sábado, 12 de agosto de 2017

Se conmemora este año el 150 aniversario del fusilamiento del emperador austriaco que llegó a México lleno de ilusiones.

MAXIMILIANO DE HABSBURGO, EFÍMERO EMPERADOR DE MÉXICO


Hace ciento cincuenta años, nos dice el historiador Carlos Tello Macías, de la muerte de Maximiliano, fusilado en el Cerro de las Campanas, en la ciudad de Querétaro, por orden del presidente Benito Juárez que no cedió ante las súplicas de personas tan importantes como Víctor Hugo y Giuseppe Garibaldi. Concluyó así un efímero imperio que duró de 1864 a 1867.

Maximiliano había sido convencido para aceptar la propuesta que le hizo un grupo de políticos mexicanos conservadores encabezados por José María Gutiérrez de Estrada con el apoyo, por supuesto, del clero mexicano encolerizado por las leyes de Reforma expedidas por el presidente Benito Juárez, que, entre otras muchas cosas, desamortizaban las enormes propiedades de la Iglesia Católica. Contribuyó, además, para que tomara esa decisión que su posición dentro de la casa de Austria no era muy buena pues no tenía una buena relación con su hermano Francisco José. También contó la opinión del emperador de Francia, Napoleón que era “un hombre de mirada astuta, bigote engomado, piernas arqueadas, que, vestido con el pantalón rojo de su traje militar parecía más un domador de circo” y quien, finalmente, cuando el sueño del imperio mexicano se desmoronaba a pedazos, se negó a ayudar a Maximiliano.

El archiduque de Austria y su esposa Carlota, la princesa belga hija de Leopoldo y heredera de un territorio inmenso en África (el Congo belga) del que nunca estuvo consciente porque para entonces ya empezaba con los trastornos mentales. Maximiliano y Carlota se embarcaron en la fragata Novara que, como escribe Tello Díaz, “habría de estar, para la posteridad, identificada también con la muerte del propio Maximiliano. Esa fragata, que lo condujo a México, regresaría después con su cadáver a la ciudad de Trieste”.

A pesar de que el ejército francés había sido derrotado en Puebla, en 1862,  por las fuerzas mexicanas comandadas por el general Ignacio Zaragoza, de la que tal vez Maximiliano no había sido informado con toda veracidad, decidió cumplir con el compromiso contraído y se embarcó con muchas ilusiones y deseos de hacer bien las cosas en México, su nuevo país, porque creía que en realidad la mayoría de los mexicanos lo había aceptado, lo que no era cierto. Acompañado por su esposa Carlota, desembarcaron en Veracruz en 1864.

Ambos quedaron sorprendidos por la pobreza de la gente y Carlota se dedicó a hacer actividades para generar recursos y apoyar a los habitantes. Luego, se dirigieron a la Ciudad de México donde pernoctaron en el Palacio Nacional. Hacia la medianoche despertaron porque no podían dormir ya que los colchones estaban llenos de chinches. Luego, se mudaron al Castillo de Chapultepec, que fue remodelado y amueblado a su gusto y no sólo eso sino que con su fortuna Maximiliano trazó y arregló lo que es hoy la avenida más importante de la Ciudad de México, el  Paseo de la Reforma, que  conduce del Castillo al Palacio Nacional en el centro de la ciudad, frente al zócalo.
Maximiliano (supongo que al igual que Hernán Cortés) quedó deslumbrado por la altitud de las montañas y por la vegetación. Quedó también fascinado por las ruinas de la cultura indígena y emprendió su rescate con entusiasmo. Amaba la jardinería y pasaba largos días en Cuernavaca, que había visitado junto con Carlota en 1866, y adonde regresó después con mucha frecuencia pero ya sin la emperatriz. Según Tello Díaz, Maximiliano tuvo una relación con la hija del jardinero, llamada Concepción Sedano, a la que la gente llamaba La India Bonita que quedó embarazada. Tello Díaz no da más información sobre la suerte de ese hijo.

La situación del imperio comenzó a empeorar y Maximiliano no tuvo más ayuda de Napoleón ni de su propio país. Carlota decidió entonces viajar a Francia para convencer a Napoleón, pero no tuvo suerte. Se dirigió luego a Roma con la esperanza de que el papa Pío IX pudiera interceder ante las cortes europeas y consiguiera algún apoyo para Maximiliano. Ya para entonces empezaba a mostrar trastornos mentales.

La situación en México se volvió insostenible para el emperador y el sitio de Querétaro fue el ocaso de su imperio. Fue derrotado por las tropas del presidente Benito Juárez y recluido en el convento de las Capuchinas. Después de un juicio in absentia donde fue defendido por prominentes abogados, entre ellos Mariano Riva Palacio, padre del autor de la canción Mamá Carlota, fue condenado a muerte y ejecutado en el Cerro de las Campanas, junto con los generales Mejía y Miramón, el 19 de junio de 1867. En el momento de la ejecución cedió el lugar de honor, al centro, al general Miramón. Según Tello Díaz, Poco antes de morir, exclamó: “Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México!

Su cadáver fue después embalsamado para ser enviado a Europa, pero el primer embalsamiento fue hecho con tan poca pericia que tuvo que rehacerse todo el proceso para que estuviera bien. Además, como no se consiguió en México un par de ojos azules, se utilizaron unos negros.  Su cadáver fue embarcado en la Novara (que lo había traído a México) el 4 de diciembre de 1867. Llegó a Trieste el 16 de enero y después, conducido en tren a Viena donde permaneció algunos días. Finalmente, fue inhumado el 20 de enero de 1868 en la cripta de los Capuchinos, “la morada final de los Habsburgo”.

Carlota vivió hasta 1927 en el castillo de Bouchot, en Bélgica. No se enteró de lo que había ocurrido ni después de la primera guerra mundial y de otros sucesos que ocurrieron en el mundo. Sobrevivió a todos los que la conocieron y su hermano Leopoldo fue el heredero del Congo Belga.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario