domingo, 5 de marzo de 2017

Renato acompañó la comida y la cena de miles de comensales en el Hotel Casablanca.

RENATO

A Renato, en persona o de nombre, lo conocemos todos los que hemos  frecuentado el restaurante del Hotel Casablanca, ubicado  en el centro de la ciudad, desde hace tiempo. Su vida en Durango está tan ligada a este establecimiento que resulta difícil hablar de uno sin pensar en el otro.

Empezó a trabajar en el Casablanca en 1945, cuando éste era sólo un restaurante y un bar al cual se llegaba bajando unos escalones al lado derecho del local. Además de tocar el piano, en esos días Renato colaboraba también como asistente del dueño del lugar. Tres años más tarde, después de la inauguración formal del hotel, se convirtió en el pianista oficial: fungía, igualmente como maestro de ceremonias en recepciones que se organizaban en el restaurante, así como en las tertulias de los jueves y los domingos con la presentación de algún conjunto musical y de diversos artistas.

De estatura regular, moreno, delgado, de pelo obscuro y bigote, Renato entraba al restaurante, se sentaba al piano y tocaba su rúbrica: “A través de los años” (As time goes by), la famosa melodía de la película Casablanca protagonizada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. La clientela suspiraba emocionada recordando el amor de la pareja y su apego a la ética que finalmente los separa. Música y remembranzas disponían a los presentes a disfrutar de las viandas y del ambiente.

Renato nació en el ciudad de Durango, pero emigró a la capital del país en su juventud. Obtuvo su credencial de locutor (la primera para nuestro estado) después de aprobar los exámenes reglamentarios y trabajó en varias estaciones de radio en el Distrito Federal. En la década de los años treinta, y tal vez hasta el año de 1944, nos informa su hijo, se desempeñó como jefe de ayudantes de Cantinflas, cuando el cómico iniciaba su carrera presentándose en carpas. Renato lo acompañaba también en sus giras. Su relación fue tan estrecha que, años después, cuando Cantinflas visitó Durango, buscó a su antiguo colaborador para saludarlo. Es posible que, a más de estas labores, el pianista durangueño haya trabajado en algunos teatros de revista.

Amaba la música, particularmente la romántica, y le agradaba que la gente la disfrutara. Tenía un repertorio muy amplio, con muchísimas composiciones de Agustín Lara, Gonzalo Curiel, Luis Alcaraz, María Grever y Alberto Domínguez, por citar apenas a los más populares. Sin embargo, podía ejecutar piezas del siglo diecinueve, por lo que era muy solicitado para amenizar otras reuniones. Era un buen fisonomista, de manera que cuando por el restaurante aparecía algún durangueño emigrado a otra ciudad, Renato tocaba de inmediato las melodías preferidas de aquella persona. En mi caso, puedo afirmar que siempre me saludaba con Caminos de ayer, además de con un caluroso apretón de manos.

Como locutor se enorgullecía de estar entre los fundadores de la XEE y de la XEDU, las primeras estaciones de radio en Durango. Su hijo recuerda que en el libro Vidas en el aire. Pioneros de la radio, de Bertha Zacatecas y publicado por la Editorial Diana, se consigna su nombre como el locutor por Durango de aquellos días.

En los años sesenta, decidió probar suerte en La Laguna. Trabajó un año para el Club Campestre y después en el restaurante “Los sauces”, de Torreón, Coahuila. Regresó luego a Durango y, por supuesto, al Casablanca, donde deleitó a los asistentes desde 1982 hasta su retiro en 1997.

Como todo bohemio, gustaba de la farra y del buen trago. Hay quienes conservan en la memoria una anécdota que revela que, como todos los seres humanos, Renato era un hombre de luz y sombra. Se cuenta que una madrugada regresó al restaurante donde se exhibía la obra de dos pintores locales con quienes se había disgustado. Antes de que alguien pudiera detenerlo, logró destruir tres cuadros. Más tarde se arrepintió de su conducta, reparó la ofensa y su relación con los pintores recobró la cordialidad.

Su popularidad llegó a ser tan grande que amenizaba las fiestas de los beisbolistas e, invitado por un poderoso industrial de la madera de la época, recorría los caminos serranos, con todo y piano, para alegrar los convivios en San Miguel de Cruces y en Otinapa.

Renato pertenece, pues, tanto a la historia del Hotel Casablanca como a la de la sociedad durangueña de su tiempo. Era inconcebible llegar a cenar y que no estuviera al piano. Su nombre y su sonrisa van unidos al recuerdo de muchas horas amables en ese lugar y al de los pasos dados por los caminos de ayer.

Tomado de mi libro Perfiles al viento, 2000.




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