Este año se cumplen sesenta de la
filmación de la primera película del oeste en Durango: Pluma blanca (1954), protagonizada por Robert Wagner, Jeffrey
Hunter y Debra Paget. Además de Clark Gable, Richard Harris., Dean Martin, Burt
Lancaster, un actor que filmó varias películas en nuestro estado y logró
ganarse el respeto, el afecto y la admiración de la población fue John Wayne.
Tan es así que en el Canal 12, por la noche, en los cortes de los noticieros
pasan un promo del famoso vaquero.
Durante muchos años su figura
corpulenta (1.95 m.) llenó las pantallas de los cines, particularmente con
películas del oeste, aunque no sólo en ese género. Era considerado como el
símbolo de las virtudes más apreciadas por los norteamericanos en un período
tormentoso de la historia de los Estados Unidos: la depresión de 1929, la
segunda guerra mundial, la guerra fría con la URSS y la de Korea. Representaba, sin duda, la
virilidad, el coraje, el patriotismo y la vitalidad. De hecho, según se informa
en internet, después de su fallecimiento el Congreso de su país le otorgó una
medalla con esta única leyenda: “John Wayne, americano”. Esas tres palabras
bastaban.
El verdadero nombre de John Wayne
distaba mucho de evocar la masculinidad: se llamaba Marion Robert Morrison que,
en la década de los años treinta, se convirtió en Duke Morrison y, después, en sólo
Duke, que conservó hasta su
fallecimiento. Fue un bombero el primero en apodarlo así cuando, adolescente, lo veía recorrer el
vecindario repartiendo periódicos y entregando las medicinas que su padre
preparaba en su farmacia. Lo hacía
siempre acompañado de su perro Alistair. El bombero bautizó al muchacho como Big Duke, y al perro, Little Duke.
Nació el 26 de mayo de 1907 en
Winterset, Iowa, en el seno de una familia modesta durante un período en que la economía norteamericana
atravesaba por muchas dificultades, por
lo que se vio obligado a trabajar desde niño. Más tarde, fue carpintero y
tramoyista en los estudios de la Fox donde, para su buena suerte, se topó con
John Ford, quien se convirtió en su protector y maestro. De 1930 a 1938
apareció en numerosas películas del oeste, siempre con el nombre de Duke
Morrison. En los años cincuenta fundó su propia empresa llamada Wayne Fellows
cuyos filmes fueron calificados de mediocres por los críticos norteamericanos
porque, en su opinión, habían sido planeados para su lucimiento personal. Fue
en 1956 cuando protagonizó la película “Centauros del desierto”, dirigida por
John Ford, considerada por algunos como la mejor interpretación de su carrera.
En 1969 se le otorgó el Óscar por la mejor actuación masculina.
Según la información contenida en
el libro Durango. Filmografía (julio
1954-diciembre 1999), de Alberto Tejada Andrade, John Wayne filmó en
Durango cinco películas: “Los hijos de Katie Elder” (1966), “Chisum, rey del
oeste” (1969), “Gigante entre los hombres” (1972) donde la protagonista
femenina era Maureen O’Hara que ya había actuado a su lado en “El hombre
tranquilo” (1952), “Los chacales del oeste” (1972) y, por último, “Cahill”
(1972-1973). Para ciertas filmaciones, permaneció en la ciudad uno o dos meses;
en otras, pocos días.
Según la vox populi local, Durango le gustaba tanto que compró un rancho al
que bautizó como La Joya. A su muerte, quedó a cargo de la tercera esposa del
actor, Pilar Pallete, con la que tuvo tres hijos (en total, procreó siete). Sin
embargo, sus herederos se desentendieron del rancho y, con el correr del
tiempo, se perdió y fue adquirido por su cuidador.
El Dr. José Luis Aréchiga (que
rentó su casa a Luis Buñuel y a su esposa durante su estancia en esta ciudad)
me comentó que John Wayne compró un destroyer
de la segunda guerra mundial cuando fue desechado por el ejército y gustaba de
navegar de California a Mazatlán en ese barco y, de ahí, por carretera a
Durango.
Recuerdo haberlo visto alguna vez
conduciendo una camioneta guayín fabricada especialmente para él porque el
capacete del lado del conductor se elevaba por lo menos diez centímetros más
para acomodar su cabeza ya que le gustaba conservar el sombrero puesto. John
Wayne aparece en muchas fotografías con el atuendo típico del oeste: el
sombrero texano, botas vaqueras que le agregaban varios centímetros a su ya
alta estatura, un pañuelo atado al cuello, la chamarra campirana y, en el
rostro, una semisonrisa con el entrecejo
fruncido y la mirada alerta en espera del enemigo.
El filme “El hombre tranquilo” (The quiet man), al lado de Maureen
O’Hara, no tenía nada que ver con el oeste. Hasta donde mi memoria alcanza,
sucedía en Irlanda: John Wayne personificaba a un norteamericano recién llegado
al pueblo que desconocía las costumbres lugareñas por lo que siempre se metía
en aprietos. Tenía un final feliz, como era usual en las películas de los años
cincuenta quizá porque los Estados Unidos necesitaban sanar las heridas de la segunda guerra mundial. Después lo vi
en The High and the Mighty (1954);
también en el “El día más largo” (1962) enfocada a rendir un homenaje a los
soldados aliados que participaron en el
desembarco en Normandía y en la cual
participaron todos los actores famosos del momento: Robert Mitchum, Peter
Lawford, James Mason, Van Johnson, Victor Mature, entre otros. Quizá lo vi por
última vez en True grit “Valor de ley” (1969), que fue tal vez la que la valió el Óscar.
Según la información de Internet,
en 1970 se realizó una encuesta sobre los personajes más famosos de la historia
de los Estados Unidos mejor conocidos por la gente. El resultado fue
sorprendente: en primer lugar se mencionó al presidente Abraham Lincoln. En segundo, a John Wayne. Tachado de
conservador, ni siquiera se inmutaba por el calificativo y aceptaba
abiertamente ser un hombre de derecha. Le desagradaban las películas con
escenas de sexo que, en los años sesenta, comenzaban a ponerse de moda con
Brigitte Bardot y otras actrices, y que,
según sus propias palabras, lo hacían “vomitar”.
En Durango se recuerda con afecto
a John Wayne. Su sonrisa amable, su gusto por el campo y su campechanería le ganaron
la simpatía de todos los que lo vieron o
trataron. Murió en 1979. Dicen que él deseaba que en su epitafio se
inscribieran estas palabras: “Feo, fuerte y formal”. Empero, su deseo no se
cumplió. Sin duda, es una figura estrechamente ligada a la historia de las
películas del oeste filmadas en nuestro estado.
Bibliografía de apoyo
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