miércoles, 24 de junio de 2015

Autobiografía de Coetzee

RECORDANDO LA  INFANCIA


En los últimos meses he leído varias autobiografías (todas de escritores, ninguna de una mujer) por lo que creo que han decidido, por una parte, dejar un legado a sus familias y a sus lectores y, por la otra, reflexionar sobre su vida aunque, como opina Eduardo Ruiz Sousa (Culiacán, 1983)  “A veces lo que recordamos no es lo que pasó, la memoria tiene trampas y según quien lo recuerde es diferente”. 

El renombrado médico Arnoldo Kraus, hijo de emigrantes polacos que lograron escapar de los hornos crematorios del nazismo, en A veces, ayer (2010) utiliza una narración lineal,  en primera persona, y suspende su narración (por ahora, aunque  quizá continúe en el futuro)  en el momento cuando se gradúa de la preparatoria. Es decir, cuando principia  su vida adulta. Sus memorias nos muestran una infancia feliz llena de gratos recuerdos.

El famoso escritor estadounidense Paul Auster,  en su Diario de invierno (2012), tiene un estilo diferente. También es una narración lineal, con  énfasis en etapas de su vida como su estancia en Francia en donde relata con todo detenimiento cómo era cada uno de los departamentos que habitó en París lo que, en mi opinión, hace que en ese momento la lectura se vuelva farragosa. Sin embargo, salvadas esas páginas, ofrece al lector unas vivencias interesantes y una vida familiar diferente, por supuesto, a la de Arnoldo Krauss.

Por su parte, el escritor sudafricano J. M. Coetzee, ganador del Premio Nobel en 2003, ha dividido sus memorias en dos tomos: Infancia (1997) y Juventud (2002). El primero, del que nos ocupamos en este texto, está narrado  en tercera persona, en forma lineal,  lo que supone un alejamiento de lo narrado, particularmente del niño protagonista. La anécdota empieza cuando la familia se ha mudado a “las afueras de  Worcester, entre las vías de ferrocarril y la carretera nacional”.  Antes vivían en Ciudad del Cabo y el niño no entiende por qué tuvieron que mudarse a ese lugar donde  sólo hay “hormigas, moscas y plaga de pulgas”, por lo cual su rabia se vuelve contra su madre.

En las páginas siguientes veremos las dificultades que enfrentará el niño para adaptarse a su nuevo ambiente y a su nueva escuela, pero, sobre todo, tomará conciencia de la existencia de la población de color que habita en ese barrio  y que su madre considera que son “la sal de la tierra”. La escuela es sumamente rígida y se castiga con varas a los alumnos que se equivocan o transgreden las reglas. Además, notará la diferencia entre los alumnos que calzan zapatos y los que van descalzos, a veces con las plantas de los pies ampolladas por lo caliente de la tierra. Hay otra cuestión que lo inquieta: no sabe cómo actuar en ciertos momentos por las tres religiones a las que se enfrenta: la católica, que decide adoptar a escondidas de su familia para no tener problemas en la escuela, el judaísmo y el protestantismo.

La relación con el padre es fría y distante,  incluso de desprecio especialmente por obligarlos a vivir en Worcester, por lo que se vuelca por completo hacia su madre que se convierte “en la roca en la que él se sostiene”. Está celoso de su  hermano menor y no se explica por qué su madre tuvo otro hijo.

Quizá las páginas más importantes para revelarnos la personalidad de Coetzee  y la influencia que esos hechos ejercieron sobre él para la construcción de sus novelas sea la estancia en la  granja llamada Voelfontein (nombre con recuerdo de los alemanes). El embeleso que experimenta al observar a los millares de pájaros que todas las tardes se acomodan en los árboles para pasar la noche abarca igualmente los cambios en la naturaleza. Más importante para su futuro desarrollo es “la mezcla feliz y descuidada de inglés y afrikaans que es su idioma común”  cuando sus tíos se reúnen.  Además, experimenta por primera vez un sentido de pertenencia (que será evidente en sus novelas)  y lo que hay que vivir para ser aceptado como sudafricano (véase lo que sucede con Lucy en la novela Desgracia (1999) que le valió el Nobel. Este sentido de pertenencia aumenta  su amor por   la tierra donde percibe “un profundo silencio, tan profundo que casi podría ser un murmullo” y es evidente en su novela Esperando a los bárbaros. 

Sin haber presenciado jamás un beso entre sus padres o un acercamiento amoroso, el  despertar del niño por el sexo se revela, por ejemplo, por  el cuidado con que se su madre se cuida los pechos para protegerse contra el cáncer. Y entonces divaga sobre cómo se comportaría él cuando lo amamantó y si le hizo daño con sus puñitos. En la granja verá por primera vez a un hombre adulto desnudo cuando encuentra  a su padre y a sus tíos bañándose en el río, imagen que le es profundamente desagradable. 


Coetzee ha recibido numerosos premios y sus libros han sido recibidos con muchos elogios. Esta primera parte de su autobiografía revela sin ambages la complejidad del inicio de su vida en un país tan desigual. Sin embargo, esta desigualdad y la crueldad con que se trata a los pobladores originales del sur de África.  

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