RECORDANDO LA INFANCIA
En los últimos meses he leído
varias autobiografías (todas de escritores, ninguna de una mujer) por lo que
creo que han decidido, por una parte, dejar un legado a sus familias y a sus
lectores y, por la otra, reflexionar sobre su vida aunque, como opina Eduardo
Ruiz Sousa (Culiacán, 1983) “A veces lo
que recordamos no es lo que pasó, la memoria tiene trampas y según quien lo
recuerde es diferente”.
El renombrado médico Arnoldo
Kraus, hijo de emigrantes polacos que lograron escapar de los hornos
crematorios del nazismo, en A veces, ayer
(2010) utiliza una narración lineal, en primera persona, y suspende su narración
(por ahora, aunque quizá continúe en el
futuro) en el momento cuando se gradúa
de la preparatoria. Es decir, cuando principia su vida adulta. Sus memorias nos muestran una
infancia feliz llena de gratos recuerdos.
El famoso escritor estadounidense
Paul Auster, en su Diario de invierno (2012), tiene un estilo diferente. También es
una narración lineal, con énfasis en
etapas de su vida como su estancia en Francia en donde relata con todo
detenimiento cómo era cada uno de los departamentos que habitó en París lo que,
en mi opinión, hace que en ese momento la lectura se vuelva farragosa. Sin
embargo, salvadas esas páginas, ofrece al lector unas vivencias interesantes y
una vida familiar diferente, por supuesto, a la de Arnoldo Krauss.
Por su parte, el escritor
sudafricano J. M. Coetzee, ganador del Premio Nobel en 2003, ha dividido sus
memorias en dos tomos: Infancia
(1997) y Juventud (2002). El primero,
del que nos ocupamos en este texto, está narrado en tercera persona, en forma lineal, lo que supone un alejamiento de lo narrado,
particularmente del niño protagonista. La anécdota empieza cuando la familia se
ha mudado a “las afueras de Worcester,
entre las vías de ferrocarril y la carretera nacional”. Antes vivían en Ciudad del Cabo y el niño no
entiende por qué tuvieron que mudarse a ese lugar donde sólo hay “hormigas, moscas y plaga de
pulgas”, por lo cual su rabia se vuelve contra su madre.
En las páginas siguientes veremos
las dificultades que enfrentará el niño para adaptarse a su nuevo ambiente y a
su nueva escuela, pero, sobre todo, tomará conciencia de la existencia de la
población de color que habita en ese barrio y que su madre considera que son “la sal de la
tierra”. La escuela es sumamente rígida y se castiga con varas a los alumnos
que se equivocan o transgreden las reglas. Además, notará la diferencia entre
los alumnos que calzan zapatos y los que van descalzos, a veces con las plantas
de los pies ampolladas por lo caliente de la tierra. Hay otra cuestión que lo
inquieta: no sabe cómo actuar en ciertos momentos por las tres religiones a las
que se enfrenta: la católica, que decide adoptar a escondidas de su familia
para no tener problemas en la escuela, el judaísmo y el protestantismo.
La relación con el padre es fría
y distante, incluso de desprecio especialmente
por obligarlos a vivir en Worcester, por lo que se vuelca por completo hacia su
madre que se convierte “en la roca en la que él se sostiene”. Está celoso de
su hermano menor y no se explica por qué
su madre tuvo otro hijo.
Quizá las páginas más importantes
para revelarnos la personalidad de Coetzee
y la influencia que esos hechos ejercieron sobre él para la construcción
de sus novelas sea la estancia en la
granja llamada Voelfontein (nombre con recuerdo de los alemanes). El
embeleso que experimenta al observar a los millares de pájaros que todas las
tardes se acomodan en los árboles para pasar la noche abarca igualmente los
cambios en la naturaleza. Más importante para su futuro desarrollo es “la
mezcla feliz y descuidada de inglés y afrikaans que es su idioma común” cuando sus tíos se reúnen. Además, experimenta por primera vez un sentido
de pertenencia (que será evidente en sus
novelas) y lo que hay que vivir para ser
aceptado como sudafricano (véase lo que sucede con Lucy en la novela Desgracia (1999) que le valió el Nobel.
Este sentido de pertenencia aumenta su
amor por la tierra donde percibe “un
profundo silencio, tan profundo que casi podría ser un murmullo” y es evidente
en su novela Esperando a los bárbaros.
Sin haber presenciado jamás un
beso entre sus padres o un acercamiento amoroso, el despertar del niño por el sexo se revela, por
ejemplo, por el cuidado con que se su
madre se cuida los pechos para protegerse contra el cáncer. Y entonces divaga
sobre cómo se comportaría él cuando lo amamantó y si le hizo daño con sus
puñitos. En la granja verá por primera vez a un hombre adulto desnudo cuando
encuentra a su padre y a sus tíos bañándose
en el río, imagen que le es profundamente desagradable.
Coetzee ha recibido numerosos
premios y sus libros han sido recibidos con muchos elogios. Esta primera parte
de su autobiografía revela sin ambages la complejidad del inicio de su vida en
un país tan desigual. Sin embargo, esta desigualdad y la crueldad con que se
trata a los pobladores originales del sur de África.
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