RECORDANDO A ROSARIO
CASTELLANOS
El 7 de agosto pasado se
cumplieron 49 años del fallecimiento de Rosario Castellanos, la escritora
mexicana más importante del siglo veinte en opinión de algunos especialistas de
la literatura y con la que coincido plenamente. Considerada como una escritora
chiapaneca porque sus padres eran originarios
de ese estado y porque una gran parte de su obra tiene que ver con ese
lugar, la realidad es que nació en la
Ciudad de México porque sus padres que temían que el parto no fuera bien
atendido en Comitán. Pocos meses
después, sin embargo, regresaron a Chiapas donde Rosario hizo sus primeros
estudios.
Más tarde, ya establecidos en la Ciudad de México, Rosario
se inscribió en la carrera de letras en la Facultad de Filosofía y Letras, que
entonces funcionaba en el edificio
conocido como Mascarones, sobre la avenida Ribera de San Cosme. Poco después se
cambió a Filosofía porque le parecía que
la literatura (que cultivó toda su vida) no respondía las preguntas fundamentales
de la existencia. Recibió su título con
la presentación de una tesis titulada Sobre cultura femenina. Poco después viajó España donde estudió una maestría en
Estética. A su regreso, se estableció en Chiapas con la firme intención de
ayudar al desarrollo de los pueblos indígenas; con tal motivo, escribió
pequeñas obras de teatro que eran traducidas a los idiomas indígenas y que se
representaban. Era la mejor manera de que la gente entendiera el mensaje.
Dedicó dos años de su vida a esta tarea, lo que le costó contraer tuberculosis
por lo que tuvo que ser internada para su rehabilitación en un hospital de
Tlalpan.
Ya en esos años había empezado a
cultivar la poesía que nunca abandonaría a pesar de que su obra en prosa es
mucho más abundante, sobre todo si tomamos en cuenta los artículos que
semanalmente escribió para el periódico Excelsior,
incluso cuando estuvo en Israel. De los poemas que dedicó a Chiapas veamos
el siguiente:
AL ÁRBOL QUE HAY EN MEDIO DE LOS PUEBLOS
Por caminos de hormigas
Traje el pie del regreso
Hasta este corazón de alto follaje
Trémulo.
Ceiba que disemina
Mi raza entre los vientos,
Sombra en la que se amaron
Mis abuelos.
Bajo tus ramas deja
Que mi canto se acueste.
Padre de tantas voces
Protégeme.
Es cierto que sus dos novelas,
Balún Canán y Oficio de tinieblas, así como dos de sus libros de cuentos, Ciudad Real y Los convidados de agosto ocurren en Chiapas y señala con precisión
la discriminación hacia los indígenas a los que, además, les estaba prohibido
hablar castilla, así como caminar por
la banqueta (tenían que hacerlo por el arroyo), pero, desde mi punto de vista
–y esto fue lo que me convenció para escribir mi tesis de licenciatura titulada
La imagen de la mujer en la narrativa de
Rosario Castellanos, publicada por la UNAM en 1980, en la colección
Cuadernos del Centro de Estudios Literarios- su objetivo principal era resaltar
la situación de inferioridad de la mujer. Fue este enfoque precisamente el que
me ayudó a que mi trabajo fuera reconocido en México y fuera de nuestro país.
Después de su muerte, José
Emilio Pacheco escribió al respecto: “Cuando se relean sus libros se verá que
nadie en este país tuvo, en su momento, una conciencia tan clara de lo que
significa la doble condición de mujer y de mexicana, ni hizo de esta conciencia
la materia misma de su obra, la línea central de su trabajo. Naturalmente, no
supimos leerla”. Al ser éste el tema central de mi tesis, fue calurosamente
acogida tanto en Mexico como en el extranjero.
Por su parte, Carlos Monsiváis
(gran amigo suyo) escribió en los años
sesenta aproximadamente “que Rosario Castellanos inicia la literatura de la
mujer mexicana”. Y Pacheco concluye que gracias a ella “las mexicanas
rencontraron su voz”.
Por mi parte, yo agregaría que encontraron
asimismo el valor de escribir como les plazca y perdieron el miedo a las
palabras.
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