noche escuchando música, rodeado de su familia, los vecinos y todos los amigos que quisieran acompañarlo durante esas horas. Los poetas podían decir versos; los músicos, tocar alguna pieza; los cantantes, recordar alguna canción que complaciera a todos los presentes. Al día siguiente, antes de la despedida final, solicitó que dieran, con su ataúd, una vuelta a la plaza. Y se cumplieron sus deseos. Al salir de la casa, en una hermosa charola estaban los aguacates que tanto le gustaban con un letrero: “Cortesía de Evodio”.  

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