LOS CAMINOS DEL
DESTINO
Hace unos días saqué un libro del
librero y, al abrirlo, cayó al suelo una fotografía. Sí, ésta que ustedes ven
aquí: Carson y Cammi Stringham, tomada en noviembre de 1983. Como en la vida no
hay casualidades sino causalidades, sentí que era una llamada para que contara
su historia que había empezado en la Ciudad de México hace ya muchos años.
Me encontraba en el Centro de
Enseñanza para Extranjeros, de la UNAM, donde
Frank y Judy (nombres supuestos, naturalmente) se habían inscrito para
estudiar un año. Él hablaba un muy
correcto español seguramente aprendido en España y en algunos otros países de
América Latina. Estudiaba una maestría en historia porque, pienso yo, seguramente
su país lo estaba preparando para que fuera agregado militar en el algún país
hispanohablante. Judy iniciaba sus
estudios con mucho entusiasmo y era una alumna destacada.
Poco tiempo después de su
llegada, quedó embarazada con tan mala suerte que perdió al bebé. Frank la
llevó a los Estados Unidos para que se recuperara pero la mala noticia fue que
ya nunca podría tener hijos. Sin perder
la calma decidieron entonces adoptar un
niño mexicano. Iniciaron los trámites ante la Embajada
para que todo fuera perfectamente legal y a través de unas señoras a quienes yo
conocía y que tenían toda la autoridad para efectuar esos trámites. Fue así como llegó un niñito nacido en Guerrero al que llamaron Carson. Eran los días
de fin de curso, así que se despidieron y viajaron a Utah.
Un año después decidieron adoptar
una niña. Efectuaron los mismos trámites, aunque esta vez tardó más tiempo
encontrar a una niñita. Finalmente, la hallaron en Oaxaca y le pusieron por
nombre Cammi. Se marcharon felices con sus hijos y, sin proponérmelo, perdí el contacto con
ellos porque me vine a Durango y, luego, viajé a San Antonio donde residí dos años y medio.
Ahora que he encontrado la foto,
veo que han transcurrido 32 años desde que fue tomada. Doy rienda suelta a la
imaginación pensando en cómo habrá sido la vida de estos niños nacidos en
nuestro país. Por supuesto, creo que mejor. Deben de haber tenido una buena
alimentación, una buena cama donde dormir, mejor educación y quizás asistido a
la universidad, lo que hubiera sido imposible para ellos creciendo en Guerrero
y Oaxaca. No sé si Frank y Judy eran
mormones o si pertenecían a otra religión, pero lo que sí es seguro es que
Carson y Cammi deber de haber sido educados en una religión protestante.
Por esos días, una pareja de argentinos llegada a nuestro
país a causa de la dictadura que también trabajaban en el CEPE (de hecho, fue ella quien inició la oficina
que ayudaba a los estudiantes a encontrar alojamiento) tenían el mismo problema: Elsa (nombre
supuesto) no podía quedar embarazada,
así que recurrieron a la adopción. Esta vez a través de unas monjas que
ayudaban a las mujeres que no podían encargarse de sus hijos. Así entró Nicolás, también morenito y con un
innegable aspecto de mexicanito, en sus vidas. Como ella había sido hija única,
no tenía la menor idea de cómo se
alimentaba a un bebé por lo que estaba dispuesta a darle la misma leche que
bebemos los adultos. En fin, fue un proceso de aprendizaje para madre e hijo.
Nicolás permaneció más tiempo en
México, así que lo vimos ir creciendo como si fuera argentino, marcando la
entonación al final de las palabras. Era gracioso porque sabíamos que era
mexicano por nacimiento pero crecería y pensaría como argentino. Elsa y su pareja regresaron a Argentina en
cuanto Alfonsín tomó el poder, así que no volvimos a ver a Nicolás.
Han transcurrido ya más de
treinta años de lo que hoy narro. Unos crecieron como estadounidenses y otro
como argentino. ¿Qué habrá sido de sus vidas? ¿En algún momento sus padres les
habrán contado la verdad? Lo ignoro. De lo que sí estoy segura es que sus vidas
discurrieron por cauces menos difíciles y más enriquecedores.
Según los griegos, eran tres
Parcas las encargadas de tejer el destino de los humanos. A Cloto le correspondía trenzar los hilos y
las telas del destino. Laquesis movía la rueca; si utilizaba hilos de seda y oro, significaba
felicidad; por el contrario, si tejía con lana y cáñamo, atraía la
desgracia. Átropos era la Parca que
cortaba el hilo de la vida. ¿Cómo se
habrán portado las Parcas con estos niños emigrados de nuestro país a lugares
lejanos?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario