MAXIMILIANO DE
HABSBURGO, EFÍMERO EMPERADOR DE MÉXICO
Hace ciento cincuenta años, nos dice el historiador Carlos
Tello Macías, de la muerte de Maximiliano, fusilado en el Cerro de las
Campanas, en la ciudad de Querétaro, por orden del presidente Benito Juárez que
no cedió ante las súplicas de personas tan importantes como Víctor Hugo y
Giuseppe Garibaldi. Concluyó así un efímero imperio que duró de 1864 a 1867.
Maximiliano había sido convencido para aceptar la propuesta
que le hizo un grupo de políticos mexicanos conservadores encabezados por José
María Gutiérrez de Estrada con el apoyo, por supuesto, del clero mexicano
encolerizado por las leyes de Reforma expedidas por el presidente Benito
Juárez, que, entre otras muchas cosas, desamortizaban las enormes propiedades
de la Iglesia Católica. Contribuyó, además, para que tomara esa decisión que su
posición dentro de la casa de Austria no era muy buena pues no tenía una buena
relación con su hermano Francisco José. También contó la opinión del emperador
de Francia, Napoleón que era “un hombre de mirada astuta, bigote engomado,
piernas arqueadas, que, vestido con el pantalón rojo de su traje militar
parecía más un domador de circo” y quien, finalmente, cuando el sueño del
imperio mexicano se desmoronaba a pedazos, se negó a ayudar a Maximiliano.
El archiduque de Austria y su esposa Carlota, la princesa
belga hija de Leopoldo y heredera de un territorio inmenso en África (el Congo
belga) del que nunca estuvo consciente porque para entonces ya empezaba con los
trastornos mentales. Maximiliano y Carlota se embarcaron en la fragata Novara
que, como escribe Tello Díaz, “habría de estar, para la posteridad,
identificada también con la muerte del propio Maximiliano. Esa fragata, que lo
condujo a México, regresaría después con su cadáver a la ciudad de Trieste”.
A pesar de que el ejército francés había sido derrotado en
Puebla, en 1862, por las fuerzas
mexicanas comandadas por el general Ignacio Zaragoza, de la que tal vez
Maximiliano no había sido informado con toda veracidad, decidió cumplir con el
compromiso contraído y se embarcó con muchas ilusiones y deseos de hacer bien
las cosas en México, su nuevo país, porque creía que en realidad la mayoría de
los mexicanos lo había aceptado, lo que no era cierto. Acompañado por su esposa
Carlota, desembarcaron en Veracruz en 1864.
Ambos quedaron sorprendidos por la pobreza de la gente y
Carlota se dedicó a hacer actividades para generar recursos y apoyar a los
habitantes. Luego, se dirigieron a la Ciudad de México donde pernoctaron en el
Palacio Nacional. Hacia la medianoche despertaron porque no podían dormir ya
que los colchones estaban llenos de chinches. Luego, se mudaron al Castillo de
Chapultepec, que fue remodelado y amueblado a su gusto y no sólo eso sino que
con su fortuna Maximiliano trazó y arregló lo que es hoy la avenida más
importante de la Ciudad de México, el
Paseo de la Reforma, que conduce
del Castillo al Palacio Nacional en el centro de la ciudad, frente al zócalo.
Maximiliano (supongo que al igual que Hernán Cortés) quedó
deslumbrado por la altitud de las montañas y por la vegetación. Quedó también
fascinado por las ruinas de la cultura indígena y emprendió su rescate con
entusiasmo. Amaba la jardinería y pasaba largos días en Cuernavaca, que había visitado
junto con Carlota en 1866, y adonde regresó después con mucha frecuencia pero
ya sin la emperatriz. Según Tello Díaz, Maximiliano tuvo una relación con la
hija del jardinero, llamada Concepción Sedano, a la que la gente llamaba La India Bonita que quedó embarazada.
Tello Díaz no da más información sobre la suerte de ese hijo.
La situación del imperio comenzó a empeorar y Maximiliano no
tuvo más ayuda de Napoleón ni de su propio país. Carlota decidió entonces
viajar a Francia para convencer a Napoleón, pero no tuvo suerte. Se dirigió
luego a Roma con la esperanza de que el papa Pío IX pudiera interceder ante las
cortes europeas y consiguiera algún apoyo para Maximiliano. Ya para entonces
empezaba a mostrar trastornos mentales.
La situación en México se volvió insostenible para el
emperador y el sitio de Querétaro fue el ocaso de su imperio. Fue derrotado por
las tropas del presidente Benito Juárez y recluido en el convento de las
Capuchinas. Después de un juicio in
absentia donde fue defendido por prominentes abogados, entre ellos Mariano
Riva Palacio, padre del autor de la canción Mamá
Carlota, fue condenado a muerte y ejecutado en el Cerro de las Campanas,
junto con los generales Mejía y Miramón, el 19 de junio de 1867. En el momento
de la ejecución cedió el lugar de honor, al centro, al general Miramón. Según
Tello Díaz, Poco antes de morir, exclamó: “Que
mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México!
Su cadáver fue después embalsamado para ser enviado a
Europa, pero el primer embalsamiento fue hecho con tan poca pericia que tuvo
que rehacerse todo el proceso para que estuviera bien. Además, como no se
consiguió en México un par de ojos azules, se utilizaron unos negros. Su cadáver fue embarcado en la Novara (que lo había traído a México) el
4 de diciembre de 1867. Llegó a Trieste el 16 de enero y después, conducido en
tren a Viena donde permaneció algunos días. Finalmente, fue inhumado el 20 de
enero de 1868 en la cripta de los Capuchinos, “la morada final de los
Habsburgo”.
Carlota vivió hasta 1927 en el castillo de Bouchot, en
Bélgica. No se enteró de lo que había ocurrido ni después de la primera guerra
mundial y de otros sucesos que ocurrieron en el mundo. Sobrevivió a todos los
que la conocieron y su hermano Leopoldo fue el heredero del Congo Belga.
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