CRONICA
DE UNA EXPOSICIÓN DE LA FAMILIA PÉREZ GAVILÁN
Hace unos días se
inauguró en la Ciudad de México, en el Museo Nacional de San Carlos, una exposición de fotografías antiguas de la
familia de Ricardo Salinas Pliego, el accionista más importante del Canal 13.
Ello me hizo recordar una exposición que organicé en Durango, con la ayuda de
mis primas Guadalupe y Graciela Gavilán, en la sala de exposiciones temporales
de la Casa de la Cultura, en abril de 2009. La titulamos Expofotografía antigua
y recreación de ambientes: El tronco y la simiente: los Pérez Gavilán. Meses
después escribí una crónica que se publicó en una revista local y que hoy
reproduzco para recordar aquellos días azarosos y, luego, llenos de gozo.
Todo empezó aquella
mañana cuando mi tío Carlos (el hermano menor de mi madre, apenas ocho años mayor que yo) extrajo un montón de hojas de máquina de
su archivero y entregándomelas dijo:
“Toma. Síguelo tú porque yo ya me cansé”. Al hojearlas me di cuenta de que se trataba de un árbol
genealógico de los Pérez Gavilán muy elemental. Contenía, sobre todo, datos de
sus padres y hermanos, además de unas
pocas anotaciones sobre los hermanos de su papá. Recibí las hojas sin mayor
entusiasmo. Viajaron conmigo a Durango y, a mi vez, las guardé en una carpeta
debidamente etiquetada en el tercer cajón del archivero. “Más recuerdos de familia que guardar”, me
dije, porque, sin proponérmelo, me había convertido en la custodia de una caja
grande llena de fotografías que de mi abuela, pasaron a mi madre y, a su muerte, a mí, la nieta mayor considerada por muchos
como la memoria de la familia.
Abandoné el
proyecto del árbol genealógico porque cuando les pedí a mis primas que formaran
el suyo; nadie mostró el menor interés. Yo tenía en mi poder una hoja con unos datos escritos a las volandas proporcionados por la señora Josefina, mamá de Myriam Jardy, mi
compañera de trabajo en el Centro de Estudios Literarios de la UNAM, e hija de
Ángela Pérez Gavilán, hermana de mi abuelo Jesús, que contrajo matrimonio con Alberto Cárdenas y a quien no llamé tía ni una sola vez aquella tarde. Ella recordaba con claridad a mi abuelo Jesús,
a sus hermanos y a sus hijos, pero era absolutamente desconocida para
quienes vivíamos en Durango. De no haber
sido porque Myriam y yo nos encontrábamos
trabajando juntas y una mañana, mientras registrábamos los datos para el
Diccionario de escritores mexicanos,
hablamos de nuestros respectivos ancestros -lo que nos llevó a darnos cuenta de
nuestro lejano parentesco-, no la hubiera conocido jamás. La hoja garabateada
por la tía Josefina se sumó a los papeles que ya estaban dentro de la carpeta y del archivero.
Meses después, en
una nueva visita al Distrito Federal, el
historiador Francisco Durán Martínez me dijo que la doctora en historia Graziella Altamirano, investigadora del
Instituto Mora y amiga suya, trabajaba en un texto sobre los Pérez Gavilán, que
formaría parte de un libro sobre las familias porfirianas de Durango. Añadió que le interesaría conversar conmigo; sugerí que nos acompañara mi tío Carlos (mi
mamá había fallecido en 1998) porque él sabía más de la historia de la familia
que yo misma. Nos citamos en un Sanborn’s,
conversamos agradablemente y creo que fue entonces cuando empecé a
interesarme por la genealogía. Finalmente, el ensayo de Graziella Altamirano apareció en la revista Transición (núm. 25, pp. 87-112), publicada por el Instituto de
Investigaciones Históricas de la
Universidad Juárez del Estado de Durango que se agotó con rapidez, por lo que fotocopié el texto
y lo repartí entre la familia. En lo
personal, me resultó sumamente
interesante porque iluminó, de pronto,
la historia de los Pérez Gavilán aportando, con objetividad, datos
desconocidos sobre los ancestros.
De acuerdo con esta investigación, el primer
Pérez Gavilán en tierras durangueñas de que se tenga noticia fue Miguel Pérez
Gavilán, quien, en 1824, fue dipuitado del primer Congreso Constituyente del
estado. De su matrimonio con Nicolasa de Manzanera y Salas nacieron varios
hijos entre los que se cuentan Miguel, Felipe, Mateo y Diego. Quienes llevamos
el apellido Pérez Gavilán en Durango descendemos mayoritariamente de Manuel y
de Felipe. Manuel fue precisamente el constructor, en 1858, de la casona que
hoy es conocida como la Casa de la Cultura y propietario de la hacienda La
Sauceda, que heredó de su tío el prebendado Leandro Sánchez Manzanera.
Descendientes suyos fueron Isabel, Diego, Petra, Ángel y Nicolasa, quien
contrajo matrimonio con su primo Luis Pérez Gavilán. De esta unión nacieron
varios hijos, entre ellos, Joaquín, cuya familia habitó una amplia casa en la
esquina de las calles 5 de Febrero y Zarco.
Felipe, quien
parece haber sido el sobrino consentido del canónigo y prebendado Leandro
Sánchez Manzanera, recibió como herencia de su tío “la hacienda de San Diego de
Navacoyán y sus anexos; el rancho de Alcalde, la Estancia del Registro, la del
Río Santiago, la de San Ignacio y el rancho de San Juan”. Tuvo varios cargos políticos y fue un buen
médico respetado y estimado por la sociedad. Se casó con Rosa Guerrero de la
Bárcena, hermana de Cipriano Guerrero, que fue gobernador del estado y de la
poetisa Dolores Guerrero. De este matrimonio nacieron Agustín, Luis,
Concepción, Miguel, Ángela, María, Leandro, Luz, Leonor, Carmen, José y Jesús.
El 30 de mayo de
1999, mi tío José María (hermano de mi mamá) y casado en segundas nupcias con
Kenia Lewis invitó a todos los Pérez
Gavilán que pudieran asistir a una
comida en su casa de las calles de Santa Catarina, en Tláhuac, en el Distrito
Federal. Para tal ocasión, mandé imprimir unos recordatorios con el siguiente
texto: “Como en el agua un rostro refleja otro rostro,/así el corazón de un
hombre refleja el de otro hombre”,
tomado del proverbio de la Biblia de Jerusalén 27:19. Acudimos más
de cien, sin contar los niños, llegados de Durango, Chihuahua, Ensenada, Ciudad
Lerdo, Puebla y el Distrito Federal.
Todos usamos un gafete con nuestro nombre indicando de cuál rama descendíamos. Se grabó,
además, un video con la entrevista a
distintos miembros de la familia. De
nuevo, sentí la inquietud de profundizar más en la historia de este
numerosísima familia (simplemente, el bisabuelo don Felipe Pérez Gavilán tuvo
trece hijos que, a su vez, fueron muy prolíficos), así como de organizar una
muestra con las fotografías de la
familia que si bien, como opinó un joven
visitante de la exposición, “no
aportaban nada desde el punto de vista estético” (con lo cual no estoy
de acuerdo); , en mi opinión tienen valor histórico y semiótico.
Años después,
recorriendo un museo en San Luis Potosí, observé con detenimiento la exposición
de fotografía de una destacada familia de esa ciudad expuesta en los corredores del Museo Regional de
Historia. Creí entonces llegado el momento de desempolvar la caja, enriquecer
mi colección con fotografías de los parientes y curar la exposición que llevó
por título Expofotografía antigua y
recreación de ambientes. El tronco y la simiente: los Pérez Gavilán, frase
inspirada por unas palabras del profeta Isaías (6:13), que se montó en la sala
de exposiciones temporales de la Casa de la Cultura. Planeada originalmente
para inaugurarse el 29 de abril de 2009, a las 20:00 horas, debió posponerse la
inauguración hasta el 7 de mayo debido a la alerta sanitaria por la epidemia de
influenza A H1N1 que obligó a la suspensión de todas las actividades.
Recorrido por la exposición
A la entrada, en
una de las mamparas se colgó una invitación, un cartel de los que se
distribuyeron por distintas partes de la ciudad, y un árbol genealógico
preparado por el arquitecto Luis Martínez, además de un texto sobre la familia recortado del periódico Excélsior hace muchos años. En el sitio de honor de colgaron las
fotografías de los bisabuelos, el Dr. Felipe Pérez Gavilán Guerrero y su esposa
Rosa de la Bárcena de Pérez Gavilán. Las
demás fotografías se distribuyeron por los distintos espacios.
Entre los objetos que seleccionamos para dar
una idea de cómo se divertían o en qué se ocupaba la familia a finales del
siglo diecinueve pusimos una mesa de juego, con sus sillas, y unas barajas. En
otro rincón estaba un brasero de que los que utilizaban en esos años; en la
vitrina algunos objetos de porcelana, un abanico y una mantilla. Había también una vitrina
donde se exhibían credenciales, plumas, y documentos pertenecientes al Dr.
Felipe Pérez Gavilán.
La exposición tuvo
mucho éxito aunque, lamentablemente, muchas personas que querían visitarla durante el fin de semana se
encontraron con la noticia de que era imposible porque la Casa de la Cultura
cierra los sábados y los domingos porque tiene un horario como de escuela.
Sin embargo, quedó ya en los anales de
la historia de Durango.
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