LA PRINCESA QUE QUERÍA VIVIR
Tal es el título de una
de las películas con que nos obsequió la Cineteca Municipal de Durango en un
ciclo de filmes retrospectivos de los años cincuenta. Esta película llevaba el
título original de A Roman Holiday,
protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck. Pero en México, para atraer
más al público, le pusieron el nombre que aparece al inicio de este texto.
Fue la primera película
que la actriz belga Audrey Hepburn, que hablaba el inglés con una deliciosa entonación,
filmó el cine estadounidense. Tuvo, además, la fortuna que, por primera vez, la
película no se filmó en los estudios de Hollywood con escenarios ficticios,
sino que realmente fue rodada en Roma, lo que añade interés a la cinta. Es una delicia tener la oportunidad de ver de
nuevo, aunque sea en el cine, los hermosos lugares de Roma como la Fuente de
Trevi, la Plaza de España, el Coliseo y tantos más.
En la película, la
princesa Audrey Hepburn no puede dormir bien y le inyectan un somnífero. La
ventana está abierta y ella se escapa, pero se queda dormida en un banco en una
calle. Por ahí pasa el periodista Jeff Bradley (Gregory Peck) que se preocupa
por ella, además piensa que si no fuera porque está ahí, juraría que es la
princesa que llegó a Roma en una visita oficial.
La lleva al cuarto que
renta en un edificio modesto y la deja dormir en un sofá. Al despertar, ella se
asusta pero decide pasar un día lejos de sus obligaciones habituales. El
periodista piensa en escribir un reportaje
sensacional sobre la fuga de la princesa y ganar un buen dinero. Al final de la
película se arrepiente porque hay entre los dos un ligero enamoramiento.
Durante el día la
princesa disfruta de cortarse el pelo (el peluquero la invita a ir a bailar en
la noche el lado del río), de comerse un helado, de cambiar sus elegantes
zapatos por una sencillas sandalias y, sobre todo, de la libertad. Al final del
día comprende que debe volver al palacio porque tiene responsabilidades y se
despide de Jeff pidiéndole que no la siga. Ésta la deja en una esquina y cumple
con lo que ella le pidió.
Al día siguiente hay una
rueda de prensa con los periodistas extranjeros. Entre ellos se encuentra Jeff
Bradley. Luego de contestar las preguntas, dice a sus asistentes que desea
saludar los periodistas. Baja la
escalera y se aproxima. Para todos, tiene un saludo o una palabra amable.
Cuando llega adonde está Jeff, le dice: “So
glad, Mr. Bradley”, que es la despedida y el final de la película. Un
momento antes recibe las fotografías que le tomó el otro periodista que pensaba
colaborar en el reportaje y que se arrepiente de ello.
