jueves, 15 de octubre de 2015

Reflexión sobre Rosario Castellanos

RECORDANDO A ROSARIO CASTELLANOS

El 7 de agosto pasado se cumplieron 49 años del fallecimiento de Rosario Castellanos, la escritora mexicana más importante del siglo veinte en opinión de algunos especialistas de la literatura y con la que coincido plenamente. Considerada como una escritora chiapaneca porque sus padres eran originarios  de ese estado y porque una gran parte de su obra tiene que ver con ese lugar,  la realidad es que nació en la Ciudad de México porque sus padres que temían que el parto no fuera bien atendido en Comitán.  Pocos meses después, sin embargo, regresaron a Chiapas donde Rosario hizo sus primeros estudios.

Más tarde, ya  establecidos en la Ciudad de México, Rosario se inscribió en la carrera de letras en la Facultad de Filosofía y Letras, que entonces funcionaba en el  edificio conocido como Mascarones, sobre la avenida Ribera de San Cosme. Poco después se cambió a  Filosofía porque le parecía que la literatura (que cultivó toda su vida) no respondía las preguntas fundamentales de la existencia.  Recibió su título con la presentación de una tesis titulada  Sobre cultura femenina.  Poco después viajó  España donde estudió una maestría en Estética. A su regreso, se estableció en Chiapas con la firme intención de ayudar al desarrollo de los pueblos indígenas; con tal motivo, escribió pequeñas obras de teatro que eran traducidas a los idiomas indígenas y que se representaban. Era la mejor manera de que la gente entendiera el mensaje. Dedicó dos años de su vida a esta tarea, lo que le costó contraer tuberculosis por lo que tuvo que ser internada para su rehabilitación en un hospital de Tlalpan.

Ya en esos años había empezado a cultivar la poesía que nunca abandonaría a pesar de que su obra en prosa es mucho más abundante, sobre todo si tomamos en cuenta los artículos que semanalmente escribió para el periódico Excelsior, incluso cuando estuvo en Israel. De los poemas que dedicó a Chiapas veamos el siguiente:

AL ÁRBOL QUE HAY EN MEDIO DE LOS PUEBLOS
Por caminos de hormigas
Traje el pie del regreso
Hasta este corazón de alto follaje
Trémulo.

Ceiba que disemina
Mi raza entre los vientos,
Sombra en la que se amaron
Mis abuelos.
Bajo tus ramas deja
Que mi canto se acueste.
Padre de tantas voces
Protégeme.

Es cierto que sus dos novelas, Balún Canán y Oficio de tinieblas, así como dos de sus libros de cuentos, Ciudad Real y Los convidados de agosto ocurren en Chiapas y señala con precisión la discriminación hacia los indígenas a los que, además, les estaba prohibido hablar castilla, así como caminar por la banqueta (tenían que hacerlo por el arroyo), pero, desde mi punto de vista –y esto fue lo que me convenció para escribir mi tesis de licenciatura titulada La imagen de la mujer en la narrativa de Rosario Castellanos, publicada por la UNAM en 1980, en la colección Cuadernos del Centro de Estudios Literarios- su objetivo principal era resaltar la situación de inferioridad de la mujer. Fue este enfoque precisamente el que me ayudó a que mi trabajo fuera reconocido en México y fuera de nuestro país.

Después de su muerte, José Emilio Pacheco escribió al respecto: “Cuando se relean sus libros se verá que nadie en este país tuvo, en su momento, una conciencia tan clara de lo que significa la doble condición de mujer y de mexicana, ni hizo de esta conciencia la materia misma de su obra, la línea central de su trabajo. Naturalmente, no supimos leerla”. Al ser éste el tema central de mi tesis, fue calurosamente acogida tanto en Mexico como en el extranjero.

Por su parte, Carlos Monsiváis (gran amigo suyo)  escribió en los años sesenta aproximadamente “que Rosario Castellanos inicia la literatura de la mujer mexicana”. Y Pacheco concluye que gracias a ella “las mexicanas rencontraron su voz”.


 Por mi parte, yo agregaría que encontraron asimismo el valor de escribir como les plazca y perdieron el miedo a las palabras. 

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